Pico della mirandola



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El humanismo

Hombre de cultura vasta y ecléctica, Pico della Mirandola recibió una influencia

crucial por parte de Francesco Petrarca (1304-1374), escritor y humanista italiano, considerado el primero y uno de los más importantes poetas líricos modernos. Fue éste quien, volviendo la vista atrás, redescubrió a Platón, al pasar por alto un milenio de oscurantismo cristiano y al traer el inmenso bagaje de la cultura grecorromana.
En contra de los postulados escolásticos que intentaban integrar el pensamiento aristotélico -fundamentalmente de la mano del filósofo y teólogo italiano Santo Tomás de Aquino (1225-1274)-, en el marco de la revelación cristiana, Petrarca y sus seguidores crearon una corriente que tomó el nombre de Humanismo, basándose en la filosofía platónica y en los ensayos clásicos de los pensadores de la Antigüedad.
La tradición platónica brindó a este nuevo movimiento un soporte filosófico

compatible con sus aspiraciones y desarrollo intelectuales. Sus mentores encuentran en Platón una tradición ética y espiritual comparable con la que profesa el cristianismo. Esta nueva visión del hombre, de la naturaleza y de Dios que propone el Humanismo es una filosofía que hace hincapié en la dignidad y el valor de la persona. Por primera vez, el pensamiento reconoce a los individuos como seres racionales que poseen en sí

mismos la capacidad para hallar la verdad y practicar el bien. Este renacimiento de los estudios griegos y romanos destaca el valor que tiene lo clásico por sí mismo, más que por su importancia en el marco del cristianismo.
En este nuevo prisma, el pecado original desaparece y presenta a los hombres como portadores de una chispa divina, vicarios de Dios, como ángeles, y casi con el mismo estatus que el Creador del Universo.
El Humanismo da al hombre una nueva dimensión, la naturaleza se ve divinizada y el cristianismo, que ve claudicar los postulados absolutos, adquiere una nueva perspectiva. Con ello, los humanistas desafían el orden establecido de una manera que no alcanzan a intuir. Entre sus principales pensadores pueden destacarse Nicolás de Cusa (1401-1464), John Colet (c. 1467-1519), Thomas More (1478-1535), Erasmo de Rotterdam

(1469-1536) y Pierre de la Ramée (Ramus,1515-1572).


El humanismo y el nuevo espíritu de sincretismo religioso estaban en su apogeo cuando apareció en escena Pico della Mirandola, quien se transformaría en uno de sus grandes interlocutores.

Sobre la dignidad del hombre

La introducción de las novecientas tesis, pensadas como vehemente y encendido

discurso para la presentación del magistral tratado, nunca cumplieron su propósito ya que, como se vio, las tesis de marras fueron enterradas antes de empezar siquiera a debatirse. Pero, paradójicamente, este trabajo destinado a ser un breve introito, terminó convertido en la obra maestra de Pico, fundamentalmente por el ímpetu oratorio de su autor.
"De dignitate hominis", traducida como "Discurso sobre la dignidad del hombre", parte de una premisa inicial.

Se pregunta por qué el hombre es celebrado como la criatura más privilegiada de la naturaleza, más admirada aun que los ángeles. En este tratado intenta responder y justificar el porqué de estas prerrogativas.


Dios, dice, ha creado al hombre no con una única aptitud, sino dándole en común lo que ha otorgado en particular a los individuos: de su libertad depende construirse como ángel o como bestia.
Se puede ser ángel, sostiene, con una vida activa y de contemplación, pero a la

contemplación se llega por varios escalones, como la famosa escalera de Jacob.

Propone entonces, primero purificar los pies (símbolo de la vida concupiscente) y

las manos (portadoras de lo irascible).

Luego, embarcarse en la escalera mediante la apropiación filosófica que tiene, según Pico, dos dinámicas: se asciende cuando se va del pensamiento múltiple a la unidad, y se desciende cuando se va de lo singular a lo múltiple.
Recorrido este camino, es posible alcanzar la perfección teológica y descansar al lado de Dios, que está en lo alto de esa escala.
Así, la filosofía es el preludio y medio para alcanzar la gloria. Otros medios para introducirse en los misterios religiosos son la filosofía moral y la dialéctica de las religiones primitivas, verdaderas ciencias de la purificación del corazón y de la inteligencia.
Al contrario de sus contemporáneos eclesiásticos, Pico encuentra en la filosofía clásica, sobre todo Platón, y en la filosofía hermética del profeta persa Zoroastro (o Zaratustra, c. 630-550 a. C.) el fundamento y fin de la moral religiosa.
Así, todo su discurso sobre la dignidad del hombre busca colocar en la mesa de

discusión, ya los ojos de todos, la filosofía clásica que él mismo alaba, porque, sostiene, la discusión es la gimnasia del cuerpo, mantiene fuerte y fresca a la mente.


