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- PERSEVERANCIA Y REGULARIDAD



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26 - PERSEVERANCIA Y REGULARIDAD


El que interrumpe el curso de su oración y ejercicios espirituales es como el que soltó el ave de la mano, que no la volverá a cobrar.

San Juan de la Cruz



Si volimus non redire, currendum est. (Si no quere­mos retroceder, debemos correr.)

Pelagio


Si dijeses: "Ya basta; alcancé la perfección", todo está perdido. Pues es función de la perfección hacer que uno conozca su propia imperfección.

San Agustín

Los budistas tienen una expresión parecida al decir que, si un arhat piensa para sí que es un arhat, ello prueba que no es un arhat.

Dígote que nadie puede experimentar este naci-miento (de Dios advertido en el alma) sin un poderoso esfuerzo. Nadie puede lograr este nacimiento, de no ser capaz de retirar su mente enteramente de las cosas.

Eckhart
Si me hubieran impuesto una dura penitencia, no sé de ninguna que no hubiese a menudo de buen grado cumplido, antes que prepararme para la oración por el recogimiento. Y en verdad la violencia con que Sata­nás me asaltaba era tan irresistible, o mis malos hábi­tos tan fuertes, que no acudía a la oración, y la tristeza que sentía al entrar en el oratorio era tan grande, que necesitaba todo mi valor para forzarme a entrar. Dicen de mí que mi valor no es poco, y se sabe que Dios me lo otorgó superior al de una mujer, pero hice mal uso de él. Finalmente Nuestro Señor vino en mi ayuda y, después de hacerme yo esta fuerza, halle mayor paz y gozo que no tenía a veces al sentir deseos de orar.

Sania Teresa

A uno de sus hijos espirituales, díjole nuestro amado padre (San Francisco de Sales): "Sé paciente con to­dos, pero sobre todo contigo mismo. Quiero decir que no te desalientes por tus imperfecciones, sino levántate siempre con nuevo valor. Me alegro de que comiences de nuevo cada día; no hay mejor medio de alcanzar la vida espiritual que el de recomenzar constantemente y no pensar que ya se hizo bastante. ¿Cómo seremos pacientes con las faltas del prójimo, si somos impacien­tes con las nuestras? Aquel que se irritare con sus flaquezas no las corregirá; toda corrección fructífera procede de una mente serena y tranquila."

Jean Pierre Camus

Pocas almas hay, de las que se entregan a la oración interior, que no se hallen alguna vez en gran indisposi­ción para ella, teniendo grandes oscuridades en la mente y gran insensibilidad en sus afectos, de modo que las almas imperfectas, de no estar bien instruidas y preparadas, se hallarán en peligro, si tales contradicciones de la naturaleza inferior continúan por mucho tiempo, de verse abatidas, sí, y quizá disuadidas de proseguir en la oración, pues se inclinarán a pensar que su recogimiento no sirve para nada, puesto que, a su parecer, todos sus pensamientos o mociones para con Dios son una mera pérdida de tiempo y sin valor alguno; y, por tanto, que les sería de más provecho emplear su tiempo de algún otro modo.

Sí, existen almas que Dios Todopoderoso no condu­ce por otro camino que el de una oración plena de aridez, que no encuentran contentamiento sensible en su recogimiento, sino, por el contrario, continuo dolor y contradicción y, con todo, por una particular gracia y bravura impresa profundamente en el espíritu, no ce­san por ello, antes resueltamente irrumpen por todas las dificultades y continúan, lo mejor que pueden, sus internos ejercicios con gran adelanto de su espíritu.

