Cuando el Señor Parra quedó ciego, no perdió sin embargo el sentido de orientación aún en las extensiones dilatadas y en las e



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Dorado, por nuestros padres buscado en vano en esas mismas regiones, a fin de no tener una guerra en rescate de aquel Santo Sepulcro de las tradicionales ilusiones.”
El normalista recala en otros comentarios:
“ O’Higgins había pensado colonizar el Estrecho tomando contacto en 1841con un tal H. Smith, capitán inglés de la marina mercante. El gobierno chileno había estudiado ese año la propuesta norteamericana de una concesión para explotar un servicio de remolcadores, actitud que pone en evidencia la necesidad de tomar posesión de la zona para evitar una ocupación extranjera. Estuvo a cargo de Domingo Espiñeira, intendente de Chiloé, la fundación de una colonia. “
Sarmiento desde el Progreso:
“… Hay que apurarse por colonizar el lugar si no se quiere que lo ocupe Inglaterra que ya se apoderó de las Islas Malvinas, o alguna otra potencia extranjera; los reclamos no servirían para nada. Los extranjeros son siempre los primeros para instalarse en cualquier parte. ¿Por qué Chile no haría algo para asegurarse un porvenir colosal?”
De hecho Inglaterra y Francia habían visualizado la ocupación del Estrecho. Argentina, en cambio, no había realizado por esos tiempos ningún reclamo ni intento de posesión.

Manuel Gálvez, que escribió:


}“Sarmiento estudia la cuestión sin hablar de la Argentina ni de sus derechos”

A cuya réplica puede servir lo que Verdoye afirma en su tesis, “Domingo Faustino Sarmiento, Educar y escribir opinando (1839-1852)”:


“Es exacto. En 1842 ni siquiera el gobierno argentino insinuó que la ocupación por Chile del Estrecho pudiese ser litigiosa.”

Con respecto a la Patagonia Sarmiento escribe que está poblada de salvajes y que ni España ni Buenos Aires la ocuparon. Pero no dice que Chile puede instalarse en ella. Al contrario, propone:


“Buenos Aires para proceder la ocupación de este país (la Patagonia) ha de partir desde sus fronteras del sud, y ganaría mucho en tener al extremo opuesto un pueblo cristiano que en épocas futuras le ayudase a la pacificación de los salvajes.”
En definitiva, la campaña política de Sarmiento en Chile cabe en una palabra: “Antirrosismo.” Puede señalar el defensor, que Sarmiento no renegó de su patria, entonces entregada a Rosas. Durante su presidencia ya caído éste, muy distinto será su accionar en la cuestión de límites, como cree haberlo aclarado con su investigación el normalista.

Sarmiento no renegó de su patria ni aceptó nunca la ciudadanía chilena que le ofrecieran. Desde su condición de proscripto reprochó a Jotabeche escritor costumbrista chileno

“En Chile hay dos mil argentinos víctimas de males muy profundos que sufren con las tiradas de Jotabeche, que es un deber de hospitalidad el respeto a la desgracia.”
Y en “Recuerdos de Provincia” su alma nativa retorna a la querencia:
“Mis Recuerdos de Provincia son nada más que lo que su título indica. He evocado mis reminiscencias, he resucitado, por decirlo así, la memoria de mis deudos…he querido apegarme a mi provincia, al humilde hogar en el que he nacido; débiles tablas sin duda, como aquellas flotantes a que en su desamparo se asen los náufragos, pero que me dejan advertir a mí mismo, que los sentimientos morales, nobles y delicados, existen en mí, por lo que gozo en encontrarlos en torno mío en los que me precedieron, en mi madre, mis maestros y mis amigos”.
El recorte que se hace de sus expresiones induce muchas veces a la confusión. Por ejemplo: sobre la democracia liberal
"Aquí en América la palabra libertad importa sainete ridículo; Riquísima comedia que no manifiesta tener fin" (14/11/1841). (12/4/1873).

   La Unión Nacional fue preocupación mayor de Sarmiento, desalentado a su vez de su improbabilidad sin Buenos Aires. En esto coincidía con Alberdi, Urquiza y Mitre, pero con desacuerdos, como revela su reproche a Mitre:


"No sea solamente porteño, sea argentino".
La organización constitucional y el federalismo serán una tribulación larga de los argentinos, ocasionándoles muchos años de lucha. Dirá: soy unitario en las provincias y federalista en Buenos Aires, frente a un Buenos Aires que no se inclina al federalismo, y viceversa con el interior. Y también:
“Porteño en las provincias; provinciano en Buenos Aires, argentino en todas partes.”
En el curso de las demandas, momentos hay en que las declaraciones de la fiscalía arrecian y amenazan acabar con los argumentos de la defensa. Ceden las fuerzas del estudiante en el rol de novel defensor, a punto de claudicar ante el resentimiento revisionista contra su defendido y el descrédito al que tratan de someterlo. Textos confusos, desadecuados, a una primera aproximación viciados de perorata; sorpresivos, terribles otros.

Están aquellos vinculados a los conflictos partidarios, principalmente a la campaña de su ministro Nicolás Avellaneda, que dan ocasión para presentarlo políticamente incorrecto.


"Después de la caída de Rosas, Buenos Aires fue educada en las prácticas de la libertad por demagogos. El fraude, la falsificación de las urnas electorales vienen de 1852 por los comicios organizados por Mitre. Después de veinte años de este sistema Mitre se ha quedado solo en la República con sus paniaguados. En Buenos aires hay tal libertad de sufragios que ni a palos harán que el pueblo concurra a elecciones".
"Las elecciones de 1857 fueron las más libres y más ordenadas que ha presentado la América". (El Nacional, 13/10/1857). "Para ganarlas, nuestra base de operaciones ha consistido en la audacia y el terror, que empleados hábilmente han dado este resultado (de las elecciones del 29 de marzo).
"Las provincias “…son pobres satélites que esperan saber quién ha triunfado para aplaudir. La Rioja, Santiago del Estero y San Luis son piltrafas políticas, provincias que no tienen ni ciudad, ni hombres, ni cosa que valga. Son las entidades más pobres que existen en la tierra" (El Nacional, 9/10/1857).

Los gauchos que se resistieron a votar por nuestros candidatos fueron puestos en el cepo o enviados a las fronteras con los indios y quemados sus ranchos. Bandas de soldados armados recorrían las calles acuchillando y persiguiendo a los opositores. Tal fue el terror que sembramos entre toda esa gente, que el día 29 triunfamos sin oposición. El miedo es una enfermedad endémica de este pueblo. Esta es la palanca con que siempre se gobernará a los porteños, que son unos necios, fatuos y tontos". (Carta a D. Oro 17/6/1857)


"Una Constitución pública no es una regla de conducta para todos los hombres. La Constitución de las masas populares son las leyes ordinarias, los jueces que las aplican y la policía de seguridad. No queremos exigir a la democracia más igualdad que la que consiente la diferencia de raza y posiciones sociales. Nuestra simpatía para la raza de ojos azules." (OO. CC., 1886)
"Está demostrado que no puede haber más política que la del garrote y la macana" (año 1880).
Complica aún más la defensa el conjunto de sus expresiones más feroces:
“La muerte del gobernador Benavides "¡es acción santa sobre un notorio malvado! Dios sea loado" (El Nacional, 23/10/1858).

"Es preciso emplear el terror para triunfar. Debe darse muerte a todos los prisioneros y a todos los enemigos. Todos los medios de obrar son buenos y deben emplearse sin vacilación alguna, imitando a los jacobinos de la época de Robespierre" (año 1840).


