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¿La decadencia religiosa?
Se suele decir que en este período la religión olímpica estaba sometida al
ataque del escepticismo o erosionada por el auge de otras religiones, o que
(paradójica hasta cierto punto) ambas cosas ocurrían a la vez. Hemos encontrado
razones para dudarlo: Apolo en Delfos era todavía capaz de ejercer su poder para
rechazar a los merodeadores gálatas, como fueron informados los pobladores de Cos
cuando en 278 decretaron que se hicieran ofrendas al santuario, y plegarias y
sacrificios en su propia ciudad de Cos.
Por entonces se estaban edificando pocos templos importantes a los dioses
olímpicos; pero toda religión tiene períodos de construcción activa y períodos de
menor actividad; la mayoría de las catedrales inglesas anteceden a la Reforma,
aunque después la cultura religiosa predominante siguiera siendo cristiana todavía.
Las dinastías hicieron uso de los olímpicos como protectores o ancestros: Apolo para
los Seléucidas, Atenea y Dionisio para los atálidas, Zeus y Heracles para los
Ptolomeos.
¿Se podría sostener quizá que estos cultos ahora tenían significado sólo para
los reyes y la élite política cada vez más reducida? Incluso así sería un cambio menos
radical de lo que podríamos pensar; la mayoría de los «cultos de la polis»
mencionados antes estaban allí porque la aristocracia los patrocinaba, en primer
lugar, aunque la participación en las festividades fuera abierta a todos. La propia
codificación y sistematización de los olímpicos en el período arcaico —tales como su
identificación con las deidades locales como Atenea con Alea— implica un esfuerzo
consciente de los aristócratas en diferentes ciudades por armonizar sus relaciones
ceremoniales, que eran representadas no sólo en los festivales de la polis sino
también en las reuniones internacionales como los juegos olímpicos. Además, todo el
sustrato de religión no olímpica, no heroica, desde las ninfas lugareñas hasta los
dioses de la vía pública, presumiblemente continuó casi como antes y puede decirse
realmente que era la religión del pueblo.
El prestigio de los cultos olímpicos, tanto urbanos como panhelénicos, parece
intacto. Las manumisiones de esclavos eran grabadas en piedra en el Delfos del siglo
II (Austin 127).
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Las ciudades continuaron regulando sus cultos olímpicos con
minuciosidad (cf. Austin 129,
Syll3 1003, sobre la Priene del siglo II a.C.) y los
calendarios grabados de rituales tradicionales (cf. Austin 128, Syll3 1024, sobre
Mikonos, c. 200 a.C). Una asociación devota tradicional de orgeônes (socios
sacrificantes) consignaba sus actividad administrativa en el modo habitual en
307/306 (cf. Austin 130, Syll3 1097).
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Los testimonios del nuevo patronazgo
«oficial» no son razón para suponer que los cultos olímpicos, y los de los héroes, no
fueran celebrados con el mismo entusiasmo que antes.
Hay evidentemente algún cambio. Ya se ha indicado el auge de los cultos
«universalistas».
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El atractivo de Dionisio y Asclepio, como el de los dioses
egipcios, no se limitaba desde luego a los habitantes de una polis o a un grupo étnico;
Serapis e Isis encontraron acogida en muchos santuarios griegos. Algunas de estas
deidades habían estado presentes antes, pero sus cultos nunca prosperaron. Sin
embargo, esto no implica la disminución de adhesión a los cultos existentes, sólo la
ampliación de opciones y de modos de expresión religiosa. Uno podría incluso verlo
como una liberación de la fe popular, que podría haber estado constreñida al marco
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olímpico-heroico anterior en un momento en que los ciudadanos —un grupo
reducido, incluso entre los hombres adultos— tenía más poder.
La élite desempeñó todavía un papel rector en formular y coordinar la
religión oficial. El escepticismo, con frecuencia invocado por los historiadores para
explicar el cambio religioso en cualquier período de la historia griega, probablemente
floreció sólo en la clase letrada que nos ha dejado sus palabras; pero incluso allí el
número creciente de inscripciones cultuales y la construcción de nuevos santuarios y
templos (aunque principalmente para dioses no olímpicos) sugiere, en todo caso, un
aumento de la actividad de la élite. La práctica religiosa no disminuyó realmente. Los
vestigios de la piedad popular son exiguos —limitados casi por completo a tablas de
maldiciones y objetos similares—, pero también sugieren una permanencia de la
piedad práctica. Los nuevos cultos, como se indica antes, pueden haber atraído una
adhesión genuinamente popular.
Los historiadores pueden ser propensos a ver la religión griega después de
Alejandro en términos pesimistas debido a su actitud en exceso reverente hacia la
polis clásica y sus sentimientos consiguientes de que el auge del poder macedonio
fue perjudicial para Grecia. Si insistimos en ver el cambio religioso como una
reacción a la presunta catástrofe de la polis o a las incertidumbres existenciales de la
época, podemos estar engañándonos sobre la época que la precedió, la cual distaba
de ser estable y armoniosa. Recalcar la supuesta decadencia en la religión —una
tendencia que algún que otro estudioso ha detectado en casi todos los períodos de la
historia griega y romana— puede ser simplemente una proyección de una
preocupación del siglo XX. Si, además, formulamos nuestra visión en términos de un
creciente escepticismo y/o racionalidad (que no son necesariamente la misma cosa),
podemos estar de modo inconsciente privilegiando las opiniones y las acciones un
grupo minoritario de la élite.
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LAS FILOSOFÍAS RIVALES Y EL TERRENO COMÚN
Atenas había sido el centro de la filosofía griega durante un siglo antes de la
muerte de Alejandro, y siguió siéndolo incluso cuando el mecenazgo ptolemaico hizo
de Alejandría el principal centro de la literatura y la ciencia (capítulos 7 y 9). Hubo
interrupciones ocasionales. Después de que los Antigónidas liberasen Atenas en 307
y depusieran al tirano filósofo Demetrio de Falero, la opinión popular parece haberse
vuelto contra los filósofos, haciéndose un intento de ponerlos bajo el control del
estado. Sólo su partida en masse, dirigida por Teofrasto, forzó una reconsideración.
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Atenas no era el único centro de la filosofía; a finales del siglo II y en el siglo I había
una notable tradición en Rodas, cuyo hijo más famoso era el estoico Panecio (c. 185-
109).
Las dos principales instituciones o agrupamientos filosóficos, antes de
Alejandro, la Academia de Platón y el Liceo (o Peripatético) de Aristóteles,