Luego de esta presentación, el autor entra de lleno en la síntesis de sus novecientas tesis.
Primero, prueba la concordia entre Aristóteles y Platón, a quienes se juzga opuestos. Luego, intenta dar forma a un nuevo método filosófico que pueda dar respuestas a todas las preguntas tanto de orden natural como divino.
Se trata de una ars numerandi, es decir, una ciencia del número no como la entienden los mercaderes, sino como la plantean Platón y Pitágoras.
Sin embargo, este método numérico nada tiene que ver con el concepto de método de Bacon o Descartes. Pico habla de una matemática abstracta, de un simbolismo metafísico, que se une directamente con Pitágoras, tal como era interpretado este filósofo en el clima mágico de los albores del Renacimiento.
Siguiendo esta línea expone sus teoremas mágicos, renegando de la magia basada en el poder de los demonios y aceptando la magia que profundiza la filosofía natural, la sabiduría oriental y la Cábala hebrea.
La Cábala (en hebreo, "tradición"), término que designa al misticismo judío en todas sus variantes, para cierta tradición cristiana no era sino una fábula. Precisamente, Pico rescata esta tradición como confirmación de la fe católica. Toma el ejemplo de Moisés,

quien recibió de Dios las Tablas de la Ley para que fuesen publicadas, pero que además fue dotado de una interpretación profunda de ellas, que debía ser transmitida a los grandes sacerdotes en medio del más cerrado secreto.

Esta clausura tenía por objeto "no dar pasto sagrado a los perros". Precisamente, la Cábala, con su significado de recepción -o sea, de sucesión de revelaciones- tiene esa carga de mensaje profundo y secreto.
Después del destierro babilonio, el profeta Esdras, temeroso de que se dispersasen las vicisitudes del pueblo judío, convocó a los más grandes sacerdotes para recoger los secretos de las doctrinas celestiales. Es en este hecho donde Pico entrevé el origen divino de la Cábala.
El mayor aporte de Pico -y seguramente la principal fuente de discordia con los Doctos- es su persistencia en no abrazar una palabra como la definitiva y sagrada («me he impuesto el principio de no jurar por la palabra de nadie», afirmaba). Esto de por sí no implica una herejía -a los ojos y oídos de los burócratas eclesiales-, pero sí su insistencia en incorporar saberes y revelaciones de todas las creencias: «En toda escuela

-afirma- hay algo de insigne que no les es común a todas».


A quinientos años de su temprana muerte, Pico ha sido relegado al panteón de los héroes innecesarios. Los románticos y los revolucionarios pueden ver en su vida un motivo de inspiración: el rebelde inmolado por la hoguera de la incomprensión y de la arbitrariedad.
Los estudiosos de la filosofía -los doctos laicos de la posmodernidad- pueden analizar su Discurso, y por cierto sus Tesis, como el producto imaginativo -y por cierto afiebrado- de un brillante representante del platonismo renacentista.
Sin embargo, el trágico derrotero del mundo, que ha hecho del enfrentamiento religioso y racial el leitmotiv de su supervivencia o predominancia, y que por cierto tiñe toda la vida cotidiana del hombre, otorga al mensaje de Pico la dimensión de ideal. Ideal cada vez más lejano -si se mira al mundo con realismo y resignación-, pero por eso mismo cada vez más deseable.
Los tres pilares del ideario del bello Pico son hoy tres ideales que las democracias modernas enuncian, pero que muchas veces ignoran: el derecho inalienable a la discrepancia; el respeto por las diversidades cultural y religiosa; y finalmente, el crecimiento y enriquecimiento de la vida a partir de la diferencia. Simples y bellos ideales, como el mismo Pico.

Simples y bellos, y siempre iluminados, como el propio Pico, por la vacilante

llama de una hoguera amenazante.


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