Ser Madres
Ana Aguirre y Rosa Palazzo
memoria
Diseño: Vir
ginia Centioli
LA DICTADURA EN Luján
Memoria, verdad y justicia
Nº 11
justicia
Por Horacio Papaleo
verdad
AGOSTO DE 2017
2
• La dictadura en Luján. Memoria, verdad y justicia • • 5 de agosto de 2017 • Nº 11
Ana Aguirre es madre
de Raúl. Rosa Palazzo
de Ricardo. Sus vidas
se vieron cruzadas
por la detención y
desaparición de sus
hijos durante la última
dictadura cívico-militar.
El perfil de dos mujeres
que asumieron el
compromiso de ser
Madres de Plaza de
Mayo.
Rosa y Ana en uno
de los actos por la
Declaración de los
Derechos Humanos.
M
aría Rosa Sierra de
Palazzo es oriunda de
General Alvear, cen-
tro de la provincia de
Buenos Aires. Única
hija de un esquilador
de la zona. Cinco hi-
jos, nietos. Ana Pérez de Aguirre nació
en Pompeya el 15 de mayo de 1932.
Tuvo cuatro hijos y también tiene nie-
tos.
Rosa pudo terminar la escuela Pri-
maria, pero como en su pueblo no ha-
bía Secundaria la pusieron pupila en
Lobos, en la Escuela “Estela Sánchez
Atucha”, de monjas. “Por un problema
de salud tuve que dejar. Igual, mi in-
fancia fue muy linda”, recordaba en un
diálogo mantenido hace ya más de 10
años. Fue entonces cuando contó que
a quien fue su marido lo conoció en
Alvear, cuando Luis Estanislao Palazzo
era el jefe del Correo.
Fue para la confección de una de las
90 Historias con las que EL CIVISMO
eligió celebrar ese aniversario cuan-
do tuve la oportunidad de repasar sus
vidas. Ordenar ese camino que las en-
frentó a un dolor que transformaron de
inmediato en lucha, en reclamo, en un
grito que al día de hoy encuentra eco
en las nuevas generaciones.
Ana Aguirre vivía con sus padres y
sus ocho hermanos en Pompeya. “Pa-
sábamos un momento muy malo. Mi
padre se había quedado sin trabajo, y
de mis hermanos había fallecido uno.
Un día mis padres discutían por la mi-
seria que había y una viejita que paraba
en casa le pidió a mi padre si la dejaba
encargarse de mí. No sé por qué mo-
tivo yo le tiraba más que los otros. Mi
papá estuvo de acuerdo y, desde ese
entonces, con 6 años, vivimos juntas
con las monedas que conseguíamos en
la limosna”, indica el pasado humilde
de una de las Madres de Plaza de Mayo
de Luján. En ese diálogo recordó que
“un día un pariente mío le recomendó
a Urbana, la viejita, que nos alejára-
mos de mi familia, porque yo no estaba
registrada en ningún lado y me iban a
internar. Y a mi padre lo iban a meter
preso por infractor”, recordó Ana.
“Mi infancia fue tristísima. No pude
ir a la escuela y no tuve ninguna fiesta
de nada. Éramos muy pobres. La carne
de la carnicería no se conocía. Sola-
mente achuras, y con el lomo de en-
traña se hacían tucos, milanesas. Mis
recuerdos son muy feos, porque aparte
de la pobreza económica había gente
con pobreza humana”.
Llegó a Luján porque aquella viejita
creía que la Virgen hacía milagros. “Mi
primera casa acá fue pasando Muñiz,
por Francia, hacés una cuadrita y salís
a los Peregrinos. Ahora tiene un tapial
lindo. De ahí pasamos a la Capilla y por
último al Quinto”, repasaba Ana.
Quien haya escuchado su modo de
expresarse sabrá que su tono es úni-
co. Que sus frases son sentimientos
que se acumulan y piden salir, que se
arrastran para expresar un dolor inex-
plicable. El dolor de no saber. O saber
a medias, peor aún.
En el repaso de su vida Ana encuen-
tra un modo pícaro de recordar: “Cuan-
do me conoció quien sería mi marido,
Atanasio Aguirre, fue un poco cómi-
co. Estuvimos dos meses sin vernos la
cara, porque yo tenía 13 años y vivía en
un cuartito con una ventanita chiqui-
ta. El dueño de la casa vendía huevos
y gallinas, y Atanasio, que me llevaba
nueve años, se apioló. Venía cuando
el patrón no estaba y yo no sabía para
dónde disparar. Era arisca como la
gran siete”. Ana contaba que por esos
días Atanasio, también conocido como
“Cascote”, “empezó a venir seguido
a buscar cosas. Todas excusas, hasta
que llegó el día en que me dijo que
éramos novios. Es cómico. Le pregunté
por qué y me contestó que era porque
le había pedido permiso a mi mamá”.