"A los que no reconozcan a Paz debiera mandarlos ahorcar y no fusilar o degollar. Este es el medio de imponer en los ánimos mayor idea de la autoridad" (año 1845).
"Hemos jurado con Sarmiento que ni uno solo ha de quedar vivo" (Mitre en 1852).
El degüello de Santa Coloma: "acto del que gusté" (año 1852).
"Si el coronel Sandes mata gente cállense la boca. Son animales bípedos de tan perversa condición que no se qué se obtenga con tratarlos mejor" (Informe a Mitre, 1863).
"Acabe con el Chacho (el General Peñaloza). He aplaudido la medida precisamente por la forma. Sin cortarle la cabeza a ese pícaro, las chusmas no se habrían aquietado" (Carta a Mitre, 18/11/1863).
"Los sublevados serán todos ahorcados, oficiales y soldados, en cualquier número que sean" (año 1868).
"Córteles la cabeza y déjelas de muestra en el camino" (Carta a Arredondo,

Asesinato del gobernador Virasoro: "San Juan tenía derecho a deshacerse de su tirano" (año 1860).


"Necesitamos entrar por la fuerza en la nación, la guerra si es necesario" (año 1861).
"A quien no quiere pagar lo soplo a la cárcel. En materia de contribución directa hago peor, pues les rasco el bolsillo" (Gobernador de San Juan en carta a Mitre, 1862).
Ante el efecto de estas andanadas la defensa inhibe una interpretación plausible. A tanto fuego, despropósito y hollín político, poco queda para argumentar algún razonamiento ventajoso. ¿Cómo atemperarlo si por propia confesión en “Mi defensa” escribe? : “Ya he mostrado al público mi faz literaria; vea ahora mi fisonomía política; verá al militar, ¡al asesino!”.
El normalista prefiere soslayarlo y esperar. El jurado escucha mientras tanto los testimonios y va elaborando un juicio que le permita llegar a una declaración objetiva de culpabilidad o inocencia. No le resultan persuasorias las apelaciones de magnanimidad.
“ Nacido en la pobreza, criado en la lucha por la existencia, más que mía, de mi patria; endurecido en todas las fatigas, acometiendo todo lo que creí bueno y coronada la perseverancia con el éxito, he recorrido todo lo que hay de civilizado en la tierra y toda la escala de los honores humanos, en la modesta proporción de mi país y de mi tiempo; he sido favorecido por la estimación de muchos de los grandes hombres de la tierra; y sin la fortuna que nunca codicié porque era bagaje pesado para la incesante pugna, espero una buena muerte corporal, pues la que me vendrá en política es la que yo esperé, y no deseé mejor que dejar por herencia millares en mejores condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas las instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubiertos de vapores los ríos, para que todos participen del festín de la vida, de que yo gocé sólo a hurtadillas.”

“Ojalá que el cielo alumbre el camino de mi digno amigo y después de los astutos tiranuelos, apoyados a nombre del pueblo, en chusma de soldados, mazorqueros o diputados, nos de una escuela de políticos honrados que está pidiendo la América para lavarse del baño de crímenes, inmundicias y sangre en que se ha revolcado de cien años a esta parte. Es la única revolución digna de emprenderse. ¿Llaman revolución continuar siendo siempre la canalla que somos por todas partes hoy? Hombres hay que creen que tienen coraje en ser inmorales, pillos y arteros en la América del Sur. ¡Sed virtuosos si os atrevéis!”

“En un álbum escribí a la aventura lo primero que me ocurrió y salió de ello una biografía. “

La demanda y la defensa (Dos)
El juicio entró en receso. En la pausa de aquella noche el normalista pensó que no podría forzar mucho más su argumentación reivindicatoria. A un paso del sueño su alegato parecía finiquitar. El cansancio le impedía reavivarse en la lectura de las actuaciones. Una luz blanca caía de la lámpara sobre el expediente; él, en el centro de ese embudo geométrico y frío, desesperanzado. Percibía el aroma de la madera del escritorio sobre el cual cargaba su fatiga; la mano en la frente, la frente en la mano y una sorda sensación en el codo que cimentaba el desgano. En el resto de la casa los afectos circundantes parecían presos de crudas limitaciones. Estaba exiliado.

Alguna vez admitió que el dormir era hermano de la muerte. Eran años adolescentes de ideales y avideces. Algo le anunciaba que no sería anodino permitir que por el sueño se le escaparan los tesoros de las manos.



Esa noche otra vez intentaba retardar el descanso renunciando a la lectura de los apuntes de la jornada, mudando en conocidos versos las horas últimas del día aciago.
No lo abruman el mármol y la gloria.

Nuestra asidua retórica no lima su áspera realidad.

Las aclamadas fechas de centenarios y de fastos

no hacen que este hombre solitario sea menos que un hombre.

No es un eco antiguo que la cóncava fama multiplica

o, como éste o aquél,

un blanco símbolo que pueden manejar las dictaduras.

Es él. Es el testigo de la patria, el que ve nuestra infamia y nuestra gloria,

la luz de Mayo y el horror de Rosas.

Y el otro horror

y los secretos días del minucioso porvenir.

Es alguien que sigue odiando, amando y combatiendo.

Sé que en aquellas albas de setiembre

que nadie olvidará y que nadie puede contar, lo hemos sentido.

Su obstinado Amor quiere salvarnos.

Noche y día camina entre los hombres, que le pagan

(porque no ha muerto)

su jornal de injurias o de veneraciones.

Abstraído en su larga visión como en un mágico cristal

que a un tiempo encierra las tres caras

del tiempo que es después, antes, ahora,

Sarmiento el soñador sigue soñándonos.
Concluyó entregándose: Fiat umbra, y como un regalo de larga espera surgió lo profundo. Sabor nuevo de recóndita fuente, imágenes imposibles de ser fantaseadas, sentidos ocultos que se revelan a medias, sentimientos desgarradores y consuelos infinitos, seres creíbles de rostro impreciso o complejo. Llegaron los entrañables:
Soñó entonces con un hombre que antes de concebir un hijo, viajó largo tiempo visitando museos con el propósito de recrear su alma con las imágenes de ángeles y los semblantes más bellos de niños y niñas, hombres y mujeres esculpidos en mármoles o representados en telas. Era para los demás un hombre muy feo que había, por extraña fortuna, desposado una hermosa mujer, de allí su razón. Por los desfiladeros del espíritu pudo haber incorporado, textualmente corporizado, querubines, vírgenes y Adonis, germinando en sus entrañas aquellas visiones apropiadas en claustros y galerías.

No puede establecerse si en verdad la criatura fue bella por designio o por diseño, pero sí que la esposa reconoció en la mirada del hombre las huellas de aquél empeño y no necesitaron ya de la oscuridad para encubrir sus facciones, desvanecidas al fin en ternura y pasión.

Belleza y fealdad parecieron siempre depender de la visión. Aun aludiendo la sensibilidad del invidente que recorre con sus dedos los rasgos del sujeto que se presta, confiado o avergonzado, al reconocimiento. Más allá de la voz y del aroma, el silencio pausado que supone la ciencia de aquél que a través de las manos mira, la mirada siempre, discerniendo la apariencia.

Supo de una madre alucinada que tuvo un niño muy agraciado. Todos lo confirmaban, pero aún no dudando de ello, su afección no le permitía ver más que monstruos. Su percepción estaba enferma y cada vez que miraba a su hijo sólo el espantajo creado por la mente se le hacía visible. En vano intentaba apropiarse de la armonía del rostro que sabía perfecto, ya que siempre se le imponía la visión de la monstruosidad. Su sufrimiento fue atroz, no sólo por el horror que le producía lo que no podía dejar de ver sino por el dolor de serle negada la visión de lo amado.

No era ésta una historia moral. El hombre, la mujer, el niño y la loca existían y se colaban por el portal de los sueños.
Despertó, terminó de abrevar en la noche. La vigilia lo aguardaba plena de sobresaltos y cuestionamientos; la demanda estaba en pie y el compromiso asumido ya no era un juego, una apuesta o un simulacro. Se trataba de la defensa del numen denostado de su vocación.

