Pero podría preguntarse: ¿cómo puede aplicarse a la naturaleza un
principio análogo? Creo que puede aplicarse, y que se aplica muy
eficazmente -aun cuando pasó mucho tiempo antes de que yo viese có-
mo-, por la simple circunstancia de que cuanto más se diferencian los
descendientes de una especie cualquiera en estructura, constitución y
costumbres, tanto más capaces serán de ocupar muchos y más diferentes
puestos en la economía de la naturaleza, y así podrán aumentar en
número.
Podemos ver esto claramente en el caso de animales de costumbres
sencillas. Tomemos el caso de un cuadrúpedo carnívoro cuyo número de
individuos haya llegado desde hace tiempo al promedio que puede man-
tenerse en un país cualquiera. Si se deja obrar a su facultad natural de
aumento, este animal sólo puede conseguir aumentar -puesto que el país
no experimenta cambio alguno en sus condiciones- porque sus descend-
ientes que varíen se apoderen de los puestos actualmente ocupados por
otros animales: unos, por ejemplo, por poder alimentarse de nuevas cla-
ses de presas, muertas o vivas; otros, por habitar nuevos parajes, trepar a
los árboles o frecuentar el agua, y otros, quizá por haberse hecho menos
carnívoros. Cuanto más lleguen a diferenciarse en costumbres y confor-
mación los descendientes de nuestros animales carnívoros, tantos más
puestos serán capaces de ocupar.
Lo que se aplica a un animal se aplicará en todo tiempo a todos los ani-
males, dado que varíen, pues, en otro caso, la selección natural no puede
hacer nada.
Lo mismo ocurrirá con las plantas. Se ha demostrado experimental-
mente que si se siembra una parcela de terreno con una sola especie de
gramínea, y otra parcela semejante con varios géneros distintos de gra-
míneas, se puede obtener en este último caso un peso mayor de hierba
seca que en el primero. Se ha visto que este mismo resultado subsiste
cuando se han sembrado en espacios iguales de tierra una variedad y va-
rias variedades mezcladas de trigo. De aquí que si una especie cualquie-
ra de gramínea fuese variando, y fuesen seleccionadas constantemente
las variedades que difiriesen entre sí del mismo modo -aunque en grado
ligerísimo- que difieren las distintas especies y géneros de gramíneas, un
gran número de individuos de esta especie, incluyendo sus descendien-
tes modificados, conseguiría vivir en la misma parcala de terreno. Y sa-
bemos que cada especie y cada variedad de gramínea da anualmente casi
innumerables simientes, y está de este modo, por decirlo así, esforzándo-
se hasta lo sumo por aumentar en número de individuos. En consecuenc-
ia, en el transcurso de muchos miles de generaciones, las variedades más
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diferentes de una especie de gramínea tendrían las mayores probabilida-
des de triunfar y aumentar el número de sus induviduos y de suplantar
así a las variedades menos diferentes; y las variedades, cuando se han
hecho muy diferentes entre sí, alcanzan la categoría de especies.
La verdad del principio de que la cantidad máxima de vida puede ser
sostenida mediante una gran diversidad de conformaciones se ve en mu-
chas circunstancias naturales. En una región muy pequeña, en especial si
está por completo abierta a la inmigración, donde la contienda entre in-
dividuo e individuo tiene que ser severísima, encontramos siempre gran
diversidad en sus habitantes. Por ejemplo: he observado que un pedazo
de césped, cuya superficie era de tres pies por cuatro, que había estado
expuesto durante muchos años exactamente a las mismas condiciones,
contenía veinte especies de plantas, y éstas pertenecían a diez y ocho gé-
neros y a ocho órdenes; lo que demuestra lo mucho que estas plantas di-
ferían entre sí. Lo mismo ocurre con las plantas e insectos en las islas pe-
queñas y uniformes, y también en las charcas de agua dulce. Los agricul-
tores observan que pueden obtener más productos mediante una rota-
ción de plantas pertenecientes a órdenes los más diferentes: la naturaleza
sigue lo que podría llamarse una rotación simultánea. La mayor parte de
los animales o plantas que viven alrededor de un pequeño pedazo de te-
rreno podrían vivir en él -suponiendo que su naturaleza no sea, de algún
modo, extraordinaria-, y puede decirse que están esforzándose, hasta lo
sumo, para vivir allí; pero se ve que, cuando entran en competencia más
viva, las ventajas de la diversidad de estructura, junto con las diferencias
de costumbres y constitución que las acompañan, determinan el que los
habitantes que de este modo pugnaron empeñadamente pertenezcan,
por regla general, a lo que llamamos géneros y órdenes diferentes.
El mismo principio se observa en la naturalización de plantas, median-
te la acción del hombre, en países extranjeros. Podía esperarse que las
plantas que consiguieron llegar a naturalizarse en un país cualquiera te-
nían que haber sido, en general, muy afines de las indígenas, pues éstas,
por lo común, son consideradas como especialmente creadas y adapta-
das para su propio país. También quizá podría esperarse que las plantas
naturalizadas hubiesen pertenecido a un corto número de grupos más
especialmente adaptados a ciertos parajes en sus nuevas localidades. Pe-
ro el caso es muy otro; y Alph. de Candolle ha hecho observar acertada-
mente, en su grande y admirable obra, que las floras, en proporción al
número de géneros y especies indígenas, aumentan, por naturalización,
mucho más en nuevos géneros que en nuevas especies. Para dar un solo
ejemplo: en la última edición del Manual of the Flora of the Northern
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