Como decíamos en aquel texto que
repasaba su historia, el resto del relato
es compatible con otros miles de no-
viazgos. “Nos sentábamos a charlar
en la vereda. Pasábamos horas ahí,
con grandes heladas. Hoy me río por-
que tengo la picardía de todas las vie-
jas, pero en ese entonces era súper
tímida”.
Rosa tenía 16 cuando comenzó a sa-
lir con Luis. Contaba que lo conoció en
un baile de carnaval, en Alvear. Y que
hubo peripecias para que la dejaran ir.
“Con un grupo de amigas habíamos
pedido permiso con no sé cuánto tiem-
po de anticipación. Y fui disfrazada de
fantasía, con una vincha. Mi marido era
tímido. Y le aposté a mis amigas que
yo lo sacaba a bailar al gordito, por-
que era gordito. Fui a sacarlo y terminó
siendo el compañero de toda la vida”.
Se casaron por civil en General Al-
vear, pero para ayudar a los parientes
lejanos por Iglesia la ceremonia fue en
la Santa Lucía de Capital Federal. “Lo
cómico fue que yo no conocía a sus
familiares y vinieron de todos lados
al casamiento. Pero como esa noche
se casaban muchas parejas, cuando
yo pasaba algunos tenían dudas. Y yo
también desconocía quiénes eran ellos.
Cada novia que entraba se preguntaba
‘¿será mi prima?’. Tenía turno de ca-
samiento para las ocho menos veinte,
pero entré mucho más tarde”, comentó
Rosa, en una inolvidable charla en el
living de su casa, en la calle Ituzaingó.
Ana comenzó a convivir con Atana-
sio Aguirre después de algunas idas y
vueltas a la Capital. Pero para el casa-
miento tuvieron que esperar mucho. Se
casó a los 25 años porque no tenía do-
cumentos. “En realidad, el casamiento
fue una necesidad para poder mandar
a los chicos a la escuela. Hasta ese
entonces, en el registro de los chicos
figuraban como hijos de Don Atanasio
Aguirre y madre desconocida. La única
prueba de mi existencia era el papelito
de mi bautismo en la Iglesia de Pom-
peya. Fuimos tres hermanos que pasa-
La dictadura en Luján. Memoria, verdad y justicia
• • 5 de agosto de 2017 • Nº 11 •3
“Fue duro tomar co-
nocimiento de lo
que estábamos de-
fendiendo y lo que
habíamos echado a
espaldas nuestras.
El compromiso es
grande” (Ana).
Las Madres junto a Nelly
Dorronzoro. (arriba a la
izquierda).
Rosa Palazzo con Osvaldo Bayer.
(arriba a la derecha).
mos de largo la inscripción porque nos
trajo al mundo una partera de enfrente
de casa”.
Para Rosa, una constante fueron las
mudanzas. De Córdoba a Santa Fe y de
allí a Buenos Aires, con intermitencias
en diferentes localidades. Así lo dicta-
minaba el Correo, organismo en el que
trabajaba Palazzo.
El marido de Ana, en cambio, traba-
jó durante décadas como mozo, hasta
su ingreso como secretario en el Sindi-
cato Gastronómico. Ana recordaba que
“igual tuve que hacer de todo, porque
a pesar de ser la señora del secretario
andaba con las zapatillas con los dedos
afuera. Hice tareas domésticas para los
vecinos, crié un parásito que vivía cer-
ca. Limpié casas, lavé ropa, cosí para
afuera, planché camisas y guardapol-
vos con almidón. Y, por último, entré a
trabajar en la Clínica Colón”.
“Pasamos años difíciles -decía-. No
sabés las veces que tuve que pedirle
fiado a Chola un litro de leche, un pan
de manteca y medio kilo de pan para
cenar algo. Después lo descontaba de
los guardapolvos que le lavaba”.
Ana asegura que cuando estaba en
su casa, pasaron una de las peores eta-
pas. “Los más grandes estaban en lo
suyo. Y con él la pasamos muy mal. Un
día habíamos hecho un guisito con lo
que había y me pidió servirlo. Puso los
platos, la olla y una cucharada en cada
plato. Nadie iba a comer más o menos.
