3. LAS ACUMULACIONES TOB ´
ACEAS: EXIGENCIAS GEOAMBIENTALES Y
DISTRIBUCI ´
ON ESPACIO-TEMPORAL
meridionales franceses de esta ´
epoca son bien conocidos y pueden ser bastante representativos de
la evoluci´
on de los entornos tob´
aceos mediterr´
aneos (Guendon et Vaudour, 1981; Vaudour et al.,
1985; Vaudour, 1985, 1988, 1994 y 1997; Guendon et al., 2003; Ali et al., 2003a. . . ).
En el Holoceno medio, desde las postrimer´ıas del Boreal y a lo largo del Atl´
antico (5000-2500
BP), se produjo el mayor desarrollo de las formaciones tob´
aceas coincidiendo con el avance del
bosque de roble caducifolio, con Acer sp. y Sorbus sp, como especies acompa˜
nantes, favorecidas a
consecuencia del incremento de las precipitaciones y de la temperatura acontecido en el transcurso
de este “ ´
Optimo clim´
atico”. Esta eclosi´
on afect´
o a todas las regiones europeas, con ciertas matiza-
ciones biogeogr´
aficas, desde sus regiones m´
as occidentalizadas -Gran Breta˜
na (Pedley, 1993; Goudie
et al., 1993), B´
elgica (Geurts, 1976a y 1976b), oeste y sur de Francia (Guendon et Vaudour, 1981;
Lebret et Bignont, 1989; Bakalowicz, 1990; Vaudour, 1986a y 1986b y 1988; Ambert et al., 1992;
Andr´
e et al., 1997; Ali et al., 2003a; Guendon et al., 2003; Ollivier et al., 2006)- hasta otras m´
as
interiorizadas como Polonia (Alexandrowicz et Gerlach, 1981).
A partir de mediados-finales del Atl´
antico hasta el Subboreal, el entorno natural pas´
o de ser
un medio forestal abierto con robledales caducifolios, acompa˜
nados de espinosas, a otro a´
un m´
as
claro donde junto al roble aparece pino (Pinus sp.), enebro (Juniperus sp.) y zarzas (Rubus sp.).
Las causas de esta transformaci´
on del paisaje vegetal fueron de origen natural y antr´
opico. Se
vinculan a un empeoramiento de tipo bioclim´
atico provocado por la llegada de unos ambientes de
menor humedad cuyos efectos fueron incrementados por las secuelas de una inicial deforestaci´
on,
realizada por las ocupaciones humanas desde finales del Neol´ıtico en los territorios europeos (Geurst,
1976a; Huault, 1989); aquella actividad antr´
opica dej´
o como testigo la presencia de gram´ıneas -entre
ellas algunas como el Plantago sp.- y de otros taxones indicadores de pastoreo. La convergencia
de ambos factores fue suficiente para ralentizar las tasas de crecimiento tob´
aceo que decayeron
notablemente hasta hacerse casi nulas a partir de la Edad del Bronce, conforme aquellas teselas
aclaradas aumentaban su presencia, as´ı como su extensi´
on, en el paisaje vegetal de numerosas
regiones k´
arsticas europeas (Weisrock, 1986; Vaudour, 1986b; Goudie et al., 1993). Desde entonces,
los paisajes, as´ı como las acumulaciones tob´
aceas emplazadas en ellos, evolucionaron bajo din´
amicas
capaces de conformar unos entornos que se sucedieron en el territorio con ritmos temporales a veces
muy r´
apidos e incluidos en un ciclo clim´
atico-antr´
opico (Vaudour 1985, 1986a, 1988) en el que
muchos entornos tob´
aceos dejaron de ser funcionales y pasaron a ser objeto de intensas acciones
erosivas.
Por su parte, en las regiones ´
aridas, la ubicaci´
on cronol´
ogica de los dep´
ositos carbon´
aticos se
correlaciona, con notable asiduidad, con aquellas etapas propensas a la humedad (Nicod, 2000) que,
en estos ´
ambitos, suele coincidir con los MIS pares, aunque no siempre. As´ı, en Oriente Pr´
oximo,
las tobas de algunas regiones secas de Siria (Vaudour et al., 1997) y de Israel -22.000 BP- (Kronfeld
et al., 1988) se desarrollaron durante el MIS-2, en fecha muy pr´
oxima al M´
aximo Glaciar de aquel
momento (18.000 BP). Igual apreciaci´
on ofrecen algunos ´
ambitos brasile˜
nos pues sus dep´
ositos
se expandieron durante el MIS-2, MIS-8 y MIS-10 y MIS-12 cuando las precipitaciones fueron
de mayor cuant´ıa que las actuales (Auler et al., 2001). Por su parte, en el borde septentrional
sahariano existen diversas singularidades: las fases constructoras de tobas coincidieron, sobre todo,
con el MIS-3 y el MIS-2 pero tambi´
en se registraron en MIS impares, como el –MIS-11- y en sus
per´ıodos de transici´
on -MIS 9-8- (Weisrock et al., 2008).
3.
LAS ACUMULACIONES TOB ´
ACEAS: DISTRIBUCI ´
ON ESPACIAL
Si la ubicaci´
on de los travertinos est´
a estrictamente controlada por factores geoestructurales,
a no ser que las aguas mete´
oricas jueguen un importante papel en la recarga del acu´ıfero termal
(Jones and Renaut, 1996; Delgado Castilla, 2009), la localizaci´
on de las acumulaciones tob´
aceas
se halla casi totalmente mediatizada por los factores ambientales quedando el papel estructural
relegado, casi siempre, a un segundo plano.
