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de esperar la ayuda romana, hicieron la paz con Filipo después de que éste había
atacado su santuario común en Termón.
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En 205 la guerra macedonia fue concluida
por un tratado de paz indeciso cerrado en Fenice en el Épiro, del cual sólo tenemos el
sumario de Livio (29. 12. 11-16, Austin 64). Se permitió a Filipo retener la mayoría
de los territorios que había conquistado en el noroeste de Grecia, aparte de ciertos
pueblos que habían sido antes aliados de los romanos y dos ciudades que debían
convertirse en posesiones romanas. El relato de las pérdidas por Polibio dificulta
comprender con certeza un apéndice del tratado (Livio, 29. 12. 14, Austin 64) que
parece hacer partícipes a un amplio conjunto de estados y pueblos en cierto sentido;
pero entre estos están Pérgamo y Esparta, que podrían haber deseado mostrar su
adhesión a los romanos, quizá para asegurarse protección contra Filipo. Los nombres
de Ilion y Atenas, si no otros, pueden ser una interpolación de un autor del siglo I
a.C.
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Comoquiera que sea, la paz de Fenice cristalizó la creciente influencia de
Roma en el mundo griego.
La segunda guerra macedónica (200-197 d.C.)
El respiro fue temporal. La influencia romana creció rápidamente, tanto en la
Grecia continental como en el Egeo. Cinco años más tarde atacaron a la misma
Macedonia, iniciando la segunda guerra macedonia (200-197).
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En 202 y 201 Filipo
se aventuró en el Egeo, usando a un jefe etolio independiente para recaudar fondos
por medio de ataques a los aliados de los etolios y a las bases navales de los
Ptolomeos y los rodios. La toma de varias ciudades neutrales y la esclavización de
los habitantes de Quíos en el Asia Menor occidental (Polib. 15. 21-23) causó alarma
e hizo a Filipo sumamente impopular. Sitió Quíos pero sufrió allí una importante
derrota naval frente a la flota conjunta de tres poderosas ciudades marítimas del
Egeo: Rodas, Pérgamo y Bizancio (Polibio, 16. 2-10, describe la batalla
ampliamente). Después (o posiblemente antes) derrotó a los rodios y atacó Pérgamo,
donde fue acusado de violar los santuarios de los dioses (Polib. 16. I).
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El dominio
macedónico se estableció sobre varias ciudades carias, Samos fue tomada por la
fuerza (Apiano, Guerras macedónicas, frag. 4) y Filipo puede haber sellado con
Antíoco III un pacto secreto para apoderarse de Egipto, quizá con la verdadera
intención de neutralizar a Antíoco.
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En el otoño de 201 los rodios y Átalo de Pérgamo buscaron ayuda de los
romanos (Livio, 31.2), quienes dieron un ultimátum a Filipo (Polib. 16.27. 2-3).
Polibio evoca la determinación del pueblo de Abidos frente al sitio de Filipo (16. 30-
31, Austin 65). El voto por la guerra tuvo lugar a inicios de 200. Los atenienses
abolieron los honores votados antes para Filipo V (Livio, 31. 44, 2-9, Austin 66) y
crearon una nueva tribu de Atalis en honor del rey de Pérgamo, que ayudó a la
defensa de la ciudad y El Pireo contra las tropas de Filipo (Polib. 16. 25-26, Austin
198).
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Los intereses de los jefes romanos, ambiciosos de victorias, coincidieron con
los intereses de muchas comunidades griegas y la percepción de los romanos de que
no debía permitírsele a Filipo incumplir el primer acuerdo logrado por Roma. La
segunda guerra macedónica tuvo repercusiones mucho más vastas que la primera, e
involucró a muchos estados de la Grecia continental y del Egeo. El comandante
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romano Tito Quinto Flaminino concentró sus energías en las posesiones de Filipo en
el sur de Grecia, presentando a Roma como una potencia liberadora. Cuando llegó el
enfrentamiento directo, Filipo fue la parte que recibió la primera gran derrota de un
ejército griego por las legiones romanas en Cinocefale, en Tesalia (197; descrito por
Polib. 18. 19-27).
En 196 el senado impuso un drástico tratado que confinaba a Filipo en
Macedonia, requería la entrega de sus ciudades con guarniciones en Grecia y Asia
Menor, y confiscaba su flota (Polib. 18. 44-45, 47, parte en Austin 68). De
significación particular a largo plazo fue la exigencia de que «todos los demás
griegos, tanto en Asia como en Europa, debían permanecer libres y usar sus propias
leyes» (Polib. 18. 44. 2; Austin 68), y la proclamación hecha por Flaminino en los
juegos ístmicos de 196, en que reiteraba el tema de la libertad griega:
El senado romano y Tito Quinto Flaminino, cónsul y general, que
han hecho la guerra contra Filipo y los macedonios, dejan libres, sin
guarnición, sin imponer tributos, y permiten usar las leyes patrias a los
corintos, a los focenses, a los locros, a los eubeos, a los aqueos de Ptía, a
los magnesios, a los tesalios y a los perrebios.
(Polib. 18. 46. 5, Austin 68)
Este anuncio, dice Polibio, fue recibido con entusiasmo por la multitud, entre
la cual algunos hombres prominentes habían estado esperando que los romanos
retuvieran el control de lugares clave (18. 46. 1). En el contexto de la agresión
macedónica es fácil entender que Flaminino tuviera un cálido recibimiento; pero la
victoria de Roma cambió irrevocablemente las vidas de los griegos, y la nueva
superpotencia trajo, como hacen las superpotencias, una combinación de beneficios y
riesgos para quienes tenían que recurrir a ella.
Roma contra Antíoco III (197-188 a.C.)
Otro rasgo notable del acuerdo de 196 fue el hecho de que los romanos
reclamaron el derecho a decidir el destino de los griegos en Asia. Algunas ciudades,
en efecto, ya ponían sus esperanzas en Roma. Los habitantes de Lampsakos en el
Asia Menor noroccidental enviaron una embajada a Lucio, el hermano de Flaminino,
que era también un jefe romano; a través de él «exhortaron y suplicaron al pueblo
romano, ya que eran parientes de los romanos, a tomar en consideración la ciudad de
modo que se produzca algo ventajoso para el pueblo» (Austin 155, BD 33, Sherk 55,
Syll3 591),
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una referencia a los esfuerzos de la ciudad en 196/195 por mantener su
independencia de Antíoco III, que estaba intentando recobrar las posesiones
seléucidas en las costas de Asia Menor (Livio, 33. 38, Austin 153), con la oposición
de los rodios.
En un encuentro con los emisarios romanos en 196 Antíoco sostuvo que
estaba simplemente recobrando sus posesiones ancestrales (Polib. 18. 49-51, Austin
154); pero como se podía argüir que éstas se extendían hasta Europa, a las ciudades
que había tomado recientemente en el Quersoneso y en sus proximidades, y que
estaba reconstruyendo Lisimaquea, de hecho estaba negando a los romanos el
derecho a pronunciarse sobre los asuntos griegos incluso allí, no sólo en Asia.
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