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Finalmente, gran parte del espacio social en que los griegos actuaban estaba
marcado, de modo más bien local, por una completa geografía de lugares sagrados y
monumentos, como el culto a las ninfas en las fuentes o las figuras estilizadas de
Hermes que a veces estaban en las esquinas de la calle.
En cambio, el período posterior a la muerte de Alejandro, quizá más que
ningún otro en la historia griega, se presta a una (hiper) interpretación como época de
crisis religiosa. En muchas descripciones generales del período se habla de una
decadencia en las creencias tradicionales y de un auge del escepticismo, el
agnosticismo y el ateísmo. Por lo visto, inconscientes de la paradoja, los
historiadores (incluso los mismos) perciben un aumento de la superstición, del
misticismo y de la astrología, así como del culto del soberano, los cultos orientales,
de religiones del destino personal y la adoración de abstracciones. Estos cambios son
interpretados como reacciones comprensibles a las incertidumbres de la vida en el
mundo griego después de Alejandro.
3
El desarrollo religioso y el filosófico pueden
ser incluso presentados como un paso lógico en el camino al cristianismo.
En primer lugar se debe hacer notar que probablemente es demasiado
optimista suponer que podemos generalizar a partir de los pocos testimonios que
tenemos y hablar de una época de incertidumbre. En segundo lugar, la religión
griega, al igual que la filosofía, siempre se había modificado, se habían importado
cultos extranjeros y aunque algunos habían sido asimilados mediante la
identificación de la nueva deidad con alguno de los dioses olímpicos, otros ocuparon
un lugar junto a ellos en el calendario del ritual religioso. En consecuencia no es
posible reconstruir una «religión griega» definida (como ocurriría restringiéndola a
los dioses con nombres griegos), ni declarar que cualquier culto practicado en las
comunidades griegas era no griego. En tercer lugar, existe el peligro de imponer
términos anacrónicos o cristianizados al describir incluso los rasgos más elementales
de la religión antigua.
4
Por ejemplo, Walbank en un pasaje parece ver los cambios en
las creencias y los rituales como un fenómeno superficial:
Las viejas certezas habían desaparecido y aunque los antiguos
ritos se cumplían con celo en la convicción de que la tradición debía ser
preservada, muchas personas eran agnósticas en el fondo o incluso ateas.
La observancia de los rituales establecidos debe haber tenido poco
significado para muchos devotos.
(Walbank, HW 209)
No deberíamos divorciar la creencia de la práctica al hablar de la religión
griega y sería una equivocación ver el ritual como un epifenómeno distinto de la
experiencia religiosa. Además, puede considerarse que términos como «ateísmo» y
«agnosticismo» contienen connotaciones cristianas, que sugieren que la religión
estaba principalmente unida a un sentido de filosofía personal o incluso de destino
personal. Hoy algunos ateos y agnósticos prefieren no ser considerados meramente
como aquellos que niegan ciertas proposiciones sobre la existencia de Dios, sino
como los que hacen enunciados positivos sobre la relación entre los seres humanos y
el cosmos, en la convicción de que su posición es más «racional» y por tanto más
propicia a la felicidad colectiva e individual. Los indicios de tales ideas en el
pensamiento griego son escasísimos; probablemente una pequeña minoría entre los
miembros educados de la élite que estaban en contacto con las obras de los filósofos
podrían haber formulado enunciados de este tipo.
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Tampoco deberíamos tratar de explicar los cambios principalmente en
términos de, por una parte, las «necesidades» emocionales de los súbditos, ni, por
otro, la cínica manipulación de los gobernantes. En su estudio del culto imperial
romano Price ha mostrado que ni una explicación «objetiva» (en términos de
ceremonias, resoluciones, personal, etc.) ni una «subjetiva» (en términos de
necesidades emocionales o cálculos manipuladores) es adecuada de por sí.
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Deberíamos dejar de lado la presunción de que el lenguaje y el ritual religiosos
tienen un significado (aunque no uno determinado) para los implicados, y examinar
los nuevos procesos en términos de su ubicación social y de lo que nos dicen sobre
las relaciones en la sociedad.
El culto del soberano
Una de las características de esta época que se debate con mayor frecuencia,
que se supone uno de los signos más visibles de innovación y de una crisis de la
religión tradicional, es el culto del soberano. Es importante desde el comienzo hacer
dos precisiones, una que tiene que ver con la naturaleza de la religión griega, y la
segunda con el desarrollo efectivo del fenómeno.
En primer lugar, los honores divinos no son lo mismo que la deificación, tal
como Préaux ha demostrado con particular claridad.
6
Un testimonio del primer caso
conocido de honores divinos que rindió una ciudad a uno de los sucesores de
Alejandro aparece en la respuesta de la ciudad de Skepsis a la carta de Antígono de
311 a.C.:
A fin de que Antígono reciba honores dignos de sus hazañas y se
vea que el pueblo le da las gracias por el beneficio que ha recibido,
vamos a señalar un temenos (recinto sagrado) para él, edificar un altar y
establecer una estatua para el culto tan bella como sea posible, y haremos
que el sacrificio, la competición, el uso de la guirnalda y el resto del
festival sean celebrados cada [año] en su honor tal como era antes.
Vamos a [coronar]lo con una corona de oro [que pese] 100 [estáteros] de
oro...
(Austin 32, BD 6, OGIS 6)
Aquí se asocia a un general vivo (que aún no ciñe la corona real) con un
festival existente. Esto no está lejos de la deificación; probablemente Antígono no
era considerado un dios, pero recibía el mismo tipo de honores que los dioses y los
héroes. De forma parecida, cuando la estatua de Átalo I fue colocada junto a la de
Apolo en el agora de Sición (Polibio, 18. 16), esto no lo convirtió en un dios. Ni
tampoco el compartir el templo con un dios, como cuando Átalo III (r. 138-133) fue
venerado en su ciudad natal, Pérgamo. La mayor parte del preámbulo que explica las
obras benéficas del rey se ha perdido, pero el inicio del decreto propiamente dicho se
conserva:
Con buena fortuna, el consejo y el pueblo han resuelto:
Coronar al rey con una corona de oro precioso, y consagrarle una estatua suya
de cinco codos, vestido de armadura, de pie, sostenida por perros en el templo de
Asclepios Soter, de modo que sea el cotemplario (synnaos) del dios; y poner una