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representaba un compromiso entre el cambio y la continuidad. Las comunidades
griegas necesitaban contrarrestar los términos negativos en que solían encuadrar las
ideas de monarquía y acostumbrarse a la nueva situación. Era natural que los reyes
(griegos también culturalmente) emplearan y desarrollaran los códigos simbólicos
existentes al presentar una imagen pública a sus súbditos mediante monedas, estatuas
y documentos escritos. Las ciudades hacían lo mismo en sus peticiones y en los
honores que dispensaban.
Los reyes encaraban tres problemas particulares. En primer lugar, las poleis
habían sido gobernadas por ciudadanos bien conocidos por sus conciudadanos,
mientras que los nuevos gobernantes eran foráneos desconocidos y políticos
principiantes. En segundo lugar, las antiguas autoridades estaban sancionadas por las
«constituciones ancestrales», mientras que los conquistadores militares tenían que
crear su propia legitimidad. En tercer lugar, las poleis eran centros urbanos con
territorios relativamente pequeños, mientras que las zonas controladas por los reyes
se extendían sobre vastos territorios. Eran necesarias nuevas estructuras de apoyo,
algunas de las cuales serán examinadas más adelante. Los reyes aprovecharon el
lenguaje de la representación visual y ceremonial, y se beneficiaron indirectamente
de las representaciones literarias. Mediante la imagen pública de las familias reales,
incluidas las mujeres, y por el modo en que sus amigos y allegados formaron
«cortes» reconocibles como tales, los reyes buscaron legitimar su poder y utilizarlo
efectivamente. Esto daba a algunas poleis la oportunidad de sacar ventaja de la
situación, procurando obtener privilegios y mercedes. Tales peticiones con
frecuencia las realizaron los ciudadanos de la élite que podían servirse de canales
directos o indirectos de comunicación con el rey. Sin embargo, la comunicación iba
en los dos sentidos: era vital para el rey tomar el pulso de sus aliados y súbditos.
LAS REPRESENTACIONES DE LA REALEZA
Semblanzas literarias
Nuestras fuentes literarias, escritas tanto en el período helenístico como en el
posterior, creaban y manipulaban las imágenes de los reyes y los ideales de la
realeza, representando un diálogo entre los nuevos detentadores del poder y aquellos
que debían soportarlo o que se oponían a él. Algunos reyes, en especial los
Ptolomeos y los Atálidas, dedicaron enormes recursos a conservar y a realzar la
cultura griega. Dar apoyo a bibliotecas y escritores era otro medio con el que los
reyes buscaban modelar su imagen pública. El rey se beneficiaba de que se le viera
realizar la función casi sagrada de asegurar que la memoria del pasado se mantuviera
viva.
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Estas actividades no eran meras «relaciones públicas»; los reyes eran, o
deseaban ser vistos como, griegos, y consideraban natural utilizar su riqueza en
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promover las tradiciones y la cultura que definía la helenidad. Además, la diferencia
con el pasado era más de escala que de carácter.
En muchos escritores helenísticos, particularmente historiadores y poetas, se
pueden encontrar debates en torno la realeza y sobre los reyes individuales. Teócrito
escribió un himno (Idilio 17, parte en Austin 217) a Ptolomeo II, que se refiere a las
virtudes del rey: descendía de Zeus, su padre, el difunto Ptolomeo I, se sentaba ahora
entre los dioses, su nacimiento fue señalado por signos de Zeus «el protector de los
reyes ilustres», su reino egipcio tenía 300.000 ciudades (un número formulaico),
regía muchos otros países y era «soberano de los mares», su riqueza era mayor que la
de cualquier otro rey, su territorio era inmune a los ataques y reverenciaba a los
dioses y concedía mercedes a las ciudades y a los reyes vasallos. Podía tratarse de
mera adulación poética, pero resume los atributos reales que eran esenciales para el
éxito: un ancestro divino, un gran poder, un gran territorio, riqueza, triunfo,
generosidad y piedad.
Una caracterización semejante se aplica a Seleuco I en la semblanza trazada
por Apiano:
(55) Y así fue que Seleuco se convirtió en rey de Babilonia, y
también de Media, después de que matara en la batalla con su propia
mano a Nicanor, que había sido puesto por Antígono como sátrapa de
Media. Hizo muchas guerras contra los macedonios y los bárbaros ...
Siempre al acecho de los pueblos vecinos, con el poder para compelerlos
y la persuasión de la diplomacia, se convirtió en soberano de otros
pueblos vecinos que Alejandro había conquistado en la guerra hasta el
Indo. Los límites de sus dominios en Asia se extendían más allá que los
de cualquier otro soberano, a excepción de Alejandro...
(57) ...Era alto y de complexión fuerte; un día cuando fue traído
un toro salvaje a Alejandro para el sacrificio y rompió sus ataduras, él
solo lo contuvo y lo controló con las manos desnudas. Debido a esto sus
estatuas ... lo representan con cuernos. Fundó ciudades en todo su
imperio.
(58) Dicen que había emprendido la fundación de las dos
Seleucias, la de Seleucia del Mar fue precedida por un portento de
truenos, y que por ello consagró al trueno como su divinidad.
(Apiano, Guerras sirias, 55, 57-58, Austin 46)
Apiano dice incluso que los intentos de los magos (sacerdotes persas) de
ocultar la hora más propicia para excavar los cimientos de Seleucia del Tigris fueron
desbaratados por la intervención divina; en otras palabras, los dioses estaban con
Seleuco. Esta mezcla de propaganda real, adulación oficial e imaginación popular
expresa la mística con que estaba investido el poder real.
El debate de Polibio sobre los caracteres de los reyes que aparecen en su
narración parece a primera vista con más fundamento en los hechos, teniendo en
cuenta incluso sus posibles prejuicios y su confianza en información de segunda
mano. Aun así, formuló una imagen de la realeza y sus responsabilidades que refleja
las actitudes de la época. Átalo I merece su alabanza por su práctica de las cualidades
reales, sus mercedes, sus hazañas en la guerra y su decencia personal (18. 41, Austin
199). Su hijo Eumenes II recibe un elogio similar (32. 8, Austin 207). Filipo V, sin
embargo, no alcanza a colmar el ideal. Polibio, poco amigo de los macedonios, lo
considera inicuo y, en cierto sentido, un demente, aunque al menos en una ocasión se