Abordados algunos de los aspectos temporales que se manifiestan en torno a los dispositivos
47
LAS TOBAS EN ESPA ˜
NA
tob´
aceos, a continuaci´
on se har´
a un breve repaso de su distribuci´
on regional en forma de herencias
paleoclim´
aticas y/o como acumulaciones cuyo desarrollo contin´
ua hoy siendo activo con mayor o
menor eficacia. No obstante hay que se˜
nalar que los afloramientos de toba no alcanzan la entidad
superficial de otras formaciones como los loess o las calcretas que cubren dilatad´ısimas extensiones
continentales representando m´
as del 10 % (Catt, 1996) y 13 % (Yaloon, 1988) de su superficie,
respectivamente. En efecto, las tobas se expanden como peque˜
nas y discontinuas teselas dentro de
un enorme mosaico territorial, casi siempre dominado por morfoestructuras calizas, emplaz´
andose
unas veces de modo puntual a la salida de surgencias de agua y otras adapt´
andose, de forma
jalonada y con distintos morfotipos, en el fondo de los valles fluviales.
Para examinar su distribuci´
on geogr´
afica hay que destacar los ensayos de gran inter´
es realiza-
dos, desde hace alg´
un tiempo, por autores como Pentecost (1995b); Ford y Pedley (1992 y 1996);
Pedley (2009) consagrados a levantar un inventario de los m´
ultiples dispositivos tob´
aceos en nu-
merosos pa´ıses. Apoy´
andonos en ellos, y en una bibliograf´ıa m´
as reciente, se examinar´
an primero
las acumulaciones de las regiones templadas, despu´
es las ubicadas en los medios dominados por
la sequedad, a continuaci´
on las emplazadas en los ´
ambitos tr´
opico-monz´
onicos y, finalmente, en el
dominio azonal de las monta˜
nas.
3.1.
LAS ACUMULACIONES TOB ´
ACEAS EN LAS REGIONES TEMPLA-
DAS (TABLA 3.1)
Esta zona clim´
atica ofrece innumerables ejemplos en todos los continentes, tanto en su interior
como en sus h´
umedas fachadas oce´
anicas, siendo los ´
ambitos k´
arsticos mediterr´
aneos donde los
edificios de toba ofrecen mayor representaci´
on y magnitud. Como caracter´ıstica general, estas acu-
mulaciones pleistocenas y holocenas, parecen testificar unas condiciones ambientales m´
as favorables
para su desarrollo que las registradas en la actualidad.
3.1.1.
EUROPA
Las manifestaciones carbon´
aticas m´
as septentrionales consisten en encostramientos generados
por cianobacterias localizados en Suecia a 68
ºN (Ford and Pedley, 1996) y ciertas tobas palustres
vinculadas a las altas temperaturas estivales registradas entre el 9.500 y 8.000 BP (Gedda et
al., 1999). Con edades semejantes han sido identificadas en Dinamarca (Pentecost, 1995b) y en
alguna de las rep´
ublicas b´
alticas, como Bielorrusia (Makhnach et al., 2000). De igual modo se han
constatado, en Rusia, en los alrededores de San Petersburgo (Vaudour, 1988).
M´
as al sur, toda la fachada occidental de Europa ofrece numerosas acumulaciones en sus diversas
cuencas fluviales. En las Islas Brit´
anicas, las tobas son escasas en Irlanda (Statham, 1977; Preece
and Robinson, 1982; Pentecost, 1995b; Foss, 2007) y mucho m´
as frecuentes en Gran Breta˜
na. Aqu´ı,
casi todas sus regiones calizas, especialmente las ubicadas en sus acu´ıferos carbon´ıferos y jur´
asi-
cos, muestran una notable abundancia de estos dep´
ositos que se expandieron, sobre todo, durante
el Holoceno. Un inventario, efectuado en la d´
ecada de los noventa (Pentecost, 1993), estableci´
o la
existencia en el pa´ıs de 160 parajes con tobas, n´
umero que fue considerado como una peque˜
na apro-
ximaci´
on del total de lugares con acumulaciones de esta naturaleza (Davies and Robb, 2002). As´ı,
fueron analizadas en Gales (Pedley, 1987; Viles and Pentecost, 1999); Yorkshire (Pentecost, 1981;
Pentecost and Lord, 1988, Pentecost and Spiro, 1990; Pentecost, 1991 y 1992); Derbyshire (Pedley,
1993; Pedley et al., 2000) y otros ´
ambitos (Andrews et al., 1994; Pentecost, 1998; Taylor et al.,
1994; Garnett et al., 2004b, etc.). Tras finalizar el per´ıodo Atl´
antico, la sedimentaci´
on carbon´
atica
ces´
o y hoy es inactiva o muy d´
ebil (Goudie et al., 1993; Andrews et al., 1994), aunque todav´ıa
existen algunos dispositivos funcionales, como los de Pentlands Hills, en Escocia (Pentecost, 1978).
Ya en el continente, destacan las acumulaciones carbon´
aticas alojadas en los valles franceses de
los r´ıos Loira, Somme, Sena y tributarios (Huault, 1989; Bahain et al., 2007) aunque casi siempre de
peque˜
na entidad y dispuestas en secuencias fluviales de cierta complejidad (Lecolle, 1989; Freytet,
1990; Limondin-Lozouet and Preece, 2004; Veldkamp et al., 2004). Esta regi´
on atl´
antica fue una de
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