Tótem y tabú



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Conforme se fue haciendo más evidente que el totemismo representaba una fase normal de toda cultura, fue también imponiéndose la necesidad de llegar a su inteligencia y elucidar el enigma de su naturaleza. Todo es enigmático en el totemismo, pero hemos de ver sus problemas capitales en los relativos a los orígenes de la genealogía totémica, a la motivación de la exogamia y del tabú del incesto por ella representado y a las relaciones entre la genealogía y la exogamia; esto es, entre la organización totémica y la prohibición del incesto. Nuestra inteligencia de la singular institución totémica habrá de ser a la vez histórica y psicológica y esclarecer tanto las condiciones en las que se ha desarrollado como las necesidades psíquicas del hombre, de las que constituye una expresión.
Habrá de extrañar a nuestros lectores averiguar que para contestar a estas interrogaciones se han situado los investigadores en puntos de vista muy diferentes y que sus resultados muestran grandes divergencias. De este modo, todo lo que pudiera afirmarse sobre el totemismo y la exogamia es aún inseguro. El mismo cuadro que antes hemos desarrollado guiándonos por un trabajo de Frazer publicado en 1897 tiene el inconveniente de expresar un arbitrario prejuicio de dicho autor, y seguramente sería hoy rectificado por el mismo, que no tuvo nunca reparo en modificar sus conclusiones cuando un nuevo conocimiento lo exigía.
Parece natural admitir que si lográsemos aproximarnos más a los orígenes del totemismo y de la exogamia, no nos sería ya nada difícil penetrar en la esencia de ambas instituciones. Mas para juzgar acertadamente nuestra situación ante estas materias habremos de conservar siempre presente la observación de Andrew Lang de que tampoco los pueblos primitivos han conservado las formas originales de dichas instituciones ni las condiciones de su formación, de manera que nos vemos obligados a suplir con hipótesis las lagunas que la observación directa ha de presentar necesariamente. Entre las tentativas de explicación desarrolladas hasta ahora hay algunas que el psicólogo tiene que rechazar desde el primer momento como inadecuadas por ser demasiado racionalistas y no tener en cuenta el lado efectivo de la materia o parecer basadas en premisas aún no confirmadas por la observación. Otras, por último, se apoyan en materiales que podrían ser interpretados más justificadamente en un distinto sentido. No es, en general, difícil refutar las diferentes opiniones expuestas, pues, como siempre sucede, muestran los autores un mayor acierto en las críticas de que se hacen objeto unos a otros que en la parte positiva de sus trabajos. El resultado final de sus consideraciones sobre cada uno de los puntos tratados suele ser, en la mayoría de ellos, un non liquet. Así, pues, no extrañaremos comprobar que en las obras más recientes sobre estas materias, de las que sólo habremos de citar aquí una pequeña parte, se manifiesta una tendencia cada día mayor a declarar imposible la solución general de los problemas totémicos. (Véase, por ejemplo, el estudio de B. Goldenweiser en el Journal of Amer. Folklore, XXIII, 1910; trabajo resumido en el Britannica Year Book, 1913). En la mención de tales hipótesis contradictorias habré de permitirme prescindir de su orden cronológico.
a) El origen del totemismo.
El problema de los orígenes del totemismo puede ser formulado también en la forma siguiente: ¿Cómo llegaron los hombres primitivos a denominarse (y denominar a sus tribus) con los nombres de animales, plantas y objetos inanimados?
El escocés MacLennan, al que debe la ciencia el descubrimiento del totemismo y de la exogamia, se abstuvo de pronunciarse sobre los crímenes del totemismo. Según una comunicación de A. Lang, se inclinó durante mucho tiempo a referir el totemismo a las costumbres del tatuaje. Las teorías enunciadas hasta ahora sobre los orígenes del totemismo pueden dividirse en tres grupos: a) las teorías nominalistas; b) las teorías sociológicas, y g) las teorías psicológicas.
a) Las teorías nominalistas.
