Vi concurso



Yüklə 31,87 Kb.
tarix15.03.2018
ölçüsü31,87 Kb.
#32490



Bajo el gran cielo azul
El hombre, encorvado hacia adelante, acercaba la cabeza todo lo que podía al manuscrito que tenía ante sí. Había perdido visión debido a su avanzada edad y le costaba horrores progresar en el texto.

Tan abstraído estaba intentando dilucidar que había escrito que no escuchó acercarse al hermano Cirilo. Éste carraspeó temiendo importunar la lectura de su superior. Al fin, percatado de su presencia, el anciano giró la cabeza y observó la enjuta figura del monje.

—Lea esto —dijo tendiéndole el manuscrito sin ni siquiera preocuparse por saber la razón que había llevado a Cirilo hasta allí.

Éste frunció el ceño, confuso.

—Léalo. En alto —insistió con voz severa a modo de orden—. Sáltese el comienzo y vaya al primer año que aparece.

El monje obedeció dando comienzo a la lectura tras hallar el número:


«Ese aciago día del año 67461 quiso el Señor que no perdiera la vida. Un jinete de entre los cientos que sembraban el horror a su paso por Vladímir había reconocido en mí el rostro de mi padre. Qué en la Gloria esté. El mongol, o tártaro como son conocidas todas esas gentes aquí en la tierra rusa, hablaba nuestra lengua y había visitado nuestras ciudades. Sabía que en Vladímir estaban los mejores canteros y arquitectos y mi padre había sido uno de los más hábiles de toda la tierra rusa. Que yo siguiera sus pasos podía ser de utilidad para el jaghan, por lo que me perdonó la vida a cambio de mi libertad.

Antes de que terminara el año fui llevado a la capital de los mongoles, Qara Qorum, y arrojado a una celda.


En el año 6747 estuve por primera vez en presencia del jaghan de los mongoles, llamado Odogei, El soberano quiso ponerme a prueba antes de decidir qué hacer conmigo. Debí tallar una pequeña tortuga y dirigir la construcción de un almacén para el grano.

Superé la prueba. La primera de muchas. Pues uno siempre estaba a prueba al servicio del jaghan.

Con más libertad para moverme por Qara Qorum pude fijarme en la distribución de la ciudad. Se trataba de una ciudad amurallada de planta rectangular con cuatro puertas orientadas a los cuatro puntos cardinales. En las puertas que daban al Este y al Oeste había mercados de grano y de ovejas y cabras. En las puertas orientadas al Norte y Sur, de caballos y bueyes. Además, en cada una de las esquinas de la fortaleza, había una tortuga gigante esculpida en granito con una bandera ondeando en la parte superior.

La ciudad contaba con zonas diferenciadas para sarracenos y artesanos chinos, siempre deseosos de ganarse el favor del jaghan. También había cristianos y budistas.

Era una ciudad bulliciosa con personas venidas de todas partes del mundo. El jaghan era un hombre tolerante al parecer y había permitido la existencia de templos budistas, de una iglesia cristiana y de mezquitas para los sarracenos. Pero para él sólo el Gran Cielo Azul era quién determinaba su sino.

El edificio más importante era el Palacio de la Paz Infinita, donde residía el jaghan. Era un enorme palacio de piedra con sesenta y cuatro columnas bañadas en oro sobre una plataforma especial. El suelo estaba revestido de verde mientras que el tejado era rojo y verde. Las paredes tenían diversos cuadros. Adyacentes al palacio estaban las dependencias y castillos de los descendientes y familiares del jaghan, así como de sus consejeros y hombres de confianza. Completándolo todo había gran cantidad de casas de culto, edificios comerciales y viviendas tanto de locales como de extranjeros. Pero lo que más me cautivó fue un castillo cuya entrada parecía ser la de un jardín. Tenía numerosos lagos donde se reunían una incontable cantidad de aves.


En el año 6750 murió el jaghan Odogei. Antes de que se eligiese a uno nuevo, pasé a servir a una mujer llamada Sorgaqtani, viuda de un hermano de Odogei, hijo del primer jaghan al que todavía se recordaba como ejemplo a seguir, Chinguis o Temuyín.

Sorgaqtani era una piadosa cristiana. Nunca había conocido mujer más inteligente. Gozaba de una elevada posición en la Corte y Odogei la había considerado una de sus mejores consejeros. Su influencia y poder sólo se veían eclipsados por la viuda de Odogei: Toreguene.