Navegó todavía adormilado en dichos dispersos recogidos ilusoriamente sin ton ni son:


“La prensa no son tipos de plomo… Es una virtud que se exhala en palabra… Los pueblos no tienen un carácter activo en los sucesos. Sufren, pagan y esperan… Es la práctica de todos los tiranos apoyarse en un sentimiento natural, pero irreflexivo de los pueblos, para dominarlos… Fui nombrado presidente de la República, y no de mis amigos…No está prohibido que un hermano del presidente fuese ministro, pero la decencia lo impide…La hermosura que ha nacido para triunfar hasta de la estupidez… La ignorancia es atrevida. ..Toda la historia de los progresos humanos es la simple imitación del genio…

El juicio había recomenzado emplazándolo la demanda con aquéllos calificativos que Sarmiento lanzó a quienes fueron sus contemporáneos:


Juan Bautista Alberdi: "baboso de envidia hipócrita y ambición rastrera; cínico, mentiroso, malvado, traidor, alma torcida, detractor de oficio, charlatán mal criado y pillo, saltimbanqui, raquítico y jorobado, conejo, bellaco, botarate insignificante" (Tomo 5º. CC.).

Bernardo de Irigoyen: "un energúmeno";

Carlos Guido y Spano: "un burro";

Moreno: "el Danton de 1810";

Juan María Gutiérrez: "el hombre más ignorante que haya conocido jamás";

Mitre: "un charlatán, tres veces borracho, autor, factor y sostenedor del fraude electoral desde 1852 hasta la fecha, pigmeo indigno y especulador patriotero" (26/6/1869; La Tribuna, 7/10/1874).

Castro Barros: "un majadero fanático, ambicioso, insano e hipócrita" (Red. de Pica.);

Del Carril: "Miserable, mocito petulante antes, viejo decrépito después, doctor maula, vicepresidente pantalla, necio testarudo, doctor de embustes”. (Tomo 17. OO.CC.);

Navarro Viola: "pajarraco, oprobio de la literatura argentina, estafador, basura sucia y hedionda y cloaca de inmundicias"; y los demás católicos como Estrada, Goyena, Lamarca, Avellaneda, Adolfo van Gelderen, Achával, etc.: "charlatanes adocenados, malvados, traidores a la constitución, engañados por Satanás"; (El Nacional, 20/4/1882).
Compensado el atolondramiento de la mañana, apreció el joven normalista que la irreverencia de los epítetos le afectaba menos y hasta resultaba divertida. Muchos de éstos endilgues correspondían al final de la vida de Sarmiento donde ventilara discrepancias solazándose con insultos que pudieran ser reunidos en textos burlescos de prosa desenfadada, humorística, satírica, casi delirante. Las disidencias políticas con sus tormentosas modulaciones hubieron encendido en Sarmiento, sin reservas verbales, expresiones apasionadas y caricaturescas, incorrectas e imperdonables; ¿las tomaría en su contra el tribunal de la historia o las consideraría producto menores de rencillas en la expresión de un hombre sensible, altanero y excitable?

Rosas execró a los enemigos de su régimen pero con resultados mortíferos.

Se ha pretendido que Sarmiento traza a su interlocutor con rasgos gruesos con el propósito de destacar y hacer valer su pensamiento en una confrontación afectada, a veces imaginaria. De resulta de ello el otro vive y gana fuerza pues es convocado a un enfrentamiento frontal y no a una trampa artera como las del tirano. Podría ufanarse afirmando que
“… la risa contiene más enseñanzas que la nieve. El buen reír educa y forma el gusto… Los grandes maestros son inmortalmente risueños. Riamos nosotros que el buen reír es humano y humaniza la contienda… Cuando la inteligencia sonríe, hay gloria en las alturas y paz en la tierra para los hombres.”
No fueron pocas las chanzas y sobrenombres ofensivos endosados tanto a su persona como a su investidura:
De “El Mosquito”: “Al Ben Racín”, “Duque de Carapachay”, “La Solterona Dominga”, “El Sultán de nuestras escuelas”.

De “La Unión” (empleado por Pedro Goyena): “Animalis Homo” “… estás ebrio de vanidad, de mentiras y de calumnias”

De la Nación: “Borrachón de Sarmiento” (Casimiro Pietro Valdés explicó que se trataba de un error de imprenta, sin corregir, y que el original decía “Bonachón de Sarmiento”.)

Del semanario “La presidencia”: “General Bum Bum” (dibujante Carlos Monnet,

El General Paunero;“Carrier” ” (Juan Bautista Carrier fue uno de los jacobinos más sanguinarios de la Revolución Francesa).

Paul Groussac: “Don Yo” (”…desbordante, familiar, desbrochado, francote, ex abruptal, henchido de legítimo orgullo, y también de grotesca vanidad.

“El más atrevido de los baqueanos intelectuales”

De Menéndez Pelayo: “Gaucho de las Letras”

De Lastarrea: “Montonero intelectual”
En general asimiló con la misma licencia lo que habría de tocarle a su persona. Aunque, en rigor de verdad, en otras ocasiones encaró sin humor los agravios, probablemente no fueran del mismo cuño que el de su verba descomedida e innocua.
« ¿Hay tiranía en Chile? sí ¿Quién la ejerce? los diarios. —Por mas que parezca una paradoja, el desenfreno de los diarios muestra más que nada que hay en este momento un despotismo en Chile contra el cual las leyes son impotentes. Este despotismo está en la prensa. Desde el presidente de la república abajo, los diputados, los ministros, los jueces, todos tiemblan en presencia de este tirano que puede insultarlos impunemente, desfigurar sus acciones, provocar contra ellos el odio público y calumniar sus intenciones. Los particulares no están a cubierto del látigo omnipotente de los diarios.

Reputación, reposo doméstico, vida privada, todo sufre, todo es hollado, pisoteado. Los diarios tienen facultades extraordinarias, y la honra como la vida pública de sus víctimas, están entregadas a un perpetuo estado de sitio.»


“La prensa de Buenos Aires es toda hostil al gobierno, simplemente porque detrás de cada diario está un empresario político, Mitre, Quintana, Castro, Oroño, todos hostiles entre sí pero de acuerdo en incomodar al gobierno. Hacemos pocos progresos sobre el antiguo programa de república demagógica y anárquica, en frente de los instintos populares que tiran al despotismo del gaucho feliz en las correrías a caballo.”
Repasa el estudiante a otras frases válidas para argüir defensas que apacigüen el malestar por lo indefendible. Algunas tienen que ver con la desilusión y el fracaso, la incomprensión o malignidad de los otros.

“Tengo una enfermedad de desencanto de nuestro país de nuestra capacidad gubernativa que a aplicarla y fundarla, te haría caer las alas del corazón. No creas que es la vejez. “


“He querido señor presidente, que la barra me oiga una vez, que vea toda la libertad de que soy capaz. Y es una pérdida para el país que ustedes encadenen, humillen y vejen a un espíritu que ha vivido setenta años duro contra todas las dificultades de la vida; que ha sufrido la tiranía, que ha sufrido la pobreza que ustedes no conocen y las aflicciones que puede pasar un hombre que no sabía en la escuela sino leer, y que desde entonces vive abriéndose camino por el trabajo la honradez y el coraje de desafiar las dificultades. Hablo aquí para que vean que es inútil silbarme o aplaudirme; de los aplausos hago poco caso, porque soy a ellos poco meritorio –y quisiera hablar con muchas personas que me aplauden, a ver si saben y entienden qué es lo que alaban- y con los silbidos sucede lo mismo.”.
“…porque necesito que las generaciones venideras sepan que para ayudar al progreso de mi país he debido adquirir inquebrantable confianza en su porvenir. Necesito que consten esas risas para que se sepa también con qué clase de necios he tenido que lidiar.

