15 - EL SILENCIO
Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma.
San Juan de la Cruz
La vida espiritual no es más que la operación del Espíritu de Dios dentro de nosotros, y por tanto nuestro propio silencio ha de ser una gran parte de nuestra preparación para ella, y el mucho hablar o nuestro deleitarnos en él será a menudo no pequeño estorbo para el bien que sólo podemos tener oyendo lo que el Espíritu y voz de Dios habla dentro de nosotros... La retórica y lindo hablar sobre las cosas del espíritu es charla más vana que sobre otras cosas; y aquel que piense prosperar en la verdadera bondad oyendo o diciendo palabras llameantes o asombrosas expresiones, como se suele hacer ahora en el mundo, puede obtener mucha habladuría, mas tendrá poca conversación en el cielo.
William Law
El que sabe no habla; el que habla no sabe.
Lao Tse
El hablar sin restricción ni discernimiento es mo-ralmente malo y espiritualmente peligroso. "Pero yo os digo, que de cada palabra ociosa que hablen los hombres, tendrán éstos que rendir cuentas en el día del juicio." Acaso la sentencia parezca dura. Con todo, si pasamos revista a las palabras que hemos soltado en el curso de un día, veremos que el mayor número de ellas pueden clasificarse en tres secciones principales: palabras inspiradas por la malicia y falta de caridad para con nuestros semejantes; palabras inspiradas por la codicia, sensualidad y amor propio; palabras inspiradas por una pura imbecilidad y pronunciadas sin orden ni concierto, meramente para hacer un ruido que distraiga. Éstas son palabras ociosas; y veremos, si examinamos bien el asunto, que tienden a superar en número a las palabras dictadas por la razón, caridad o necesidad. Y si se cuentan las palabras no pronunciadas del interminable, estúpido monólogo de nuestra mente, la mayoría de ociosas se hace, para los más de nosotros, abrumadoramente grande.
Todas estas palabras ociosas, las tontas no menos que las egocéntricas y las faltas de caridad, son impedimentos en el camino del conocimiento unitivo de la Base divina, una danza de polvo y moscas que oscurece la Luz interna y externa. La guardia de la lengua (que es también, por supuesto, la guardia de la mente) no es sólo una de las más difíciles y penetrantes de todas las mortificaciones; es también la más fructífera.
Cuando la gallina ha puesto, tiene que cacarear. Y ¿qué saca con ello? En seguida viene la chova y le roba sus huevos, y devora todo aquello de donde habrían debido salir aves vivientes. Del mismo modo esa chova perversa, el diablo, roba a las cacareantes ermitañas y engulle todos los bienes que produjeron y que, como aves, habrían debido llevarlas hacia el cielo, si no hubiesen sido cacareados.
Ancren Riwle
Nunca será demasiado rígido el ayuno de los encantos del hablar mundano.
Fénelon
¿Qué necesidad hay de tantas noticias de fuera, cuando todo lo que atañe a la vida o a la muerte ocurre y opera dentro de nosotros?
William Law
Mi querida Madre, atiende bien a los preceptos de los santos, que han advertido, a todos los que aspiran a la santidad, que hablen poco de sí mismos y de sus asuntos.
San Francisco de Sales (en una carta a Santa Juana de Chantal)
A un perro, no se le considera buen perro porque sea buen ladrador. Un hombre no es considerado buen hombre porque sea buen hablador.
Chuang Tse
El perro ladra; la Caravana pasa.
Proverbio árabe
El no haber escrito no ha sido falta de voluntad, porque de veras deseo su gran bien, sino parecerme que harto está ya dicho y escrito para obrar lo que importa; y que lo que falta (si algo falta) no es el escribir o el hablar (que esto antes ordinariamente sobra), sino el callar y obrar. Porque demás de esto, el hablar distrae, y el callar y obrar recoge y da fuerza al espíritu. Y así, luego que la persona sabe lo que le han dicho para su aprovechamiento, ya no ha menester oír ni hablar más, sino obrarlo de veras con silencio y cuidado, en humildad y caridad y desprecio de sí...
San Juan de la Cruz
Molinos (e indudablemente no fue el primero en usar esta clasificación) distinguía tres grados de silencio: silencio de la boca, silencio de la mente y silencio de la voluntad.
Abstenerse de hablar ociosamente es difícil; acallar el farfullar de la memoria e imaginación, mucho más difícil; lo más difícil de todo es aquietar las voces de la codicia y aversión dentro de la voluntad. El siglo XX es, entre otras cosas, la Época del Ruido. Ruido físico, ruido mental y ruido del deseo —tenemos en la historia el récord de todos ellos. Y no es extraño, pues todos los recursos de nuestra casi milagrosa tecnología han sido lanzados al general asalto contra el silencio. El más popular e influyente de todos los inventos recientes, la radio, no es sino un conducto por el cual afluye a nuestros hogares un estrépito prefabricado. Y este estrépito penetra, por supuesto, más allá de los tímpanos de nuestros oídos. Se adentra en la mente y la llena de una Babel de distracciones —noticias, piezas de información inajustadas, ráfagas de música coribántica o sentimental, dosis constantemente repetidas de dramaticismo que no traen catarsis, sino que meramente crean un ansia de diarios, o aun horarios, enemas emotivos. Y allí donde, como ocurre en muchos países, las estaciones emisoras se sostienen vendiendo tiempo a los anunciantes, el ruido es llevado de los oídos, a través de los reinos de la fantasía, el conocer y el sentir, hasta el núcleo central de los deseos del yo. Hablada o impresa, difundida por el éter o en pulpa de madera, toda la literatura de avisos tiene un solo propósito: no dejar que la voluntad logre nunca el silencio. La falta de deseos es la condición para la liberación y el esclarecimiento. La condición para un sistema expansivo y tecnológicamente progresivo de producción en masa es un anhelo universal. El arte de anunciar es la organización del esfuerzo por extender e intensificar los anhelos; esto es, extender e intensificar la operación de esa fuerza que (como lo enseñaron siempre todos los santos y maestros de todas las religiones superiores) es la causa principal del sufrimiento y la maldad, y el mayor obstáculo entre el alma humana y su divina Base.
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