Y lo mismo hizo otra vez con una torti-
ta chiquita que pude hacer. Me parece
verlo venir, los lunes, con un paquetón
de facturas que le daban en la pana-
dería en la que trabajaba. Dejaba al-
gunas, pero las otras con una sonrisa
grandota se las llevaba a los chicos del
barrio El Ceibo”.
Ana y Rosa son pensionadas. Hace
diez años decían que estaban ajustadas
“pero tiramos”. Un dato que, actualiza-
do, mantiene su vigencia.
Por entonces, en ese repaso de sus
vidas, les preguntaba cómo unían sus
historias personales el hecho de ser
Madres de Plaza de Mayo. “Es una
triste circunstancia. Ninguna lo eligió,
porque éramos como cualquier mamá.
Salimos de las cacerolas a pararnos a
reclamar frente a un micrófono”, decía
Rosa. “Somos de Plaza de Mayo des-
pués de haber ido a pedir donde co-
rrespondía legalmente; lugares en los
que nunca tuvimos noticia. De esos
reclamos pasamos a reuniones en si-
tios ocultos o en iglesias metodistas”,
aportaba Ana.
Cuando comenzó la dictadura, “Pa-
lito” Palazzo estaba en Capital Fede-
ral con Roberto Páez. “No alcancé
a hablar con él sobre lo que estaba
pasando. Y se lo llevaron del departa-
mento de Capital. Fue la novia la que
me contó lo que había pasado”, relata
Rosa.
Ana contó que “en esos tiempos,
en mi casa se juntaban muchos chi-
cos, amigos de mi hijo. Algunos mi-
litaban en partidos y otros nada que
ver. Tocaban la guitarra, tomaban
mate, charlaban, se reían. Escuché
que la cosa se estaba poniendo bra-
va y se la habían llevado a Graciela
(Erramuspe), una de las que venía a
casa. Tenía intranquilidad, pero esta-
ba lejos de imaginar lo que terminó
pasando”.
Ana recordó que una noche “agarré
a Raúl mientras tomaba mate afuera,
y le pedí que me contara qué hacía,
porque yo tenía miedo que se metiera
en alguna cosa fea y le pasara algo.
Lo único que me contestó fue: ‘No
tengas miedo. Si me pasa algo, me
pasa a mí solo. A ustedes no les van
a hacer nada’. En la desesperación,
le dije que si no volvía antes de las
12 de la noche lo denunciaba en la
comisaría. Ni loca lo iba a hacer. Pero
intenté apartarlo y no pude”.
- ¿Cuándo reaccionaron ante el peso
de ser Madres de Plaza de Mayo?
- “Yo noté eso en 1997. La primera
que me acercó a la causa fue la seño-
ra de (Emilio) Mignone. Ella me contó
que se iba a empezar a usar un pañuelo
blanco en la cabeza con el nombre de
cada desaparecido” (Rosa).
- “Mi reacción se dio cuando fui a
una reunión en la casa de las Madres,
con otras mujeres que estaban en lo
mismo. Fue duro tomar conocimiento
de lo que estábamos defendiendo y lo
que habíamos echado a espaldas nues-
tras. El compromiso es grande” (Ana).
En esa charla apareció el dato que
sobrevuela sus luchas. ¿Por qué ante
la cantidad de desaparecidos de Luján
hay solo dos Madres? Rosa creía en el
momento de la conversación que “ser
Madre de Plaza de Mayo es una mili-
tancia. Y como tal, requiere muchas
cosas. Cumplir las consignas, que son
ser rígidas, no es fácil. No aceptamos
reivindicaciones económicas, usamos
el pañuelo, nunca consideramos a
nuestros hijos como muertos. Pero no
fuimos dos. Nelly (Dorronzoro) sin ser
Madre, era una de nosotras”.
“Podríamos haber sido otra más,
pero la madre de Elischer era una se-
ñora muy frágil, que ya estaba enfer-
ma cuando sufrió la desaparición de
su hijo. Fuimos juntas al Ministerio del
Interior y a presentar un hábeas corpus
a Mercedes, pero a escondidas, porque
su marido, el alemán, no estaba de
acuerdo”.
También recuerdo en que esa oca-
sión atiné a preguntarles cuál era su
sueño. “Saber qué pasó con Palito -res-
pondió Rosa-. Casi ninguna sabe qué
pasó con sus hijos. Y ese es mi sueño.
