117
parecidas a las de Bulágoras en la Samos del siglo III, y los honores apenas si fueron
un poco más fastuosos: una corona anual, un asiento delantero en el teatro para el
personaje y sus descendientes y una estatua de mármol (Austin 215, OGIS 339). El
tono era todavía muy cívico.
Las relaciones entre los sexos y la identidad individual
La variedad de cambios en la sociedad ciudadana han sido examinados por
historiadores: los cambios en la estructura de clases, en la distribución de la riqueza,
en el papel de los individuos y su sexo. Aunque la representación literaria de las
mujeres no necesariamente es indicio de un vuelco radical en las relaciones sociales,
hay cambios en la posición pública de las mujeres.
El hecho de que algunas mujeres regias fueran figuras poderosas pude haber
afectado el modo en que las demás mujeres fueron consideradas. El relato de
Plutarco acerca del papel desempeñado por las espartanas en las «revoluciones» del
siglo III parece indicar realmente un cambio en el modo en que fueron consideradas
las mujeres, en comparación, por ejemplo, con la Atenas clásica.
111
Se ha pensado
que las espartanas eran diferentes; Aristóteles (Política, 2. 6. 1265b-1266a) señala
que poseían propiedades y eran activas políticamente. Algunas mujeres de Plutarco
encarnan el carácter espartano ejemplar, como la madre del rey Agis IV (r. c. 244-
241), Agesistrata, de quien se dice que camino a ser ejecutada habría dicho: «¡Ojalá
que esto sea en bien de Esparta!» (Plutarco, Agis, 20). En el mismo episodio,
Plutarco relata la ejecución de Cratescleia, madre del rey Cleómenes, y destaca el
valor de la joven viuda innominada de Panteo, uno de los soldados más valientes del
rey. Los vividos detalles que ofrece sugieren que por una vez pudo tratarse de un
acontecimiento real, descrito para Plutarco por sus fuentes, aunque embellecido al
contarlo una y otra vez. Sin embargo, en su pluma se convierte en una prueba de su
propia filosofía moral: «Lacedemonia [Esparta], pues, habiendo puesto en
contraposición y competencia en esta tragedia el valor de unas mujeres con el de los
hombres, hizo ver que la virtud no puede ser nunca ofendida y agraviada por la
fortuna» (Plutarco, Cleómenes, 39.1).
112
Un interés no inferior suscita Agiatis, viuda de Agis. Su marido había sido
asesinado por instigación de Leónidas, padre del otro rey, Cleómenes III, y Leónidas
la había casado con éste. En el relato de Plutarco, que debe mucho al favorable
memorial de Filarco, aparece como una reformadora digna de la memoria de su
difunto marido:
Agiatis había heredado la cuantiosa herencia de su padre Gilipo,
y era en la edad y en la belleza la más aventajada de las griegas, y en sus
costumbres y conducta sumamente apreciable. Dícese por lo mismo que
nada omitió para que no se la hiciera aquella violencia, pero enlazada con
Cleómenes, aunque aborrecía a Leónidas, era buena y cariñosa esposa de
aquel joven, el cual, además, se había enamorado de ella; y en cierta
manera participaba de la memoria y la benevolencia que de Agis
conservaba su esposa; tanto que muchas veces le preguntaba sobre
aquellos sucesos, y escuchaba con atención la relación que le hacía de las
ideas y proyectos que tenía Agis.
118
(Plutarco,
Cleómenes, 1)
Tal como lo presenta Plutarco, Agiatis es la responsable de las acciones
posteriores de Cleómenes. Es difícil distinguir el hecho concreto de la proyección
retrospectiva de ideas posteriores sobre lo que había sido Esparta en el siglo III.
Agesistrata y Agiatis podían realmente haber encarnado lo que consideraban ser los
ideales de su sociedad; no es posible que nuestras fuentes estén absolutamente
equivocadas sobre la fuerza de esas aspiraciones. Sin embargo, podemos estar
razonablemente seguros de que esas mujeres, como las mujeres de la realeza en otras
partes, ejercían su influencia dentro de un sistema de valores dominado por los
hombres. Quizá sólo en el período helenístico tardío fue puesta en cuestión la imagen
exclusivamente masculina del rey, por cuanto las reinas ptolemaicas ejercieron el
poder efectivamente.
113
Entre las mujeres que no pertenecían a la realeza, sabemos de poetas tales
como Erinna (Lefkowitz y Fant, n.° 9-10), que al parecer escribió las reminiscencias
de sus amigas; pero se conoce poco de su vida, e incluso es posible que algunos de
sus poemas, como otras obras atribuidas a mujeres en este período, hubieran sido
escritas por hombres.
114
En la la historia espartana suelen aparecer nombres de
mujeres en las listas de triunfos de las carreras de carros en los festivales (Lefkowitz
y Fant, n.° 45-47), indicando que eran propietarias del carro y del tronco de caballos
(antes que ser las conductoras).
115
Otras mujeres importantes fueron las compañeras
de los filósofos, a las que se les atribuye ingenio y talento. La historia de Crates el
Cínico y su mujer Hiparquia es contada por Diógenes Laercio (c. 200-250 a.C.) en
sus Vidas de filósofos:
Adoptó su mismo traje, iba a todas partes con él y se asoció con
él
116
en público; iba a los banquetes con él. Una vez, cuando fue a un
banquete en casa de Lisímaco, confundió a Teodoro llamado el Ateo,
usando el siguiente truco de lógica: si una acción no podía ser
considerada errónea cuando la hacía Teodoro, no podía ser tampoco
errónea cuando la hiciera Hiparquia. Por tanto, si Teodoro no hace nada
malo al darse golpes a sí mismo, Hiparquia no hace nada malo si golpea a
Teodoro.
(Diógenes Laercio, 6. 96-98; Lefkowitz y Fant, n.° 43)
Cuando Teodoro trata de humillarla con una sarcástica referencia a las
ocupaciones propias de las mujeres, Hiparquia responde: «Teodoro: ¿no pensarías
que he empleado mal mi tiempo, si lo hubiera desperdiciado tejiendo en vez de
emplearlo en mi educación?». Era considerada una filósofa con talento propio, al
igual que Leoncione, la compañera del filósofo Epicuro, la cual incluso escribió
sobre filosofía.
117
No debemos exagerar el significado de estos ejemplos, como si testimoniaran
la existencia de un sistema educativo que hubiera sido ampliamente accesible para
las mujeres;
118
estos ejemplos aparecen en relación con filosofía y estilos de vida
anti-ortodoxos. Había habido antes algunas mujeres notablemente educadas, siendo
la más famosa la amante de Pericles, Aspasia, en la Atenas del siglo V. Por otra
parte, hay indicios de que ahora era perfectamente aceptable, aunque no habitual, que
una mujer fuera muy educada. He aquí, por ejemplo, la lápida de una mujer de