El contenido de estas teorías justifica, como lo verá el que siguiere leyendo, su clasificación bajo el título.
Garcilaso de la Vega, descendiente de los incas del Perú, que escribió en el siglo XVII la historia de su pueblo, retrajo lo que sabía de los fenómenos totémicos a la necesidad de las tribus de distinguirse unas de otras por sus nombres. Dos siglos más tarde volvemos a hallar la misma opinión en la Etnología, de A. K. Kleane, autor que ve el origen del tótem en las armas heráldicas adoptadas por los individuos, familias y tribus para distinguirse entre sí.
Max Müller ha expresado también este punto de vista en sus Contributions to the Science of Mythology. Según él, un tótem sería: 1º una insignia del clan; 2º un nombre del clan; 3º el nombre de un antecesor del clan; 4º el nombre de un objeto venerado por el clan. En 1889 escribía J. Pikler: «Los hombres reconocieron la necesidad de dar a cada colectividad y a cada individuo un nombre permanente, fijado por la escritura… El totemismo no nació, pues, de una necesidad religiosa, sino de una necesidad prosaica y práctica. El nódulo del totemismo, esto es, la denominación, constituye una consecuencia de la técnica de la escritura primitiva. El carácter del tótem es también el de los signos gráficos, fáciles de reproducir. Pero una vez que los salvajes se dieron el nombre de un animal, dedujeron de ello la idea de un parentesco con el mismo.
Herbert Spencer atribuía igualmente a la denominación el papel decisivo en la formación del totemismo. Según él, habría habido ciertos individuos que por presentar determinadas cualidades recibieron nombre de animales y adquirieron de este modo títulos honoríficos o sobrenombres que transmitieron después a su descendencia. A causa de la indeterminación de los idiomas primitivos, las generaciones ulteriores habrían interpretado estos nombres como un testimonio de su descendencia de dichos animales, quedando así transformado el totemismo, a consecuencia de una errónea interpretación, en un culto a los antepasados.
Lord Averbury (más conocido con el nombre de sir John Lubbock) explica exactamente del mismo modo, aunque sin insistir en el error de interpretación, el origen del totemismo. Si queremos explicar el culto de los animales, dice, no debemos olvidar la frecuencia con que los hombres suelen tomar nombres zoológicos. Los hijos o los partidarios de un hombre que haya recibido el nombre de oso o de león, convirtieron, naturalmente, este nombre en nombre de familia o de tribu, resultando así que el animal mismo llegó luego a ser objeto de un cierto respeto y hasta de un culto.
Contra esta teoría que deduce los nombres totémicos de los individuales, formula Fison una objeción, al parecer irrefutable. Invocando las informaciones que sobre Australia poseemos, muestra que el tótem es siempre una designación de un grupo de hombres y nunca la de un individuo. Si el tótem hubiese sido primitivamente el nombre de un individuo, no habría podido transmitirse jamás a los hijos, dado el régimen de sucesión materna.
Todas estas teorías que acabamos de citar son, además, manifiestamente insuficientes. Explican por qué las tribus primitivas llevan nombres de animales, mas no, en cambio, la importancia que esta denominación ha adquirido para ellas, o sea el sistema totémico. La teoría más notable de este grupo es la desarrollada por Lang en sus obras Social origins (1903) y The secret of the tótem (1905). Esta teoría considera también la denominación como el nódulo del problema pero hace intervenir a dos interesantes factores psicológicos y pretende resolver así, de un modo definitivo, el enigma del totemismo.
