393
Desde este punto de vista los romanos eran unos intrusos. En 195 y 194 hizo
campaña en Tracia. Livio conserva los detalles de una conferencia entre los
emisarios de Antíoco y los miembros del senado romano en 193, en la cual
Flaminino le advirtió que sus relaciones amistosas con Roma dependían de que se
mantuviera fuera de Europa y que permitiera a los griegos de Asia Menor mantener
su autonomía (Livio, 34. 57-59).
27
Es un ejemplo de la creciente propensión de los
romanos a considerar los asuntos de otros como suyos, viendo los hechos en las
zonas que lindaban con su esfera de influencia como hechos sobre los que tenían
derecho a dar su opinión. La posesión de un poder irresistible tiende a generar dicha
arrogancia; en este sentido, hasta aquí sería difícil presentar a los romanos como
menos imperialistas que Filipo o Antíoco.
Un patrón recurrente de acontecimientos en este período fue el modo en que
los antiguos aliados se convirtieron en objeto de sospecha para los romanos, quienes
les asignaron el papel de enemigos potenciales, y aquéllos, sintiéndose cada vez más
amenazados, llegaban a la conclusión de que sólo podrían sobrevivir oponiéndose a
Roma. El grado de cinismo ante la conducta romana que uno adopte depende del
punto de vista que se adopte sobre el imperialismo romano.
28
Otra de las
características sorprendentes de esos años es el modo en que los romanos asumieron
con bastante claridad una perspectiva de largo plazo en la diplomacia y la guerra, lo
que quizá da derecho a juzgarlos con severidad si a veces parecen no actuar
correctamente.
La anterior manipulación romana de los diferentes grupos en Grecia fue el
origen de la guerra contra Antíoco, pero un factor más importante fue la enorme
confianza que el senado romano sentía ahora en su poder militar. Los etolios habían
retomado el bando de Roma en 199,
29
pero eran inevitablemente sospechosos desde
entonces. En 192, decepcionados por no haber recibido territorios griegos con la paz,
intentaron apoderarse de Esparta (donde asesinaron a Nabis), Calcis y Demetria, y
llamaron a Antíoco «a liberar Grecia y a resolver las diferencias entre etolios y
romanos» (Livio, 35. 33. 8). Antíoco sí invadió Grecia, desembarcando en Demetria,
pero encontró poco respaldo; como señala Errington «la mayoría de los estados
griegos desde 196 habían disfrutado de una mayor independencia efectiva que en
cualquier otra época desde mediados del siglo IV».
30
Al examinar las opciones de las
ciudades griegas, debemos recordar que la mayoría o todas las ciudades griegas
meridionales tenían constituciones democráticas, y que la elección que una ciudad
hacía dependía de que un grupo entre los jefes políticos fuera capaz de generar un
apoyo mayoritario. Si entonces nos preguntamos qué pensarían la élite y la plebe de
un jefe seléucida deseoso de gobernarlos como posesiones tributarias, debemos
concluir que les podría haber parecido apenas preferible a un agresivo rey
macedonio. Las protestas romanas de apoyo, tales como la carta de L. Cornelio
Escipión y su hermano al pueblo de Heraclea de Latmos (Austin 159, BD 38, Sherk
14, Syll3 618),
31
son signo de las grandes esperanzas que algunas ciudades ponían en
ellos. El desafortunado, aunque (para las personas de la época) impredecible,
desenlace fue que la alternativa a Antíoco —los romanos— no resultaría mejor, sino
peor.
Antíoco sufrió una grave derrota en la primavera de 191 en Termopilas,
también en la batalla naval en la costa de Mioneso en el Asia Menor occidental, y
poco después en Magnesia de Sipilo (Livio, 37. 40-44, parte en Austin 160, enumera
las fuerzas seléucidas en Magnesia; sobre los hechos de la guerra, véase Polibio,
394
libros 20-21; Livio, libros 35- 38).
32
El tratado sellado en Apamea en Siria, en 188,
liberó todo el territorio seléucida de Asia Menor al oeste de la cordillera del Tauro,
pero dio la parte norte a Pérgamo y el resto a los rodios (Polib. 21. 22-23, Austin
200). La liberación, por tanto, no significó libertad necesariamente; las antiguas
ciudades tributarias de Antíoco en el norte de Asia Menor quedaron exentas del pago
del tributo a Pérgamo sólo si habían luchado contra Antíoco, y permanecieron sujetas
a Pérgamo (Polib. 21. 46); aunque en casos particulares podrían disfrutar de una
remisión de impuestos y otros beneficios (como pasó con la ciudad del Helesponto
no identificada citada en Austin 201).
33
Muchas ciudades dieron la bienvenida a la
conquista rodia, pero algunas que temían la ruptura de las esferas locales de control
no fueron tan amables. En Licia, que había apoyado a Antíoco, la resistencia armada
a los rodios duró varios años (Polib. 22.5).
En Grecia, los etolios se convirtieron en los primeros griegos cuya
independencia fue formalmente retirada por los romanos (para el trato dado a Etolia
por los romanos en 191 y 189, véase Polib. 20. 9-10 y 21. 32, Austin 69-70) y perdió
ante los tesalios su dominio sobre la anfictionía délfica (Austin 72, Syll.3 613 a).
El poder romano en un medio griego (188-179 a.C.)
Confiado en su extraordinario éxito (las victorias sobre Cartago y los dos
reinos helenísticos más poderosos en quince años), el senado romano comenzó a
mostrarse aún más arrogante. Varios episodios en los años posteriores a 188
revelaron la capacidad romana para distorsionar las situaciones en su provecho y con
impunidad. Adoptaron una posición sobre si Esparta debía permanecer en la liga
aquea (había sido incorporada por Filopoimen en 192: Livio, 35. 37. 2), aun cuando
era estrictamente un asunto interno de la liga (la constitución espartana fue abolida
en 188: Livio, 38. 34, Austin 71). Ordenaron a los beocios que recibieran a un
exiliado que había colaborado con Flaminino (Polib. 22.4. 5). Oyeron
favorablemente a los emisarios de las ciudades que clamaban contra el continuado
dominio de Filipo V, incluso donde los romanos habían reconocido implícitamente
su derecho sobre ellas (Polib. 22. 6, en 188/187 a.C; Livio, 39. 25-29, en 185 a.C);
tanto Polibio (22. 18. 10) como Livio (39. 23. 5) sitúan los orígenes de la guerra de
Roma contra Perseo (171-168) en el resentimiento de Filipo por esto.
34
Filipo,
entretanto, se aprestó a restablecer el poder militar macedónico (Livio, 39. 24. 1-4,
Austin 73; cf. Austin 74, Burstein 66, ISE ii. 114, si data de esta época).
35
En el
invierno de 188/187, un emisario romano excedió su autoridad al pronunciarse sobre
el trato a Esparta dado por los aqueos (Polib. 22. 10; Pausanias, 7. 8. 6; 7. 9. 1).
Cuatro años más tarde, un nuevo emisario no hizo ningún intento de disfrazar el puño
armado cuando arbitró entre las dos partes (Livio, 39. 35-37):
Entonces Apio [el comisionado romano] dijo que aconsejaba
encarecidamente a los aqueos que se mostraron indulgentes, mientras
podían hacerlo por convencimiento propio, para no tener que hacerlo muy
pronto a la fuerza y en contra de su voluntad.
(Livio, 39. 37. 19)