“He vivido en todas partes la vida íntima de mis huéspedes y no como viajero. Dejo tras de mí un rastro duradero en la educación y columnas miliarias en los edificios de las escuelas que marcarán en la América la ruta que seguí. “

“He terminado una larga carrera, llegando al término sin desandar el camino, ni extraviarme. Los males quedarán en la sombra o serán amnistiados.”
“Cuando los hombres honrados se van a su casa, los pillos entran en la de gobierno.”
Nicolás Avellaneda expresó, como consta en Discursos VIII, afirmaciones que son utilizadas por la fiscalía en desmedro del demandado:
“Bajo mi ministerio” – dice Avellaneda – “se dobló en número de los colegios, se fundaron las bibliotecas populares, los grandes establecimientos científicos como el Observatorio, se dio plan y organización a los sistemas escolares, y provincias que encontré como La Rioja sin una escuela pública llevaron tres mil o cuatro mil alumnos... Es la página de honor de mi vida pública y la única a cuyo pie quiero consignar mi nombre. ¿Cuál fue la intervención del señor Sarmiento en estos trabajos, que absorbieron mi vida por entero durante cinco años? El nombre de señor Sarmiento al frente del gobierno era por sí solo una dirección dada a las ideas y a la opinión en favor de la educación popular; su firma al pie de los decretos era una autoridad que daba prestigio a mis actos. Su intervención se redujo, sin embargo, a esta acción moral. Supo el señor Sarmiento que había bibliotecas populares y una ley nacional que las fundaba cuando habían aparecido los primeros volúmenes del Boletín de las Bibliotecas, y éstas convertídose en una pasión pública. El señor Sarmiento no se dio cuenta de la ley de subvenciones y de su mecanismo sino en los últimos meses de su gobierno. Esto es todo y es la verdad".
Consideró el normalista que tales declaraciones de un ministro, con respecto a quien fuera su presidente, constituían falta ética grave, por lo que desde su rol de defensor se vio obligado a investigar antecedentes que dieran cuenta de esta defección y sustracción del mérito.

En 1868 Avellaneda juró como ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública del gobierno de Sarmiento. El programa de gobierno buscaba su consolidación sobre cuatro valores fundamentales: educar al soberano, imponer una moral administrativa, lograr una distribución equitativa de la tierra pública, instalar a los emigrantes en el interior del país para fortalecer el desarrollo económico de la Nación. En octubre de 1871, al participar Avellaneda en la inauguración de la Exposición Industrial en Córdoba, comprueba su prestigio y apoyo entre intelectuales y antiguos condiscípulos del Colegio de Montserrat y que se lo nombra como posible sucesor del presidente. De la pluma de Félix Luna se informa el normalista que en 1872 “inició sigilosamente la campaña, con el simulado poyo de Sarmiento”. El primer soporte de esta ambición fue su coterráneo Julio Argentino Roca que, con autorización absoluta de Avellaneda, movilizaría tropas, proferiría amenazas contra los indecisos y organizaría la propaganda por su candidatura. No halló en cambio el mismo sustento en el general José Miguel Arredondo, cuyo concepto denostaba su calidad de hombre de Estado para gobernar, tildándolo de personaje sin firmeza ni carácter, flojo de voluntad y preocupado por satisfacer su aspiración personal. Con opinión contraria intervino a su favor Paul Groussac, que había sido enviado por Avellaneda a Tucumán en 1871 para cubrir el cargo de profesor de matemáticas en el Colegio Nacional. Fundador del diario la Razón lo retrató allí como “escritor, orador, ministro, rebosante de talento generoso y noble ambición.”

Valen para dirimir la cuestión los siguientes párrafos de Sarmiento:
“La Constitución ha hecho del Presidente el jefe de la administración; y puedo en consecuencia anunciaros de un modo solemne, puesto que se trata de actos exclusivamente míos, que la moral administrativa será completa durante el período de mi gobierno.”
“El mal que hay que curar es la insolencia. Jamás tendrá república este pueblo mientras no se respete a sí mismo en quienes lo representan…”
“Más bien parece que volvemos atrás como si la generación presente, creada en seguridad perfecta, perdiera el camino... Sinceramente ya no sé de qué lado está la barbarie y de cual la civilización.”

El día de la entrega del poder a su candidato Nicolás Avellaneda, con su vicepresidente Mariano Acosta, el ambiente era intolerable. En la plaza había más solados que civiles y se esperaba un ataque revolucionario. Al Congreso no fueron muchos a presenciar la ceremonia. Al entregar la banda y el bastón, Sarmiento expresó que Avellaneda era


“… el primer presidente que no sabe disparar una pistola,.. Sois el presidente que no trae un partido organizado al poder… Mandad y seréis obedecido.”
La historiadora María Sáez Quesada opina que la obra maestra de la política sarmientina fue encaminar la sucesión presidencial en la persona de su ministro de Instrucción Pública, el doctor Nicolás Avellaneda. Interesante apreciación que destaca la convicción de Sarmiento en cuál era la senda hacia la construcción del Estado argentino, más allá de toda ingratitud que pudiera depararle su ministro.

Al dejar el gobierno Sarmiento está enfermo, sordo y pobre como siempre, el partido liberal se le ha distanciado y su ángel político se va apagando,... pero quedan los maestros de escuela, artífices oscuros a quienes está confiada la obra más grande que los hombres pueden ejecutar.


“Los discípulos son la mejor biografía del maestro.” … Su legado.

“El humilde maestro de escuela de una aldea, pone pues toda la ciencia de nuestra época al alcance del hijo del labrador, a quien enseña a leer. El maestro no inventa la ciencia ni la enseña: acaso no la alcance sino en sus más simples rudimentos; acaso la ignora en la magnitud de su conjunto; pero él abre las puertas cerradas al hombre naciente y le muestra el camino; él pone en relación al que recibe sus lecciones con todo el mundo, con todos los siglos, con todas las naciones, con todo el caudal de conocimientos que ha atesorado la humanidad.



…El juez castiga el crimen probado, sin corregir al delincuente; el sacerdote enmienda el extravío moral sin tocar a la causa que le hace nacer; el militar reprime el desorden público sin mejorar las ideas confusas que lo alimentan o las incapacidades que lo estimulan. Sólo el maestro de escuela, entre estos funcionarios que obran sobre la sociedad, está puesto en lugar adecuado para curar radicalmente los males sociales.”


Con estos comentarios del normalista, que son palabras de Sarmiento, concluye su novata y superflua defensa. El jurado se ha retirado a deliberar…