Según Lang, importa poco de qué modo llegaron los clanes a darse nombres de animales. Basta con admitir que hubo un día en el que advirtieron que llevaban tales nombres, sin que supieran determinar la causa. El origen de los mismos había sido olvidado. Entonces habrían intentado obtener una explicación especulativa de su denominación, y dada la importancia que atribuían a los nombres, tenían que llegar necesariamente a todas las ideas contenidas en el sistema totémico. Los nombres no eran para los primitivos, como tampoco lo son para los salvajes de nuestros días, e incluso para nuestros niños, algo convencional e indiferente, sino atributos significativos y esenciales. El nombre de un individuo es una de las partes esenciales de su persona y quizá incluso de su alma. El hecho de llevar el mismo nombre que un animal dado debió de inclinar al primitivo a admitir un importante y misterioso enlace entre su persona y la especie animal cuyo nombre llevaba. ¿Y qué otro enlace hubiera podido concebir sino la consanguinidad? Pero admitido éste, fundándolo en la identidad de nombre, todas las prescripciones totémicas, incluso la exogamia, habían de derivarse de él como consecuencia directa del tabú de consanguinidad.
«No more than these three things -a group animal name of unknown origin; belief in a trascendental connection between all bearers, human and bestial, of the same name; and belief in the blood superstition- was needed to give rise to all the tótemic creeds and practices, including exogamy.» (Secret of the tótem, página 126.)
La explicación de Lang es, por decirlo así, de dos tiempos. La primera parte de su teoría deduce el sistema totémico, con una necesidad psicológica, de la existencia del nombre totémico, partiendo de la hipótesis del olvido del origen de dicho nombre. La segunda procura descubrir tal origen, y, como pronto veremos, es de naturaleza muy diferente.
Esta segunda parte no se aleja, en efecto, gran cosa de las demás teorías nominalistas. La necesidad práctica de distinguirse obligó, según ella, a las tribus a atribuirse denominaciones diferentes, y cada una de ellas se atuvo preferentemente a aquella que las demás le daban. Este naming from without constituye la característica de la teoría de Lang. El hecho de que fueran nombres de animales los adoptados no tiene por qué extrañarnos, tanto menos cuanto que tales denominaciones zoológicas no podían ser consideradas por los hombres primitivos como un baldón o una burla. Lang cita, además, numerosos casos de épocas históricas más próximas, en los que nombres dados a título de burla fueron gustosamente aceptados por los interesados (`Les Gueux', los whigs y los tories). La hipótesis de que el origen del nombre totémico fue olvidado en el curso de los tiempos enlaza esta segunda parte de la teoría de Lang a la primera, precedentemente expuesta.
b) Las teorías sociológicas.
S. Reinach, que ha investigado con éxito las supervivencias del sistema totémico en el culto y las costumbres de períodos posteriores, pero que ha dejado pasar inadvertido desde el principio el carácter ancestral del animal tótem, afirma en una de sus obras que el tótem no es, a su juicio, sino «una hipertrofia del instinto social».
Tal es también la idea en que se basa la obra de E. Durkheim (1912) titulada Les formes élémentaires de la vie religieuse. Le système totémique en Australie. El tótem no sería, según Durkheim, sino el representante visible de la religión social de estos pueblos y encarnaría a la colectividad, la cual sería el verdadero objeto del culto.
Otros autores han buscado argumentos más concretos en apoyo de esta tesis que atribuye a las tendencias sociales un papel predominante en la formación de las instituciones totémicas. Así, A. C. Haddon supone que toda tribu primitiva se alimentaba al principio de una sola especie de animales o plantas, e incluso comerciaba quizá con ella, utilizándola como medio de cambio contra productos proporcionados por otras tribus. Era, pues, natural que esta tribu acabase por ser conocida para los demás bajo el nombre del animal que desempeñaba en su vida tan importante papel. Al mismo tiempo debió de nacer en ella una familiaridad particular con el animal de referencia y una especie de interés hacia él, fundado únicamente en la más elemental y más urgente de las necesidades humanas, o sea en el hambre.
A esta teoría, la más racionalista de todas las relativas al totemismo, se ha objetado que el régimen de alimentación que supone no ha sido comprobado en ninguna parte entre los primitivos y no ha existido probablemente jamás. Los salvajes son omnívoros, y tanto más cuanto más bajo es su nivel de cultura. Por otro lado, no se comprende cómo este régimen exclusivo hubiera podido dar origen a una actitud casi religiosa con respecto al tótem y culminante en una abstención absoluta del alimento preferido.