Que yo fuera cristiano había captado la atención de Sorgaqtani, quien me tomó bajó su protección y a su servicio en cuanto tuvo la más mínima ocasión.
En el año 6754 se eligió a un nuevo jaghan. Güyug, hijo de Toreguene. Su elección tuvo lugar en una asamblea que los mongoles llaman kurultai. Se celebró en un campamento a las afueras de Qara Qorum y a ella asistieron multitud de dirigentes extranjeros que habían sido conquistados por los mongoles o eran vasallos suyos. Habían venido a rendirle homenaje y pagarle tributo. Cuál sería mi alegría al encontrar entre ellos al nuevo Gran Príncipe de Vladímir, Yaroslav y a otros de Rus componiendo su séquito.

En aquél momento albergaba la vana ilusión de que me permitirían regresar a mi hogar en cuanto Yaroslav y su comitiva lo hicieran.

La entronización de Güyug tuvo lugar en otro campamento al que yo no acudí. Sorgaqtani me había mandado de regreso a Qara Qorum. Sería cuando cambiaría mi destino por segunda vez en la vida. Hasta ese día, al servicio de esa gran mujer, mi vida no había sido mala. La mayor parte del tiempo estaba en la capital. De vez en cuando se me hacía viajar a tierras que eran de su patrimonio. La ciudad que más visité tenía por nombré Gansu, que se encontraba en el norte de Catay y al sur de Qara Qorum. Pero no había día que no pensara en Rus. Eso cambió cuando, obedeciendo las órdenes recibidas, conocí a la mujer más hermosa que mis ojos hayan visto alguna vez. Se llamaba Margit. Tenía una larga melena castaña como la miel y unos ojos azules como el hielo que derritieron mi corazón nada más verla. Su delicado rostro como el alabastro parecía haber sido esculpido por ángeles. Al instante quedé prendado de tan bella y devota mujer. Margit era una húngara hecha prisionera y que iba a convertirse en una nueva sirviente de Sorgaqtani.
En el año 6755 fue cuando el Gran Príncipe Yaroslav y su comitiva fueron permitidos regresar a Rus, un mes después de que Güyuq se convirtiera en el nuevo jaghan. Antes de su marcha, el Príncipe y la madre del jaghan, Toreguene, habían compartido comida y bebida a petición de la mujer, que quiso honrar al rus ofreciendo alimento y bebida de sus propias manos. Cuando Yaroslav partió de regreso a Rus, le vi mala cara. Los malos presagios se confirmarían a la semana de irse cuando murió y su cuerpo se volvió azul. Todos sospecharon de Toreguene. La pérfida mujer murió dos meses después.

Yo cada vez pasaba más tiempo con Margit. Qué bella e inteligente mujer de corazón puro y bondadoso. Parecía que a ella le agradaba mi compañía, lo que me hacía sentir muy afortunado. Con el paso de los días, sin que ninguno de los dos desatendiéramos nuestras tareas, nos hicimos inseparables. Antes de que terminase el año, nos casamos en una iglesia de Gansu con la bendición de Sorgaqtani, que nos proporcionó un hogar en Qara Qorum para vivir juntos.


En el año 6756 el jaghan Güyug recibió a dos príncipes de Rus. Se trataba de los hijos de Yaroslav, Andréi y Aleksandr, al que llamaban Nevski.

Batú, un nieto de Temuyín, era el jan que sometía a la tierra rusa. Estaba subordinado al jaghan de Qara Qorum. Este jan había hecho acudir a los hijos de Yaroslav a su campamento a orillas del Volga antes de que los príncipes fueran requeridos por Güyug, quien no se llevaba bien con Batú. El jaghan dio un buen recibimiento a Aleksandr y Andréi. Yo intercambié unas palabras con los príncipes. Eran más jóvenes que yo, que ya contaba con treinta años.

Siempre era agradable recibir noticias de Rus, pero ya no se pasaba por mi cabeza volver. Ahora mi hogar estaba allá donde Margit estuviera. Y donde Sorgaqtani dispusiera. Íbamos a tener un hijo al año siguiente. Pero eso no era un impedimento para que la oscuridad acechara. Un alto funcionario encargado de los impuestos y próximo al jaghan había puesto sus ojos en mi amada esposa e intentaba presionar a Güyug para que se la quitara a Sorgaqtani y se la entregara a él. Mi corazón estaba encogido por el miedo. Margit apenas podía dormir a pesar de que la buena y piadosa Sorgaqtani nos había prometido que eso nunca sucedería. El nombre de este pérfido ser era Altan.
En el año 6757 vino al mundo mi hija. Ese mismo año murió el jaghan Güyug. Antes había llamado a Batú a reunirse con él. Pero al mismo tiempo se estaba preparando para una gran campaña militar. Sorgaqtani nos confesó que no se trataba de una campaña contra Rus y el oeste de Rus, sino contra Batú. Antes de que se produjera el encuentro, Güyug murió. Con presteza, Sorgaqtani envió a su hijo mayor, Möngke, a Batú. Ella esperaba que uno de los dos se convirtiera en el próximo en acceder al trono mongol.

