80
42
El consenso de las fuentes que señala 150.000 hace que no sea posible confiar en esa cifra (véase
esp. Paus. 10. 19-23).
43
Mitchell, Anatolia, i, pp. 14-15.
44
Staatsv. iii, p. 469.
45
M. Wórrle, «Antiochos I., Achaios der Álterer und die Galater: eine neue Inschrift in Denizli»,
Chiron, 5 (1975), pp. 59-87; Bull. ép. 1976, p. 667.
46
Cf. Alien, Attalid Kingdom, p. 138: «Los objetivos de los gálatas parecen desde el comienzo haber
sido el asentamiento y la seguridad».
47
Sobre estos episodios véase Mitchell, Anatolia, i, pp. 22-23; también Heinen, «Syrian-Egyptian
wars», pp. 423-425.
48
Hammond, Macedonian State, p. 302, quien con bastante retorcimiento culpa a los macedonios por
tener los jefes que tuvieron.
49
Habicht, Athens, p. 132.
50
Préaux, i, p. 137: «ceux qui la font [la historia] savent-ils oú méne leur action?».
51
Sobre la carrera de Leóstenes, véase S.V Tracy, Athenian Democracy in Transition: Attic Letter
cutters of 340 to 290 BC (Berkeley, etc., 1995), pp. 24-26, 27.
52
R. Sallares, The Ecology of the Ancient Greek World (Londres, 1990).
53
G. L. Cawkwell, «Isócrates», OCD1, pp. 769-771, sostiene que es falsa la suposición de que las
exhortaciones de Isócrates fueran la principal razón de la invasión de Persia por Filipo.
54
G. Shipley, A History of Sanios 800-188 BC (Oxford, 1987), cap. 10. Véase C. Habitch, «Athens,
Samos, and Alexander the Great»,
Proceedings of the American Philosophical Society, 140. 3 (1996),
pp. 397-404; Habitch, Athens, 19, pp. 30-34, passim, pp. 41-42. K. Hallof y C. Habitch, «Buleuten
and Beamte der atenischen Klerüchie in Samos», Ath. Mitt. 110 (1995), pp. 273-304, publica una
inscripción samiense de c. 350 a.C. que lista los miembros del consejo \boulé de la cleruquía
ateniense; es ahora claro que la cleruquía incluía un gran porcentaje del cuerpo total de ciudadanos
atenienses, lo cual explica parcialmente por qué los atenienses la consideraban importante.
55
Véase Préaux, sobre los distintos orígenes de los mercenarios.
56
Vg. ibid. i, pp. 296-297.
57
Cifras de Walbank, HW, pp. 31, 44; G. T. Griffith, The Mercenaries of the Hellenistic world
(Cambridge, 1935), pp. 20-23.
58
Véase Préaux, ii, pp. 404-406, sobre la migración a las nuevas ciudades mediante el ejército; i, pp.
298-303: sobre los efectos posibles de las bajas en la guerra. Sobre Plut. Ages., véase R. Shipley,
A
Commentary on Plutarch 's Life of Agesilaos: Response to Sources in the Presentation of Character
(Oxford, 1997). Véase también P. A: Cartledge, Agesilaos and the Crisis Sparta (Londres, 1987), cap.
15 (pp. 314-330), esp. pp. 325-330.
59
Sobre el servicio militar y el ascenso social cf. Préaux, i, pp. 305-306.
60
Staatsv. iii, p. 481.
81
3. LOS REYES Y LAS CIUDADES
La parte principal de El mundo helenístico, el estudio de Claire Préaux sobre
la sociedad y la cultura griegas después de Alejandro, lleva como título: «Las
grandes entidades», subdivididas en «Reales» y «Urbanas». Con razón, la autora
considera a los reyes y a las ciudades como los dos elementos principales del
período. Los nuevos centros de poder surgieron en la persona de los reyes, pero las
antiguas ciudades no fueron dejadas de lado y todavía surgieron algunas nuevas.
Ambas instituciones constituirán el marco del presente capítulo.
Los cambios políticos del período 338-276 implicaron graves consecuencias
para las viejas ciudades-estado de Grecia. La realeza era anatema para las poleis
arcaicas y clásicas; según su mitología, la habían repudiado muy pronto, quizá
durante el período llamado la edad oscura (c. 1100-c. 900 a.C). Fuera de Esparta,
cuyos dos reyes no eran en cualquier caso particularmente diferentes de los
ciudadanos comunes y corrientes, sólo bárbaros como los persas tenían reyes: en la
ideología griega, Jerjes y sus sucesores encarnaban lo peor de un poder único
irresponsable. En cambio, la ciudad-estado, fuera democrática u oligárquica, fue
fundada, en teoría, en base al debate abierto entre los ciudadanos, fueran éstos un
grupo pequeño o grande. El renacimiento de la realeza por tanto desbancó algunas
apreciadas convicciones de los griegos del sur, aunque muchas ciudades griegas,
como las de Asia Menor, habían coexistido desde hacía tiempo con regímenes
monárquicos como los de Lidia y Persia, pagando algunas veces un tributo
monetario. También en el norte, ciertas ciudades habían tenido que encontrar un
modus vivendi con los reyes macedonios, mientras que algunas fueron fundadas
incluso por Filipo y sus sucesores. El modelo ideal de la polis autónoma y
autosuficiente formulado por Aristóteles y otros con frecuencia no fue corroborado
por la realidad.
Es posible que, a largo plazo, el sistema clásico de ciudades-estado sea un
interludio excepcional en la historia del antiguo Oriente Próximo, dominado por el
gobierno monárquico.
1
En el período helenístico, como en otras épocas, los reyes y
las ciudades tenían que encontrar formas de coexistencia. La relación no era
simplemente de dominación. Aunque las ciudades tenían que cuidar de no provocar
enemistad, los reyes que despreciaban a las poleis también habían de atenerse a las
consecuencias de ello. Por tanto, la imagen de los reyes, fuera creada por ellos
mismos para presentarse ante sus súbditos o por éstos para relacionarse con aquéllos,