La primera de las tres teorías que Frazer ha formulado sobre el origen del totemismo es una teoría psicológica. Más adelante hablaremos de ella.
La segunda, de la que vamos ahora a ocuparnos, le fue sugerido por un importante trabajo de dos investigadores sobre los indígenas de la Australia Central.
Spencer y Guillen describían en su obra toda una serie de singularísimas instituciones, costumbres y creencias observadas en un grupo de tribus conocidas con el nombre de nación arunta, y Frazer se adhirió a su conclusión, según la cual debían ser consideradas tales singularidades como rasgos de un estado primario, resultando así susceptibles de informarnos sobre el sentido primero y auténtico del totemismo.
Las particularidades observadas en la tribu arunta (una parte de la nación arunta) son las siguientes:
1a. Los aruntas presentan la división en clanes totémicos; pero el tótem no es transmitido por herencia, sino determinado individualmente (ya veremos en qué forma).
2a. Los clanes totémicos no son exógamos, y las restricciones matrimoniales se hallan fundadas, en esta minuciosísima división, en clases matrimoniales que nada tienen que ver con el tótem.
3a. La función del clan totémico consiste en la realización de una ceremonia, cuyo fin es el de provocar, por medios esencialmente mágicos, la multiplicación del objeto totémico comestible (esta ceremonia se llama intichiuma).
4a. Los aruntas sustentan una teoría singular sobre la concepción y la resurrección. Pretenden que los espíritus de los muertos pertenecientes al mismo tótem esperan su resurrección reunidos en ciertos lugares de su territorio y se introducen en el cuerpo de las mujeres que pasan por dichos lugares. Al nacer un niño indica la madre el lugar en el que cree haberlo concebido, y el tótem del niño es determinado conforme a esta indicación.
Admiten, además, que los espíritus, tanto los de los muertos como los de los resucitados, se hallan ligados a ciertos amuletos de piedra de una forma particular (llamados «churinga»), que se hallan en dichos lugares.
Dos hechos parecen haber sugerido a Frazer la opinión de que las instituciones de los arunta representan la forma más antigua del totemismo. En primer lugar, la existencia de ciertos mitos que afirman que los antecesores de los arunta se alimentaron regularmente de su tótem y no se casaron jamás sino con mujeres pertenecientes al mismo tótem que ellos. En segundo, la importancia aparentemente secundaria que los arunta atribuyen al acto sexual en su teoría de la concepción. Estos hombres, que no han reconocido que la fecundación es consecuencia de las relaciones sexuales, pueden ser considerados, justificadamente, como los más primitivos entre todos los actualmente existentes.
Tomando como base de su opinión sobre el totemismo la ceremonia intichiuma, creyó ver Frazer el sistema totémico a una luz completamente nueva, bajo el aspecto de una organización puramente práctica, destinada a combatir las necesidades más naturales del hombre. (Véase la opinión de Haddon anteriormente expuesta). El sistema totémico se le apareció, simplemente, como una «cooperative magic» en gran escala. Los primeros formaban, por decirlo así, una asociación mágica de producción y consumo. Cada clan totémico se encargaba de asegurar la abundancia de cierto artículo alimenticio. Cuando el tótem no era ya un animal comestible, sino un animal feroz o una fuerza natural, la lluvia, el viento, etc., se encargaba el clan correspondiente de ocuparse de este orden de fenómenos para alejar sus efectos perjudiciales. Cada uno de los clanes ejercía sus funciones en beneficio de todos los demás. Como el clan no debía comer de su tótem o sólo podía probarlo en determinadas ocasiones, se dedicaba a provisionar de él a los demás, que le proporcionaban, a cambio, aquello de que se habían encargado, conforme a su deber totémico social. A la luz de esta teoría, fundada en la ceremonia intichiuma, supuso Frazer que, deslumbrados por la prohibición de comer del animal tótem, habían dejado inadvertido hasta entonces los investigadores el aspecto social del problema; esto es, el mandamiento de velar porque los demás no carecieran del tótem comestible.