En ese momento fue cuando más peligroso era estar al servicio de Sorgaqtani. La disputa entre su familia y la de Odogei y otras por ver quién se convertiría en nuevo jaghan ponía una diana en la espalda a cualquiera que estuviera en el bando equivocado. Y a pesar de que Güyug había muerto, Altan, que ansiaba a mi Margit, había aumentado su acoso desde que nuestra hija había venido al mundo. Acontecimiento tan feliz como el de tener un hijo, se había convertido en un calvario. Por fortuna, gracias a los cielos, fuimos bendecidos con una hermosa y sana hija a la que pusimos por nombre Anna. Quiso el Señor que naciera el día de Navidad. La felicidad era casi completa. Pero como somos pecadores indignos de la gracia divina, pronto las preocupaciones por mantener a mi familia unida y a salvo ensombrecieron la dicha del nacimiento y el amor de mi amada Margit. Ella también comenzó a tener miedo por el futuro, pero eso no impidió que cada día mis ojos la vieran más bella con Anna cogida en sus brazos. Cuan más feliz podríamos estar, más convulsos eran los tiempos que nos tocaban vivir.


En el año 6758 nació mi segundo vástago, un niño al que llamamos Mstislav. Hasta el momento había sido el mejor año de todos los que me había tocado vivir. Las preocupaciones parecían haber desaparecido y el cielo resplandecía más azul que nunca. El pérfido Altan había dejado de molestar e interferir en nuestra apacible y feliz vida. Los bellos ojos azules de Margit volvían a brillar y su cálida sonrisa volvía a inundar el hogar con su amor y ternura. Un sentimiento de felicidad me acompañaba allá donde mis pies me llevaran. Margit se sentía tan alegre como yo. Todo era prosperidad. Sorgaqtani, quien había dispensado a Margit de la mayor parte de sus tareas como premio a su fidelidad y buen hacer, estaba ocupada intentando hacer jaghan a uno de los suyos. Y parecía que así iba a suceder. Su hijo Möngke había sido elegido como tal en un kurultai celebrado en el territorio de Batú, muy lejos de Qara Qorum, por lo que no fue reconocido como jaghan por todos. No era suficiente. Pero las facciones rivales, en especial la sucesora de Odogei, habían perdido fuerza.
En el año 6759 fue cuando lo perdí todo. En verano se celebró un nuevo kurultai en el que Möngke se convirtió en el jaghan. Comenzó lo más pronto que pudo a deshacerse de los corruptos y malos gobernantes que eran próximos al anterior jaghan y a su familia, o que el mismo Güyug había colocado en puestos de relevancia. Se auguraba un próspero reinado beneficioso para el pueblo. Altan, que parecía haberse olvidado de Margit y de mi familia, reapareció antes de que el nuevo Möngke le quitara de su puesto y le otorgara un castigo digno a su malévola persona. En el día de la festividad de la Santa María Magdalena, al volver a casa, me encontré con el cuadro más horrible que uno pudiera encontrarse jamás. Lo primero que mis ojos vieron fue a dos muñecos colgando del techo de sendas cuerdas. ¡Mis amados hijos! Sin saber bien si era real o producto de algún horrible maleficio, sentí que pisaba un charco de agua. Pero estaba equivocado. Bajé la mirada para ver de qué se trataba. ¡Era sangre que salía de mí amada y bendita Margit! Había sido destripada y se arrastraba por el suelo lentamente, desesperada, con fuerzas que ya no poseía, mientras intentaba llegar a dónde colgaban inertes nuestros inocentes hijos a unos pasos de distancia. El tiempo se detuvo. Mi corazón también. Tardé un tiempo en reaccionar. Cuando lo hice, y comprobando que nada podía hacer ya por salvar a mis hijos, me senté en el charco de sangre junto a mi Margit y la estreché entre mis brazos antes de que exhalase el último aliento. Le acaricié su pelo y le aseguré que todo iría bien y que Anna y Mstislav estarían a salvo y felices. Todos juntos. Pasó poco tiempo hasta que su vida se escapó de su cuerpo mutilado. Llorando como nunca creí que fuera posible hacerlo, me levanté y descolgué los cuerpos fríos de unas inocentes criaturas, ¡mis criaturas!, que debían estar rebosando vida y no de ese color violáceo tan espantoso de seres endemoniados y no de angelitos como mis hijos eran. Qué pecados podrían haber cometido para semejante castigo, es algo que no he dejado de preguntarme ni un solo día. Después, reunida toda mi familia en el suelo, muerta, los contemplé con los ojos anegados en un mar de lágrimas. Poco a poco mi corazón empezó a latir con fuerza y me respiración a excitarse. Clamaba venganza. Un grito desgarrador salió de mi garganta. Salí en busca de Altan, pero mi cólera fue apaciguada por unos guardias y unos golpes ante mi feroz resistencia. Hubiera hallado la muerte, algo que no quería obtener antes de que pudiera vengarme, si no hubiera sido porque me conocían y sabían a quién servía. En vez de eso, me encerraron en una celda. Pasarían varios días antes de que me sacaran de allí. Fue Arig-Buga, otro hijo de Sorgaqtani, quién me liberó y me hizo jurar que no haría nada. Con su ayuda, y con la de Sorgaqtani, di cristiana sepultura a mi familia.

