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receptor presente antes que oponiéndose a los honores divinos por principio. No hay
signo de oposición basada en la presuposición de que el culto del soberano fuera en
sí mismo indignante y sacrilego.
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Alejandro parece haber creído ser un descendiente del héroe semidivino
Aquiles, y posteriormente haberse considerado hijo de Zeus. Con todo, no fue sino
hasta avanzado el reinado de Ptolomeo I, quizá en la década de 290, cuando
Alejandro fue adorado como un dios.
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En este momento ningún rey vivo era tenido
por un dios, aunque los reyes recibían honores divinos: la liga de los insulares había
sido la primera (quizá hacia 305/304) en decretar para Ptolomeo I «honores igual a
los de los dioses» (o así era afirmado alrededor de 280: Austin 218, Burstein 92,
Syll3 390).
La divinización de los Ptolomeos comenzó cuando Ptolomeo II Filadelfo,
después de haberse convertido en el único rey, proclamó dios a su difunto padre,
Ptolomeo I Soter. Con la muerte de la tercera y última esposa de Soter, Berenice, en
279, Filadelfo fundó un culto conjunto para ambos como dioses salvadores e
inauguró el festival de la Ptolomea en su honor, cuya importancia puede apreciarse
en un decreto de los samios para el rico conciudadano Bulágoras en la década de
240:
y (puesto que) durante el presente año se había enviado una delegación de
emisarios sagrados a Alejandría, él [Bulágoras] —sabiendo que el pueblo
da la mayor importancia a los honores rendidos al rey Ptolomeo (III) y a
su hermana reina Berenice, ya que los fondos para sus coronas y los
sacrificios que los sagrados emisarios debían realizar en Alejandría eran
limitados, y no había dinero para pagar los gastos de viaje del jefe de la
embajada sagrada y los sagrados emisarios que debían traer las coronas y
realizar los sacrificios, y no había ninguna fuente inmediata de dinero
disponible, y deseando que ninguno de los honores antes decretados para
el rey, la reina, sus parientes y ancestros fueran omitidos— prometió que
adelantaría el dinero para ese fin de sus propios recursos, el cual sumaba
poco menos de seis mil dracmas...
(Austin 113, BD 64, SEG i. 366)
Posteriormente, Filadelfo se asoció junto con su hermana Arsinoe al culto de
Alejandro como Theoi Adelphoi, «dioses hermanos» (P. Hib. 199).
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Fue la primera
vez que un monarca vivo era hecho dios. Arsinoe fue convertida en «diosa
cotemplaria» (symnaos theos) en todos los templos de las deidades egipcias, y se
destinaron ciertas rentas reales a financiar el culto.
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Pese a que la iniciativa real
estaba detrás de estos cultos, había un precedente egipcio de culto del soberano; de
modo que el culto real de los Ptolomeos, tal como era practicado y está documentado
en los templos egipcios autóctonos, se desarrolló con cierta autonomía, adaptando la
práctica faraónica anterior a las nuevas exigencias.
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En Atenas, Antigono I y Demetrio I fueron honrados como salvadores
después de capturar (o «liberar») la ciudad en 307. «Salvador» era un título lleno de
resonancias cultuales y era apropiado para Zeus, y entonces o poco después de esto
adoptaron o aceptaron el título de reyes (Plutarco, Demetrio, 10; Austin 34). Se
realizaron más honores divinos en 291 o 290 cuando Demetrio entró en la ciudad en
el momento de la celebración de los misterios eleusinos. Fue recibido por coros que
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cantaban en su honor (Demócrates, FGH 75 frag. 2 = Ateneo, 6. 253b-c) y uno de los
himnos es citado por Ateneo, citando al historiador contemporáneo Duris de Samos:
¡Cómo los más grandes de los dioses y los más queridos
han llegado a la ciudad!
Pues en este momento a Deméter y a Demetrio
la ocasión propicia ha traído al tiempo.
Ella por su parte ha venido para celebrar
los solemnes misterios de Coré,
mientras que él lleno de alegría, como conviene a un dios,
hermoso y sonriente está aquí.
Su apariencia es venerable, todos sus amigos a su alrededor
y él mismo en medio,
semejantes los amigos a los astros,
aquél al sol.
¡Oh hijo del dios más poderoso Poseidón
y de Afrodita, salud!
Pues los demás dioses
o están lejos o no tienen oídos
o no existen o no nos prestan atención;
en cambio a ti te vemos aquí presente,
no estás hecho de madera ni de piedra,
sino que eres verdadero.
Por ello te suplicamos a ti:
en primer lugar consigue la paz, tú el más querido;
pues tú tienes la potestad.
Y después la Esfinge que domina no sólo sobre Tebas
sino sobre toda Grecia,
Etolia la que se sienta sobre una roca
como la antigua,
que se lleva nuestros cuerpos tras arrebatarlos
y que yo no puedo combatir,
pues es propio de los etolios el arrebatar lo de los vecinos
y ahora incluso también lo que está más lejos;
sobre todo castígala tú mismo,
y si no, encuentra un Edipo que la precipite
desde lo alto o que la convierta en ceniza.
(Duris FGH 76 frag. 13= Ateneo, 6. 253d-f, Austin 35, Burstein 7)
Algunos historiadores han afirmado con toda seguridad que el himno revela
una difundida incredulidad en la existencia de los dioses. Se toma la sustitución de
un nuevo dios, que es patentemente un simple mortal, como evidencia de la
decadencia religiosa, la irracionalidad, la manipulación cínica de la religión con fines
políticos o —de modo algo paradójico— una combinación de todo lo anterior.
Deberíamos recordar que el himno ha quedado sólo porque un autor tardío lo cita a
partir de una obra perdida de Duris, un autor antimacedonio. No hay garantía de que
haya sido ejecutado de la manera como dice Ateneo. Incluso si así fuera, y si Duris
quería que lo tomemos como una prueba de escepticismo (lo cual es dudoso),
¿podemos estar seguros de que el poeta era un escéptico frente a los antiguos dioses
o que estaba incurriendo en la adulación? Aun si éste hubiera sido un escéptico, ¿lo
serían los miembros de su audiencia? Si hubieran sido escépticos ¿serían