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del reemplazo de los anteriores habitantes por colonos macedonios. Las pequeñas
poleis independientes de Galepsos y Apolonia fueron destruidas en la década de 350
(Estrabón, libro 7, frag. 34) y sus poblaciones fueron destinadas a engrandecer la
fundación de Filipoi, mientras que una tercera ciudad cercana, Oisime, fue dada a los
macedonios para que se asentaran.
La polis independiente de Metone, al norte de Pidna, fue arrasada en 354 y
Filipo «distribuyó la tierra entre los macedonios» (Diod. 16. 31 y 34), mientras que la
población existente fue expulsada. Cientos de miles de cautivos de las áreas más
remotas de los Balcanes fueron posiblemente agregados a la población libre de
Macedonia: por ejemplo, «más de diez mil sarnusianos» en 345 y «veinte mil niños y
mujeres» de Escitia en 339-338 (Polianos, 4. 2. 12; Justino, 9. 2). Esta acelerada
urbanización bajo Filipo no necesitó una revolución desde arriba, sino la redefinición
y la ampliación de los asentamientos existentes y la creación de nuevas estructuras
administrativas.
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Aunque Filipo no transformó por completo la sociedad macedonia,
probablemente hizo realidad el poder militar ya latente de su pueblo (véase más
adelante). Esto explicaría la rapidez de las conquistas macedonias, tanto en Grecia
como fuera de ella, entre las décadas de 350 y 320. El poderío de Macedonia bajo
Filipo y Alejandro probablemente se asentaba más en los recursos y la población de
los nuevos territorios balcánicos y griegos meridionales que Filipo había
conquistado, que en una reestructuración «económica» del reino de estilo moderno.
Los aliados y los súbditos podían pagar impuestos (Tracia, por ejemplo,
probablemente pagó tributo, como había hecho previamente bajo sus reyes locales);
se recaudaron impuestos al comercio de un número creciente de poleis costeras
dentro del reino, tales como Tesalia). Errington puede estar en lo cierto al sostener
que la preocupación principal de Filipo era la seguridad de Macedonia: «las políticas
con respecto a Grecia tuvieron inicialmente un lugar secundario».
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Se dice que el veterano jefe Antípatro —quizá previendo
los problemas que el
dominio del Oriente Próximo plantearía a Macedonia— habría aconsejado a
Alejandro no emprender una expedición asiática hasta que tuviera un hijo y heredero
(Diod. 17. 16). La expansión de las ambiciones de Alejandro de abarcar la conquista
y el dominio del imperio persa implicó una situación fundamentalmente nueva para
Macedonia, pero aunque esto puede ser representado como un debilitamiento de los
logros de Filipo, no deberíamos olvidar que la campaña fue planeada por él.
La expedición contra Persia alteró profundamente a la monarquía. Como
observa Errington, el aumento de la devoción personal del ejército por el rey minó el
poder tradicional de la aristocracia; los adeptos del rey eran ahora leales a él y a sus
propias ambiciones antes que a «los intereses del estado macedonio como fueron
definidos por Filipo».
22
Cabe dudar de si lo que Filipo creó fue lealtad sólo al estado
en cuanto tal; era un jefe carismático exactamente igual que Alejandro, y es posible
que sólo debido al lugar especial de Alejandro en las fuentes, éste parezca haber
tenido una relación con las tropas más estrecha que Filipo. Por otra parte, la situación
de Alejandro era muy diferente a la de su padre: un imperio macedonio era ahora un
hecho, y necesitaba un nuevo tipo de apoyo. Era inevitable que el llevar al ejército a
una prolongada expedición fuera de Grecia significara que los nobles, que
individualmente podían haber proporcionado tropas, no tuvieran ya el poder sobre él,
y que Alejandro confiase más en la lealtad personal de las tropas y sus jefes.
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Los griegos de origen no macedonio habían alcanzado altos cargos antes,
como bajo Filipo, y las tropas no macedonias de los Balcanes, como los ilirios y
tracios, habían luchado generalmente al lado de Filipo; Alejandro vio que era
necesario ascender incluso a los no griegos a altos cargos y reclutar persas para las
falanges de hoplitas. Los diadocos reaccionaron contra algunos de estos cambios, y
después de la muerte de Alejandro intentaron gobernar colectivamente, pero la mera
fuerza de las circunstancias en los nuevos reinos hizo que asumieran los nuevos
rasgos de la realeza de Alejandro (véase el capítulo 3). Dentro de la propia
Macedonia, la monarquía a la antigua usanza persistió más tiempo, pero los reyes se
vieron forzados a transigir hasta cierto punto con las exigencias públicas y culturales
de la realeza helenística (véase más adelante).
Macedonia bajo los diodocos (323-276 a.C.)
Antípatro, que quedó como regente en Macedonia, tuvo que lidiar con las
revueltas griegas antes y después de la muerte de Alejandro. La principal fue la
guerra lámica de junio de 323 hasta inicios de agosto de 322 (Austin 26, Harding,
123, Syll3 317),
23
resuelta en favor de Macedonia por la batalla de Kranon en
Tesalia.
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Por su parte, la población de Macedonia puede haber estado entonces algo
disminuida debido a la falta de los contingentes suplementarios enviados a Alejandro
de vez en cuando. Es posible que la siguiente serie de guerras entre jefes rivales
afectaran al campo negativamente, aunque el posible impacto puede haber sido
exagerado. Hubo emigración —miles de macedonios habían marchado con
Alejandro, y muchos no habían regresado—, pero el flujo puede haberse extinguido a
partir de 323.
El sucesor escogido por Antípatro en 319, el anciano Poliperconte, fue
derrocado en 316 por Casandro, hijo de Antípatro, que retuvo el control hasta su
muerte c. 298, formando exitosamente alianzas y haciendo la guerra a los demás
diadocos. Entre la muerte de Casandro y la proclamación de Antígono II Gónatas
como rey (276), Macedonia tuvo seis gobernantes: Demetrio I (r. 294-288), Pirro
(288/287-285), Lisímaco (r. 288/287-281), Seleuco por un corto período (281) y
finalmente Ptolomeo Cerauno (281-279).
Los historiadores son propensos a suponer que la «inestabilidad dinástica»
generó el caos social y económico; se dice a menudo que Macedonia estaba
«destrozada» o en estado de anarquía como consecuencia de la disminución de su
fuerza militar y de los conflictos bélicos.
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No obstante, no sólo algunos de estos
reyes gobernaron realmente por muchos años, sino que la ley tradicional o ciudadana
continuó imperando probablemente excepto en el momento álgido de las crisis
efectivas, que eran cortas. Hubo invasiones, pero después de que Casandro atacara
Macedonia en 317, sitiando a Olimpia durante el siguiente invierno en Pidna, no
hubo batallas en territorio macedónico durante diecinueve años
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(Demetrio I en 302
sólo llegó a Tesalia), aunque el ejército a las órdenes de Casandro de vez en cuando
luchó fuera de Macedonia.