A pesar de mi larga vida nunca me he liberado de tan horrendos recuerdos. Me habían arrojado, expulsado del paraíso. Y tenía que vagar sólo por un mundo de tinieblas.


En el año 6760 murió Sorgaqtani. El fatídico suceso tuvo lugar cuando los mongoles celebraban la festividad del Año Nuevo. La gran mujer fue enterrada en una iglesia en Gansu. Yo, que vivía como fantasma, pasé a servir a su hijo Arig-Buga, que también simpatizaba con los cristianos. Además colaboraba en los proyectos del jaghan para Qara Qorum. Möngke había decidido ampliar el Palacio de la Paz Infinita. También decidió construir una stupa y encargó a un orfebre latino que construyera un árbol de plata del que emanasen bebidas.

El mismo día de la festividad de Santa María Magdalena, fecha en la que mi familia fue brutalmente asesinada el año anterior, me encontré una nota al llegar a casa con una dirección a la que debía acudir. Como nada tenía que perder, fui sin pensarlo. Debía salir de la ciudad por la puerta que daba al Norte e ir a un establo. No tuve problemas. El lugar estaba desértico si no fuera por los animales. Llamé. Pero nadie contestó. Al final escuché un quejido proveniente de una de las cuadras. Me acerqué no sin cierto temor. Cuál fue mi sorpresa al ver allí tirado sobre mierda de caballo a Altan. Estaba malherido y amordazado, pero vivo. Se me iluminaron los ojos. En un madero hallé diversos cuchillos y herramientas. Sonreí sólo al imaginarme todo lo que podía hacer a ese malnacido y de inmediato comencé a satisfacer mi apetito de sangre. Para empezar le corté la lengua. Le desollé poco a poco. Mi satisfacción crecía cuanto más dolor le infligía. Le saqué los ojos. Le castré. Le corté todos los dedos. No quería matarle con rapidez, sólo que sufriera una larga y dolorosa agonía. Antes de que llegara el amanecer, me detuve. Pensé. Pero… Decidí concluir. Le destripé y esperé hasta que murió. Salí del establo. Allí me aguardaba un caballo con comida, un salvoconducto para Sarai, la ciudad que se hizo construir Batú a orillas del Volga, y una carta para el jan. Me monté en el animal y me fui sin mirar atrás. A mi espalda dejaba lo mejor y lo más horrible. En aquel lugar dejaba mi alma.


En el año 6761 regresé a Vladimír. Aleksandr Nevski era ahora el Gran Príncipe.

Decidí que debía recuperar mi alma, si es que eso fuera ya posible.


Qué lo aquí escrito sea mi confesión.

Yo Iziaslav, bautizado como Demetrius, un humilde monje de un humilde monasterio; he escrito esta crónica confesión en la esperanza de obtener misericordia del Señor Todopoderoso, en tiempos de Dmitri, reinando él en Vladímir, en el año 6790, el 10º año de la indicción.

Que quien lea este relato me tenga presente en sus oraciones.»
Cuando Cirilo terminó la lectura, se hizo un largo silencio que él mismo osó romper:

—Está todo preparado. Cuando disponga, daremos sepultura al hermano Demetrius.

—Parece que terminó de escribir hace unos meses antes de caer enfermo —comentó en voz alta—. Vaya, hermano Cirilo. Yo lo sigo en un momento.

Nadie antes había conocido el oscuro y trágico secreto de Demetrius, monje muy querido y respetado por sus hermanos.




1 Año 6746: 1 de septiembre de 1237 a 31 de agosto de 1238

X CONCURSO DE RELATOS DE HISLIBRIS Página


Yüklə 31,87 Kb.

Dostları ilə paylaş:




Verilənlər bazası müəlliflik hüququ ilə müdafiə olunur ©genderi.org 2024
rəhbərliyinə müraciət

    Ana səhifə