Voces del jurado
De Manuel Gálvez.
Nadie como él comprendió tan profundamente la vieja alma nacional. Vivió y sintió nuestra historia y podría decirse que dentro de sí, tal vez sin saberlo, llevaba toda la barbarie de su tiempo. Sin las cualidades de la cultura, habría sido un caudillo. Sus libros, informes y bárbaros, son la obra de un faccioso y equivalen en literatura a la montonera y en política a la desorganización. Adoraba la barbarie con el amor del genio y de los artistas. Sus más bellas páginas, las que escribiera con toda su alma, son la biografía de esos bárbaros que imaginaba odiar.
De H. Shamsuddín Elí, Prof de la Organización Islámica Argentina:
Sarmiento es, sin lugar a duda alguna, una de las peores calamidades, junto con Rivadavia, Urquiza, Mitre y Roca, que han asolado al pueblo argentino con sus crímenes y prepotencias. Las distintas dictaduras militares han causado víctimas y desastres económicos que por la magnitud de las cifras aterran al más indiferente. Pero la perversa y ponzoñosa labor ideológica llevada a cabo por los Sarmiento y sus pares de fines del siglo XIX, es infinitamente más dañina y peligrosa, pues apunta a la demolición definitiva del alma argentina e indohispanoamericana; sometiéndola y humillándola sistemáticamente al capricho de los intereses imperialistas depredadores.”
De Juan Mantovani:
Vivió apasionadamente en el campo de las humanidades y su vida no fue sino una dramática lucha por defenderlas. Pero defendía humanidades históricas, reales, vivientes, reflejo de su pueblo, no meras abstracciones o desenvolvimientos intelectuales.”
De Leopoldo Lugones:
“”Ninguno de aquellos estadistas comprendió y practicó mejor que Sarmiento esa alta amistad de concordia y de lealtad con la unión Americana. Por esto quedó como doctrina suya, tendencia tan argentina de verdad. Nadie fue tampoco mejor argentino que Sarmiento, ni más celoso de la dignidad nacional; de suerte su simpatía por los Estados Unidos hallaba entre ambas naciones una profunda compatibilidad. Su comprensión superior, que es uno de los atributos del genio, no solamente lo advirtió con exactitud, sino que supo demostrarlo con la adopción afortunada del sistema de educación popular, el espíritu de empresa, el respeto al trabajo y el concepto de que la libertad es un instrumento útil de bienestar privado y común, más que un derecho abstracto conducente a la negación anárquica de los ideólogos: vale decir el sistema que ha consumado aquella prosperidad y asegurado la nuestra. Cuando estamos con Sarmiento, no sólo continuamos, pues, la tradición de nuestros mejores gobernantes, sino que adoptamos una doctrina confirmada por el éxito de las dos naciones más adelantadas de América.”
De Estanislao S. Zeballos:
“… En las administraciones públicas, en los bancos, en la educación, en todos los servicios honorarios que daban vigor y tono a la presidencia con aires virginianos de Sarmiento, hallamos los nombres de alta vinculación de la República… Así gobernaba el presidente autoritario, fuerte y déspota, rodeado de los elementos más dignos de respeto del país, de sus amigos y adversarios políticos de toda la vida. La atmósfera gubernativa era naturalmente intelectual, refinada y de buen tono. Pero Sarmiento agitaba, alzaba la voz, escribía proclamas enérgicas y a veces asestaba golpes de gladiador. No era lucha de intrigas, ni golpes dirigidos en las sombras y el silencio. Sarmiento no guerreaba arrebatado solamente por su temperamento irresistible de acción, por sus cualidades de tigre para asaltar y de león para defenderse, entre rugidos pavorosos. ¡No. Había algo más elevado y digno en la pujanza a veces iracunda del coloso. Desdeñaba el aplauso lisonjero y banal de los edecanes y de los tertulianos menores o extranjeros de los presidentes. No se sentía honrado con la defensa, ni con la agresión vulgar. Amaba el ataque y la censura de sus grandes rivales y de sus mismos amigos, y promovía y aceptaba los debates formidables de la época, ávido de convencer, porque necesitaba conservar su autoridad moral y tener razón ante el país!

Sarmiento honró siempre sus responsabilidades sociales, y el cíclope, que afrontaba con fría implacable las iras de sus enemigos, temía a la sociedad culta y dirigente y se inclinaba ante ella gobernando con las más altas personificaciones intelectuales y cívicas.”
De Ricardo Alberto Paz:
“Mirando a Sarmiento combatir, injuriar, arremeter contra los valores entendidos y atacar con saña a quienes le salían al cruce, algunos han podido pensar que sólo el rencor inspiraba estos excesos. Pero también de este cargo ha quedado redimido. Lastarría lo hizo por anticipado en frase sintética: “Sarmiento era valiente y por lo tanto generoso”. Efectivamente no es pasión de valientes ni de generoso el rencor

Lejos de ser rencoroso, Sarmiento era de una mala memoria estupenda para los agravios que infería y para los que recibía. Dice en un arrebato insensato en plena guerra del Paraguay: “Hay que borrar de la faz de tierra a esa abominable raza guaraní”, años después enfermo y viejo, elige el Paraguay para ir a morir. Los paraguayos que por óptimos para la pelea son rápidos para olvidar, reciben a este apocalíptico ex-Presidente con los brazos abiertos, le brinda hospitalidad completa y le regalan la casa donde pasó sus últimos días.


De Carlos Pellegrini;
“Todo lo que constituye nuestro progreso debe algo o mucho a Sarmiento. En su vida laboriosa ha trazado largo y profundo surco en nuestro virgen suelo argentino… ¿Cometió errores, injusticias? Tal vez; no lo recuerdo.”
De Marcelo Sánchez Sorondo:
“Hay que desbastar a Sarmiento de sus demasías, sus tosquedades, sus obsesiones y sueños de la razón y devolverlo a la condición de hombre representativo de una época del tiempo argentino. Sonaría falso que con la insípida indulgencia del Dr. Pangloss lo absolviéramos de sus culpas capitales, del daño probable o cierto que su paso por la vida pública nos infligió. Pero aunque tuviese demostrado que los errores tendenciales de Sarmiento contribuyeron a la deformación de la Argentina no por eso dejaría de ser quien fue: “condensación más alta de una atmósfera de creencias, anhelos e impulsos generales”. Entendamos de una vez que Sarmiento es tan nuestro como Rosas; y que las pasiones de Sarmiento se tejen en el telar y la tela de las acciones de Rosas. Si esto hubiésemos comprendido, ellos en vida –y nosotros después- quizás otro fuera el rumbo de la nave argentina.”

Es preciso que no insistamos en descubrir o redescubrir nuestra historia sólo con ánimo de exhumar la otra versión de chivo emisaria al cual endilgaremos las responsabilidades del pasado en función de las del presente que, indeclinablemente, nos pertenece. Procuremos desentrañar la verdad aunque duela y cueste descifrarla; no para impugnar los sepulcros blanqueados ni para arrojarla los unos contra los otros, sino para repasar juntos las deformaciones subsanables, desprender la lección de solidaridad ó la prueba de su ausencia- y discernir la empresa política pendiente.”
De Pedro Henríquez Ureña:
“Como la mayor parte de los grandes hombres de América en el Siglo XIX, Sarmiento fue hombre múltiple; político, escritor, maestro, hasta diplomático, hasta militar; pero toda esta multiplicidad se resume en una luminosa unidad: es un civilizador. La posteridad lo recuerda a cada paso por su acción política y por su obra literaria. Pero la obra literaria, una de las más altas que ha producido América, es el mero instrumento de la acción política. ¿Por qué? Porque la acción pública es para él todo lo contrario de lo que el vulgo incluye en el vocablo “política”: es obra de bien, obra de civilización, en que el éxito personal se olvida por completo, porque todo se rige por el desinterés; en que el éxito del partido se sacrifica por el triunfo del ideal. Obra de civilización es su obra política y su forma favorita, la educación. Dentro de este político está siempre el maestro.”
De Ernesto Sábato:
Sí, sigámonos riéndonos de Sarmiento, sigamos arrojando bombas de alquitrán contra sus estatuas - hasta tal punto somos poderosos y perdurables en el resentimiento, casi en lo único que somos - , tomemos en broma a las maestritas... pero señalemos que los que sonríen irónicamente y hasta los que abiertamente se ríen no son pobres gentes de pueblo, sino intelectuales formados en las escuelas inventadas por aquel loco”.
De José Pablo Feinmann:
Sarmiento desde este lejano país del sur, provinciano, autodidacta, escribió, antes que Marx innumerables textos que se anticiparon a su Manifiesto de 1848… Postulaba la profundización de la –por decirlo así– poscolonialidad para que su patria ingresara en la modernidad europea y extirpara de sí la barbarie de los campos, de la llanura, de lo asiático, de lo bárbaro. Lo dice a lo largo de todo Facundo: hay que europeizar el país… “Marx odiaba a la campaña tanto como el sanjuanino. En las páginas del Manifiesto destinadas a cantar las hazañas monumentales de la burguesía escribe: “La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado enormemente la población de las ciudades en comparación con la del campo, sustrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural”. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, “los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente”.

¿Dónde está la diferencia?...

Marx era un dialéctico hegeliano. Pensaba que esa burguesía conquistadora haría nacer a su propio sepulturero: los modernos proletarios. Sarmiento no lo era: pensaba que esa burguesía conquistadora haría progresar al país, lo enclavaría en el tren de la historia, que era el del progreso, y lo llevaría a un horizonte pleno de prosperidad, de plenitud. Los dos se equivocaron. El proletariado no sepultó a la burguesía. Pareciera, ya decididamente, haber ocurrido lo contrario. Y el tren de la historia con el que soñaba Sarmiento no existía. O en todo caso: no era el mismo para todos. No había uno, había dos. Uno para los países conquistadores, para la modernidad de la burguesía, para el capitalismo de la técnica desbocada. Y otro para los países neocoloniales. Que serían, en el futuro, llamados también subdesarrollados o en vías de desarrollo o emergentes.”

