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Las inscripciones hacen importantes contribuciones a la historia ptolemaica, e
incluyen desde los documentos públicos monumentales como la Piedra Rosetta a las
numerosas lápidas inscritas en griego y en demótico de ciudades y aldeas. Lo que
falta es un tipo de documentación ciudadana como la que tenemos de Atenas y las
demás poleis del mundo egeo; ese tipo de organización política no existió en Egipto,
fuera de las ciudades griegas de Alejandría, Ptolomea y Náucratis.
Entre las fuentes literarias, podemos destacar a Diodoro Sículo (siglo I a.C.)
cuyo primer libro está dedicado a la topografía, costumbres e historia egipcias y se
basa ampliamente en el autor del siglo IV, Hecateo de Abdera y en Agatárquides de
Cnido.
La tendencia a subutilizar las fuentes demóticas está corrigiéndose
lentamente. A la vez, se está comenzando a percibir que en muchos aspectos la
cultura egipcia era bilingüe. Muchas personas, por ejemplo, tenían dos nombres, y
había un completo sistema legal egipcio que funcionaba paralelamente a la ley griega
introducida por los Ptolomeos. Los contratos entre los egipcios se escribían todavía
en demótico, utilizando un complicado sistema de testigos y copias múltiples. Hacia
finales del siglo III fue simplificado, quizá por influencia de la ley griega, hasta con
dieciséis testigos listados en una copia única principal (los contratos griegos sólo
tenían seis testigos). Finalmente, a inicios del siglo III o II, los agoranomoi públicos
(«notarios», no como en Grecia, superintendentes comerciales) podían escribir los
contratos en griego sin necesidad alguna de testigos, aunque desde mediados del
siglo II los grapheia (notarías) guardaban copias de los contratos; cuando el contrato
estaba en demótico, un resumen y la fecha también se consignaban en griego. Con
estos estímulos el griego comenzó a desalojar al demótico como la lengua normal
para estos propósitos. Sin embargo, el uso persistente de las formas legales nativas,
cuya validez era aceptada en la práctica griega, debe haber desempeñado un papel
esencial en mantener el sentimiento de identidad propia de los egipcios.
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Debido a que su preservación es desigual en el espacio y el tiempo, y a las
condiciones de su creación, existe el peligro de que la abundancia de nuestros
testimonios escritos sobre Egipto pueda hacer que los historiadores se confíen
demasiado. Los papiros, ostraca e inscripciones nos hablan principalmente sobre la
vida en zonas particulares de la chôra, el territorio rural fuera de las ciudades
principales; la literatura y la historiografía preservadas se concentran en Alejandría y
el mundo de la corte y el rey. Ademas hay una carencia relativa de vestigios
arqueológicos de Alejandría, una ciudad habitada continuamente desde su fundación
(aunque el cuadro no es tan escueto como hace una generación).
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Sería erróneo
generalizar con demasiada facilidad sobre la vida en el delta y Alejandría a partir de
la economía y la sociedad de El Fayum, así como lo sería tomar la literatura y la
ciencia de la capital como típica del Egipto ptolemaico en su conjunto.
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Ostracón de Hor, de Saqqara. (Reproducido de Ray, Archive of Hor, lám.
3, con la autorización de la Egypt Exploration Society.)
LA DINASTÍA PTOLEMAICA
Desde Soter a la batalla de Rafia (323-217 a.C.)
Ptolomeo (Ptolemaios), hijo de Lago (de donde se deriva lagidai o lágidas,
nombres alternativos para la dinastía), llamado Ptolomeo I Soter («el salvador», r.
323-282), asumió el poder como sátrapa en 323 en nombre de Filipo III Arriadeo.
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Desde c. 331 Egipto había sido gobernado por Cleómenes de Náucratis (o
Alejandría), uno de los designados por Alejandro que se había establecido como
sátrapa efectivo, o verdadero, hacia la época de la muerte de Alejandro y dejó a
Ptolomeo 8.000 talentos cuando éste entró en su satrapía. Cleómenes era
evidentemente un administrador eficiente, por no decir despiadado. Los Oikonomika
atribuidos a Aristóteles nos dice cómo manipuló el precio del trigo durante una
escasez, y estafó a los sacerdotes egipcios para que renunciaran a los tesoros del
templo ([Arist.] Econ. 2. 2. 33. 1352 a-b). El discurso contemporáneo del tribunal
ateniense Contra Dionisodoro asegura que fue responsable de hacer subir
artificialmente el precio del trigo (Demóstenes, 56. 7).