Frazer admitió la tradición arunta de que todos los clanes totémicos se alimentaron originariamente de su tótem, sin restricción alguna. Pero después tropezó con grandes dificultades para la comprensión del desarrollo ulterior, en el que el clan se contentaba con procurar a los demás el tótem, renunciando por su parte a alimentarse de él. Supuso entonces que tal restricción no fue dictada por un respeto de orden religioso, sino que obedeció quizá a la observación de que ningún animal se alimentaba con la carne de los de su misma especie. De esta observación habrían deducido los primitivos que la infracción de tal costumbre podía debilitar su identificación con el tótem y disminuir el poder que deseaban adquirir y conservar sobre él. Tal restricción podía también explicarse por el deseo de hacer propicio al animal tótem, respetándolo. De todos modos, no se hacía Frazer ilusiones sobre las dificultades con las que tal teoría tropezaba, como tampoco se atrevió a pronunciarse sobre la forma en que la costumbre de contraer matrimonio dentro de la tribu, afirmada por la mencionada leyenda arunta, hubo de transformarse después en la exogamia.
La teoría de Frazer, fundada en el intichiuma, presupone y admite la naturaleza primitiva de las instituciones aruntas. Ahora bien: parece imposible mantener esta afirmación ante las objeciones que le han sido opuestas por Durkheim y Lang. Los arunta se presentan, por el contrario, como la más desarrollada de las tribus australianas, y parecen hallarse más bien en una fase de disolución que en el principio del totemismo. Los mitos, que tan profunda impresión hicieron a Frazer, por proclamar, contrariamente a las instituciones hoy en vigor, la libertad de comer del tótem y contraer matrimonio en el interior del clan totémico, deben ser consideradas como fantasías optativas proyectadas en el pasado; esto es, como un mito análogo al de la edad de oro.
g) Las teorías psicológicas.
La primera teoría formulada por Frazer, antes de conocer las observaciones de Spencer y Gillen, es de carácter psicológico y se basa en la creencia en el «alma exterior». El tótem representaría un refugio en el que el alma sería depositada para sustraerla a los peligros que pudieran amenazarla. Cuando el primitivo había confiado su alma a su tótem, se hacía invulnerable y se guardada, naturalmente, de causar el menor daño al portador de la misma; pero como no sabía cuál de los individuos de la especie animal totémica era tal portador, tomaba el partido de respetar a la especie entera. Más tarde renunció Frazer, por sí mismo, a enlazar el sistema totémico a la creencia en las almas.
Cuando llegaron a su conocimiento las observaciones de Spencer y Gillen, formuló una segunda teoría -la sociológica antes analizada-, pero tampoco ésta consiguió satisfacerle definitivamente, pues reconoció que el motivo atribuido en ella al totemismo era demasiado racionalista y suponía una organización social en exceso complicada para ser primitiva. Las asociaciones cooperativas mágicas se le mostraron entonces más bien como frutos tardíos que como gérmenes del totemismo, y buscó, por tanto, detrás de ellas un factor más sencillo, una superstición primitiva de la que fuese posible derivar el totemismo, hallándolo en la singularísima teoría de los arunta sobre la concepción.
Los arunta suprimen, como ya indicamos, toda relación entre la concepción y el acto sexual. Cuando una mujer se siente fecundada, es que en el momento en que experimenta dicha sensación ha habido un espíritu que aspiraba a la resurrección y que ha abandonado su residencia para introducirse en el cuerpo de dicha mujer, la cual le dará a luz, como hijo suyo. Tal hijo tendrá el tótem de los espíritus que esperan su resurrección en la misma residencia de aquel que en él ha encarnado. Esta teoría no puede, desde luego, explicar el totemismo, puesto que supone ya la existencia del tótem; pero si retrocedemos un poco más y admitimos que la mujer creía desde un principio que el animal, la planta, la piedra o el objeto que ocupaba su pensamiento en el instante en que se sintió fecundada había penetrado realmente en ella, para nacer después en forma humana, quedará realmente justificada, por esta creencia de la madre, la identidad del hombre con su tótem, y todas las prohibiciones totémicas, con exclusión de la exogamia, podrán ser deducidas de ella. En estas condiciones es natural que el hombre se niegue a comer el animal o la planta tótem, pues ello significaría comerse a sí mismo. Pero de cuando en cuando se sentirá dispuesto a consumir ceremoniosamente un poco de su tótem, con el fin de reforzar de este modo su identidad con él, identidad que constituye la parte esencial del totemismo. Las observaciones de W. H. R. Rivers sobre los naturales de las islas de Banko parecen demostrar, en efecto, la identificación directa del hombre con su tótem, basada en una análoga teoría de la concepción.
