por dos o tres aves insectívoras distintas. Vemos aquí qué poderoso ha
sido el efecto de la introducción de un solo árbol, no habiéndose hecho
otra cosa más, excepto el haber cercado la tierra de modo que no pudiese
entrar el ganado. Pero cuán importante elemento es el cercado lo vi clara-
mente cerca de Farnham, en Surrey. Hay allí grandes brezales con algu-
nos grupos de viejos pinos silvestres en las apartadas cimas de los cerros;
en los últimos diez años han sido cercados grandes espacios, y multitud
de pinos sembrados naturalmente están creciendo tan densos, que no
pueden vivir todos. Cuando me cercioré de que estos arbolitos no habían
sido sembrados ni plantados quedé tan sorprendido, por su número, que
fui a situarme en diferentes puntos de vista, desde donde pude observar
centenares de acres del brezal no cercado, y no pude, literalmente, ver un
solo pino silvestre, excepto los grupos viejos plantados; pero examinan-
do atentamente entre los tallos de los brezos, encontré una multitud de
plantitas y arbolitos que habían sido continuamente rozados por el gana-
do vacuno. En una yarda cuadrada, en un sitio distante unas cien yardas
de uno de los grupos viejos de pinos, conté veintidós arbolillos, y uno de
ellos, con veintiséis anillos de crecimiento, había durante varios años in-
tentado levantar su copa por encima de los tallos del brezo y no lo había
conseguido. No es maravilloso que, en cuanto la tierra fue cercada, que-
dase densamente cubierta de pinitos creciendo vigorosos. Sin embargo,
el brezal era tan sumamente estéril y tan extenso, que nadie hubiera ima-
ginado nunca que el ganado hubiese buscado su comida tan atenta y
eficazmente.
Vemos aquí que el ganado determina en absoluto la existencia del pi-
no; pero en diferentes regiones del mundo los insectos determinan la
existencia del ganado. Quizá el Paraguay ofrece el ejemplo más curioso
de esto, pues allí, ni el ganado vacuno, ni los caballos, ni los perros se
han hecho nunca cimarrones, a pesar de que al norte y al sur abundan en
estado salvaje, y Azara y Rengger han demostrado que esto es debido a
ser más numerosa en el Paraguay cierta mosca que pone sus huevos en el
ombligo de estos animales cuando acaban de nacer. El aumento de estas
moscas, con ser numerosas como lo son, debe de estar habitualmente
contenido de varios modos, probablemente por otros insectos parásitos.
De aquí que si ciertas aves insectívoras disminuyesen en el Paraguay, los
insectos parásitos probablemente aumentarían, y esto haría disminuir el
número de las moscas del ombligo; entonces el ganado vacuno y los ca-
ballos llegarían a hacerse salvajes, lo cual, sin duda, alteraría mucho la
vegetación, como positivamente lo he observado en regiones de América
del Sur; esto, además, influiría mucho en los insectos, y esto -como
61
acabamos de ver en Staffordshire- en las aves insectívoras, y así, progre-
sivamente, en círculos de complejidad siempre creciente. No quiero decir
que en la naturaleza las relaciones sean siempre tan sencillas como éstas.
Batallas tras batallas han de repetirse continuamente con diferente éxito,
y, sin embargo, tarde o temprano, las fuerzas quedan tan perfectamente
equilibradas, que el aspecto del mundo permanece uniforme durante lar-
gos períodos de tiempo, a pesar de que la cosa más insignificante daría la
victoria a un ser orgánico sobre otro. Sin embargo, tan profunda es nues-
tra ignorancia y tan grande nuestra presunción, que nos maravillamos
cuando oímos hablar de la extinción de un ser orgánico, y, como no ve-
mos la causa, invocamos cataclismos para desolar la tierra o inventamos
leyes sobre la duración de la vida.
Estoy tentado de dar un ejemplo más, que muestre cómo plantas y ani-
males muy distantes en la escala de la naturaleza están unidas entre sí
por un tejido de complejas relaciones. Más adelante tendré ocasión de
mostrar que la planta exótica Lobelia fulgens nunca es visitada en mi jar-
dín por los insectos, y que, por consiguiente, a causa de su peculiar es-
tructura, jamás produce ni una semilla. Casi todas nuestras plantas
orquídeas requieren absolutamente visitas de insectos que trasladen sus
masas polínicas y de este modo las fecunden. He averiguado por experi-
mentos que los abejorros son casi indispensables para la fecundación del
pensamiento (Viola tricolor), pues otros himenópteros no visitan esta
flor. También he encontrado que las visitas de los himenópteros son ne-
cesarias para la fecundación de algunas clases de trébol; por ejemplo, 20
cabezas de trébol blanco (Trifolium repens) produjeron 2.290 semillas,
pero otras 20 cabezas resguardadas de los himenópteros no produjeron
ni una. Además, 100 cabezas de trébol rojo (T. pratense) produjeron 2.700
semillas, pero el mismo número de cabezas resguardadas no produjo ni
una sola semilla. Sólo los abejorros visitan el trébol rojo, pues los otros
himenópteros no pueden alcanzar al néctar. Se ha indicado que las mari-
posas pueden fecundar los tréboles; pero dudo cómo podrían hacerlo en
el caso del trébol rojo, pues su peso no es suficiente para deprimir los pé-
talos llamados alas. De aquí podemos deducir como sumamente proba-
ble que si todo el género de los abejorros llegase a extinguirse o a ser
muy raro en Inglaterra, los pensamientos y el trébol rojo desaparecerían
por completo. El número de abejorros en una comarca depende en gran
medida del número de ratones de campo, que destruyen sus nidos, y el
coronel Newman, que ha prestado mucha atención a la vida de los abejo-
rros, cree que «más de dos terceras partes de ellos son destruídos así en
toda Inglaterra». Ahora bien: el número de ratones depende mucho,
62