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En algún momento entre 323
y 320, no obstante, Ptolomeo hizo asesinar a Cleómenes, por la sospecha de que era
partidario de Perdicas el quiliarca (Paus. 1. 6. 3), que ahora tenía sus designios
puestos en Egipto.
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De Alejandro y Cleómenes, Ptolomeo heredó una administración
estrictamente estructurada que controlaba el trabajo de la población agrícola y
aseguraba un constante flujo de impuestos a las arcas reales; pero modificó el aparato
administrativo existente. Para legitimar su dominio se presentó de modo solícito ante
la población, tanto en Egipto como en el mundo exterior. Ante la población egipcia
nativa y su élite sacerdotal parece haberse comportado desde el comienzo como el
sucesor legítimo de Alejandro; Diodoro (18.14) dice que se comportaba
generosamente con los nativos en su época, lo que probablemente reflejaba la
tradición faraónica de que cada nuevo soberano debía públicamente conceder ciertas
mercedes.
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En el contexto grecomacedonio dio pasos para hacer que su posición
pareciera particularmente legítima, apoderándose del cuerpo momificado de
Alejandro mientras era llevado a Macedonia para ser enterrado, y colocándolo en
Menfis, la antigua capital sagrada. Después dejó claro el papel simbólicamente
principal de Alejandría edificando un espectacular sepulcro para Alejandro
(posteriormente Ptolomeo IV Filopátor edificó a su alrededor un mausoleo, el Sema
o Monumento, para guardar las tumbas de Alejandro y de todos los Ptolomeos).
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En las guerras de los diadocos Ptolomeo parece desempeñar sobre todo el
papel de observador, aprovechando ocasionalmente los conflictos de sus rivales o
influenciando en el resultado para sacar provecho. Se apoderó de Celesiria en 318,
aunque finalmente Antígono la conquistó. Ayudó a Seleuco a recuperar Babilonia,
aunque esto no fue garantía de una alianza permanente. Después de Ipso (301), otra
vez se adueñó de parte de Celesiria y tomó parte del Asia Menor suroriental. A
finales de la década de 290 o inicios de la de 280 la liga de los insulares, fundada en
315-314 por Antígono Monoftalmo para controlar las rutas marítimas egeas, se
convirtió en ptolemaica
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y fue nombrado un nêsiarchos («comandante de las islas»)
(Austin 218, Burstein 92,
Syll3 390; y Austin 268, OGIS 43).
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Evidentemente
Ptolomeo no se contentaba con permanecer en su reino y consolidar el poder de su
familia en Egipto; las razones para sus aventuras ultramarinas serán consideradas con
más amplitud más adelante.
Después de gobernar durante treinta y ocho años, en 285 Ptolomeo promovió
a su hijo Ptolomeo II, más tarde llamado Filadelfo («el que ama a la hermana», r.
285-246), al estatus de corregente; murió dos años más tarde. El longevo Filadelfo
creó o disfrutó de un período de estabilidad relativa, durante el cual la reputación
cultural de Alejandría alcanzó un nivel espectacular (capítulos 7 y 9). Una narración
detallada de la estrategia exterior ptolemaica de mediados del siglo III no es posible,
pero además de agregar la importante base naval de Samos a sus posesiones egeas
después de la muerte de Lisímaco, Filadelfo ganó territorio en Asia Menor, como
resultado de la primera guerra siria de 274-27.
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Estas victorias, o al menos el
espíritu de un imperio siempre creciente, pueden reflejarse en la lista de posesiones
ultramarinas de Filadelfo escrita por el poeta cortesano de inicios del siglo III,
Teócrito:
Y parte se anexiona de Fenicia y de Arabia, y de Siria y de Libia
y del país de los negros etíopes. Gobierna a los panfilios todos, y a los
lanceros cilicios, y a los licios y a los carios, que gustan del combate, y a
las islas Cicladas, pues suyos son los mejores barcos que bogan por el
mar.
(
Idilio 17; cf. Austin 217)