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Las aspiraciones ptolemaicas
Había una base naval ptolemaica en la isla de Tera; quizá es más sorprendente
que hubieran otras incluso en Grecia continental, en Metara en el golfo sarónico
(sólo a unas veinticinco millas del baluarte macedonio de El Pireo), en la isla de
Keos cerca de Ática, y en Maronia en el norte de Grecia. Otras posesiones eran
Samos, Cos y Chipre. Itanos en Creta oriental fue ptolemaica desde la época de la
guerra cremonidea (la ciudad honró a Ptolomeo III en c. 246: Austin 267, Syll3
463),
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mientras otras ciudades griegas tales como Gortina disfrutaban de estrechos
lazos diplomáticos con Alejandría. Un enclave ptolemaico en el continente frente a
Samotracia puso al gobernador en contacto con esa polis insular durante el reinado
de Ptolomeo III (Austin 269, Syll3 602).
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De vez en cuando se apoderaban de partes
de Asia Menor en manos de los Seléucidas, y las inscripciones dan testimonio de
diferentes niveles de administración, y de los esfuerzos ptolemaicos por sostener una
presencia frente a la oposición seléucida (Austin 270, BD 21, Burstein 95, RC 14;
Austin 271, Burstein 100, OGIS 55; Austin 272, RC 30; Austin 273).
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Hemos visto
que los sucesivos Ptolomeos lucharon por mantener posesiones en Siria, lo cual
resulta extraño si uno ve a Egipto como una entidad geográfica autosuficiente con
fronteras naturales definida.
Polibio es un texto clave:
...debido a su dominio efectivo sobre Chipre y Celesiria, [los primeros
ptolomeos] podían amenazar, por mar y por tierra, a los reyes de Siria;
acechaban al mismo tiempo a los monarcas asiáticos y, asimismo, a las
islas por el mero hecho de controlar las ciudades, puertos y parajes más
importantes en la zona costera que va de Panfilia al Helesponto, y
también por haber sometido la región de Lisimaquia. Vigilaban también
los asuntos de Tracia y de Macedonia, puesto que eran dueños de las
ciudades de Enos y Maronia, y aun de otras más distantes. Esta realidad,
la de tener tan extendidos sus brazos de este modo, la de haber puesto
delante suyo, y a distancia, tantos reinos, lograba que jamás debieran
angustiarse por el reino de Egipto. Era, pues, lógico el gran empeño que
ponían en sus asuntos exteriores.
(Polibio, 5.34. 5-9. Austin, 223)
Polibio es sólo un comentarista, no un contemporáneo, y podemos suponer
que como aqueo sintiera prejuicios contra los reyes, particularmente los de
ascendencia macedonia. Sin embargo, era probablemente exacto al dar una
pluralidad de razones: para presionar a los Seléucidas, para vigilar a Macedonia, para
mantener la seguridad e (implícitamente) para acumular y ejercer el poder. Es una
amalgama verosímil de estrategias activas y reactivas.
Se ha escrito mucho de un debate, con frecuencia estéril, en torno a si
Ptolomeo I y sus sucesores codiciaban todo el imperio de Alejandro (como, se
afirma, también de Antígono, Demetrio y Seleuco). Un corolario de esto es preguntar
si los reyes macedonios y seléucidas abrigaban esa ambición. Incluso si la respuesta
a estas preguntas es afirmativa, es demasiado simple llamar a la agresión ptolemaica
«imperialismo defensivo», como si fuera una serie de ataques anticipados con el
objeto de impedir a las otras potencias que se expandieran al Egeo y al Mediterráneo
oriental.
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Parece improbable que un principio tal como un «equilibrio de potencias»
fuera observado conscientemente.
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La disuasión en el sentido moderno tampoco
estaba probablemente en juego. Las tropas eran para la acción, y esperaban las
habituales recompensas de botín y tierras. El rey también tenía buenas razones
además de la defensa para mostrar su fuerza: tenía que mostrar su valor como jefe
guerrero y defensor del pueblo; esto puede explicar por qué al menos cuatro de las
guerras sirias ocurrieron inmediatamente después de la subida de un rey ptolemaico o
seléucida. La creación de un imperio naval no era meramente una iniciativa
previsora, era una respuesta necesaria a las exigencias hechas por el papel de rey, y al
poder de las armadas macedonias y seléucidas.
En ninguna época podía un soberano dar por hecho que controlaría Egipto sin
una línea de defensa avanzada. Chipre era vital para controlar las rutas marítimas,
como lo había sido en el siglo IV y para Alejandro.
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Además, los artículos valiosos
para la manutención de una armada y un ejército (en especial, metales, madera y
brea) no podían ser encontrados en Egipto, o no en cantidades suficientes, pero
estaban fácilmente disponibles en Celesiria, el Líbano y Chipre. Chipre podía
proporcionar abundante cantidad de grano para aliviar la escasez en Egipto u otras
partes, como lo atestigua el decreto de Canopo de 238, en el cual se declara que
Ptolomeo III compró trigo allí;
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las montañas de Troodos eran una fuente de madera
y los yacimientos de cobre en las faldas de esas montañas habían sido explotados
durante milenios. Un oficial militar responsable de las minas de la isla fue honrado
por el koinon de las poleis chipriotas a finales del siglo II o inicios del siglo I (OGIS
165). Los yacimientos de plata de la isla fueron explotados también para
proporcionar metal para amonedar.
Celesiria, Chipre y Cirene se combinaban estratégica y económicamente para
desempeñar un papel clave en la preservación del poder ptolemaico. Fueron
administradas de modo similar y pertenecían a la esfera monetaria ptolemaica; los
intereses políticos precedían a los comerciales, como era inevitablemente el caso
dada la ausencia de un fundamento poderoso para exportar en los antiguos estados.
En primer lugar, los Ptolomeos tenían interés en asegurar un continuo suministro de
artículos clave no disponibles fácilmente en Egipto; esto, en efecto, era una
motivación primordial para administrar la economía interna, que sólo podía
proporcionar las rentas para pagar esos artículos y sostener las estructuras militares
con las que asegurar el acceso a ellos. Una segunda razón era política: el
mantenimiento del poder naval ptolemaico en el Egeo y el Mediterráneo oriental era
una herramienta estratégica vital para contener a Macedonia y el eje antigónida-
seléucida que se estaba formando contra Egipto. La tercera, una muestra de poder en
las zonas griegas, incluidas las áreas de influencia macedonias, como la protección
de la cultura griega en Alejandría, demostró la helenidad de Egipto y manifestó el
compromiso de los reyes con la cultura y la tradición griegas, justificando su derecho
a un lugar en la órbita cultural griega.
Hasta Rafia, el poder ptolemaico se extendió muy lejos de Egipto; no siempre
se repetiría otra vez. Las etapas de los siglos II y I cuando Chipre no estaba en manos
ptolemaicas, y finalmente la pérdida permanente de Chipre y Cirene en el siglo I,
fueron duros golpes para el sistema, aunque el reino fue todavía poderoso durante el
siglo II.