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más duradera producida por un estudio de las inscripciones es la de una comunidad
regulando sus asuntos de modo ejemplar».
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En general, en el período helenístico, el gobierno participativo estuvo
ampliamente difundido. Estrabón (que escribía en el siglo I a.C. pero que
evidentemente miraba al pasado a una época en que los reyes y las ciudades eran los
principales protagonistas en las relaciones internacionales griegas) habla de cómo los
reyes manipulaban las ciudades a través de la generosidad, y no de la oratoria: «la
persuasión mediante las palabras —dice— no es característica de los reyes sino de
los oradores; llamamos persuasión real cuando ellos aportan mercedes y conducen al
pueblo en la dirección que desean» (9. 2. 40 [415]). Como señala Gauthier, esto sólo
tiene sentido si Estrabón cree que las ciudades están gobernadas por asambleas
donde cuenta la retórica.
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Del siglo IV en adelante, pudo haber habido una creciente interacción entre
las poleis griegas y entre Grecia y el mundo externo.
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La administración municipal
también se hizo cada vez más compleja, como vemos a través de documentos tales
como la ley portuaria de Tasos (Austin 108), las regulaciones de Delos sobre la venta
de madera (Austin 109, Syll3 975), y las regulaciones mercantiles atenienses del
siglo II (Austin 111).
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Desde Pérgamo (que, aunque en términos prácticos, estaba
sometida a un rey, era en todo sentido la polis griega en su administración cívica)
tenemos un notable documento de fecha tardo helenística o romana que conserva las
regulaciones atálidas para el mantenimiento de las calles, la muralla de la ciudad y el
abastecimiento de agua (Austin 216, OGI5483).
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En suma, la polis florecía.
El legado de Alejandro
Filipo intentó completar su éxito en Queronea invadiendo el imperio persa,
basado en el actual Irán y que se extendía desde las fronteras de la India por el este
hasta el Asia Menor y Egipto por el oeste. Esto habría satisfecho a aquellos
publicistas del siglo IV que querían un jefe «panhelénico» (uno «de toda la Hélade»)
que uniera a los griegos dirigiendo sus energías contra el enemigo común; pero en el
336, cuando un ejército avanzaba ya en el Asia Menor, Filipo fue asesinado. Su hijo
Alejandro, de veinte años —Alejandro Magno— asumió la tarea, pero primero tuvo
que someter a los vecinos enemigos de Macedonia, los tracios y los ilirios. Después
sofocó una revuelta griega, castigó al pueblo de Tebas arrasando su ciudad hasta los
cimientos (Arr. 1. 9.9-10; cf. iii-3 Plutarco, Alejandro, 10. 6-11, Diodoro, 17.14,
ambos en Austin 2; fue refundada por Casandro en 316). En 334 pasó al Asia Menor
con un ejército de macedonios, tesalios y otros griegos.
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Las victorias en las batallas y en los asedios dieron a Alejandro el control del
Asia Menor occidental (334) y, después, de Siria y Palestina (332). Rechazó una
oferta del rey persa Darío III de entregarle la mitad occidental de su imperio, y se
apoderó de Egipto. En el 331 tomó Babilonia (más o menos el Irak central),
apoderándose del tesoro real persa que contenía 50.000 talentos (unas 1.500
toneladas) de oro, una fortuna casi inconcebible. Después, en rápida sucesión, tomó
tres de las cuatro capitales: Susa, Persépolis y Pasargadai. En Persépolis, el palacio
del siglo VI edificado por Ciro el Grande fue completamente incendiado (Arr. 3. 18.
10-12; Diod. 17. 70-72, Austin 9) y, fuera un acto deliberado o un accidente, pudo
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presentarlo como la venganza, que los griegos habían esperado largamente, por la
invasión de Jerjes del 481-479 y el incendio de sus templos.
Cuando, en 330, Darío fue asesinado por Besos, un pretendiente al trono
persa, Alejandro se convirtió en el indisputado «señor del Asia» (kyrios tês Asias).
Este, en efecto, es su título en una dedicatoria de la ciudad de Lindos en la isla de
Rodas, probablemente fechada en ese año: «El rey Alejandro, habiendo derrotado a
Darío en la batalla y siendo señor de Asia, sacrificó a Atenea lindense según una
profecía del sacerdocio de Teógenes hijo de Pistócrates» (Lindian Chronicle [FGH
532], cap. 38, Burstein 46 c).
La época de Alejandro
338 Batalla de Queronea
337 La liga helénica declara la guerra a Persia
336 Asesinato de Filipo en Egas; Alejandro III sube al trono; Darío III
coronado en Persia
335 Saqueo de Tebas
334 Alejandro pasa al Asia Menor
334-331 Conquista del oeste y el sur del Asia Menor, Egipto y Cirene
331 Fundación de Alejandría. Alejandro llega a Babilonia y Susa
330-329 Alejandro en Persépolis
330 Alejandro en Ecbatana. Asesinato de Darío III, rey de Persia
329-326 Alejandro conquista Bactriana y Sogdiana e invade la India
324 Alejandro en Susa
323 Muerte de Alejandro en Babilonia
Alejandro y su ejército no se contentaron meramente con regresar a su patria
cargados de botín. Entre 330 y 325 marcharon por el imperio persa oriental, llegando
incluso hasta el Punjab, donde en 327 Alejandro derrotó al rey Poros pero lo
convirtió en su aliado. Para entonces, sin embargo, el ejército rehusó proseguir hacia
el oriente y Alejandro les concedió lo que deseaban (Arr. 5. 28-29. 1, Austin 12).
Viajando por el río Indo hacia la costa, continuó saqueando las ciudades y
masacrando a sus habitantes. En 325, después de una travesía mal planeada y
calamitosa del desierto de Gredosia (al sureste de Irán), Alejandro parece haber
decidido consolidar su imperio por un tiempo; pero en este punto su conducta se hizo
por lo visto más autocrática. Su tesorero, Harpalo, huyó a Grecia tomando 6.000
mercenarios y 5.000 talentos (Arr. 3. 6. 4-7; cfr. Harding 120, Plut. Vidas de los diez
oradores, 846 a-b = Filocoro, FGH328 fr. 163).
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Allí se tramaron los planes de la
revuelta.
Alejandro puede haber deseado que su imperio tuviera su centro en el antiguo
corazón del imperio persa, o quizá Babilonia. Persistió con los intentos de atraer a la
élite macedónica con esta idea y de armonizar las relaciones entre ésta y la nobleza
persa. Puede ser un signo de su disposición a ser imparcial el que en 325 dos jefes
macedonios acusados de perpetrar injusticias contra la población de Media fueran
condenados a muerte (Arr. 6. 27. 3-5, Austin 13). En Susa en el 324 Alejandro dio un
gran banquete para celebrar su fusión en un único pueblo dominador, casando a sus
oficiales con mujeres persas (Arr. 7.4. 4-8; parte en Austin 14). Había ya tomado
como primera esposa a Roxana, hija del rey bactriano (Arr. 4. 19. 5-6); ahora se casó
con una hija de Darío y posiblemente incluso una tercera esposa, una hija del
predecesor de Darío, Artajerjes III (Arr. 7. 4. 4).