un diagrama, las diversas afinidades que observan entre los numerosos
miernbros vivientes y extinguidos de una misma gran clase.
La extinción, como hemos visto en el capítulo cuarto, ha representado
un papel importante en agrandar y definir los intervalos entre los dife-
rentes grupos de cada clase. De este modo podemos explicar la marcada
distinción de clases enteras -por ejemplo, entre las aves y todos los otros
animales vertebrados- por la suposición de que se han perdido por com-
pleto muchas formas orgánicas antiguas, mediante las cuales los primiti-
vos antepasados estuvieron en otro tiempo unidos con los primitivos an-
tepasados de las otras clases de vertebrados entonces menos diferencia-
das. Ha habido mucha menos extinción en las formas orgánicas que enla-
zaron en otro tiempo los peces con los batracios. Aun ha habido menos
dentro de algunas clases enteras, por ejemplo, los crustáceos; pues en
ellos las formas más portentosamente distintas están todavía enlazadas
por una larga cadena de afinidades sólo en algunos puntos interrumpi-
da. La extinción tan sólo ha definido los grupos: en modo alguno los ha
hecho; pues si reapareciesen de pronto todas las formas que en cualquier
tiempo han vivido sobre la Tierra, aunque sería completamente imposi-
ble dar definiciones por las que cada grupo pudiese ser distinguido, to-
davía sería posible una clasificación natural o, por lo menos, una ordena-
ción natural. Veremos esto volviendo al cuadro: las letras A a L pueden
representar once géneros silúricos, algunos de los cuales han producido
grandes grupos de descendientes modificados con todas las formas de
unión para cada rama y sub-rama que vive todavía, y los eslabones de
unión no son mayores que los que existen entre variedades vivientes. En
este caso sería por completo imposible dar definiciones por las que los
diferentes miembros de los diversos grupos pudiesen ser distinguidos de
sus ascendientes y descendientes más próximos. Sin embargo, la disposi-
ción del cuadro, a pesar de esto,subsistiría y sería natural; pues, según el
principio de la herencia, todas las formas descendientes, por ejemplo, de
A tendrían algo de común. En un árbol podemos distinguir esta o aque-
lla rama, aun cuando en la misma horquilla las dos se unen y confunden.
No podríamos, como he dicho, definir los diversos grupos; pero podría-
mos elegir tipos o formas que representasen la mayor parte de los carac-
teres de cada grupo, grande o pequeño, y dar así una idea general del va-
lor de las diferencias entre ellos. Esto es a lo que nos veríamos obligados,
si pudiésemos conseguir alguna vez recoger todas las formas de alguna
clase que han vivido en todo tiempo y lugar. Seguramente jamás conseg-
uiremos hacer una colección tan perfecta; sin embargo, en ciertas clases
tendemos a este fin, y Milne Edwards ha insistido recientemente, en un
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excelente trabajo, sobre la gran importancia de fijar la atención en los ti-
pos, podamos o no separar y definir los grupos a que estos tipos
pertenecen.
Finalmente, hemos visto que la selección natural que resulta de la lu-
cha por la existencia, y que casi inevitablemente conduce a la extinción y
a la divergencia de caracteres en los descendientes de cualquier especie
madre, explica el gran rasgo característico general de las afinidades de
todos los seres orgánicos, o sea la subordinación de unos grupos a otros.
Utilizamos el principio genealógico o de descendencia al clasificar en
una sola especie los individuos de los dos sexos y los de todas las eda-
des, aun cuando pueden tener muy pocos caracteres comunes; usamos la
genealogía al clasificar variedades reconocidas, por muy diferentes que
sean de sus especies madres, y yo creo que este principio genealógico o
de descendencia es el oculto lazo de unión que los naturalistas han bus-
cado con el nombre de sistema natural. Con esta idea de que el sistema
natural -en la medida en que ha sido realizado- es genealógico por su
disposición, expresando los grados de diferencia por los términos géne-
ros, familias, órdenes, etc., podemos comprender las reglas que nos he-
mos visto obligados a seguir en nuestra clasificación. Podemos compren-
der por qué damos a ciertas semejanzas mucho más valor que a otras;
por qué utilizamos los órganos rudimentarios e inútiles, u otros de im-
portancia fisiológica insignificante; por qué al averiguar las relaciones
entre un grupo y otro rechazamos inmediatamente los caracteres analó-
gicos o de adaptación, y, sin embargo, utilizamos estos mismos caracte-
res dentro de los límites de un mismo grupo. Podemos ver claramente
por qué es que todas las formas vivientes y extinguidas pueden agrupar-
se en un corto número de grandes clases y por qué los diferentes miem-
bros de cada clase están relacionados mutuamente por líneas de afinidad
complicadas y divergentes. Probablemente, jamás desenredaremos el
inextricable tejido de las afinidades que existen entre los miembros de
una clase cualquiera; pero, teniendo a la vista un problema determinado,
y no buscando un plan desconocido de creación, podemos esperar reali-
zar progresos lentos, pero seguros.
El profesor Häckel, en su Generelle Morphologie y en otras obras, ha
empleado su gran conocimiento y capacidad en lo que él llama filogenia,
o sea las líneas genealógicas de todos los seres orgánicos. Al formar las
diferentes series cuenta principalmente con los caracteres embriológicos;
pero se ayuda con los datos que proporcionan los órganos homólogos y
rudimentarios, y también los sucesivos períodos en que se cree que han
aparecido por vez primera en nuestras formaciones geológicas las
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