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anciano.
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Se les hacía semejantes a los dioses, pero «separados de los olímpicos
tradicionales».
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Demetrio I parece haber sido el primer rey representado en vida en las
monedas. Los retratos numismáticos tienden a ser menos estereotipados que los de
las estatuas, pero sería imprudente ver los rasgos de la personalidad individual en las
monedas.
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Los retratos en las monedas no se proponían ser versiones exactas —dada
la falta de imágenes reproducibles por medios mecánicos, por ejemplo, el grabado o
la fotografía, difícilmente podían serlo—, sino que los rasgos individuales podían ser
presentados e incluidos como pertenecientes a un determinado rey, una especie de
firma. Los reyes griegos que señorearon Bactriana son retratados como hombres
maduros, con rostros «realistas» y tocados militares ¿realmente eran así o era una
manera de mostrar que eran buenos gobernantes?
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Algunos retratos de los reyes del
Ponto aparecen con cabezas pequeñas y mandíbulas grandes,
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que pueden ser las
señas artísticas reconocidas de una familia real o semejanzas exageradas con su
fundador. La cuestión no es la exactitud, la cual no hay manera de evaluar. Antes
bien, los retratos en las monedas probablemente debían encarnar las virtudes que los
reyes deseaban proyectar: coraje, generosidad, sabiduría, justicia, etc. Tenemos que
preguntar qué tipo de declaración se está haciendo, de quién y para quién.
Es importante no exagerar la novedad de las estatuas reales; erigir estatuas de
los reyes no era en sí mismo un trastorno de las normas griegas, pues las ciudades
habían levantado con frecuencia estatuas de personas reales así como de héroes y de
dioses. En la moneda, también, los reyes se estaban asociando, o siendo asociados,
con las tradiciones cívicas existentes. En ambos contextos el rey era legitimado al ser
incorporado al repertorio visual de las tradiciones de la ciudad griega. La validación
era por tanto mutua.
Las mujeres reales y la «familia real»
La monarquía en este período, a diferencia de la tiranía en el período arcaico,
puso a las mujeres emparentadas con los dinastas en la vanguardia de la vida pública.
El término basilissa (reina) parece haber sido aplicado a las esposas de los reyes
macedonios sólo a partir de 360/365, cuando las nuevas monarquías surgieron,
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lo
que sugiere un papel más importante para las mujeres reales que durante la vida de
Alejandro. Se cree que algunas reinas se hicieron realmente poderosas en virtud de
su personalidad, aunque es probable que se les permitiera esta posición pública sólo
con el fin de que contribuyeran a los objetivos definidos por los hombres, quienes
retuvieron casi toda la autoridad oficial.
Olimpia, la madre de Alejandro, tenía un poder enorme en Macedonia
después de la muerte de éste, guerreando por sus propios derechos y ejerciendo las
prerrogativas reales allí.
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Casi podría ser considerada uno de los diadocos; entre las
mujeres reales era atípica por tener tanta libertad de acción, pero fue típica al
perderla finalmente. Eurídice, la esposa de Filipo III Arriadeo (medio hermano de
Alejandro), que fue derrotado por Olimpia y ejecutado, es un ejemplo de un tipo más
común: la mujer real que tiene poder sólo por sus vínculos con parientes y allegados
masculinos y que aprovecha su influencia temporal sobre ellos.
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Después de las guerras de los diadocos, las mujeres reales fueron con más
frecuencia las portadoras de las ambiciones dinásticas en favor de los hombres que
participantes autónomas. Como lo fue Estratonice, esposa de Seleuco I y después de
su hijo Antíoco I. El episodio fue embellecido como una historia de amor por los
escritores helenísticos y es repetido por Plutarco (Demetrio, 38) y Apiano (Guerras
sirias, 59-61), que escriben un relato sentimental de cómo Antíoco se enamoró de la
joven esposa de su padre y suspiraba por ella hasta que un astuto médico griego
convenció a Seleuco de entregársela. Esto no es necesariamente cierto; el cuento
puede haber tenido su origen en la propaganda ideada para demostrar la armoniosa
relación que había entre padre e hijo, ocultando el verdadero propósito de Seleuco de
compartir el reinado con su hijo para asegurar una sucesión sin problemas.
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O bien
no es necesario que la historia tenga su origen en la propaganda seléucida ni nos diga
nada sobre la política real, sino que sea el producto de una tradición retórica de los
primeros tiempos imperiales.
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Otra mujer presuntamente utilizada como vehículo de
relaciones políticas sería Berenice II, hija de Ptolomeo II, que fue dada a Antíoco II
como parte de una renegociación de las relaciones políticas entre los dos reinos. Los
problemas resultantes entre Antíoco y su primera esposa, Laodicea, originaron la
guerra «laodicea» o tercera guerra siria (246-241).
No sólo las mujeres sino a veces toda la familia real llegaron a ser símbolos
importantes de la salud de un reino. La muerte del hijo y heredero de Lisímaco puede
haber tenido una significación especial. Con más frecuencia la mujer cumplía el
papel con éxito, como en los casos de Estratonice y particularmente Arsínoe. Es
habitual considerar a esta Arsínoe, esposa y hermana de Ptolomeo II (rey 285-246)
como la mujer real más exitosa del período helenístico inicial. El matrimonio con la
hermana era una especie de costumbre entre los Ptolomeos que obedecía al
precedente egipcio. En términos dinásticos era un proceder seguro que evitaba la
división de la propiedad o del reino y también el problema de escoger entre otras
familias dominantes, o ramas de la misma familia, al establecer nuevos vínculos
dinásticos (por no hablar de las dificultades que escoger un cónyuge de una familia
griega residente en Egipto acarrearía). Arsinoe fue incluso corregente desde
aproximadamente 275 hasta su muerte en 268,
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y fue la primera reina ptolemaica en
ser retratada en las monedas. El poeta cortesano Teócrito celebraba su piedad hacia
el dios Adonis en su décimo quinto Idilio. Los historiadores quizá están demasiado
ansiosos por ver a Arsinoe como una mujer genuinamente poderosa e independiente,
e incluso como la responsable del aumento del poder naval ptolemaico.
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Es posible
que a Ptolomeo II le satisfaciera proclamar públicamente que su política estaba en
armonía con los deseos de «sus antepasados y su hermana» (decreto de Cremónides);
en realidad, aunque las primeras reinas como Arsinoe pueden haber tenido influencia
en lo privado, su papel público servía ante todo para reforzar las acciones y la
posición de su parentela masculina.
Posteriormente en el período helenístico, en particular en la tardía dinastía
ptolemaica, hubo reinas importantes que parecen haber desempeñado de modo
genuino un papel independiente en las luchas dinásticas (véase el cap. 6). El ejemplo
más famoso es Cleopatra VII, amante de Julio César y Marco Antonio.
Sin embargo, un ejemplo más típico de las virtudes que las reinas helenísticas
presuntamente debían encarnar podría ser el de Apolonis, esposa del rey Átalo I, de
Pérgamo (rey 241-197), que en un decreto de mediados del siglo II de Hierápolis en
el Asia Menor noroccidental, es alabada por su piedad con los dioses y sus padres, y