indígena, pequeña y sin aguijón. Se ha conocido una especie de mostaza
suplantar a otra especie. Podemos entrever por qué tiene que ser severí-
sima la competencia entre formas afines que ocupan exactamente el mis-
mo lugar en la economía de la naturaleza; pero probablemente en ningún
caso podríamos decir con precisión por qué una especie ha vencido a
otra en la gran batalla de la vida.
Un corolario de la mayor importancia puede deducirse de las observa-
ciones precedentes, y es que la estructura de todo ser orgánico está relac-
ionada de modo esencialísimo, aunque frecuentemente oculto, con la de
todos los otros seres orgánicos con que entra en competencia por el ali-
mento o residencia, o de los que tiene que escapar, o de los que hace pre-
sa. Esto es evidente en la estructura de los dientes y garras del tigre y en
la de las patas y garfios del parásito que se adhiere al pelo del cuerpo del
tigre. Pero en la simiente, con lindo vilano, del diente de león y en las pa-
tas aplastadas y orladas de pelos del ditisco, la relación parece al pronto
limitada a los elementos aire y agua. Sin embargo, la ventaja de las sim-
ientes con vilano se halla indudablemente en estrechísima relación con el
estar la tierra cubierta ya densamente de otras plantas, pues las simientes
pueden repartirse más lejos y caer en terreno no ocupado. En el ditisco,
la estructura de sus patas, tan bien adaptadas para bucear, le permite
competir con otros insectos acuáticos, cazar presas para él y escapar de
servir de presa a otros animales.
La provisión de alimento almacenada en las semillas de muchas plan-
tas parece a primera vista que no tiene ninguna clase de relación con
otras plantas; pero, por el activo crecimiento de las plantas jóvenes pro-
ducidas por esta clase de semillas, como los guisantes y las judías, cuan-
do se siembran entre hierba alta, puede sospecharse que la utilidad prin-
cipal de este alimento en la semilla es favorecer el crecimiento de las
plantitas mientras que están luchando con otras plantas que crecen vigo-
rosamente a todo su alrededor.
Consideramos una planta en el centro de su área de dispersión. ¿Por
qué no duplica o cuadruplica su número? Sabemos que puede perfecta-
mente resistir bien un poco más de calor o de frío, de humedad o de seq-
uedad, pues en cualquier otra parte se extiende por comarcas un poco
más calurosas o más frías, más húmedas o más secas. En este caso pode-
mos ver claramente que si queremos con la imaginación conceder a la
planta el poder aumentar en número tendremos que concederle alguna
ventaja sobre sus competidores o sobre los animales que la devoran. En
los confines de su distribución geográfica, un cambio de constitución re-
lacionado con el clima sería evidentemente una ventaja para nuestra
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planta; pero tenemos motivo para creer que muy pocas plantas y anima-
les se extienden tan lejos que sean destruidos por el rigor del clima. La
competencia no cesará hasta que alcancemos los límites extremos de la
vida en las regiones árticas, o en las orillas de un desierto absoluto. La
tierra puede ser extremadamente fría o seca, y, sin embargo, habrá com-
petencia entre algunas especies, o entre los individuos de la misma espe-
cie, por los lugares más calientes o más húmedos.
Por consiguiente, podemos ver que cuando una planta o un animal es
colocado en un nuevo país entre nuevos competidores, las condiciones
de su vida cambiarán generalmente de un modo esencial, aun cuando
pueda el clima ser exactamente el mismo que en su país anterior. Si su
promedio de individuos ha de aumentar en el nuevo país, tendríamos
que modificar este animal o planta de un modo diferente del que habría-
mos tenido que hacerlo en su país natal, pues habríamos de darle ventaja
sobre un conjunto diferente de competidores o enemigos.
Es conveniente el intentar dar de este modo, con la imaginación, a una
especie cualquiera, una ventaja sobre otra. Es probable que ni en un solo
caso sabríamos cómo hacerlo. Esto debiera convencernos de nuestra ig-
norancia acerca de las relaciones mutuas de todos los seres orgánicos,
convicción tan necesaria como difícil de adquirir. Todo lo que podemos
hacer es tener siempre presente que todo ser orgánico está esforzándose
por aumentar en razón geométrica, que todo ser orgánico, en algún perí-
odo de su vida, durante alguna estación del año, durante todas las gene-
raciones o con intervalos, tiene que luchar por la vida y sufrir gran des-
trucción. Cuando reflexionamos sobre esta lucha nos podemos consolar
con la completa seguridad de que la guerra en la naturaleza no es ince-
sante, que no se siente ningún miedo, que la muerte es generalmente rá-
pida y que el vigoroso, el sano, el feliz, sobrevive y se multiplica.
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Capítulo
4
La selección natural o la supervivencia de los más
aptos
Selección natural
La lucha por la existencia, brevemente discutida en el capítulo anter-
ior, ¿cómo obrará en lo que se refiere a la variación? El principio de la se-
lección, que hemos visto es tan potente en las manos del hombre, ¿puede
tener aplicación en las condiciones naturales? Creo que hemos de ver
que puede obrar muy efiieazmente. Tengamos presente el sinnúmero de
variaciones pequeñas y de diferencias individuales que aparecen en
nuestras producciones domésticas, y en menor grado en las que están en
condiciones naturales, así como también la fuerza de la tendencia heredi-
taria. Verdaderamente puede decirse que, en domesticidad, todo el orga-
nismo se hace plástico en alguna medida. Pero la variabilidad que encon-
tramos casi universalmente en nuestras producciones domésticas no está
producida directamente por el hombre, según han hecho observar muy
bien Hooker y Asa Gray; el hombre no puede crear variedades ni impe-
dir su aparición; puede únicamente conservar y acumular aquellas que
aparezcan. Involuntariamente, el hombre somete los seres vivientes a
nuevas y cambiantes condiciones de vida, y sobreviene la variabilidad;
pero cambios semejantes de condiciones pueden ocurrir, y ocurren, en la
naturaleza. Tengamos también presente cuán infinitamente complejas y
rigurosamente adaptadas son las relaciones de todos los seres orgánicos
entre sí y con condiciones físicas de vida, y, en consecuencia, qué infini-
tamente variadas diversidades de estructura serían útiles a cada ser en
condiciones cambiantes de vida. Viendo que indudablemente se han pre-
sentado variaciones útiles al hombre, ¿puede, pues, parecer improbable
el que, del mismo modo, para cada ser, en la grande y compleja batalla
de la vida, tengan que presentarse otras variaciones útiles en el transcur-
so de muchas generaciones sucesivas? Si esto ocurre, ¿podemos dudar -
recordando que nacen muchos más individuos de los que acaso pueden
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