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Las religiones «orientales» y «personales»
En general era una época de cambio religioso —como el período clásico— en
la cual se amplió y creció la gama de la práctica religiosa alternativa. Algunos cultos
antiguos se difundieron en nuevos lugares. En Roma, donde Dionisio había sido
introducido en el siglo V y estaba bien establecido, Asclepio fue entonces recibido
con la bendición del oráculo délfico. Otra tendencia, que Asclepio ejemplifica, es la
popularidad aparentemente creciente de ciertos cultos existentes; sus principales
santuarios fueron dotados de costosos edificios nuevos. En Atenas el santuario de
Asclepio fundado en 420/419, fue dotado de una stoa de dos plantas bajo el reinado
de Alejandro.
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En Cos, donde el sinoecismo de la polis propició la construcción de
un santuario de Asclepio, los benefactores locales y foráneos lo dotaron durante la
primera mitad del siglo III de nuevas stoas, un altar, templos de Asclepio y Apolo, y
una fuente; en la primera mitad del siglo II, se edificaron un nuevo templo, una
escalinata monumental y dos nuevos salones. El santuario recién adornado puede
haber sido el escenario del cuarto Mimo de Heredas, en donde dos mujeres pobres
realizan sus humildes sacrificios al dios.
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Aunque era grandioso, el santuario de
Asclepio de Cos nunca tuvo gimnasio, teatro o estadio propios, a diferencia del de
Epidauro, donde muchos de sus grandes edificios existían ya en el siglo IV.
Una indicación suplementaria de la complejidad de estos santuarios se plasma
en los testimonios epigráficos de las curaciones milagrosas. Las siguientes
inscripciones son de Epidauro de finales del siglo IV:
[Cleio] estaba preñada hace cinco años ... vino como suplicante
ante el [dios] y fue a dormir al santuario interior. Tan pronto como salió
de él y estuvo fuera del santuario dio luz a un niño, que apenas nació él
mismo se lavó en la fuente y caminó junto a su madre. Después de haber
recibido este favor, ella escribió la siguiente inscripción en su dedicación:
«No es la grandeza de la tablilla lo que merece admiración, sino la
divinidad...».
Un hombre con los dedos de la mano paralizados excepto uno
vino como suplicante ante el dios, y cuando vio las tablillas del santuario
no creyó en las curas y fue bastante despectivo con las inscripciones, pero
cuando se fue a dormir tuvo una visión. Creyó que estaba jugando a los
dados bajo el santuario y estaba a punto de lanzar los dados cuando
apareció el dios, saltó sobre su mano y le estiró los dedos ...Al amanecer
se marchó sano.
Ambrosia de Antenas, tuerta, vino como suplicante ante el dios, y
mientras caminaba al santuario ridiculizaba algunas de las curaciones por
ser increíbles... Pero cuando se fue a dormir tuvo un visión. Creyó que el
dios estaba de pie junto a ella y le decía que le devolvería la salud, pero
que ella debía dedicar al santuario como recompensa un cerdo de plata en
recuerdo de su estupidez. Habiendo dicho esto abrió el ojo enfermo y
vertió en él un remedio. Al amanecer se marchó sana.
(Austin 126, Syll.3 1168)
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Las curas milagrosas documentadas de este tipo, también encontradas en Cos
y en Lebena en Creta, posiblemente manifiestan las preocupaciones y los temores de
las personas comunes y corrientes,
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pero debemos ser cautelosos.
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Puede haber algo
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de cierto en que las presuntas curaciones (entre los doctores hay actualmente un
menor escepticismo que antes acerca de los efectos de los estados psicológicos sobre
el cuerpo), aunque es improbable que los documentos sean informes literales de lo
que el pueblo deseaba decir. Antes que tratarse de una evidencia genuina y
vernacular de creencias populares y de la vida de las personas «corrientes», las
historias seguramente fueron «registradas» por los sacerdotes según las reglas de un
género de expresión que exigía que las maravillas del dios fueran pregonadas
(exactamente como Diodoro, 1. 25, se afana en insistir que el dios realiza verdaderas
curaciones). El énfasis en refutar al feligrés incrédulo estaba patentemente dirigido a
reforzar la reputación y la riqueza del santuario.
Podría pensarse que son más sintomáticas de las creencias del pueblo las
maldiciones escritas en tabletas de plomo ofrendadas en los santuarios, de las cuales
se han encontrado muchas más que para períodos anteriores.
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Sin embargo, esto
simplemente puede reflejar la naturaleza del registro arqueológico, y sería
precipitado llegar a conclusiones sobre la difundida alfabetización o sobre la relación
antitética entre las expresiones religiosas personales y el culto «oficial»; después de
todo, las maldiciones se encuentran en santuarios públicos. Pueden haber sido obra
sobre todo de los estratos más privilegiados de la sociedad. Es falso suponer que la
magia es la provincia de las personas sencillas, tal como muestran la Pharmakeutria
de Teócrito y los poemas de Nicandro (capítulo 7).
Junto a la popularidad (posiblemente mayor) de los cultos preexistentes, la
vitalidad del sentimiento religioso se manifiesta en la adoración de los dioses que
eran nuevos en el territorio griego o fueron adoptados ampliamente por los griegos
en los nuevos territorios. Con frecuencia han sido tratados como una especie de
cultos «orientales», pero esta categoría es a la vez demasiado amplia y demasiado
limitada, pues es equivocado amontonar juntas todas las conquistas africanas y
asiáticas de Alejandro como si formaran un único ámbito cultural; había muchas
culturas y religiones. Una definición más rigurosa y pese a ello útil sería: cultos con
nombres no griegos derivados de ciudades y centros de culto en Egipto y el Oriente
Próximo, recientemente introducidos en la antigua Grecia.
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Muchos de tales cultos habían sido ya introducidos en Grecia antes de los
días de Alejandro: La República de Platón (escrita a mediados del siglo IV)
comienza con Sócrates yendo a El Pireo a ver a una nueva diosa, traída
ceremonialmente (1. 327 a 1.3). Un templo de Isis fue fundado en El Pireo hacia 333
a solicitud de los egipcios que residían allí (Syll3 380).
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Los Ptolomeos organizaron
el culto a Adonis en el palacio de Alejandría (Teócrito,
Idilio 15); Apolonio,
encargado de las finanzas de Ptolomeo II, edificó un templo al dios Poremanre (un
faraón divinizado) en su propiedad (P Mich. Zen. 84).
Uno de los cultos «nuevos» más importantes fue el de Serapis (o Sarapis)
cuyo nombre combina el de dos deidades egipcias, Osiris y el buey Apis. El culto no
era, como afirmaron después el historiador romano Tácito (Hist. 4. 83-84, Austin
261) y el biógrafo griego Plutarco (Sobre Isis y Osiris, 28), inventado por Ptolomeo I
o Ptolomeo II para proporcionar un punto de unidad a sus súbditos griegos y
nativos.
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Serapis había recibido culto en Saqqara en tiempo de Alejandro, y la
participación macedonia se remonta su reinado, pues su funcionario Peucestes había
brindado protección al santuario
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y los hallazgos de las estatuas ptolemaicas en el
santuario prueban el mecenazgo grecomacedonio. Sin embargo, un Serapis
antropomorfo podría ser una innovación griega.