Augustine Baker



27 - CONTEMPLACIÓN, ACCIÓN Y UTILIDAD SOCIAL


En todas las formulaciones históricas de la Filosofía Pe­renne se tiene por axiomático que el fin de la vida humana es la contemplación, o directo e intuitivo advertimiento de Dios; que la acción es el medio dirigido a ese fin; que la sociedad es buena en cuanto hace posible la contemplación para sus miembros; y que la existencia de, por lo menos, una minoría de contemplativos es necesaria para el bienes­tar de cualquier sociedad. En la filosofía popular de nuestro tiempo no hay que decir que el fin de la vida humana es la acción; que la contemplación (sobre todo en sus formas inferiores de pensamiento discursivo) es el medio para ese fin; que la sociedad es buena en cuanto los actos de sus miembros favorecen el progreso en tecnología y organiza­ción (progreso que se supone causalmente relacionado con el adelanto ético y cultural); y que una minoría de contemplativos es perfectamente inútil y quizás hasta nociva para la comunidad que la tolera. Extenderse más sobre la moderna Weltanschauung es innecesario; explícita o implíci­tamente está expuesta en cada página de las secciones de avisos de cada diario o revista. Los fragmentos siguientes fueron escogidos para ilustrar las tesis, más antiguas, más ciertas y menos familiares, de la Filosofía Perenne.

El trabajo ha de servir para la purificación de la mente, no para la percepción de la Realidad. El advertimiento de la Verdad se logra por el discernimien­to, y no, en lo más mínimo, por diez millones de actos.



Shankara
La finalidad última de cada cosa es la que está en la intención del primer autor o motor de esa cosa, y el primer autor y motor del universo es un intelecto. En consecuencia, la finalidad última del universo ha de ser el bien del intelecto; y éste es la verdad. Por ende la verdad es la finalidad última de todo el universo, y su considera­ción debe ser la ocupación principal de la sabiduría. Y por esta razón la divina Sabiduría, vestida de carne, declara que Él vino al mundo para hacer conocer la verdad... Además, Aristóteles define la Primera Filosofía como el conocimiento de la verdad, no de cualquier verdad, sino de aquella verdad que es la fuente de toda verdad; esto es, de aquella que se refiere al primer princi­pio del ser de todas las cosas; por donde su verdad es el principio de toda verdad, puesto que la disposición de las cosas es la misma en la verdad que en el ser.

***


Una cosa puede pertenecer a la vida contemplativa de dos maneras, esencialmente o como predisposi­ción... Las virtudes morales pertenecen a la vida con­templativa como predisposición. Pues el acto de con­templación, en el que consiste la vida contemplativa, es impedido así por el ímpetu de las pasiones como por las perturbaciones externas. Ahora bien; las virtudes morales frenan el ímpetu de las pasiones y aquietan la perturbación originada en las ocupaciones externas. Por tanto, las virtudes morales pertenecen a la vida contemplativa como predisposición.

Santo Tomás de Aquino

Estas obras (de misericordia), aunque sólo sean acti­vas, ayudan mucho, y disponen al hombre, en el co­mienzo, a alcanzar después la contemplación.



Walter Hilton
En el budismo, como en el Vedanta y en todas las formas del cristianismo salvo las más recientes, la recta acción es el medio que sirve para preparar la mente para la contemplación. Las primeras siete ramas del Óctuple Sen­dero constituyen la preparación activa, ética para el cono­cimiento unitivo de la Talidad. Sólo aquellos que practican constantemente los Cuatro Actos Virtuosos, en que todas las demás virtudes quedan inclusas —a saber, pago del odio con amor, resignación, "santa indiferencia" o falta de deseos, obediencia a la dharma o Naturaleza de las Co­sas— pueden esperar el logro del libertador advertimiento de que samsara y nirvana son uno, de que el alma y todos los demás seres tienen por principio viviente la Inteligible Luz o Seno de Buda.