La última fuente del totemismo consistiría, pues, en la ignorancia en que se encuentran los salvajes de la forma en la que los hombres y los animales procrean y perpetúan su especie, y sobre todo del papel que el macho desempeña en la fecundación. Esta ignorancia ha podido ser favorecida por el largo intervalo que separa el acto de la fecundación del nacimiento del niño (o del momento en que la madre advierte los primeros movimientos del feto). El totemismo sería así una creación del espíritu femenino y no del masculino y tendría su fuente en los «antojos» de la mujer encinta. «Todo lo que ha impresionado la imaginación de una mujer en aquel misterioso momento de su vida en el que sintió que era madre ha podido ser, en efecto, fácilmente identificado por ella con el niño que llevaba en su seno. Estas ilusiones materiales, tan naturales y, según parece, tan universales pueden muy bien haber sido la raíz del totemismo».
La objeción principal que puede oponerse a esta tercera teoría de Frazer es la misma que fue formulada contra su segunda teoría, o sea contra la sociológica. Los arunta parecen hallarse muy lejos de los comienzos del totemismo. Su negación de la paternidad no parece reposar en una ignorancia primitiva. En muchos casos conocen incluso la herencia por línea paterna. Diríase más bien que han sacrificado la paternidad a una especie de especulación destinada a asegurar el culto a los espíritus de los antepasados. Haciendo del mito de la inmaculada concepción una teoría general, no han dado mayor prueba de ignorancia de las condiciones de la procreación que los pueblos de la antigüedad en la época del nacimiento de los mitos cristianos.
El holandés G. A. Wilcken ha propuesto otra explicación del origen del totemismo, enlazándolo con la creencia en la transmigración de las almas. «El animal al que según la creencia general pasaban las almas de los muertos se convertía así en un pariente por consanguinidad, esto es, en un antepasado, y era venerado como tal.» Sin embargo, es más bien la creencia en la transmigración de las almas la que podría explicarse por el totemismo, y no éste por ella.
Otra teoría del totemismo ha sido formulada por varios excelentes etnólogos americanos, tales como Fr. Boas, Hill-Tout y otros. Apoyándose en observaciones realizadas en tribus totémicas americanas, afirma esta teoría que el tótem tiene su origen en un espíritu tutelar, concebido en un sueño a un antepasado de la tribu y transmitido por éste a su posteridad. Pero ya indicamos anteriormente las dificultades que se oponen a la explicación de los orígenes del totemismo por la transmisión hereditaria e individual. Además, las observaciones realizadas en Australia no justifican en ningún modo tal relación de origen entre el tótem y un espíritu tutelar.
La teoría psicológica más reciente, esto es, la de Wundt, considera como decisivos los dos hechos siguientes: El de que el objeto totémico más primitivo y difundido sea el animal y el de que los animales totémicos más extendidos sean aquellos a los que se atribuye un alma. Ciertos animales, como las serpientes, los pájaros, los lagartos y los ratones, parecen muy apropiados, por su gran movilidad, su poder de volar y otras propiedades que inspiran sorpresa u horror, para constituirse en portadores de las almas que han abandonado los cuerpos. El animal totémico sería, pues, un producto de los avatares zoológicos del alma humana. Así, pues, el totemismo, según Wundt, se enlazaría directamente con la creencia en las almas; esto es, con el animismo.
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