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con su interminable poema acertijo
Alexandra (pp. 271-272), y Nicandro (Nicander),
cuyos poemas presentan el novedoso tema de los venenos y los animales venenosos.
Los Mimos de Herodas no salieron a la luz en papiro hasta el siglo XIX. Muchos
epigramas helenísticos (no todos alejandrinos) se preservaron en antologías, de las
cuales la primera y más famosa es la Guirnalda de Meleagro (c. 100 a. C); entre los
principales exponentes del epigrama están los poetas del siglo III Asclepíades,
Filetas y Hedilos.
Todo esto es de interés y valor para el historiador, y señala al período
helenístico como la edad de oro de la poesía griega y sus poetas fácilmente están a la
altura de los grandes líricos del período arcaico (c. 700-480), que son tan importantes
para una comprensión del desarrollo inicial de la sociedad de élite. Indirectamente, si
se interpreta con prudencia, también estos poetas nos dan una idea de las prácticas y
las actitudes sociales a las que las fuentes clásicas rara vez nos dan acceso.
El drama desempeñó un papel menor que antes, al menos en la literatura
conservada. Del inicio de nuestro período procede uno de sus más grandes
dramaturgos, el escritor cómico Menandro de Atenas, algunas de cuyas obras se
preservan en papiro. Sus piezas encarnan (y así fomentan) nuevas maneras de
presentar y exponer la vida del individuo y la familia. Fuera de los mimos de
Herodas, cuyo contexto social es tema de debate, sólo quedan fragmentos de los
nuevos dramas. Aunque los dramas clásicos atenienses continuaron representándose,
en un nuevo contexto político no tenían ya la misma función de compendiar los
debates más encendidos del momento.
Nuestro conocimiento de la filosofía y la ciencia es relativamente completo, a
partir tanto de fuentes contemporáneas como posteriores. Desde antes del inicio del
período nos han quedado numerosas obras de Aristóteles de Estagira, Macedonia
(384-322), director del Liceo en Atenas y posiblemente tutor del joven Alejandro.
Sus tratados, quizá basados en anotaciones de clase, comprenden temas tan diversos
como la lógica, la metafísica, la biología, el entendimiento, la ética, la política, el arte
y la poética, y demuestran que los límites entre las disciplinas eran fluidos y que los
pensadores estaban dispuestos a cruzarlos. Para el historiador se destacan dos obras:
La Política (
Politika; una traducción mejor sería
Cívica), escrita alrededor de 330 a.
C, contiene abundante información sobre las diferentes ciudades-estado griegas. La
Constitución de los atenienses, escrita por él o por sus ayudantes, y descubierta en
papiro a finales del siglo XIX, es enormemente valiosa para la historia ateniense. No
obstante, la oeuvre más amplia de Aristóteles tuvo una importancia mayor con
posterioridad; para los pensadores medievales —quizá en un grado excesivo— era la
fuente principal de todo el conocimiento del cosmos.
El sucesor de Aristóteles, Teofrasto de Ereso en Lesbos, tenía igualmente un
talento múltiple y quizá con un fundamento más firme en los datos empíricos. Otras
obras han tenido menor fortuna: sólo una que otra ha quedado completa, el tratado
filosófico sobre la armonía por Aristoxenos, un joven asociado de Aristóteles. Se han
encontrado papiros quemados y obras menores de Epicuro, pero sobre él y otros
filósofos nuestra fuente principal es tardía: los diez libros de Vidas de filósofos
ilustres atribuidos a Diógenes Laercio (c. siglo III d. C).
Junto a las obras de Aristóteles y Teofrasto, las fuentes contemporáneas
conservadas sobre las ciencias (en el sentido moderno más estricto de distintas a la
filosofía) comprenden obras de filosofía de Aristarco e Hiparco, de matemáticas e
ingeniería de Arquímedes y Euclides, sobre las secciones cónicas de Apolonio de
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Perga (c. 120) y de física de Filón (c. 255) y Herón (finales del siglo V d. C, pero
importante por la recuperación de sus predecesores). Todos estos escritores fueron
muy importantes, pues a veces establecieron terminologías científicas todavía
utilizadas hoy en día.
Muchos detalles sobre el pensamiento científico tienen que completarse con
fuentes posteriores, particularmente escritores griegos y romanos del período
imperial. Desde el fin del período helenístico, autores tales como Estrabón y el
tratadista de arquitectura Vitruvio (ambos activos bajo Augusto) preservaron muchos
elementos del pensamiento helenístico, nombrando a menudo a pensadores e
inventores específicos. Lo mismo hizo también el escritor romano Plinio el Viejo
(siglo I d. C.) en su compendio Historia natural.
Particularmente problemática es la reconstrucción de la medicina helenística,
para la cual debemos confiar en las fuentes secundarias. No queda ninguna obra
primaria, aunque un largo tratado de Pedanio Dioscórides (Pedanius Dioscorides de
Anazarbos en Cilicia), Sobre la materia de la medicina (Peri hylês iatrikês o De
materia medica), que trata de los remedios, data del siglo I d.C. Abarca, sobre todo,
las sustancias derivadas de plantas, pero también de los animales y los minerales, y
representa una síntesis importante basada en largos viajes, experiencia de primera
mano e investigación en la obra de autores antiguos. La práctica y la teoría médicas
son abordadas por el autor romano Aulo Cornelio Celso (Aulus Cornelius Celsus,
que escribió bajo el reinado del emperador Tiberio, 14-37 d. C.) y por otros tres
autores que escribían en griego: Rufo (finales del siglo I d. C), Sorano (floreció bajo
Trajano y Adriano), ambos de Éfeso, y sobre todo las voluminosas obras de Galeno
de Pérgamo (129-199 d. C). Partes de Galeno y de Rufo sólo quedan en traducción
árabe.
Ptolomeo (Claudius Ptolomaeus, mediados del siglo II d.C.) es una fuente
esencial para la astronomía, la geografía y las matemáticas (véanse las pp. 372, 373,
376-377). Otra es Pappus de Alejandría (p. 353) cuya obra, parcialmente conservada,
Synagogê (Colección o Compilación) es una recopilación póstuma de sus tratados;
incluye comentarios sobre Euclides, Apolonio, Ptolomeo y otros autores antiguos, así
como información útil sobre Hiparco. Las obras que quedan de tres filósofos
neoplatónicos desempeñan un papel similar. Proclo (401 o 412-485 d. C), de Licia,
escribió tratados de astronomía y comentarios sobre Euclides y Ptolomeo. Ioanes
(Juan) Filoponus de Alejandría (c. 490-570 d. C.) debatió la física de Aristóteles y la
naturaleza del universo. También a mediados del siglo VI, Simplicio de Atenas
escribió comentarios sobre Aristóteles, preservando la esencia de muchas discusiones
durante novecientos años después de su muerte. Pese al lapso de tiempo transcurrido,
es posible dar un peso considerable a estos testimonios tardíos; los científicos griegos
fueron siempre conscientes de la obra de sus predecesores, y buscaron validar sus
propios aportes refiriéndose a ellos.
Los textos científicos y literarios son testimonios importantes de la visión que
los griegos tenían de sí mismos y del carácter de la sociedad griega.