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El «otro»
Esta tendencia hacia la representación de lo doméstico —la cual Préaux
denomina intimismo— está vinculada para ella con el exclusivismo griego y con la
retirada de los griegos a una especie de laager ('fortín') cultural.
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Hadas, en cambio,
la vincula a una disminución de la agresiva exclusividad del helenismo, ahora que el
mundo estrechamente circunscrito de la polis no era ya la principal sede del poder
social.
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Hay algo que puntualizar con respecto a ambas opiniones, pero debemos ser
prudentes.
En primer lugar, las comedias de Menandro provienen de la generación
posterior a Alejandro, antes de que el orden político del mundo se hubiera asentado.
No pueden ser tomadas como típicas de la literatura helenística —una Atenas
verdaderamente independiente era todavía un recuerdo reciente y algo a que se
aspiraba—, sino que confirman que muchos de los procesos de la literatura
alejandrina del siglo III eran continuaciones de tendencias anteriores, quizá
reflejando las actitudes sociales cuyos orígenes se pueden remontar a la Atenas
próspera y democrática, antes que a la Alejandría ptolemaica. Los cambios, si fueron
reales, seguramente datan de mucho antes de Menandro; podría ser simplemente que
estamos contemplando aspectos de la sociedad ateniense que el público anterior no
esperaba ver en una comedia.
En segundo lugar, el grado de exclusivismo griego, al menos en términos de
cultura, no debe ser exagerado. La cultura griega en general no había sido nunca tan
exclusiva, ni tan antibárbara como Aristóteles implica, por ejemplo, en la Política.
Estaba escribiendo en circunstancias muy específicas, en una ciudad única, incluso
excéntrica (Atenas), en un momento en que esa polis particular había sucumbido a
una amenaza política y el problema al que había de enfrentarse era el de cómo debía
reaccionar o adaptarse. Las sociedades griegas habían a menudo interactuado con las
culturas no griegas, particularmente en las ciudades del Asia Menor, del mar Negro y
del lejano oriente. Debemos abandonar la idea de que los griegos y los macedonios
contemplaban a los «bárbaros» con el tipo de odio racial que encontramos en la edad
contemporánea; lo que ellos percibían era diferencias culturales y militares, y a veces
se sentían superiores. Los capitanes de Alejandro podían haber retrocedido en su
política de fusión con los persas no tanto por razones raciales como porque tenían la
oportunidad de hacerse con el poder supremo. De igual modo, Labe Fox puede
acertar al sugerir que el mantenimiento de la helenidad en la literatura no era una
«cultura de refuerzo» para sostener la moral griega en ultramar y excluir a los
bárbaros, sino más bien «marcaba las divisiones sociales entre los propios griegos».
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Este siguió siendo el caso incluso donde hubo originalidad en las formas literarias;
éstas podían no ser el producto de una nueva experiencia racial (como si los griegos
consideraran que estaban viviendo en acosadas islas de helenismo rodeadas por un
mar barbárico, tal como creen algunos estudiosos), sino de nuevas relaciones
sociales, políticas y culturales entre los griegos. No es el menos importante de los
cambios la caída de las fronteras que encerraban la polis.
En el Idilio 15 de Teócrito hay un caso aparente de prejuicio racial declarado;
pero, en general, los bárbaros parecen destacarse menos que en los escritos clásicos
atenienses; quizá porque ya no representaban una amenaza. Además vemos algunos
signos de una tendencia a asimilar a los no griegos al estilo griego de pensar, en el
modo en que son representados, bastante parecido al modo en que, en el período
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romano, los escritos de Plutarco y Juvenal «integran lo que es distinto y ajeno en un
modo que es completamente extraño a los textos imperiales de los imperios
europeos. En Plutarco, la cultura egipcia se hace "nuestra"».
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Es diferente el enfoque
de Heródoto en el siglo V, que representa a Egipto (de modo poco convincente)
como diferente a la sociedad griega en todos los aspectos (libro 2). Ahora tenemos
autores como Hecateo de Abdera (c. 320-290, consejero de la expedición de
Ptolomeo a Palestina en c. 320-318), que escribió Aegyptiaka (Historia egipcia) en la
corte de Ptolomeo I,
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basándose en documentos egipcios así como en escritores
griegos antiguos incluido Heródoto. El primer libro de Diodoro nos muestra que
Hecateo hizo una semblanza idealizada de Ptolomeo I y creó «una obra de
propaganda representando Egipto bajo una luz que atraería a la opinión educada
griega y, quizá, a la egipcia».
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Aún no se habían trazado explícitamente los límites entre la historia, la
geografía y la etnografía.
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En un famoso pasaje Hecateo describe a los judíos en
términos que recuerdan a los espartanos, y nos presenta a un Moisés en cierto modo
semejante al legislador espartano Licurgo, al menos en este exítacto:
El legislador también dedicó mucha atención al arte de la guerra,
y obligó a los jóvenes a practicar el valor y la resistencia, y en general a
soportar todo tipo de penalidades. También hizo expediciones militares
contra los pueblos vecinos, y adquirió mucha tierra que distribuyó en
lotes, del mismo tamaño para los individuos particulares pero más
grandes para los sacerdotes, de modo que pudieran disponer de una renta
más considerable y así dedicarse continuamente y sin interrupción a la
adoración de Dios. No se permitía a los individuos particulares vender
sus tierras, para impedir que algunos las adquirieran codiciosamente, y
así causaran penurias a los más pobres y causaran el descenso de la
población.
(Hecateo de Abdera, FGH 264 frag. 6 = Diod. 40.3; Austin 166)
Hecateo presenta a los judíos fundamentalmente como no griegos,
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pero en
pasajes como este, consciente o inconscientemente, parece estar tratando de hacerlos
accesibles a los griegos al describirlos en términos que sus lectores podían reconocer
en su propia historia. (Es posible que los griegos de la península desde la primera
mitad del siglo III por lo menos hayan entablado contacto con los judíos, como
Mosco el esclavo liberto, que puso una piedra conmemorativa de su liberación en el
Anfiarao de Oropos después de tener un sueño, probablemente inspirado por el
propio héroe Anfiarao: SEG xv. 293.
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) También se advierte que parte del propósito
de Calimaco al incorporar materiales egipcios en sus poemas puede haber sido
precisamente presentar Egipto ante una audiencia griega y hacer accesible lo
desacostumbrado.
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Posteriormente, quizá a inicios del siglo III, Manetón (o Manethós, o
Manethó; FGH 609), un sacerdote egipcio, retomó el proyecto de Hecateo y escribió
varias obras, entre ellas, una nueva Aegyptiaka o Historia de Egipto «oficial» desde
sus primeras épocas hasta 342. El texto original se ha perdido, pero se han reunido
muchos fragmentos a partir de fuentes más tardías, que deja claro que Manetón
escribió realmente una narración detallada; desafortunadamente, nada del original ha
quedado para el período clásico.
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