Surge ahora, harto naturalmente, una pregunta: ¿Quién es llamado a esa altísima forma de oración que es la contemplación? La respuesta es inequívocamente clara. Todos son llamados a la contemplación, porque todos son llamados a conseguir la liberación, que no es otra cosa que el conocimiento que une el conociente con lo conocido, esto es, la eterna Base o Divinidad. Los expositores orien­tales de la Filosofía Perenne negarían probablemente que sean todos llamados aquí y ahora; en esta vida particular, dirían, acaso le sea prácticamente imposible a un individuo determinado lograr más que una liberación parcial, tal como la supervivencia personal en alguna clase de "cielo", desde donde avanzar hacia la libertad total o, en otro caso, volver a las condiciones materiales que, según convienen todos los maestros de la vida espiritual, son tan singular­mente propicias para arrostrar la cósmica prueba de inteli­gencia que conduce al esclarecimiento. En el cristianismo ortodoxo se niega que el alma individual pueda tener más de una encarnación, o que pueda hacer ningún progreso en su existencia postuma. Si va al infierno, allí se queda. Si va al purgatorio, meramente expía su mal obrar pasado, para llegar a ser capaz de la visión beatífica. Y cuando va al cielo, tiene, de la visión beatífica, lo que corresponde a la capacidad adquirida durante su breve vida en la tierra, y eternamente no más. Admitidos estos postulados, se sigue que, si todos son llamados a la contemplación, son llama­dos a ella desde la determinada posición, en la jerarquía de la existencia, que les fue asignada mediante los oficios de la naturaleza, la crianza, el libre albedrío y la gracia. Según las palabras de un eminente teólogo contemporá­neo, el padre Garrigou-Lagrange, "todas las almas reciben un remoto llamado general a la vida mística; y si todas evitaran fielmente, como deberían, no solamente los peca­dos mortales, sino también los veniales; si fueran, cada una según su condición, dóciles al Espíritu Santo y vivieran el tiempo suficiente, llegaría un día en que recibirían la inmediata y eficaz vocación a una alta perfección y a la vida mística propiamente dicha". Esta opinión de que la contemplación mística es el desarrollo adecuado y normal de la "vida interior" de recogimiento y devoción a Dios, es luego justificada por las consideraciones siguientes. Prime­ro, el principio de las dos vidas es el mismo. Segundo, sólo en la vida de contemplación mística halla la vida interior su consumación. Tercero, su fin, que es la vida eterna, es el mismo; además, sólo la vida de contemplación mística prepara inmediata y perfectamente para ese fin.

Hay pocos contemplativos, porque pocas almas son perfectamente humildes.

La Imitación de Cristo

Dios no reserva tan eminente vocación (la de la contemplación mística) únicamente a ciertas almas: por el contrario, le agradaría que la abrazasen todos. Mas a pocos encuentra que le permitan obrar tan subli­mes cosas por ellos. Muchos hay que, cuando les man­da pruebas, rehuyen la pena y rehusan aceptar la sequedad y mortificación, en vez de someterse, como deberían, con perfecta paciencia.

San Juan de la Cruz
Este aserto de que todos son llamados a la contemplación parece contradecirse con lo que sabemos acerca de las innatas variedades de temperamento y con la doctrina de que existen por lo menos tres caminos principales hacia la liberación —el camino de las obras y el de la devoción, además del camino del conocimiento. Pero la contradicción es más aparente que real. Si los caminos de la devoción y las obras conducen a la liberación, es porque llevan al camino del conocimiento. Pues la liberación total se alcanza sólo por el conocimiento unitivo. Un alma que no prosiga, de los caminos de la devoción y las obras, por el camino del conocimiento no es totalmente libertada, sino que solamen­te logra, en el mejor caso, la incompleta salvación del "cie­lo". Viniendo ahora a la cuestión del temperamento, halla­mos que, en efecto, ciertos individuos son naturalmente propensos a poner el mayor énfasis doctrinal y práctico en un sitio, y otros en otro. Pero aunque pueda haber devotos, obreros y contemplativos natos es sin embargo cierto que aun aquellos que se encuentran en los límites extremos de la excentricidad temperamental son capaces de seguir otros caminos que aquellos a que se sienten naturalmente atraí­dos. Dado el requerido grado de obediencia a la guía de la Luz, el contemplativo nato puede aprender a purificar su corazón por las obras y dirigir su mente por la adoración unitendente; el devoto nato y el obrero nato pueden apren­der a conformarse al "está quedo y sabe que soy Dios". Nadie ha de ser necesariamente víctima de sus peculiares facultades. Pocas o muchas, de este o aquel temple, nos son dadas para usarlas en la consecución de un gran fin. Está en nuestro poder el usarlas bien o mal —del modo más fácil y peor, o del modo más penoso y mejor.

Los mejor adaptados a la vida activa pueden preparar­se para la contemplación en la práctica de la vida activa, mientras que los mejor adaptados a la vida contemplativa pueden imponerse las obras de la vida activa para hacer­se aun más aptos para la contemplación.

