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7. LA LITERATURA Y LA IDENTIDAD SOCIAL
LOS ESCRITORES EN LA SOCIEDAD
La cultura griega generó un amplio corpus de escritura creativa. No obstante,
los escritores helenísticos han sido muchas veces considerados como los parientes
pobres de sus antecesores clásicos, una percepción propiciada por la imagen de la
erudición alejandrina como ejercicio árido y polvoriento dedicado a la clasificación,
y de la literatura de la época como poco más que un conjunto de imitaciones ineptas
de obras geniales anteriores. Ya se han abandonado esas actitudes, y los estudiosos
reconocen que las obras literarias de los siglos III y II son tan importantes y no
menos clásicas que las obras de los atenienses de los siglos V y IV.
Lamentablemente quedan muy pocas de ellas, un hecho que podría explicar
por qué han sido subestimadas. Debemos a la biblioteca de Alejandría la
preservación de muchos textos clásicos que fueron copiados y divulgados desde ella.
Los efectos del gran incendio durante la guerra de César contra Pompeyo (Aulo
Gelio, 7. 17. 3; Séneca, De tranquillitate, 9. 5; Orosio, 6. 15. 31-32) fueron quizá
compensados por el regalo del importante contenido de la biblioteca de Pérgamo de
Antonio a Cleopatra (Plut. Ant. 58); pero el desastre parece que alcanzó la biblioteca
principal cuando el barrio palaciego de Alejandría fue destruido durante la ocupación
de Palmirene en la década de 270 d.C, mientras que su filial en el Serapión fue
víctima de los disturbios entre paganos y cristianos en 391 d.C.
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A estas infelices
pérdidas se deben muchos de los lamentables vacíos en nuestro conocimiento de la
literatura clásica y helenística de todo tipo.
La falta de preservación es responsable de nuestra virtual ignorancia sobre el
sabio que fue (según se dice) el poeta más grande de comienzos del siglo III: Filetas
(o Filitas) de Cos (n. c. 340), tutor del joven Ptolomeo II Filadelfos.
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Autores
posteriores lo convirtieron en uno de los dos únicos escritores helenísticos en la lista
canónica de poetas elegiacos, pero parecen haber estado menos interesados en leerlo
que sus contemporáneos, puesto que sólo quedan unos pocos epigramas y algunos
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fragmentos de una obra en prosa —una sana advertencia del peligro de juzgar la
importancia de un escritor en su propia sociedad a partir de la suerte de sus obras en
épocas posteriores.
Parece haberse escrito menos poesía durante el siglo IV; lo que se habría
debido a algún cambio en la élite social, que no necesitaba ya o no brindaba las
mismas oportunidades para la poesía, pero también a las predilecciones de las
generaciones posteriores y su elección de los poemas a preservar. Es improbable que
fuera el resultado de una escasez de hombres y mujeres capaces de escribir poemas
memorables, aunque los trabajos modernos dan a veces esa impresión. Igualmente, al
estudiar el mundo helenístico tenemos que tratar de comprender la actividad de
escribir en un contexto social. El escribir y el interpretar obras escritas —tanto en
prosa como en verso— eran actividades sociales; por tanto hemos de esperar
cambios en la producción literaria a medida que cambiaba la sociedad griega y que
nuevos objetivos se planteaban a los escritores. La literatura debe ser tratada como
una práctica social e ideológica, y ser examinada desde el punto de vista de quienes
fueron los creadores y los consumidores, qué necesidades culturales pudo haber
satisfecho, y qué efectos pudo haber tenido en la sociedad.
La literatura es a veces considerada, desde una perspectiva idealista, como el
«espíritu inspirador» de la época, o desde un punto de vista estrechamente
materialista, como algo que ocurre fuera del orden social. Antes bien, debería ser
vista como parte del orden social, afectándolo y siendo afectada por él.
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El término
mismo de «literatura» es, por supuesto, problemático.
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No existe ninguna palabra
griega equivalente, aunque hay palabras para los diferentes tipos de poesía, música,
retórica, filosofía e historia. Aun con respecto al mundo moderno es difícil llegar a
una definición de «literatura» que satisfaga a todos. Muchos estarían de acuerdo en
que la leyenda de una moneda o el anuncio de una estación de ferrocarril no son
consideradas (usualmente) literatura, pero la mayoría aceptaría que las obras de
Shakespeare son literatura. Sin embargo, incluso aquí las cosas no son tan simples
como parecen; el estatus «literario» atribuido a ciertos escritos, tales como los de
Shakespeare, pueden ser un reflejo no necesariamente de una cualidad inherente (aun
cuando ésta pudiera ser medida objetivamente) sino de los propósitos ideológicos y
culturales que esas obras servían o fueron orientadas a servir, y del sitial prestigioso
que le ha sido asignado en el orden político y social de su época, o de la nuestra.
Una definición útil de literatura podría ser «las obras escritas de una élite
social, que circulan escritas o interpretadas para el disfrute». Es importante, sin
embargo, definir lo que se entiende por élite. En esta obra, la ciencia, la filosofía y la
literatura son tratadas por separado, pero para múltiples propósitos prácticos eran
parte de la misma gama de actividades sociales llevadas a cabo por los mismos
individuos y sus protegidos, ubicados en los niveles altos de riqueza de la sociedad,
que dedicaban su tiempo libre a su modo preferido de creación cultural. Con unas
pocas excepciones posibles, no podemos entrever cómo pudieron haber sido las
obras escritas de carácter popular; pudo haber incluso una tradición oral de obras
representadas (como las farsas atelanas de la Roma republicana) de las cuales no
queda ni rastro. Esto no cambia el hecho de que la mayoría de los escritos de la élite
tienen una importancia especial: se propagaron por todo el mundo griego, y
contribuyeron a la formación, mantenimiento, divulgación y desarrollo de una cierta
visión de la cultura griega. Eran también conocidos por los escritores romanos y los
posteriores, que los adaptaron y los citaron en sus propias obras.