Liliana falleció por una enfermedad. Y
son dos circunstancias muy diferentes.
La muerte tiene un rito, un velatorio, la
posibilidad de ir a ponerle flores en el
cementerio. Hay una explicación. Con
Ricardo no tengo eso. Tengo una mo-
chila encima de la que no me puedo
reponer”.
“Bien dicha la palabra sueño –me
decía Ana-. Mi sueño... Ver a mi hijo
de pie, con nosotros. Voy a morir con
ese sueño. Verlo, pero de pie. No quie-
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• La dictadura en Luján. Memoria, verdad y justicia • • 5 de agosto de 2017 • Nº 11
“Ser Madre de Plaza de
Mayo es una militan-
cia. Y como tal, re-
quiere muchas cosas.
Cumplir las consignas,
que son ser rígidas, no
es fácil” (Rosa).
Las Madres de
Plaza de Mayo,
Ana Aguirre y Rosa
Palazzo, en un acto
para pedir justicia
por José Luis
Cabezas, en 1998.
ro otra cosa. No quiero que me digan
‘ese era su hijo’. Quisiera cerrar los
ojos y verlo de pie, abrazarlo, sentir su
voz. Porque era un ser humano divino,
lleno de amor, y que me perdonen por
mi egoísmo, pero era el más lindo de
todos”.
Presente y futuro
Se cumplían 36 años del Golpe
Cívico-Militar y como cada año Ana
Aguirre y Rosa Palazzo tomaban el
micrófono para blandir desde el pas-
to de la Plazoleta de los Derechos
Humanos las consignas de Memoria,
Verdad y Justicia. Eran tiempos en
los que se iniciaba una nueva gestión
de un gobierno vecinal –en sociedad
con el radicalismo- y Rosa tenía algo
para expresar: “Me toma mal. Yo lo
conozco a este chico (Oscar Lucia-
ni). Es compañero de la escuela de
una de mis hijas. Ha venido acá para
cumpleaños. Pero tiene el karma de
la Unión Vecinal. Y cayó muy mal que
después de las elecciones con los pri-
meros que se abraza es con (Silverio)
Sallaberry y (Gerardo) Amado. Lo
hizo de modo muy efusivo y les dijo
que ellos le enseñaron todo su cami-
no político. A mí me cayó mal, por-
que tenemos recuerdos malos de esa
época. Es un karma que le quedará a
este chico”.
Ana Aguirre, en un acto realizado
en la Plazoleta Nelly Dorronzoro, se
refirió a la proyección de su lucha en
el futuro. “Siempre esperé este mo-
mento que hoy estamos viviendo las
Madres. Cuando hablaba, muchas ve-
ces dije que al árbol le estaban na-
ciendo hojitas muy chiquitas, pero
muy verdes. Que esas hojitas iban a
crecer e iban a ser nuestra esperan-
za. Hoy, gracias a Dios, han crecido
muchas de ellas y hoy esas hojas son
los jóvenes que nos acompañan. Esa
juventud que, más allá de todas las
cosas propias que tienen los jóvenes,
se ocupan, porque les interesa saber
qué pasó, porque a fuerza de tan-
to escucharnos se les va ganando la
duda a ellos en la cabeza”.
“Nosotras siempre les repetimos
una y otra vez lo mismo: tienen que
conocer lo que pasó. Si hay que ir al
colegio primario y hay que aprender
quiénes fueron nuestros próceres,
cómo se hizo la historia argentina,
también hay que aprender de hace un
tiempo a esta parte, que la historia
argentina tiene otra parte. Una parte
que muestra 30 mil seres desapareci-
dos”, expresaba.
“Nosotras no queremos, ninguna
de nosotras queremos, que vuelva a
caer ningún chico más por estas des-
graciadas acciones de los asesinos
que nos quitaron los hijos. Anoche,
mientras estábamos en la vigilia,
pensaba qué contentos estarán los
chicos, aunque no tengan voz para
decirlo. Quiero que sepan que mis
hijos anoche y hoy, como siempre
digo, están presentes aunque no los
podamos ver, aunque no los podamos
oír. Ellos tienen que haber disfrutado
de todo esto que va renaciendo y que
nos va dando fuerza a las viejas para
poder seguir adelante”, decía.
Acto en la Plazoleta
Nelly Dorronzoro.
Rosa y un cartel
con nombres
de detenidos
desaparecidos.
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