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episodio no entraña una lección general sobre la debilidad o inadecuación de la
dominación seléucida, o sobre la insensatez de una activa helenización.
LA DINASTIA ATÁLIDA (283-133 a.C.)
La primera secesión y la más importante del imperio seléucida la protagonizó
la ciudad de Pérgamo, situada en el noroeste de Asia Menor. A medida que el
imperio perdía, por etapas, su poder en esa región, Pérgamo habría de convertirse en
su principal sucesora en el continente y, como tal en el principal foco de la atención
romana, con buenas y malas consecuencias.
Pérgamo, hasta entonces una ciudad relativamente oscura cuya existencia
sólo está documentada desde finales del siglo V, era administrada en nombre de
Lisímaco desde c. 302 por Filetairo, cuyo cargo probablemente era el de qazophilax
o guarda del tesoro. Era hijo de un macedonio, Átalo; Estrabón (13. 4. 1-2 [623-624],
Austin 193) sintetiza la historia y la cronología de sus descendientes, los Atálidas.
Aunque ningún miembro de la familia fue proclamado rey antes de c. 240 (en Austin
197, Burstein 85, OGIS 273-279, de c. 238-227 a.C, el «rey» Átalo ofrenda el botín
de sus victorias militares), el período oficial de reinado fue hecho retroceder hasta
283, la fecha en que Filetairo (que ocupaba un cargo en Pérgamo desde c. 302)
ofreció su adhesión a Seleuco I en vez de Lisímaco. Se supone que a partir de
entonces ocupó un puesto más elevado que el de tesorero. Su nombre aparece en
monedas de la ciudad, junto con la cabeza de Seleuco. Cuando Seleuco murió en
Europa, Filetairo envió sus cenizas al nuevo rey, Antíoco I (Ap. G. sir. 63). Ya la
influencia de la ciudad, aunque no su soberanía directa, se extendía sobre una amplia
región; Filetairo concedió mercedes a Kizikos (Austin 194, OGIS 748) y otras
ciudades, y probablemente refundo el santuario de Meter (la diosa madre) en
Mamurt-Kaleh, a unos 30 kilómetros de la ciudad. También consiguió victorias
contra los galos más o menos al mismo tiempo que Antíoco I (sobre los gálatas,
véase el capítulo 2). Aunque otros gobernantes en Asia Menor rompieron con
Lisímaco, ninguno disfrutó del éxito de los Atálidas.
Eumenes I (r. 263-241), sobrino e hijo adoptivo de Filetairo, gobernó como
dinasta antes que como rey. Pérgamo, ya una polis notable a causa del cercano
santuario de Meter, ganó más prestigio. A los dos años de asumir el mando, Eumenes
derrotó a Antíoco I en la batalla y afirmó una mayor independencia; para entonces
era dynastês del territorio que rodeaba la ciudad, un papel que puede haber
reclamado en el momento de su ascenso. Sus monedas llevan el perfil de Filetairo en
vez del de Seleuco, lo que representa una negación de su anterior relación de
subordinación. Ahora Pérgamo controlaba la ciudad portuaria de Elaia y sus
soberanos probablemente habían construido una flota.
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Eumenes (una vez
destituido) fue sucedido por su primo e hijo adoptivo, el longevo Átalo I (n. 269, r.
241-197).
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Al cabo de poco tiempo de iniciado su reinado Átalo rehusó pagar el dinero
que por su protección los dinastas del Asia Menor occidental daban periódicamente a
los gálatas (Livio, 38. 16. 14); los derrotó en Misia, asumiendo luego el título de rey
(Polib. 18. 41. 7-8).
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Se conmemoró la guerra con esculturas que simbolizaban la
defensa de Pérgamo del helenismo frente a los bárbaros, entre las que estaban las
famosas escenas de batalla como la del galo matando a su esposa y suicidándose, y la
del galo moribundo (conocidas sólo a través de copias romanas).
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El cambio de
política con respecto al tributo es tomado como un signo de que Átalo había formado
un ejército fuerte, mientras que sus predecesores habían dependido más de
mercenarios (véase, p. ej., Austin 196, OGIS 266, un acuerdo entre Eumenes I y sus
mercenarios).
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En campañas probablemente distintas Átalo derrotó a los mercenarios gálatas
de Antíoco Hiérax, ganando en consecuencia gran parte del territorio seléucida al
pretendiente. Estas nuevas tierras fueron conservadas ante los ataques de Seleuco III
(r. 226-223), pero fueron perdidas probablemente durante un corto tiempo ante
Acayo. Los dos quizá llegaron a un acuerdo antes de que Acayo se proclamase rey en
220, ya que en ese año los bizantinos recurrieron a ambos para pedir ayuda en la
guerra contra los rodios (Polib. 4. 48. 1-3); Átalo estaba dispuesto a acudir, pero no
podía pues estaba confinado a Pérgamo (Polib. 4.48. 11), pero la demanda implica
que no estaba ya en guerra con Acayo. Sin embargo, en 218, cuando Acayo estaba en
Pisidia, Átalo aprovechó la oportunidad para reconquistar Eolis y Misia (Polib. 5. 77-
78). Dos años después hizo un pacto con Antíoco III contra Acayo (Polib. 5. 107. 4)
continuado probablemente hasta antes de 212 con una alianza formal (a la que se
refiere retrospectivamente en Polib. 21. 17. 6; Ap. G. sir. 38). Fue el momento
decisivo en las relaciones atalido-seléucidas; posiblemente por primera vez los
Seléucidas reconocieron la soberanía de su antigua posesión.
En la primera guerra macedónica, aunque no era tal vez formalmente un
aliado de Roma, Átalo le dio apoyo a ésta y a sus aliados. Esto podía ser la
consecuencia de los estrechos lazos con los etolios; Átalo era ahora su general.
Durante la guerra obtuvo posesión de Egina (c. 210). Pérgamo fue enumerada entre
los aliados de Roma en la paz de 205. Después Átalo recibió Andros de los romanos
(199; Livio, 31. 45. 7) y durante un tiempo breve controló una ciudad en Eubea.
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Vale la pena centrarse en los medios por los que el poder pergamense fue
ejercido en el Asia Menor noroccidental. En Pérgamo, ya entonces bajo Eumenes I,
el rey ejercía el poder de facto nombrando a los stratêgoi (generales) de la polis
(Austin 195, RC 23, OGIS 267), un sistema que fue probablemente extendido a otras
ciudades sólo después de 188. Al recobrar Eolis y Misia en 218, Átalo
probablemente restableció un relación en que las poleis griegas no disfrutaban de
independencia sino sólo de autonomía interior; las de Eolis pagarían tributo mientras
que las de Misia, básicamente asentamientos que no eran poleis, serían controladas
menos formalmente, por una especie de protectorado.
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Átalo desempeñó un papel decisivo en que los romanos intervinieran en
Grecia otra vez contra Macedonia, y en asegurarles de que Atenas, Acaya e incluso
Esparta les dieran ayuda. Se escaló una cumbre simbólica cuando, en 200, defendió
El Pireo contra las fuerzas de Filipo V. Su visita a Atenas es descrita por Polibio (16.
25-26, Austin 198). Además de recibir los honores cívicos,
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es posible que dedicara
en la cima de la acrópolis, justamente encima del teatro de Dionisio, las estatuas de
personajes míticos que conmemoraban las victorias griegas sobre los bárbaros