Ni lo imaginó. Acaso hacia el final de su vida, cuando vio que la clase triunfadora, la que capitalizaba las batallas impiadosas que él, Mitre, Sandes, Irrazábal, Paunero y luego el “héroe del desierto”, Roca, habían ganado sin otorgar misericordia alguna a los vencidos, era una oligarquía dispendiosa, improductiva, enemiga de la industria y seducida por el goce inmediatista de la abundancia fácil, esa oligarquía a la que él definió por el olor de sus ganados, “olor a bosta de vaca”, habrá meditado acerca del triste destino de los protagonistas de sus grandes libros: Juan Facundo Quiroga, Ángel Vicente Peñaloza y hasta el Fraile Aldao.”

Sin embargo, en eso se equivocó menos que en sus visiones proféticas sobre el rumbo progresivo de la civilización que tanto lo deslumbró. Si es así será hora entonces de valorar a Sarmiento (no solo como genial escritor, como político de temple duro y mordaz, como nuestro efectivo mariscal Bougeaud o como gran creador de escuelas) sino como el que mejor escribió sobre el sentido lateral que la razón de la modernidad burguesa aniquiló. Ese sentido lateral fue el que expresaron Juan Facundo Quiroga y los demás caudillos federales. Sarmiento odió a Quiroga. Pero también, y mejor que la mayoría de quienes rodearon al caudillo, lo comprendió, contó su historia, lo admiró, vio en él al personaje más auténtico de la revolución americana. Si hubiera luchado en su contra, lo habría hecho degollar, qué duda cabe… Pero sus tiempos no se cruzaron. Hizo de él un personaje inmenso. Si Facundo Quiroga expresaba el sentido lateral de la historia, otra cara del devenir histórico, ¡cuánto ha perdido la civilización con su exterminio! Es por Sarmiento, su feroz enemigo, que lo sabemos… Tal vez por estilo debiera culminar este Estudio preliminar con la frase anterior. Pero hay algo que no quiero privarme de confesar. Como él con Facundo, tengo una relación de amor-odio, o de fascinación y rechazo con Sarmiento. Sin embargo, pensemos brevemente en el fárrago filosófico en que hemos comprometido su libro. ¿No encontramos en él los temas fundamentales de la filosofía de la modernidad occidental? ¿Alguien podría decir que lo hemos visto disminuido ante Adorno, Heidegger, Marx o Foucault? De ningún modo. Me permitiré, entonces, decir mi más firme convicción sobre este libro que me honra prologar: Facundo no sólo es una formidable pieza literaria, también es uno de los libros centrales del pensamiento filosófico de Occidente.”


De Alberto Palcos:
Sarmiento sigue siendo un hombre bandera: esto es lo importante. Libra a cincuenta años de su muerte batallas terribles como si siguiera viviendo. Sufre ataques violentos y ciegos ditirambos, y lo que es peor, unos y otros provienen a menudo, del conocimiento fragmentario y superficial de su vida y de sus obras. Pertenece a la progenie de hombres que se engrandecen bajo el peso formidable de la verdad. Él, que tenía el puño lleno de verdades, las reclama como nadie para sí. Estaba seguro de que en el balance final el saldo le sería totalmente favorable.”
De Miguel de Unamuno:
“En cierta ocasión me preguntó un sujeto cuál era el escritor español del siglo XIX que prefería yo entre todos, y aunque la pregunta es demasiado española, quiero decir simplista, porque casi nunca es posible contestar a preguntas de primero y último, le contesté sin embargo diciendo: Sarmiento. Y al ver su gesto interrogativo, hube de añadir, diciendo: Domingo Faustino Sarmiento, un argentino que murió ya de edad, el 11 de setiembre de 1888. “¿Argentino? - exclamó mi interlocutor- entonces no era español”. Y hube de responderle: “¡Más español que ninguno de los españoles, a pesar de lo mucho que habló mal de España. Pero habló mal de España muy bien” Y tuve que informarle de quién era don Domingo Faustino Sarmiento.


El espíritu de un hombre
Tal vez la más espectacular y reconfortante descripción del carácter de Sarmiento que recogió el normalista, fue la de Ricardo Rojas en su “Historia de la Literatura Argentina.

Considera Ricardo Rojas que la síntesis de Sarmiento es difícil por la extensión de su obra y de su existencia, por su desconcertante variedad exterior. No hay una única perspectiva, ni visión concreta y panorámica que la compendie; el considerarla en trozos, a través de sus libros fundamentales y más notorios, es perder zonas de vida, de originalidad, de pasión, que integran el extraordinario conjunto.

Afirma que Sarmiento no es ni un artista ni un filósofo, tal vez un publicista tutelar de un país pletórico, semibárbaro y nuevo; y tiene la variedad externa y el desorden de los hechos que comenta o ilumina, en largo medio siglo de aguerrida actuación, aún extendido más, hacia el pasado por su memoria ante el historiador, y hacia el futuro por su visión de profeta. La fuerza de acción que le sobra, impídele ser un ideólogo, la disciplina de expresión que le falta, impídele ser un escritor artista. Así constituido, y animado por la pasión de patria que le mueve cede a las voces de su destino o a las reacciones de su medio, hasta hacer de su vida una constante definición de movimiento.

Así lo presenta Ricardo Rojas:


“Va por la tierra desde los Andes donde nace, hasta el África donde ve al hombre tiranizado por la tierra, y a los Estados Unidos donde ve la tierra dominada por el hombre; va por el espíritu, desde la agnosia de los silabarios que inventa, hasta la ciencia de las hipótesis que crea; va por la sociedad, desde la dura condición del minero, hasta la austera gloria del gobernante; va por la historia, desde la barbarie del desierto argentino, hasta la civilización del porvenir con que sueña.”

Y agrega:

” Su obra refleja a esa movilidad extraordinaria, pero la variedad externa que ésta determina es sólo el procedimiento y la proyección de su genio sobre la realidad, mas no su genio mismo. De ahí que no esté presente en la totalidad de su grandeza en una sola de sus funciones o sus obras.”
No debemos seguir hablando de un Sarmiento militar, de un Sarmiento pedagogo, de un Sarmiento estadista, de un Sarmiento con adjetivos y lo que es peor, con adjetivos oficiales que no es más que percibirlo por instantes o parcialidades sucesivas. Es en sus aspectos parciales donde Sarmiento resulta inferior, incompleto, popular, y hasta absurdo y pueril; sujeto a la puerilidad e inferioridad de quienes lo juzgan; pudo suscitar en sus contemporáneos el odio, la mofa y el desdén; la estulcia, la debilidad o el egoísmo lesionados, se sublevaron al paso de aquel hombre, que ofendía con su entusiasmo, con su petulancia, con su talento, y hasta con aquella su pasión de justicia, que, como toda pasión, le impedía ser justo.

El genio de Sarmiento, resume Ricardo Rojas:


“…consiste en haber sido predestinadamente, porfiadamente, inquebrantablemente, y con una desbordante riqueza de sensibilidad, de inteligencia, de voluntad, que superan la media humana, la conciencia viva, personificada y agorera de su patria, en toda las lesiones posibles del tiempo, el espacio y del espíritu.”
La posteridad, que es una síntesis como la muerte su condición, debió reconstituirle la unidad genial que la vida dispersara, “no para resumir la obra estupenda, ni para reconstituir por ella la vida de su autor, sino para buscar en una y otra la unidad de la fuerza que las moviera.” La gloria de los héroes ha de ser su transfiguración.

