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Egeo, les rindieron homenaje por conceder a su ciudad la ciudadanía etolia y un
asiento en el consejo anfictiónico:
Resuelto por el [consejo y el pueblo]; el [presidente mensual] de
los polemarcas ... [propuso]:
ya que la liga [etolia], debido al parentesco y [a la amistad]
ancestrales que existen entre [nuestro] pueblo y los etolios, votó antes el
concedernos la ciudadanía [y] prohibió todo saqueo de la propiedad de
[los quianos] desde cualquier punto [bajo] la pena de comparecer ante los
[consejeros] por el cargo de dañar los intereses comunes de los etolios:
por esto el pueblo gentilmente [aceptó] su devoción y votó que
los [etolios] debían ser ciudadanos y compartir todos los derechos que los
quianos comparten, y decidió que debían tener preferencia [en el acceso]
al consejo y a la asamblea, [y] ser invitados a sentarse en los lugares de
honor (proedria) en todos los certámenes organizados [por la ciudad];
y ahora los emisarios sagrados y los embajadores han vuelto e
[informaron] a la ciudad de la buena voluntad [hacia nuestra] ciudad que
abriga la liga etolia...
Por tanto ... sea resuelto por el consejo y el pueblo elogiar a la
[liga etolia] por la buena voluntad y el celo que muestra en cada ocasión
[hacia nuestro pueblo y] coronarla con la corona de oro más grande según
la ley, evaluada en 100 monedas [de oro de Alejandro]...
(Austin 52, Syll3 443)
Durante el siglo III se adscribieron como miembros del koinon etolio lugares
remotos, en cierto sentido. Se sabe que Lisimaquea en Tracia, Quíos en Asia Menor
y Calcedonia en el mar Negro disfrutaron de derechos de isopoliteia («ciudadanía
equivalente») o de sympoliteia («ciudadanía conjunta»).
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No se trataba de un
imperio; la
koinon era percibida como poderosa (estaba a ambos lados de la ruta
terrestre de los macedonios a Grecia meridional, aunque podía ser evitada por mar) y
atrajo a nuevos estados miembros para que participaran en la toma de decisiones
colectiva y, en algunas ocasiones, para reunir fuerzas militares y navales. Fue la
principal protagonista en los asuntos griegos durante el avance del poder romano.
La otra liga principal del siglo III fue la aquea, originalmente centrada en el
noroeste del Peloponeso.
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Polibio, historiador del siglo II, ciudadano de Megalópolis
en el Peloponeso central, era hijo de un importante jefe aqueo. En su historia ofrece
un esbozo bastante partidista de la liga y su historia:
Son muchos los que intentaron tiempo atrás reunir a los
peloponesios en una comunidad de intereses, pero nadie logró
conseguirlo porque la libertad común no era lo que buscaban todos sino
su propia dominación. Pero en nuestro tiempo esta perspectiva ha gozado
de gran auge y perfección: los peloponesios no sólo han llegado a una
comunidad política fundada en la alianza y la amistad, sino que utilizan
las mismas leyes, pesos, medidas y monedas, y además nombran
magistrados, consejeros y jueces comunes. En suma: sólo falta una cosa
para que todo el Peloponeso no tenga la organización de una sola ciudad:
que sus habitantes no se ven circundados por una sola muralla...
¿Cómo y porqué motivo, entonces, los aqueos gozan de tan buena
fama que todos los demás peloponesios han adoptado su nombre y su
constitución? ... La causa, creo, es la siguiente: sería imposible encontrar
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un régimen de igualdad política y de libertad de palabra más puro que el
que prefieren los aqueos. Entre los peloponesios no hubo algunos que lo
eligieron libremente, a muchos les atrajo su poder de persuasión y su
racionalidad. Otros, en fin, se vieron obligados a adoptarlo, pero sus
rasgos hicieron que éstos que se habían visto forzados lo aprobaran
inmediatamente.
(Polibio, 2, 37 y 38; Austin 53)
Polibio explica la historia de la liga, que hasta principios del siglo IV era una
asociación de unas doce ciudades, más bien pequeñas, pasando un período de
desunión después de Alejandro, en que se instalaron guarniciones macedonias en
algunas de las ciudades miembro, hasta su resurgimiento desde aproximadamente
280 en que varias ciudades expulsaron a las guarniciones y a los tiranos. Su
patriotismo lo lleva no sólo a exagerar el grado de democracia de su época —
probablemente escribía antes de su derrota ante Roma en 146
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—, sino que también
incurre en descuidos, ya que, aunque las ciudades emitían una moneda común, cada
una mantuvo sus propias leyes. No había una ceca federada; cada ciudad emitía
monedas de plata con los emblemas de la liga así como los propios, y monedas de
bronce que llevaban su nombre completo así como el de los aqueos.
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Parece probable que tanto la boule como la asamblea, a la cual todos los
ciudadanos tenían derecho a asistir, se reunía cuatro veces al año.
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Como los etolios,
tenían una
boule y magistrados colectivos, incluidos un jefe
strategos y diez
damiourgoi («trabajadores del pueblo», un título común para los magistrados
griegos). Cualesquiera que fueran los límites teóricos al poder de estos funcionarios,
parece claro que las ciudades individuales (aunque como todos los estados griegos
habrán tenido asambleas de algún tipo) estaban dominadas por las élites propietarias
que, a su vez, dominaban la política de la liga. Veremos después que el interés propio
de estos jefes incidió en la conducta de la liga a finales del siglo III.
Polibio pasa por alto la incorporación forzada de ciudades, de lo que él
mismo da testimonio en otra parte.
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El auge de la liga a mediados del siglo III fue
incentivado por las ambiciones de las ciudades aqueas y sus jefes. El momento
decisivo para la liga fue la incorporación de su primera ciudad no aquea, la doria
Sición. Los sicionios, dirigidos por Arato, de veinte años de edad, expulsaron a su
tirano, Nicocles en 251. Esto no fue en sí mismo un paso antimacedonio —Arato
incluso pidió ayuda a Antígono Gónatas (Plut. Arat. 4. 3)— pero Nicocles era tal vez
muy promacedonio. Megalópolis expulsó también a su tirano, y un rey dio a Aratos
veinticinco talentos (Plut. Arat. 11.2) —pudo tratarse de Antígono o de Ptolomeo II
(quien más tarde se convirtió en protector de Arato), para apoyar la causa
antimacedonia. El regreso de casi seiscientos sicionios exiliados por Nicocles parece
haber desatado disputas intestinas; la decisión de Arato de incorporar la ciudad a la
liga aquea habría sido tomada para estabilizar la situación (Plut. Arat. 9. 3-4).
Alrededor de 249, Arato atacó la propia Corinto, y el gobernador Alejandro, como
hemos visto, se pasó al bando rebelde. Alejandro resucitó la liga de las ciudades
eubeas y se habría proclamado rey.
Sólo en este momento la liga aquea se convirtió en un foco de resistencia
antimacedonia para los estados del sur. Al comienzo parecía posible que Gónatas
apoyara a Arato; una generación después Arato se volvería otra vez a Macedonia.
Entretanto los aqueos, como las poleis en todo este periodo, dependían de la ayuda