111
Plano de Goritsa, (Basada en Owens,
City, pag 78, fig 23. Reinder,
News
Halos, pag 49. Curvas de nivel en metros.
Plano de Demetria. (Basado en Owens, City, p. 79, fig. 24.)
Las primeras fundaciones seléucidas, edificadas muchas de ellas en territorios
deshabitados o en reemplazo de los asentamientos originarios, tienen un trazado
generalmente normalizado, con una calle principal que divide longitudinalmente la
ciudad, pero en cada caso se adaptan al sitio; es el caso de Antioquía del Orontes,
Beroia, Apamea y su puerto Laodicea del Mar, y Seleucia del Tigris. Generalmente
hay una zona palaciega separada y una acrópolis. Una calle axial se aprecia en la
pequeña capital real de Seutes III de Tracia, Seutópolis, que aunque apenas mide 250
metros de un lado a otro, tiene su propia agora y su barrio palaciego. En Damasco, no
obstante, la necesidad de transigir con el trazado urbano existente generó un plano
mixto, con una calle central de este a oeste uniendo los barrios antiguos y los nuevos.
No todas las fusiones de ciudades griegas y no griegas tuvieron éxito en términos
arquitectónicos; en Douros-Europos, algunos de los proyectos de construcción de
estilo griego, incluida el agora, no se terminaron jamás.
97
112
Además de ser expresión del helenismo o aun de la helenización y del ideal
urbano (aunque generalmente en un nuevo contexto monárquico), este florecimiento
del estilo griego representa la manifestación más espectacular de la habilidad de los
reyes para monumentalizar su poder y alterar el paisaje. La riqueza y el trabajo
necesarios para construirlos no estaban al alcance de la mano, sino que tenían que ser
movilizados. Las consecuencias económicas son un aspecto de no poca importancia
de la edificación urbana en el período helenístico. La urbanización dependía de una
combinación de trabajo esclavo, militar y libre — este último empleado quizá
especialmente para la decoración arquitectónica y escultórica más compleja—, y
debe de haber dado ocupación a artesanos y jornaleros, que pueden haber migrado
periódicamente a nuevos proyectos. Los recursos para sostener estos programas
masivos habrán procedido, como la riqueza de los reyes, de una combinación de
ganancias de la guerra, impuestos al comercio, rentas de las propiedades reales,
contribuciones financieras y laborales de las ciudades, y en suma, de la extracción de
riqueza de una gran masa de población: campesinos, comerciantes y los propios
artesanos griegos y no griegos, junto con esclavos y otros grupos de personas no
libres. La fundación de ciudades representaba por tanto una redistribución de
recursos.
98
Croquis de Nueva Halos (Basado en Reinders,
New Halos, pag 34)
Curvas de nivel en metros
113
Plano de Pérgamo. (Basado en W. Radt, Pergamon, pp. 84-85, fig. 10.)
Curvas de nivel en metros.
Los ciudadanos EUERGETAI
Las mercedes regias eran parte de un fenómeno más amplio, para el cual los
historiadores han inventado el término de «evergetismo», acuñado a partir de la
palabra griega para «benefactor», euergetés (el apellido de varios reyes helenísticos).
Un nombre alternativo es el antiguo término griego de euergesia, que significa tanto
una sola merced como la práctica general.
99
114
La práctica no era nueva en modo alguno; la Atenas clásica se apoyaba en los
ciudadanos ricos para financiar los festivales y la construcción pública. En la primera
parte del siglo IV, Jenofonte en su Económico esbozaba los deberes del caballero
terrateniente:
En primer lugar, porque veo que estás obligado a celebrar
frecuentes y abundantes sacrificios, pues en otro caso ni dioses ni
hombres te aguantarían. En segundo lugar, porque tu rango exige dar
hospitalidad a muchos extranjeros y a tratarlos con magnificencia. En
tercer lugar, tienes que ofrecer banquetes y agradar a tus conciudadanos,
o perder su adhesión. Además veo que la ciudad te ha impuesto ya
grandes contribuciones: el mantenimiento de un caballo, la coregía, la
gimnasiarquía y la aceptación de presidencias; en caso de declararse una
guerra, estoy seguro de que te impondrían una triarquía y unos
gravámenes tan grandes que no podrás soportarlos fácilmente.
(Jen., Eco., 2. 5-6).
En Atenas es posible que las donaciones públicas obligatorias (leitourgiai
«liturgias») fueran abolidas por Demetrio de Falero (r. 317-307), en una maniobra
destinada a calmar a las familias más ricas que hacían el grueso de los gastos.
100
El valor relativo de las donaciones más grandes puede haber cambiado
gradualmente. Parece haber habido una polarización de las clases adineradas, tanto
en general como dentro de la élite. Unos cuantos individuos eran tan ricos que podían
servir al bien público en una escala nunca vista antes. Una larga inscripción de
alrededor del 200 (Austin 97, Syll2 495) detalla los actos de Protógenes, un
ciudadano de Olbia, a orillas del mar Negro, que ayudó a la ciudad a afrontar las
exigencias de fondos para defensa contra los pueblos vecinos no griegos, y los
problemas de escasez de grano y, sobre todo, pagó el costo de construir un granero
público y las murallas de la fortificación. Quizá un poco después, la ciudad de Istria,
también cerca del mar Negro, rindió honores al ciudadano Agatocles por servicios
similares (Austin 98, Burstein 68, JSE ii, 131). En el mismo siglo los ciudadanos de
Paros homenajearon a un hombre por sus servicios, particularmente como
superintendente del mercado (agoranomos), cargo en el cual defendió los derechos
tanto de los empleadores como de los trabajadores (Austin 110).
101
Otra inscripción, de la década del 240, registra un decreto samiano en honor
de un ciudadano, Bulágoras (Austin 113, BD 64, SEG i. 366; citado, p. 185).
Enumera una serie de sus buenas obras a través de los años. Representó a su ciudad
en una exitosa petición a Antioco Hierax, referente a las propiedades siempre
disputadas en Anea. Actuó en favor del demos en los procesos por el mal uso de sus
fondos o su propiedad, y sustituyó a un gimnasiarca —presidente (esto es, proveedor
de fondos) del gimnasio ciudadano— que adquirió su oficio a un valor más alto del
que podía pagar. Adelantó grandes sumas a la ciudad, permitiendo que el trigo
pudiera ser comprado por los ciudadanos durante una carestía, «atribuyendo la mayor
importancia al bien común y al disfrute de la abundancia por el pueblo». Incluso
prestó dinero a «los necesitados».
No es necesario que pongamos a Bulágoras en el papel de un filántropo
victoriano; los pobres mencionados en el decreto no eran forzosamente miserables, y
pueden haber sido miembros de la clase terrateniente (o de la clase ciudadana en su