“No es cierto que los pueblos modernos sean incapaces de crear nuevas leyendas y nuevos semidioses. Que el alma colectiva transfigure a Sarmiento, como transfiguró a Ruy Díaz de Vivar, a quien la crítica moderna está prestando nueva y más bella vida. No serán falsos el gesto fiero y la bravura cívica de paladín del argentino, ni lo será la Ilíada en prosa que lo cuente. Resume el nuestro la belleza de todos los combatientes homéricos; tiene del bello Aquiles la bélica prestancia y la palabra violenta; tiene del joven Héctor, la austeridad varonil y la ternura piadosa; tiene del viejo Príamo, la intrepidez perdurable y el honor inflexible; tiene del robusto Ayax las anchas espaldas y el brazo sañudo; tiene del prudente Néstor el consejo oportuno y la charla incoercible; tiene del duro Agamenón la voluntad arbitraria y el brutal orgullo; tiene del fiero Menenlao, el grito furibundo y el odio vengativo … Así ha de verlo la posteridad a este Sarmiento homérico, quien, para colmo de su símil, tuvo en la patria, su soñada Helena. Y cuando los que seguimos combatiendo por ella, la veneramos como él la soñaba, podremos exclamar, renegando a las graves agoreras, cuando vieron a la otra junto al viejo Príamo, sobre las murallas de Troya:

Justo es que los troyanos y los aqueos de las bellas knémides, sufran tantos dolores, y desde tanto tiempo, por esa bella mujer: bella es, como las diosas inmortales.”


Centenario
El normalista había ingresado en el Siglo XXI tras un tránsito de casi setenta años por el anterior. Sus padres, nacidos en el 1903, le habían completado con sus recuerdos una existencia centenaria. Don Luis Justo, jurisconsulto, había sido también normalista y responsable de que aquél cursase la enseñanza media en la misma escuela donde había egresado. Ser docente correspondía a una tradición familiar de la cual ahora le pertenecía como símbolo heredado, exhibida en una pared de su consultorio, la reproducción del retrato de Sarmiento con su banda presidencial, realizada por su hija Faustina Belin, imagen cuyos rasgos, curiosamente, eran muy similares a los del padre del normalista; tal era así que oscuramente le figuraba el rostro de su progenitor. De la misma manera le había ocurrido, sorpresivamente, descubrir un día la perfecta curvatura de la frente de su madre en las facciones de un relieve funerario etrusco semioculto en otro rincón de la habitación, adquirido con intención simplemente decorativa. De esta forma íntima y espontánea se impusieron en su lugar de trabajo la presencia de sus muertos.

Era lógico preguntarse entonces si al construir el personaje del señor Parra no había ido también tras la existencia de algún lazo invisible, no desanudado pese el tiempo transcurrido: filium vocacional transmitido por generaciones de cuyo origen inquietaba la impureza, el pecado original, la persistencia y prevalencia de un mal no superado en los tiempos nuevos. Tal pudiera haber sido el objeto de la confrontación y búsqueda, pues su indagación trataba al fin del legado, de la transfiguración de los héroes en nuestras vidas, sus espíritus trascendidos; la gloria liberada de lo que habría de censurable en sus pasados, gracias a instantes de fulguración y a la coherencia de sus pasiones, inquebrantables como formidables forjadores de la Nación.

Había satisfecho su deuda con Sarmiento, conocerlo más de lo que le permitiera la frecuentación corriente o el presupuesto simple de la idealización y el respeto. El normalista había vivido con la ilusión de ser consciente, reflexivo y responsable; los frutos de su acción, si por ellos podría valorar su existencia, no lo contradecían. Los sustentaban el entusiasmo, la vocación auténtica y hasta la pasión por la enseñanza. Al fin y al cabo había cumplido y seguía cumpliendo con el sentido ético decantado en su formación. Guardaba recuerdos, anécdotas, lecciones, halagos. Peregrinamente, aunque no se consideraba un autodidacta, no atinaba nombrar un maestro favorito y conceptuaba que, deambulando entre materias, programas, exámenes, lecturas, profesores, alumnos, pacientes, experiencias, decisiones afectivas, intelectuales y morales; aciertos, desaciertos e ilusiones, le concernía la realización de la faena.

¿Podría imputársele por tal narcisismo, ingratitud, autismo individualista? No lo admitiría. Sus ancestros moraban en su interior, asentía ser, como reza un filósofo, “hijo de sus encuentros”, siempre existieron otros a quienes valorar y apreciar, creía no padecer olvidos injustos para los que contribuyeron en su vida: a cada cual el mérito y reconocimiento. Con un poco de esfuerzo su memoria reactivaba rostros y etapas felices, aunque no pudiera evitar que se le borraran épocas y personas, aventaran transformaciones y le sorprendieran algunos reencuentros. Había transcurrido viviendo al día cada día, sin acumulación avara o balance de rutinas, aunque por razones profesionales tuviera que teorizar sobre la razón benefactora de su pericia. De allí, cuando no lo importunaba una ingratitud o un sentimiento de duda culposa, entender con naturalidad el afecto manifiesto de aquellos que daba por descontado, aunque a veces debieran refrescarle el mérito.

Las inquietudes de los dieciocho años de edad ya no parecían graves en tanto restaban pocos para vivir. Tampoco le era tan terrible saber que el tiempo que pasa es el que nos queda.

A punto de volverse latoso:

¿Y Sarmiento, qué?

Era una pregunta lógica en quienes supieron del estudio y dedicación que lo ocupara en esos últimos años y esperaban conclusiones. Había ido amontonando términos en una dialéctica sin síntesis. A su tiempo, quizá lo pudiera la recapitulación de la idea que a sí misma se contempla.

Por ello, como primera respuesta, ofrecía el texto que acaba de componer; demoraba comprometerse en vivo y en directo, juzgando o dimensionando el peso de la influencia de aquel prohombre.

Después de trajinar por la historia no estaba resuelto a contestar categóricamente, recelando de sí mismo y del interlocutor.

Cada hombre es grande o pequeño a su manera, y Sarmiento era tan grande y difícil de abarcar en la magnitud de su genio y obra, que no parecía posible tener talla semejante para emitir un juicio definitivo. Había constatado que las personas, en general adoptan posiciones acordes con adhesiones o antipatías previas, fundamentadas habitualmente en la captación de un guiño o un rasgo, en lugar de una meditación profunda sobre el particular. Los más son pequeños para justipreciar y reactivos para juzgar; no hay juicio que merezca confianza absoluta y falta autocrítica para la propia ignorancia o arrogancia.

La lectura de su libro pufiera brindar una oportunidad de reflexión para los realmente interesados. Por lo menos lo había intentado. La edición compagina sentidos nuevos sobre el descalabro de imágenes y recuerdos que nos abruman. Hasta aquí el verso, metáfora vinculada a motivos perdidos.

En un Siglo XXI, rescatar la idea de progreso y prosperidad en un mundo siempre rayano a la destrucción no era cosa fácil si no imposible. No se avanza demasiado compartiendo pasivamente con otros la visión de la exclusión, desigualdad, miseria, decadencia moral e intelectual, ni reiniciando estériles polémicas.

En el ocaso de su vida, el semblante del texto pergeñado, el rostro adusto de Sarmiento, los rasgos fisonómicos de Luis Justo, su propia catadura de abuelo y anciano profesor, eran uno; esto le bastaba para configurar una identificación, continuar con lo propio y esperar serenamente la realización de su mortal destino.

No hacía mucho tiempo había garabateado un poema, atraído por capítulos que se reabren en razón de los ciclos onomásticos:
Centenario,

buena medida para algo de vida y un poco de muerte.

Cuenta saldada. Vivir cien años no se podría

Escribió Ortega:

“Los contemporáneos no son coetáneos”

Ventaja de un antes: leyenda, raíz del mito y de la historia,

y de un después:

misterio, el ausente que se nombra y que acompaña.

Un segmento de coexistencia entre su ayer y su ahora.

Cuesta precisar lo compartido, lo ganado, lo perdido.

¿Quién era yo entonces?

