hermosos y melodiosos según sus tipos de belleza, puedan producir un
efecto señalado. Algunas leyes muy conocidas respecto al plumaje de las
aves machos y hembras en comparación del plumaje de los polluelos
pueden explicarse, en parte, mediante la acción de la selección sexual so-
bre variaciones que se presentan en diferentes edades y se transmiten só-
lo a los machos, o a los dos sexos, en las edades correspondientes; pero
no tengo aquí espacio para entrar en este asunto.
Así es que, a mi parecer, cuando los machos y las hembras tienen las
mismas costumbres generales, pero difieren en conformación, color o
adorno, estas diferencias han sido producidas principalmente por selec-
ción sexual, es decir: mediante individuos machos que han tenido en ge-
neraciones sucesivas alguna ligera ventaja sobre otros machos, en sus ar-
mas, medios de defensa o encantos, que han transmitido a su descenden-
cia masculina solamente. Sin embargo, no quisiera atribuir todas las dife-
rencias sexuales a esta acción, pues en los animales domésticos vemos
surgir en el sexo masculino y quedar ligadas a él particularidades que
evidentemente no han sido acrecentadas mediante selección por el hom-
bre. El mechón de filamentos en el pecho del pavo salvaje no puede tener
ningún uso, y es dudoso que pueda ser ornamental a los ojos de la hem-
bra; realmente, si el mechón hubiese aparecido en estado doméstico se le
habría calificado de monstruosidad.
Ejemplos de la acción de la selección natural o de la supervivencia de
los más adecuados
Para que quede más claro cómo obra, en mi opinión, la selección natu-
ral, suplicaré que se me permita dar uno o dos ejemplos imaginarios: To-
memos el caso de un lobo que hace presa en diferentes animales, cogien-
do a unos por astucia, a otros por fuerza y a otros por ligereza, y supon-
gamos que la presa más ligera, un ciervo, por ejemplo, por algún cambio
en el país, hubiese aumentado en número de individuos, o que otra presa
hubiese disminuido durante la estación del año en que el lobo estuviese
más duramente apurado por la comida. En estas circunstancias, los lobos
más veloces y más ágiles tendrían las mayores probabilidades de sobre-
vivir y de ser así conservados o seleccionados, dado siempre que conser-
vasen fuerza para dominar sus presas en esta o en otra época del año,
cuando se viesen obligados a apresar otros animales. No alcanzo a ver
que haya más motivo para dudar de que éste sería el resultado, que para
dudar de que el hombre sea capaz de perfeccionar la ligereza de sus gal-
gos por selección cuidadosa y metódica, o por aquella clase de selección
inconsciente que resulta de que todo hombre procura conservar los
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mejores perros, sin idea alguna de modificar la casta. Puedo añadir que,
según míster Pierce, existen dos variedades del lobo en los montes Cats-
kill, en los Estados Unidos: una, de forma ligera, como de galgo, que per-
sigue al ciervo, y la otra, más gruesa, con patas más cortas, que ataca con
más frecuencia a los rebaños de los pastores.
Habría que advertir que en el ejemplo anterior hablo de los individuos
lobos más delgados, y no de que haya sido conservada una sola varia-
ción sumamente marcada. En ediciones anteriores de esta obra he habla-
do algunas veces como si esta última posibilidad hubiese ocurrido frec-
uentemente. Veía la gran importancia de las diferencias individuales, y
esto me condujo a discutir ampliamente los resultados de la selección in-
consciente del hombre, que estriba en la conservación de todos los indi-
viduos más o menos valiosos y en la destrucción de los peores. Veía tam-
bién que la conservación en estado natural de una desviación accidental
de estructura, tal como una monstruosidad, tenía que ser un acontecim-
iento raro, y que, si se conservaba al principio, se perdería generalmente
por los cruzamientos ulteriores con individuos ordinarios. Sin embargo,
hasta leer un estimable y autorizado artículo en la North British Review
(1867) no aprecié lo raro que es el que se perpetúen las variaciones úni-
cas, tanto si son poco marcadas como si lo son mucho. El autor toma el
caso de una pareja de animales que produzca durante el transcurso de su
vida doscientos descendientes, de los cuales, por diferentes causas de
destrucción, sólo dos, por término medio, sobreviven para reproducir su
especie. Esto es un cálculo más bien exagerado para los animales super-
iores; pero no, en modo alguno, para muchos de los organismos inferio-
res. Demuestra entonces el autor que si naciese un solo individuo que va-
riase en algún modo que le diese dobles probabilidades de vida que a los
otros individuos, las probabilidades de que sobreviviera serían todavía
sumamente escasas. Suponiendo que éste sobreviva y críe, y que la mi-
tad de sus crías hereden la variación favorable, todavía, según sigue ex-
poniendo el autor las crías tendrían una probabilidad tan sólo ligeramen-
te mayor de sobrevivir y criar, y esta probabilidad iría decreciendo en las
generaciones sucesivas. Lo justo de estas observaciones no puede, creo
yo, ser discutido. Por ejemplo: si un ave de alguna especie pudiese pro-
curarse el alimento con mayor facilidad por tener el pico curvo, y si nac-
iese un individuo con el pico sumamente curvo y que a consecuencia de
ello prosperase, habría, sin embargo, poquísimas probabilidades de que
este solo individuo perpetuase la variedad hasta la exclusión de la forma
común; pero, juzgando por lo que vemos que ocurre en estado domésti-
co, apenas puede dudarse que se seguiría este resultado de la
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