Santo Tomás de Aquino
El que es fuerte en fe y débil en entendimiento pondrá generalmente su confianza en gente inútil y creerá en el objeto erróneo. El que es fuerte en enten­dimiento y débil en fe se inclina a la improbidad y es difícil sanarlo, como una enfermedad causada por la medicina. Aquel en que ambos son iguales cree en el recto objeto.

El que es fuerte en concentración y débil en energía, es abrumado por la ociosidad, pues la concentración participa del carácter del ocio. El que es fuerte en energía y débil en concentración es abrumado por distracciones, pues la energía participa del carácter de la distracción. Así, pues, deberían hacerse iguales, pues de la igualdad en ambas vienen la contemplación y el éxtasis...

La atención debería ser fuerte en todo, pues la aten­ción mantiene la mente apartada de la distracción, en la cual podría caer, pues la fe, la energía y el entendi­miento participan del carácter de la distracción; y apar­tada de la ociosidad, en que podría caer, pues la con­centración participa del carácter del ocio.

Buddhaghoska
En este punto es conveniente observar entre paréntesis que Dios no es en modo alguno el único objeto posible de contemplación. Han existido y todavía existen muchos contemplativos filosóficos, estéticos y científicos. La con­centración unitendente en algo que no sea lo más eleva­do puede convertirse en una peligrosa forma de idolatría. En una carta a Hooker, Darwin escribía: "Es una maldi­ción para cualquiera el estar tan abstraído en un tema como yo lo estoy en el mío." Es un mal, porque tal unitendencia puede producir una atrofia, más o menos acentuada, que puede afectar toda la mente salvo en una de sus capacidades. El mismo Darwin anota que, más avanzada su vida, le era imposible sentir el menor interés por la poesía, el arte o la religión. Profesionalmente, con respecto a su escogida especialidad, un hombre puede ser completamente maduro. Espiritualmente, y a veces hasta éticamente, con respecto a Dios y a su prójimo, puede que apenas llegue a ser algo más que un feto.

En los casos en que la contemplación unitendente es de Dios, se corre también el riesgo de que se atrofien las capacidades no empleadas de la mente. Los ermitaños del Tíbet y de la Tebaida eran indudablemente unitenden-tes, pero con una unitendencia de exclusión y mutilación. Sin embargo, si hubiesen sido más verdaderamente "dó­ciles al Espíritu Santo" quizás habrían llegado a compren­der que la unitendencia de exclusión es, en el mejor caso, una preparación para la unitendencia de inclusión —el advertimiento de Dios, así en la plenitud de la existencia cósmica, como en la cumbre interior del alma individual. Como el sabio taoísta, habrían finalmente regresado al mundo montados en su domada y regenerada individua­lidad; habrían vuelto "comiendo y bebiendo", habrían tratado con "publícanos y pecadores" o sus equivalentes budistas, "bebedores y carniceros". Para la persona ple­namente esclarecida, totalmente libertada, samsara y nir­vana, tiempo y eternidad, lo fenomenal y lo Real son esencialmente uno. Su vida entera es una vigilante y unitendente contemplación de la Divinidad en y a través de las cosas, vidas, mentes y acaecimientos del mundo del devenir. No hay aquí mutilación del alma, no hay atrofia de ninguno de sus poderes y capacidades. Hay más bien una general exaltación e intensificación de la conciencia, y al mismo tiempo una extensión y transfigu­ración. Ningún santo se quejó nunca de que la abstrac­ción en Dios fuese una "maldición".

En el principio era el Verbo; he aquí a Quien escu­chaba María. Y el Verbo se hizo carne, he aquí a Quien servía Marta.

San Agustín


Dios nos aspira a Sí en la contemplación, y entonces debemos ser totalmente Suyos, pero después el Espíri­tu de Dios nos expira afuera, para la práctica del amor y las buenas obras.

