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por el
ethos de una sociedad patriarcal (por lo menos por analogía con Atenas); como
la Thesmophoriazousai de Aristófanes de la Atenas de finales del siglo V, nos dice
menos sobre las mujeres que sobre lo que los hombres querían pensar que ellas eran
capaces de hacer. Con referencia a la pretendida falta de decoro del tema, Mimo I es
revelador: una anciana invita a una joven esposa cuyo marido está ausente a
encontrarse con un joven y fornido atleta, pero la joven no acepta. También como en
Aristófanes, se nos permite espiar el imaginado mundo prohibido de las tramas
femeninas, pero sólo dar un vistazo; el decoro marital en poco tiempo queda
restaurado.
En el Mimo 8, Herodas, en la persona de un agricultor, cuenta un sueño que
significa el ensañamiento dado al poeta por los críticos pero también predice su
destino final. El hecho interesante es (como podríamos haber deducido a partir de la
carencia de una tradición manuscrita continua) que Herodas parece no haber sido
muy leído por los griegos y los romanos; apenas si es alguna vez mencionado en
escritos posteriores. Si esto se debió a sus deficiencias literarias es hasta cierto punto
una cuestión de juicio subjetivo; es cierto que los argumentos y el estilo son escuetos,
y el lenguaje, una imitación estilizada del dialecto dórico del siglo VI utilizado por
algunos poetas yámbicos.
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¿Se debió a que esta literatura fue menospreciada por la
élite ilustrada, por ejemplo, a raíz de su uso del lenguaje de la plebe?
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¿Son los
mimos una genuina literatura de las clases subordinadas? Sólo podemos presumir
dónde y cuándo fueron representados. El hecho de que parecieran atraer las actitudes
esnobistas por parte de la audiencia no prueba lo contrario; la literatura producida en
la élite es con frecuencia disfrutada fuera de ella. El dialecto literario, los signos de
innovación (tales como el uso de varios caracteres) y, en general, el «manierismo
estético»
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de las piezas sugieren que fueron el producto de una élite antes que de un
medio popular. Su práctica desaparición de la literatura no puede ser atribuida a
defectos literarios (de haber sido así poetas muchos menos capaces habrían
desaparecido); ni a su haber sido escritas para «la plebe» antes que para el público
lector de clase alta. Quizá su popularidad dependió menos del texto silencioso que de
su representación en vivo.
La presencia de un público popular es un poco más fácil de inferir a partir del
contenido sensacionalista de algunos de los primeros historiadores de Alejandro.
Onesicrito de Astipalaya, timonel de Alejandro, escribió un relato anecdótico de la
expedición. Clitarco de Alejandría escribió, quizá bajo Ptolomeo II, un relato
objetivo animado con pasajes más pintorescos y posiblemente con una dimensión
humana más rica (utilizado por Diodoro en el libro 17). Cares de Mitilene,
chambelán de Alejandro, registró el ceremonial y los chismes cortesanos. Dada la
frecuencia con que los libros de pretendidas historias de Alejandro aparecieron
durante el siglo III es posible que las declamaciones o lecturas de historias
mitificadas sobre su persona fueran genuinamente populares. Si fue así, otros reyes
pueden haber tenido en mente la creación de una imagen positiva en la fantasía
popular cuando promovieron que se escribieran libros sobre ellos.
Tales reminiscencias pueden haberse reflejado en partes de la obra llamada
Romance de Alejandro o «Pseudo-Calístenes» (por el historiador de Alejandro, a
quien se atribuyó equivocadamente). La vida de Alejandro se enriqueció aquí con
datos del rumor. Su verdadero padre es el faraón egipcio Nectanebo, que engaña a
Olimpia haciéndole creer que es un dios (1.4-11); Alejandro después lo asesina
(1.14). Muere a consecuencia del veneno administrado por su copero, Iolao (3.31).
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Alejandro es un embaucador como el héroe homérico Odiseo, deslizándose en la
corte persa disfrazado de mensajero (2. 13-14). Abundan los elementos mágicos y
sobrenaturales: al caer la nieve un río de Persia se congela hasta el punto que los
carros pueden cruzarlo, aunque se derrite en pocos días (2. 14); encuentra a un
hombre de dos metros de estatura con manos como sierras, además de hombres
esféricos «con expresión irritada como leones», animales de tres ojos como leones,
moscas tan grandes como ranas y un gigante peludo que devora a los hombres (2. 32-
33). Trata de visitar el lecho marino en una botija de vidrio protegida por una jaula,
pero a los 1.500 metros de profundidad un pez enorme atrapa la jaula y lo lleva a la
orilla (2. 38). El ejército explora un país sumido en la oscuridad total, y Alejandro
descubre (sin saberlo) una fuente que procura la inmortalidad, pero no bebe de ella
(2. 39). Es llevado al cielo en una alforja de cuero por pájaros gigantescos, pero un
hombre volador le advierte de que vuelva a la tierra (2. 40). La mayoría de estos
cuentos se narran de pasada y forman sólo una pequeña parte de una narración
cronológica en que predominan las campañas militares, aunque contadas por autores
que parecen no haber tenido la más mínima idea de la geografía antigua.
Las historias se han preservado en muchos manuscritos. La más antigua, un
texto griego, proviene del siglo III d.C, pero las versiones medievales aparecen en
toda Europa en lenguas que van desde el magiar al escocés. Al comparar las
diferentes versiones y examinar los episodios de la historia que tienen en común, los
estudiosos han rastreado hasta tres probables fuentes. Una versión latina del siglo IV
y una versión armenia del siglo V derivan de un texto griego del siglo III. Un grupo
de textos del siglo IV al VIII forman una tradición separada, representada por varios
manuscritos en buen estado. Una tercera familia tiene dos ramas: una, surgida de un
texto latino del siglo X, incluye las versiones europeas occidentales; la otra,
desciende de un precursor sirio, incluye traducciones árabes, etíopes y orientales a
partir de las cuales podemos rastrear las leyendas persas, afganas e incluso mongolas
sobre Alejandro.
En su forma más antigua, sin embargo, estos cuentos probablemente se
originaron no mucho después de la muerte de Alejandro, y encarnan una
combinación de propaganda real y debate popular, quizá formado en un contexto
multicultural, sobre el significado de la conquista de Egipto y Asia para la cultura y
la identidad griegas. Los papiros que contienen elementos reconocibles eran comunes
en el siglo I d.C. y Josefo preserva elementos de la tradición judía posterior sobre
Alejandro.
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Los textos escritos en torno a Alejandro quizá circularon junto con una
interpretación oral entre los griegos plebeyos en la antigua Grecia y en el Oriente
Próximo; muchas de las adiciones a la vida real de Alejandro pueden ser elementos
folclóricos tomados de la cuentística del Oriente Próximo, antes que nuevas
invenciones. Los fragmentos más antiguos, sin embargo, contienen pocos adiciones
fabulosas y ahistóricas vistas después; de modo que si deseamos correlacionar los
elementos sobrenaturales con su popularidad deberíamos ser cuidadosos en proponer
la existencia de un público lector demasiado amplio con tanta anticipación.
En general no podemos percibir la literatura griega «popular» de la época con
seguridad, aunque los cuentos sobre Alejandro pueden ser una excepción. En el
ámbito egipcio, sin embargo, se ha mencionado la tradición de la profecía
apocalíptica y por lo visto nacionalista (sobre el Oráculo del Alfarero). Una tradición
más amplia, que al parecer circuló ampliamente, es la representada por las Crónicas
demóticas y otros cuentos populares compilados que evocan el Egipto