3. LAS ACUMULACIONES TOB ´
ACEAS: EXIGENCIAS GEOAMBIENTALES Y
DISTRIBUCI ´
ON ESPACIO-TEMPORAL
las pioneras al ser sus conjuntos tob´
aceos objeto de estudio desde finales del siglo XIX (Tournouer,
1877; Brongniart, 1880; Dollfus, 1898; Munier-Chalmas, 1895) continu´
andose en las primeras d´
eca-
das del siglo XX (Brognard, 1907; Commont, 1910 y 1917). En el valle del Somme abundan aguas
abajo de Amiens, mientras que la cuenca del Sena, a pesar de ser rica en rocas carbonatadas, es
relativamente pobre en este tipo de acumulaciones, todas ellas de reducidas dimensiones (Frey-
tet et Plet, 1996) y casi siempre emplazadas aguas arriba de Paris; curiosamente, ciertos niveles
de toba se incluyen entre los diversos materiales que se han sedimentado en su estuario (Lesuer
et al., 2003). De igual modo, el litoral comprendido entre las desembocaduras de estos dos r´ıos
atl´
anticos –Somme y Sena-, ofrece dep´
ositos puntuales al pie de surgencias que descargan aguas de
acu´ıferos costeros (Lecolle, 1989). Tambi´
en, en el valle del Dordo˜
na, afluente del Garona, han sido
identificados diversos conjuntos tob´
aceos (Preece et al., 1986; Hoffman, 2005).
En B´
elgica, se han detectado acumulaciones asociadas a manantiales as´ı como peque˜
nas ba-
rreras y siempre de edad posterior a la ´
ultima etapa glaciar (Symoens et al., 1951; Gullentops et
Mullenders, 1971; Geurst, 1976a y 1976b; Pentecost, 1995b; Janssen and Swennen, 1997; Janssen,
1999; Quinif, 2012), no faltando tampoco ni en Luxemburgo (Couteaux, 1969; Geurst 1976c), ni en
Portugal (Choffat, 1895; Carvalho and Romaiz, 1973; Gaida et Radtke, 1983; Soares et al., 1997).
En regiones europeas m´
as interiorizadas, donde los rasgos de continentalidad comienzan a hacer
acto de presencia, las acumulaciones tob´
aceas, a menudo f´
osiles, se distribuyen de modo bastante
restringido por sus vastos territorios. En Alemania (Pentecost, 1995b; Ford and Pedley,1996; Braum
et al., 2000), se han inventariado numerosos lugares con tobas y travertinos, desarrollados en los
interglaciares pleistocenos y durante el Holoceno, siendo algunas todav´ıa funcionales (Arp, 2001 y
2010); entre aquellas sobresalen por su entidad las halladas en Swabische, Alb (Stirn, 1964; Iron
and Muller, 1968) y en Stuttgard-Bad-Cannstatt, aunque aqu´ı dominando los travertinos de origen
termal (Frank et al., 2000); tambi´
en se han citado en lugares m´
as orientales, como en Ruman´ıa
(Pentecost, 1995b), Hungr´ıa, donde abundan, de nuevo, junto a travertinos (Scheuer and Schwitzer,
1989; Schweitzer and Scheuzer, 1995) y en ciertas comarcas de Polonia, del este (Pazdur et al., 1988a
y 1988b; Dobrowolski et al., 2002) y del sur donde niveles tob´
aceos holocenos, de espesor <1 m,
recubren las terrazas detr´ıticas de algunos r´ıos que descienden desde los C´
arpatos y la Meseta de
Cracovia (Alexandrowicz et Gerlach, 1981; Pazdur and Pazdur, 1986). Los territorios k´
arsticos de
la antigua rep´
ublica de Checoslovaquia ofrecen asimismo conjuntos tob´
aceos (Lozek, 1957), sobre
todo en Eslovaquia (Gradzinski, 2010), donde las originales morfolog´ıas del valle de Hincava hab´ıan
sido analizadas tres d´
ecadas antes (Mitter, 1981).
Pero como ya se ha apuntado, los ´
ambitos mediterr´
aneos, sobre todo aquellos con condiciones
pluviom´
etricas subh´
umedas (ciertas regiones de Italia y Francia as´ı como la fachada occidental de la
Pen´ınsula Balc´
anica), parecen m´
as proclives a la g´
enesis de los dep´
ositos tob´
aceos (Vaudour, 1985,
1986a y 1986b; Freytet et Verrecchia, 1998; Pedley, 2009. . . ). Entre ellas sobresalen los ´
ambitos
meridionales franceses, un dominio tob´
aceo paradigm´
atico (sobre todo el ´
area de las Bocas del
R´
odano) que ha sido objeto de numerosas e interesantes monograf´ıas y reuniones cient´ıficas (Vau-
dour, 1985 y 1988) donde se incluyen multitud de aportaciones en las que convergen con ´
exito plan-
teamientos por un lado, paleoecol´
ogicos (Antrocolog´ıa y Malacolog´ıa) y por otro, geomorfol´
ogicos
y sedimentol´
ogicos (Adam, Adolphe, Ali, Ambert, Bakalovicz, Casanova, Couderc, D
´Ana, Delan-
noy, Ek, Durand, Freytet, Guendon, Magnin, Martin, Muxart, Nicod, Ollivier, Roiron, Vaudour,
Vernet, Verrechia. . . ) que resultan imposibles de citar y describir aqu´ı.
La Pen´ınsula It´
alica dispone tambi´
en de innumerables tobas, con gran diversidad de morfotipos
que coexisten junto a numerosos travertinos originados por aguas profundas (Minissale et al., 2002).
