órgano pueda obscurecerse tanto que finalmente se pierda, por la reduc-
ción y, últimamente, por el aborto completo de ciertas partes, por la fu-
sión de otras y por la duplicación o multiplicación de otras; variaciones
éstas que sabemos que están dentro de los límites de lo posible. En las
aletas de los gigantescos reptiles marinos extinguidos y en las bocas de
ciertos crustáceos chupadores, el plan general parece haber quedado de
este modo en parte obscurecido.
Hay otro aspecto igualmente curioso de este asunto: las homologías de
serie, o seala comparación de las diferentes partes u órganos en un mis-
mo individuo, y no de las mismas partes u órganos en diferentes seres de
la misma clase. La mayor parte de los fisiólogos cree que los huesos del
cráneo son homólogos -esto es, que corresponden en número y en cone-
xión relativa- con las partes fundamentales de un cierto número de vérte-
bras. Los miembros anteriores y posteriores en todas las clases superio-
res de vertebrados son claramente homólogos. Lo mismo ocurre con los
apéndices bucales, asombrosamente complicados, y las patas de los crus-
táceos. Es conocido de casi todo el mundo que, en una flor, la posición
relativa de los sépalos, pétalos, estambres y pistilos, lo mismo que su es-
tructura intima, se explican dentro de la teoría de que consisten en hojas
metamorfoseadas, dispuestas en espiral. En las plantas monstruosas,
muchas veces adquirimos pruebas evidentes de la posibilidad de que un
órgano se transforme en otro, y podemos ver realmente, durante los esta-
dos tempranos o embrionarios de desarrollo de las flores, lo mismo que
en crustáceos y en otros muchos animales, que órganos que cuando lle-
gan a su estado definitivo son sumamente diferentes, son al principio
exactamente iguales.
¡Qué inexplicables son estos casos de homologías de serie dentro de la
teoría ordinaria de la creación! ¿Por qué ha de estar el cerebro encerrado
en una caja compuesta de piezas óseas tan numerosas y de formas tan
sumamente diferentes que parecen representar vértebras? Como Owen
ha hecho observar, la ventaja que resulta de que las piezas separadas ce-
dan en el acto del parto en los mamíferos no explica en modo alguno la
misma construcción en los cráneos de las aves y reptiles. ¿Por qué habrí-
an sido creados huesos semejantes para formar el ala y la pata de un
murciélago, utilizados como lo son para fines completamente diferentes,
a saber: volar y andar? ¿Por qué un crustáceo, que tiene un aparato bucal
sumamente complicado, formado de muchas partes, ha de tener siempre,
en consecuencia, menos patas, o, al revés, los que tienen muchas patas
han de tener aparatos bucales más simples? ¿Por qué en todas las flores
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los sépalos, pétalos, estambres y pistilos, aunque adecuados a tan distin-
tos fines, han de estar construidos según el mismo modelo?
Según la teoría de la selección natural, podemos, hasta cierto punto,
contestar a estas preguntas. No necesitamos considerar aquí cómo llega-
ron los cuerpos de algunos animales a dividirse en series de segmentos o
cómo se dividieron en lados derecho e izquierdo con órganos que se co-
rresponden, pues tales cuestiones están casi fuera del alcance de la inves-
tigación. Es, sin embargo, probable que algunas conformaciones seriadas
sean el resultado de multiplicarse las células por división, que ocasione
la multiplicación de las partes que provienen de estas células. Bastará pa-
ra nuestro objeto tener presente que la repetición indefinida de la misma
parte u órgano es, como Owen ha hecho observar, la característica co-
mún de todas las formas inferiores o poco especializadas, y, por lo tanto,
el desconocido antepasado de los vertebrados tuvo probablemente mu-
chas vértebras; el desconocido antepasado de los articulados, muchos
segmentos, y el desconocido antepasado de las plantas fanerógamas,
muchas hojas dispuestas en una o más espirales. También hemos visto
anteriormente que las partes que se repiten muchas veces están suma-
mente sujetas a variar, no sólo en número, sino también en forma. En
consecuencia, estas partes, existiendo ya en número considerable y sien-
do sumamente variables, proporcionarían naturalmente los materiales
para la adaptación a los más diferentes fines, y, sin embargo, tendrían
que conservar, en general, por la fuerza de la herencia, rasgos claros de
su semejanza primitiva o fundamental. Habrían de conservar estas seme-
janzas tanto más cuanto, que las variaciones que proporcionasen la base
para su modificación ulterior por selección natural tenderían desde el
principio a ser semejantes, por ser dos partes iguales en un estado tem-
prano de desarrollo y por estar sometidas casi a las mismas condiciones.
Estas partes, más o menos modificadas, serían homólogas en serie, a me-
nos que su origen común llegase a borrarse por completo.
En la gran clase de los moluscos, aun cuando puede demostrarse que
son homólogas las partes en distintas especies, sólo puede indicarse un
corto número de homologías en serie, tales como las valvas, de los Chi-
ton; esto es, raras veces podemos decir que una parte es homóloga de
otra en el mismo individuo. Y podemos explicarnos este hecho; pues en
los moluscos, aun en los miembros más inferiores de la clase, no encon-
tramos ni con mucho la indefinida repetición de una parte dada, que en-
contramos en las otras grandes clases de los reinos animal y vegetal.
Pero la Morfología es un asunto mucho más complejo de lo que a pri-
mera vista parece, como recientemente ha demostrado muy bien, en una
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