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poder, etc.) y definir con precisión el uso de determinados términos de análisis tales
como imperialismo o economía. Podemos así evitar imponer un esquema rígido o
radical al que es con seguridad el período más complejo de la historia griega, e
intentar que aflore la diversidad de culturas, de formas sociales y de paisajes.
LAS FUENTES LITERARIAS
En cuanto nos proponemos entender el período, nos encontramos con el
problema de cómo enfocar e interpretar los datos, que tienen un carácter bastante
diferente de aquellas disponibles para el período clásico precedente.
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Los «fragmentos»
Al leer sobre la historia helenística, es usual encontrar el término, rara vez
explicado, de «fragmento». A veces un fragmento es eso precisamente: un trozo roto
de papiro o la página arrugada de un manuscrito medieval de pergamino o vitela. Sin
embargo, las más de las veces se usa «fragmento» para referirse a una cita o resumen
de un autor perdido en las obras de un autor conservado. La razón de por qué estas
citas son tan importantes es que, para el período posterior a Alejandro, no existe una
narrativa contemporánea ininterrumpida. Algunas obras de historia desaparecieron
porque fueron releídas y copiadas con menos frecuencia en una época en que el
público lector romano prefería resúmenes y compendios (tales como el epítome de
Justino a partir de Trogo, véase más abajo). Por tanto, era muy probable que las
copias preservadas en las bibliotecas de obras más antiguas fueran únicas, de modo
que cuando se destruía una biblioteca la obra de un autor podía perecer para siempre
(sobre la destrucción de las bibliotecas en la Alejandría helenística tardía y romana,
véase más adelante). Por ello dependemos de autores posteriores que citan (o parecen
citar) obras perdidas, muchas veces escritas siglos antes de su época.
Un autor que ha preservado las palabras y las ideas de muchos originales
perdidos es Ateneo de Náucratis o de Alejandría (c. 200 d.C.), cuyo extensa obra,
Deipnosophistai (El banquete de los eruditos), contiene una serie de anécdotas de
autores anteriores, que comprende a muchos del período helenístico. En este extracto
transmite las observaciones sobre las curiosidades naturales de un historiador del
siglo II a.C:
Polibio de Megalópolis, en el libro 34 de las Historias, cuando
habla de la tierra de Lusitania en Iberia, dice que hay encinas en el fondo
del mar, cuyas bellotas comen los atunes, engordándose.
(Aten. 7. 302 e)
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El geógrafo Estrabón, del siglo i a.C., (pp. 40-41) conserva un trozo que es
claramente otra parte del mismo pasaje:
Produce tanto fruto que después de su sazón aparece cubierta de
bellota la costa, tanto la del lado de acá como la del más allá de las
Columnas, que arrojan las mareas; pero la de la costa de más acá de las
Columnas es siempre más pequeña y se encuentra en mayor cantidad.
Polibio afirma que esta bellota llega hasta la costa latina, «a no ser, dice,
que la produzcan también Sardón y las comarcas vecinas».
(Estrabón, 3. 3. 6 [145])
La segunda frase de este extracto se coloca junto a la cita de Ateneo en las
reconstrucciones del libro 34 de Polibio.
Otras obras que son ricas fuentes de fragmentos son los trabajos de carácter
enciclopédico. Etnika de Stefano de Bizancio, compuesta en el siglo VI d.C., queda
sólo en la forma de un defectuoso compendio que guarda información sobre los
nombres de las ciudades griegas principalmente.
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Los Suidas o (Suda), una
enciclopedia histórica que data de aproximadamente de 1000 d.C. compilada a partir
de obras de referencia más antiguas, contiene muchos fragmentos valiosos de
escritores perdidos, mientras que otras compilaciones tardías como el Onomastikon
de Pólux (escrito en el siglo II d.C., pero conocido sólo a partir de un sumario mucho
más tardío) contiene muchos restos útiles de conocimientos de la antigüedad.
Los textos de autores cuyos trabajos quedan sólo en fragmentos fueron
recopilados por Jacoby en su obra (inacabada) Die Fragmente der griechischen
Historiker, en la que asignó a cada autor un número (generalmente precedido por
FGH, FgrH o FgrHist).
Los escritos sobre Alejandro
Aunque la invasión de Asia por Alejandro representa sólo una parte del
preludio al período helenístico, las obras escritas sobre Alejandro durante la primera
parte de él fueron significativas, tanto para la cultura contemporánea como para la
escritura de historia. La importancia de Alejandro para las personas de la siguiente
generación es confirmada por una serie de trabajos escritos sobre él, que son
conocidos sólo indirectamente, a partir del uso hecho de ellos por los historiadores
posteriores que han perdurado, principalmente Arriano y Curcio.
La tradición más confiable fue inaugurada por Ptolomeo, el primer rey
macedonio de Egipto, que escribió una memoria personal de la expedición, y por
Aristóbulos de Casandrea (FGH 139), que sirvió a Alejandro y más tarde compuso
una semblanza sumamente favorable del rey. Ambos se basaron en el trabajo de
Calístenes (Calístenes; FGH 124; p. 287), a quien Alejandro nombró historiador
oficial pero luego mandó ejecutar. La fuente originaria de la otra tradición «común»
fue probablemente Clistarco de Alejandría (FGH 137), quien a finales del siglo IV,
escribió una historia de Alejandro utilizando probablemente relatos de primera mano.
Las historias que han quedado incluyen ejemplos de ambas tradiciones
historiográficas. Arriano de Nicomedia (Lucius Flavius Arrianos Xenophon, c. 80-
160 d.C.), un griego de Bitinia que fue funcionario bajo los romanos, asegura haber