Sobresalen los conocidos conjuntos geotermales de la costa septentrional del Lazio (Radke et al.,
1986) as´ı como los de Tivoli (Chafetz and Folk, 1984; Pentecost and Tortora, 1989; Facena et al.,
2008). En la cercana regi´
on de Toscana (Cappezzuoli et al., 2008 y 2010) destacan los travertinos
pr´
oximos a Rapolano (Guo & Riding, 1994, 1998 y 1999; Brogi, 2004; Brogi et al., 2005). De igual
modo, los localizados en m´
ultiples parajes de Campania, tanto en su propio litoral, alrededores de
Paestum (Lippmann et Vernet, 1986; D
´Argenio et al., 1993), como en otros valles pr´oximos –el
49
LAS TOBAS EN ESPA ˜
NA
del r´ıo Tanagro- (Buccino et al., 1978) donde algunos edificios superan, en ocasiones, los 100 m
(Baggioni, 1980); tambi´
en los del ´
area de Pontecagnano, cerca de la bah´ıa de Salerno (Anzalone
et al., 2007). En el centro del pa´ıs (Umbr´ıa) son notables las acumulaciones de la cuenca media
del Velino (Soligo et al., 2002), a veces afectadas por movimientos s´ısmicos extensionales (Comerci
et al., 2003) y del Volturno (Golubic et al., 1993; Violante et al., 1994). Carbonatos funcionales
han sido analizados recientemente en la confluencia de los cauces del Parmenta y del Corvino,
en Calabria (Manzo et al., 2012). Por otro lado, tobas han sido estudiadas en algunas islas del
Mediterr´
aneo, como en Malta (Pedley, 1980).
M´
as al este, en ambientes mediterr´
aneos ciertamente degradados, destacan las manifestaciones
de su dominio Din´
arico vinculadas a flujos fluviales de abundante caudal y carga hidroqu´ımica
(Gams, 1967; Horvatincic et al., 2003). En ellas despuntan los famosos lagos de Plitvice alojados
en la angosta garganta del r´ıo Korana y jalonada por excepcionales barreras (con alturas que,
en alg´
un caso, superan los 30 m) a lo largo de una decena de kil´
ometros (Stoffers, 1975; Roglic,
1977 y 1981; Kempe and Emeis, 1985; Emeis et al., 1987; Chafet et al., 1994; Pentecost, 1995b;
Horvatincic et al., 2000, 2003 y 2006; Plenkovic-Moraj et al., 2002). Id´
enticas peculiaridades, e igual
espectacularidad, aunque menos conocidos, ofrecen los humedales del valle del Krka (Lojen et al.,
2004; 2009a y 2009b), donde una de sus barreras fue considerada la mayor del mundo con sus 45
m de altura (Ford and Pedley, 1996). A destacar los dispositivos ubicados en el borde de Croacia
y Norte de Dalmacia –valles del Zrmanja y Krupa- (Paulovic et al., 2002). M´
as al Sur, en Grecia,
el flanco oriental de los Montes Vermion presenta interesantes dep´
ositos tob´
aceos (Faug`
eres, 1981).
Estudios m´
as recientes han se˜
nalado nuevos conjuntos carbon´
aticos en el centro del pa´ıs (Brasier et
al., 2005), as´ı como en las proximidades del Golfo de Corinto –Pen´ınsula de Perachora- (Flotte et al.,
2001; Kershaw and Guo, 2006; Andrews et al., 2007). En los alrededores de los Lagos Volvi y Lagada,
no lejos de Tesal´
onica, conviven algunas tobas con importantes construcciones termales (Gurk et
al., 2007). Id´
entica asociaci´
on ha sido advertida, tambi´
en, en territorios rumanos (departamentos
de Hunedoara y Harenita) e, incluso, en regiones mucho m´
as orientales, como en Armenia, donde
las condiciones clim´
aticas no pueden ser ya consideradas como mediterr´
aneas: en ambos casos, las
acumulaciones tob´
aceas se desarrollaron en ciertas etapas interglaciares estando cronol´
ogicamente,
en el caso de las de Armenia, comprendidas desde el Pleistoceno medio hasta el Holoceno (Ollivier
et al., 2008).
En la Pen´ınsula Ib´
erica son innumerables las acumulaciones tob´
aceas aunque en s´ıntesis regio-
nales, abordadas por investigadores anglosajones (Pentecost, 1995b; Ford and Pedley, 1996), apenas
se han se˜
nalado medio centenar de lugares. No obstante, y como se detalla en este volumen, las
tobas est´
an representadas en casi todas sus regiones.
3.1.2.
ASIA
Las tobas son tambi´
en relativamente frecuentes en este gran continente aunque en muchas re-
giones conviven con importantes conjuntos de origen termal. Es el caso de algunas zonas de Turqu´ıa
central y occidental (Vita-Finzi, 1969; Atabey, 2002; ¨
Ozkul et al., 2010) siendo muy conocido el
paraje travert´ınico de Pamukkale con sus importantes manantiales (Altunel and Hancock, 1983 y
1993) y, sobre todo, la antigua regi´
on de Pampilia, al sur de la Pen´ınsula Anat´
olica, dotada de
enormes formaciones tob´
aceas (Bousquet et Pechoux, 1981; Vaudour, 1985). Despunta el entorno
de la ciudad de Antalya, al pie del macizo mesozoico del Taurus; en sus aleda˜
nos, las acumula-
ciones cubren m´
as de 600 km
2
y presentan espesores que exceden los 250 m (Erol, 1990; Burger,
1990; Drogue et al., 1997; Glover and Roberson, 2003; Dipova and Doyuran, 2006b; Kosun, 2012).
Por otra parte, en el valle del r´ıo Meandro se ha citado la existencia de ciertas cascadas tob´
aceas
(Gand´ın and Cappezzuoli, 2008).
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