Hemos visto que las especies que son más numerosas en individuos
tienen las mayores probabilidades de producir variaciones favorables en
un espacio de tiempo dado. Tenemos pruebas de esto en los hechos ma-
nifestados en el capítulo segundo, que demuestran que las especies co-
munes y difundidas, o predominantes, son precisamente las que ofrecen
el mayor número de variedades registradas. De aquí que las especies ra-
ras se modificarán y perfeccionarán con menor rapidez en un tiempo da-
do y, por consiguiente, serán derrotadas en la lucha por la vida por los
descendientes modificados y perfeccionados de las especies más
comunes.
De estas diferentes consideraciones creo que se sigue inevitablemente
que, a medida que en el transcurso del tiempo se forman por selección
natural especies nuevas, otras se irán haciendo más y más raras, y, por
último, se extinguirán. Las formas que están en competencia más inmed-
iata con las que experimentan modificación y perfeccionamiento sufri-
rán, naturalmente, más; y hemos visto en el capítulo sobre la lucha por la
existencia que las formas más afines -variedades de la misma especie y
especies del mismo género o de géneros próximos- son las que, por tener
casi la misma estructura, constitución y costumbres, entran generalmente
en competencia mutua la más rigurosa. En consecuencia, cada nueva va-
riedad o especie, durante su proceso de formación, luchará con la mayor
dureza con sus parientes más próximos y tenderá a exterminarlos. Ve-
mos esbe mismo proceso de exterminio en nuestras producciones do-
mésticas por la selección de formas perfeccionadas hecha por el hombre.
Podrían citarse muchos ejemplos curiosos que muestran la rapidez con
que nuevas castas de ganado vacuno, ovejas y otros animales y nuevas
variedades de flores reemplazan a las antiguas e inferiores. Se sabe histó-
ricamente que en Yorkshire el antiguo ganado vacuno negro fue desalo-
jado por el long-horn, y éste fue «barrido por el short-horn» -cito las pa-
labras textuales de un agrónomo- «como por una peste mortal».
Divergencia de caracteres
El principio que he designado con estos términos es de suma impor-
tancia y explica, a mi parecer, diferentes hechos importantes. En primer
lugar, las variedades, aun las muy marcadas, aunque tengan algo de ca-
rácter de especies -como lo demuestran las continuas dudas, en muchos
casos, para clasificarlas-, difieren ciertamente mucho menos entre sí que
las especies verdaderas y distintas. Sin embargo, en mi opinión, las varie-
dades son especies en vías de formación o, como las he llamado, especies
incipientes. ¿De qué modo, pues, la diferencia pequeña que existe entre
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las variedades aumenta hasta convertirse en la diferencia mayor que hay
entre las especies? Que esto ocurre habitualmente debemos inferirlo de
que en toda la naturaleza la mayor parte de las innumerables especies
presenta diferencias bien marcadas, mientras que las variedades -los su-
puestos prototipos y progenitores de futuras especies bien marcadas-
presentan diferencias ligeras y mal definidas. Simplemente, la suerte, co-
mo podemos llamarla, pudo hacer que una variedad difiriese en algún
carácter de sus progenitores y que la descendencia de esta variedad dif-
iera de ésta precisamente en el mismo carácter, aunque en grado mayor;
pero esto solo no explicaría nunca una diferencia tan habitual y grande
como la que existe entre las especies del mismo género.
Siguiendo mi costumbre, he buscado alguna luz sobre este particular
en las producciones domésticas. Encontraremos en ellas algo análogo. Se
admitirá que la producción de razas tan diferentes como el ganado
vacuno short-horn y el de Hereford, los caballos de carrera y de tiro, las
diferentes razas de palomas, etc., no pudo efectuarse en modo alguno
por la simple acumulación casual de variaciones semejantes durante mu-
chas generaciones sucesivas. En la práctica llama la atención de un culti-
vador una paloma con el pico ligeramente más corto; a otro criador llama
la atención una paloma con el pico un poco más largo, y -según el princi-
pio conocido de que «los criadores no admiran ni admirarán un tipo me-
dio, sino que les gustan los extremos»- ambos continuarán, como positi-
vamente ha ocurrido con las sub-razas de la paloma volteadora, escog-
iendo y sacando crías de los individuos con pico cada vez más largo y
con pico cada vez más corto. Más aún: podemos suponer que, en un perí-
odo remoto de la historia, los hombres de una nación o país necesitaron
los caballos más veloces, mientras que los de otro necesitaron caballos
más fuertes y corpulentos. Las primeras diferencias serían pequeñísimas;
pero en el transcurso del tiempo, por la selección continuada de caballos
más veloces en un caso, y más fuertes en otro, las diferencias se harían
mayores y se distinguirían como formando dos sub-razas. Por último,
después de siglos, estas dos sub-razas llegarían a convertirse en dos ra-
zas distintas y bien establecidas. Al hacerse mayor la diferencia, los indi-
viduos inferiores con caracteres intermedios, que no fuesen ni muy velo-
ces ni muy corpulentos, no se utilizarían para la cría y, de este modo, han
tendido a desaparecer. Vemos, pues, en las producciones del hombre la
acción de lo que puede llamarse el principio de divergencia, producien-
do diferencias, primero apenas apreciables, que aumentan continuamen-
te, y que las razas se separan, por sus caracteres, unas de otras y también
del tronco común.
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