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egipcia era al parecer preferible a prolongar la lucha dinástica; el precedente había
sido establecido por Ptolomeo VIII en 155 (véase antes) y quizá llevado a la práctica
sin querer en el caso de Átalo III de Pérgamo en 133, y se consideraba mejor dejarlo
a Roma que a Siria. En este caso los romanos no se apresuraron a tomar posesión del
legado —Cirene fue reclamada en 75/74, Chipre sólo en 58-56—, pero aprovecharon
su interés ahora legítimo en Egipto y sus posesiones para manipular la situación con
provecho.
Presuntamente Alejandro asesinó a su madre en 101, colocando en el trono
como consorte suya a su sobrina, Cleopatra Berenice III hija de Soter II.
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Cuando
los alejandrinos los depusieron a ambos en 88, Soter volvió una vez más y reinó con
su hija, ahora popular (aunque no necesariamente la desposó; el incesto entre padre e
hija tiene paralelos faraónicos pero es desconocido entre los Ptolomeos).
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Como en
ocasiones anteriores, la inestabilidad dinástica puede haber sido un factor en la
agitación egipcia, puesto que en 88-86 otro importante levantamiento tuvo lugar, el
séptimo y último documentado.
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Aunque lidió con energía con los rebeldes, Soter
mostró mayor sensibilidad que Alejandro interesándose por los cultos egipcios.
La visita del general romano Lúculo en 87/86 puede haber hecho a los
romanos más conscientes de la tentadora riqueza de Egipto. Sólo unos pocos años
después, cuando murió Soter II, no vacilaron en marcar el compás, estableciendo a
Ptolomeo XI Alejandro II (r. 80), un hijo de Alejandro I que había estado viviendo en
el exilio en Roma. A tono con las recientes prácticas, primero casó con su sobrina y
última esposa de su padre, que era su propia prima y madrastra, y después se libró de
ella. Una vez más, la opinión pública (el elemento más violento) tuvo un papel: a las
tres semanas fue linchado, lo que puede haber tenido que ver tanto con el papel que
los romanos desempeñaron en su ascenso como con sus actividades internas.
El último adulto de los Ptolomeos en subir al trono, el hijo de Soter II,
Ptolomeo XII, llamado Neo Dionisio («el nuevo Dionisio») o Auletes («el flautista»;
r. 80-58, 55-51) fue traído desde Siria. (En 103 Cleopatra III lo había enviado para su
seguridad a Cos —mostrando un sorprendente desinterés, si era en efecto hijo de
Cleopatra II, no suyo.) No tenía otra opción que solicitar el respaldo de los romanos,
enviando por ejemplo donativos y suministros a Pompeyo durante sus campañas en
el Levante en 64/63, y después pagando para ser reconocido como su aliado (en 59).
Como Evergetes II y Soter II, Auletes parece haber jugado sus cartas de un modo
sensato en Egipto al dotar a muchos templos nativos. Sin embargo, cometió un error
en la política romana, cuando el tribuno Clodio le propuso anexionar Chipre en
beneficio del pueblo romano, probablemente para sostener su plan de reparto de
grano;
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la posibilidad de perder Chipre, habiendo perdido Cirene del mismo modo
diecisiete años antes, suscitó la enemistad hacia Auletes en Alejandría. Fue depuesto
en favor de su hija Berenice IV (r. 58-55), que gobernaba inicialmente con su
hermana Cleopatra VI Trifena II,
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y después con su esposo Arquelao (r. 56-55). Sin
embargo, los romanos restauraron a su cliente al cabo de tres años, y muchos
soldados romanos permanecieron en Egipto por primera vez.
En Alejandría, la hostilidad popular a lo romano complicó la vida de Auletes,
y su reino es considerado una época de deficiente gobierno; pero la enérgica
Cleopatra VII (r. 51-30) demostró tener el firme pulso de su padre al negociar con los
templos. Fue también la primera de la dinastía que habló egipcio (Plutarco, Antonio,
27). Tenía sólo diecisiete años cuando subió al trono con su hermano (y esposo) de
diez años, Ptolomeo XIII (r. 51 -47) que se ahogó durante la guerra de César y
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Cleopatra contra los nacionalistas; más tarde reinó con otro hermano, Ptolomeo XIV
(r. 47-44) como consorte, cuya muerte procuró. Intentó utilizar para provecho de
Egipto la situación política durante las décadas de las guerras civiles romanas y casi
lo logró. Su relación con Julio César en la década de 40 le proporcionó no sólo
Chipre, sino también un hijo, llamado Ptolomeo XV César (n. 47, r. 36-30) y
apodado Cesarión (Kaisarión, diminutivo de César). Sus relaciones con Marco
Antonio en la década del 30 son demasiado conocidas para ser pormenorizadas aquí.
A veces parecía que el centro del mundo romano pasaba al oriente., pero el heredero
de César, Octaviano, derrotó a las fuerzas navales de Antonio y Cleopatra en Actium,
en la costa oriental de Grecia (31 a.C). Después de la conquista de Alejandría, su
orgullo no le dejó más alternativa que el suicidio (el 12 de agosto de 30).
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Egipto finalmente se convirtió en una provincia romana, sesenta y seis años
después de que Ptolomeo lo legara a Roma. Pérgamo había sido romana durante un
siglo; Pompeyo, en la década de 60, como un nuevo Alejandro, trazó de nuevo el
mapa del Mediterráneo oriental; sólo unos pocos reinos menores quedaban ahora en
Asia Menor (el Ponto, Frigia, Capadocia). Aunque Egipto resistió mucho más tiempo
que las poderosas monarquías seléucida y macedonia, y no era el fantasma impotente
que se representa a veces, era quizá precisamente su relativa debilidad lo que detenía
la mano romana. Filipo V y Antíoco III podían ser representados como amenazas a
Roma, y sufrir la derrota militar; Egipto no era una amenaza, y Roma lo había
respaldado para anular el peligro de Siria.
LOS GRIEGOS Y LOS MACEDONIOS EN EGIPTO
La posición de los dominadores griegos y macedonios vis-á-vis los habitantes
egipcios y no griegos es diferente en ciertos aspectos de su posición en otras partes
del mundo; formaban una clase de colonos como en Asia, pero mientras en la antigua
Grecia y las ciudades griegas de los territorios seléucidas eran numerosos, en Egipto
eran pocos. El antiguo puerto griego de Náucratis en el Delta, reorganizado sobre el
emplazamiento de una antigua fundación griega del período arcaico, mantuvo su
importancia pero fue aventajado por la nueva capital de Alejandría. Varias ciudades
recibieron nuevos nombres o fueron refundadas con un nombre griego, pero aparte
de Alejandría sólo se registra una fundación griega. Ptolemais Hermiou (o Ptolomea
de la Tebaida) en el Alto Egipto fue creada por Ptolomeo I en el emplazamiento de
una aldea egipcia en el margen izquierdo del Nilo, y fue planeada quizá como un
contrapeso frente a la Tebas egipcia (Austin 233, OGIS 48, es un decreto de la
ciudad). Se sabe de otras fundaciones, como Arsínoe, Berenice, Filotera y Alejandría
Nesos. Ptolomea Theron (de las bestias) fue establecida en la costa oriental
presuntamente con el fin de facilitar las cacerías de elefantes (Estrabón, 16. 4. 7
[770]). (Sobre el interés de Ptolomeo II en los elefantes de guerra y las serpientes
exóticas, véase Diod. 3. 36-37, Austin 278; para una inscripción de cazadores de