Ruysbroeck
La acción, dice Santo Tomás de Aquino, debería ser algo agregado a la vida de oración; no algo sustraído a ella. Una de las razones de esta recomendación es estrictamente utilitaria; la acción que es "sustraída a la vida de oración" es una acción no iluminada por el contacto con la Realidad, no inspirada ni guiada; en consecuencia, es probable que sea ineficaz y aun noci­va. "Los doctos de la antigüedad —dice Chuang Tse— primero obtenían el Tao para sí, y después para otros." No puede haber quitar de pajas del ojo ajeno, mientras la viga que hay en el nuestro nos impida ver el Sol divino y obrar a su luz. Hablando de los que prefieren la acción inmediata a adquirir, mediante la contempla­ción, la facultad de obrar bien, San Juan de la Cruz pregunta: "¿Qué acaban?" Y responde: "Poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño." Los ingre­sos deben equilibrar los gastos. Esto es necesario, no sólo en el plano económico, sino también en el fisioló­gico, el intelectual, el ético y el espiritual. No podemos gastar energía física, de no ser que proveamos nuestro cuerpo de combustible en forma de alimento. No pode­mos tener la esperanza de enunciar nada digno de decirse, de no ser que leamos y asimilemos los dichos de los que nos son superiores. No podemos obrar recta y eficazmente, de no ser que adquiramos el hábito de exponernos a la guía de la divina Naturaleza de las Cosas. Debemos absorber los bienes de la eternidad para poder ofrecer los bienes del tiempo. Pero los bie­nes de la eternidad no pueden obtenerse sino dedican­do, por lo menos, un poco de nuestro tiempo a aguar­darlos calladamente. Esto significa que la vida en que los gastos éticos estén equilibrados por los ingresos espirituales debe ser una vida en que la acción alterne con el reposo; el habla, con un silencio atentamente pasivo. Otium sanctum quaerit caritas veritatis; negotium justum suscipit necessitas caritatis. ("El amor de la Verdad busca un ocio santo; la necesidad del amor emprende una acción justa.") Los cuerpos de hombres y animales son máquinas reflejas, en que la tensión es siempre seguida por un aflojamiento. Hasta el corazón, que no duerme, descansa entre latido y latido. No hay nada en la Naturaleza viviente que se parezca, ni remotamente, al más grande invento técni­co del hombre: la rueda de giro continuo. (Sin duda explica esto el tedio, cansancio y apatía de los que, en las fábricas modernas, se ven forzados a adaptar sus movimientos corporales y mentales a las mociones cir­culares de velocidad mecánicamente uniforme.) "Lo que el hombre absorbe por la contemplación —dice Eckhart— lo vierte en amor." El humanista bieninten­cionado y el cristiano meramente muscular, que se imagina que puede obedecer al segundo de los grandes mandamientos sin detenerse siquiera a pensar cuál es el mejor modo de amar a Dios con todo su corazón, alma y mente, son gente comprometida en la imposible tarea de verter incesantemente en un recipiente que no se llena nunca.

Las Hijas de la Caridad deberían amar la oración como el cuerpo ama al alma. Y como el cuerpo no puede vivir sin el alma, así el alma no puede vivir sin la oración. Y en cuanto una hija ore como debería orar, mucho prosperará, pues no andará solamente, sino que correrá en las vías del Señor y será levantada a un alto grado del amor de Dios.

San Vicente de Paúl
Familias, ciudades, países y naciones han gozado gran felicidad, por haber uno solo prestado atención a lo Bueno y Bello... Tales hombres no sólo se libertan a sí mismos; llenan de libre espíritu a los que tratan.

Filón

Parecidas opiniones expresa Al-Ghazzali, que conside­ra a los místicos, no sólo como la fuente esencial de nuestro conocimiento del alma y sus capacidades y defec­tos, sino como la sal que preserva de la corrupción a las sociedades humanas. "En el tiempo de los filósofos —escribe—, como en cualquier otro período, existían algunos de estos fervientes místicos. Dios no priva a este mundo de ellos, pues ellos son sus sustentadores." Son ellos quienes, muriendo para sí, se hacen capaces de inspiración perpetua y así llegan a ser los instrumentos por cuya mediación la divina gracia se transmite a aque­llos cuya naturaleza no regenerada es impenetrable a los delicados toques del Espíritu.





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