méritos o defectos de sus crías. Vemos esto claramente en nuestros prop-
ios niños; no podemos decir si un niño será alto o bajo, o cuáles serán
exactamente sus rasgos característicos. No está el problema en decir en
qué período de la vida puede haber sido producida cada variación, sino
en qué período se manifiestan los efectos. La causa puede haber obrado -
y yo creo que muchas veces ha obrado- en uno o en los dos padres antes
del acto de la generación. Merece señalarse que para un animal muy jo-
ven, mientras permanece en el útero de su madre o en el huevo, o mien-
tras es alimentado o protegido por sus padres, no tiene importancia algu-
na el que la mayor parte de sus caracteres sean adquiridos un poco antes
o un poco después. Para un ave, por ejemplo, que obtuviese su comida
por tener el pico muy curvo, nada significaría el que de pequeña, mien-
tras fuese alimentada por sus padres, poseyese o no el pico de aquella
forma.
He establecido en el capítulo primero que, cualquiera que sea la edad
en la que aparece por vez primera una variación en el padre, esta varia-
ción tiende a reaparecer en la descendencia a la misma edad. Ciertas var-
iaciones pueden aparecer solamente a las edades correspondientes; por
ejemplo, las particularidades en fases de oruga, crisálida o imago en el
gusano de seda, o también en los cuernos completamente desarrollados
del ganado. Pero variaciones que, por todo lo que nos es dado ver, pud-
ieron haber aparecido por vez primera a una edad más temprana o más
adelantada, tienden igualmente a aparecer a las mismas edades en los
descendientes y en el padre. Estoy lejos de pensar que esto ocurra invar-
iablemente así, y podría citar varios casos excepcionales de variaciones -
tomando esta palabra en el sentido más amplio- que han sobrevenido en
el hijo a una edad más temprana que en el padre.
Estos dos principios -a saber: que las variaciones ligeras generalmente
aparecen en un período no muy temprano de la vida y que son hereda-
das en el período correspondiente- explican, creo yo, todos los hechos
embriológicos capitales antes indicados; pero consideremos ante todo al-
gunos casos análogos en nuestras variedades domésticas. Algunos auto-
res que han escrito sobre perros sostienen que el galgo y el bull-dog, aun-
que tan diferentes, son en realidad variedades muy afines, que descien-
den del mismo tronco salvaje; de aquí que tuve curiosidad de ver hasta
qué punto se diferenciaban sus cachorros. Me dijeron los criadores que
se diferenciaban exactamente lo mismo que sus padres, y esto casi pare-
cía así juzgando a ojo; pero midiendo realmente los perros adultos y sus
cachorros de seis días, encontré que en los cachorros, en proporción, las
diferencias no hablan adquirido, ni con mucho, toda su intensidad.
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Además, también me dijeron que los potros de los caballos de carreras y
de tiro -razas que han sido formadas casi por completo por selección en
estado doméstico- se diferenciaban tanto como los animales completa-
mente desarrollados; pero habiendo hecho medidas cuidadosas de las
yeguas y de los potros de tres días, de razas de carrera y de tiro pesado,
encontré que esto no ocurre en modo alguno.
Como tenemos pruebas concluyentes de que las razas de la paloma
han descendido de una sola especie salvaje, comparé los pichones a las
doce horas de haber salido del huevo. Medí cuidadosamente las
proporciones -aunque no se darán aquí con detalle- del pico, anchura de
la boca, largo del orificio nasal y del párpado, tamaño de los pies y longi-
tud de las patas en la especie madre salvaje, buchonas, colipavos, runts,
barbs, dragons, mensajeras inglesas y volteadoras. Ahora bien; algunas
de estas aves, de adultas, difieren de modo tan extraordinario en la lon-
gitud y forma del pico y en otros caracteres, que seguramente habrían si-
do clasificadas como géneros distintos si hubiesen sido encontradas en
estado natural; pero puestos en serie los pichones de nido de estas dife-
rentes clases, aunque en la mayor parte de ellos se podían distinguir jus-
tamente las diferencias proporcionales en los caracteres antes señalados,
eran incomparablemente menores que en las palomas completamente
desarrolladas. Algunos puntos diferenciales característicos -por ejemplo,
el de la anchura de la boca- apenas podían descubrirse en los pichones;
pero hubo una excepción notable de esta regla, pues los pichones de la
volteadora, de cara corta, se diferenciaban de los pichones de la paloma
silvestre y de las otras castas casi exactamente en las mismas proporcio-
nes que en estado adulto.
Estos hechos se explican por los dos principios citados. Los criadores
eligen sus perros, caballos, palomas, etc., para cría cuando están casi de-
sarrollados; les es indiferente el que las cualidades deseadas sean adqui-
ridas más pronto o más tarde, si las posee el animal adulto. Y los casos
que se acaban de indicar, especialmente el de las palomas, muestran que
las diferencias características que han sido acumuladas por la selección
del hombre y que dan valor a sus castas no aparecen generalmente en un
período muy temprano de la vida y son heredadas en un período corres-
pondiente no temprano. Pero el caso de la volteadora de cara corta, que a
las doce horas de nacida posee ya sus caracteres propios, prueba que ésta
no es la regla sin excepción, pues, en este caso, las diferencias caracterís-
ticas, o bien tienen que haber aparecido en un período más temprano
que de ordinario, o, de no ser así, las diferencias tienen que haber sido
heredadas, no a la edad correspondiente, sino a una edad más temprana.
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