Ventaja:


¿Qué te debo congénere mío?

Hermano, padre, madre; numen conocido.

Reformulo la naturaleza del vínculo humano:

inserciones y apareamientos; presencias y fantasmas;

encuentros, adioses y abandonos; mentores.

Un siglo es suficiente.

Aunque se crea saberlo todo el ayer es insondable,

como lo serán tu ausencia o la mía.

de las cuales se recogerán precarios mensajes.

Compongamos versiones contingentes

a partir de lo disponible en el depósito

de recuerdos y palabras que viajan de comarca

en comarca, cubriendo en lo posible

la indigencia de la verdad y la presión de la demanda.

Conmemoremos.
Lo adecuado era concluir la tarea aquí, sin deslizarse en recuerdos o historias personales de hombres que no fueran públicos, que como formulara el proemio de Don Manuel Belgrano, no importaba conocer. A esta altura su lector podría haber cerrado el texto, justificado por eludir unos breves párrafos de intimidad, de los cuales el autor no acababa de desprenderse.

En principio se trataba de las remembranzas que solía transmitir su padre, anécdotas narradas sin pesadumbre que, pese a su trasfondo tristón, resultaban por el contrario sabroso y entretenido, razón por la cual retenía de ellas imprecisa la trama pero intensa su magia.

Por su influencia, se asomó una vez a aquel escenario de aquellas historias.

Hoy se llega rápidamente a Villa Colón desde la ciudad de Montevideo. Un folleto municipal le instruyó sobre la zona: fácilmente accesible por la carretera, el tren la aborda en menos de dos horas; el viaje ya no depende de excursiones organizadas como cuando era un poblado de recreo. Sus fundadores fueron productores vitivinícolas y supieron enriquecerla con plantíos de eucaliptos, pinos, casuarinas, araucarias, y aromos. Luego llegó la parcelación inmobiliaria y la intervención de arquitectos paisajistas, en general extranjeros; las mejoras hicieron que de refugio de fin de semana acabara por transformarse en residencia de gente con recursos económicos. En sus comienzos había sido asiento de un programa educacional y religioso destinado a una comunidad protestante que al fin fue absorbido por la congregación católica, razón por la cual la estructura edilicia de su templo y escuela ostentaban las líneas de la arquitectura anglosajona de la segunda mitad del siglo diecinueve. Causaba cierto asombro la pureza de estilo de sus edificios con la concepción católica del espacio, los volúmenes y los accesorios.

El establecimiento había sido el fruto de la actuación conjunta y progresista de un grupo humano, que más allá de ideas de lucro produjo un fenómeno urbanístico y cultural de características muy loables. Un modelo de la moral liberal a su criterio, que como se le rectificaría luego, estuvo orientada por el sentido cristiano que perfecciona esa particular filantropía y endereza las acciones hacia Dios. De allí el nombre papal con que se bautizó a la escuela.

El director que les tocó en suerte a comienzos de siglo, dio un impulso extraordinario a la actividad científica promoviendo la creación de un observatorio. Su progreso y trascendencia nacional e internacional tantearon reinstalarlo fuera del predio transfiriéndose su actividad específica.

El azoro y orgullo del normalista en ocasión de su visita respondía a la circunstancia de que su padre había revistado allí como pupilo en tiempos pasados. Conocía por él una serie de anécdotas transmitidas con euforia, que conservaban el recuerdo de los viñedos, la pintoresca producción del vino bailando sobre las uvas, las caminatas por el curso de las huellas que dejaban los carros y los bueyes en los senderos llovidos.

Era temporada de receso educativo y al dar a conocer la razón de la visita fue recibido con cordialidad; conducido por su objetivo a través de corredores y una amplia estancia donde se conservaban colgados en los muros marcos con fotos de los grupos generacionales de ex-alumnos. Trataron de ubicar entre todos ellos, la imagen infantil del progenitor, esfuerzo acogido con simpatía por quien le guiara en la búsqueda.

Aciagos eran entonces los días de la República, por lo cual el diálogo se desarrollaba entre el entusiasmo que embargaba al lugareño de aquel oasis y el insinuado pesimismo que violentaba desde hacía un tiempo al visitante, por las demagogias, corrupción y banalidades de sucesivos gobiernos, ahora en época pre-eleccionaria. Las promesas y las arengas partidistas resonaban en su tierra procurando incitar expectativas en los ciudadanos que pondrían sus votos en las urnas como una depositación de esperanzas. Era lógico que como él existieran intérpretes suspicaces de los signos del momento y recelosos por los dispuestos a jugar para su propio provecho estrategias de pervertidos.

Pero en esta otra orilla del recuerdo, la sensación de un estilo de vida en el cual el paisaje, hábitat y cultura se conjugaban rica y armoniosamente, le hacía conceder razón a la visión de su anfitrión. Conjunción de espíritu de empresa, de hombres capaces de inocular objetivos y energías para las realizaciones, nivel económico y social bien ganado, y allí el colegio, el orgullo por sus logros científicos y reconocimientos. La utopía que se transformaba en realidad práctica.

De alguna manera habría de asociar estas circunstancias a la creación por Domingo Faustino Sarmiento, de Chivilcoy o del observatorio de Córdoba.

La leyenda familiar era afectivamente más compleja: sí, su padre había residido allí en situación de interno pero por razones conectadas con la desarticulación de su familia. Aprovechando el abuelo, ignoto del normalista, que la esposa cayera enferma probablemente con fiebre tifoidea, de hecho le robó su hijo menor y se lo llevó al Uruguay, internándolo en la escuela. Luego partió a España, su país de origen, desde donde cubriría los gastos del pupilaje. Tiempo después, cuando la mujer mejoró, le tocó a ella aprovechar la ausencia para urdir el rescate, logrando recuperar a su hijo definitivamente.

Acomodaron ambos su vida humilde. El hogar fue la ínfima trastienda de una librería, donde habrán compartido hasta el lecho. De esa pobreza, su padre solía recordar cómo de joven, después de cumplir horas de trabajo, aprovechaba el trayecto hasta la casa ofreciendo lápices y otros ligeros artículos en los domicilios a su paso.

Contaba que, en su condición de exiliado, había sido vituperado por la incordia infantil chauvinista durante el tiempo de convivencia con los uruguayos. “Zapallo podrido” era el mote que le endilgaban por extranjero, y como “en la calle aflautada de los enfrentamientos”, exaltó por reacción su patriotismo que no claudicaría jamás.

En ocasión de la visita de una figura distinguida, probablemente Zorrilla de San Martín, su grito de protesta contra alguna zafia agresión de un condiscípulo, se alzó estentóreo interrumpiendo la elocución del visitante, fenómeno que aprovechó el poeta, informado, sin perder el hilo de su discurso, para exaltar la presencia de un argentino como deber y gracia de hermandad. Siendo muy pequeño, estos factores de discriminación nacional debieron incrementar la pasión y fuerza de sus expresiones patrióticas, despertando la atención y admiración de los maestros a su vuelta a Buenos Aires, hasta el punto de trascender y ser becado por las Damas Patricias para desarrollar, de acuerdo a una de sus disposiciones, el aprendizaje de la interpretación musical. Pronto fue pianista, ganándose con ello, desde adolescente, el sustento. Contaba que cursó cuatro veces el último grado hasta alcanzar la edad exigida para iniciar el magisterio. Ejercía al fin como maestro de grado y en ocasión de la celebración de una fecha patria se le confió la dirección de una dramatización colegial sobre una composición de su autoría. Golpe del destino: esta vez, gracias al impacto que produjera, la canción y su coreografía, en autoridades a la sazón presentes, se le propuso el nombramiento de profesor de música de la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, que aceptó gustoso.

Su hijo, a quien orientara al magisterio, pudo ingresar a la misma escuela, y por su incorporación al coro durante los años de carrera, le tocó acompañar a las voces blancas que preparaba su padre en la enseñanza primaria, cuando se cantaba el solemne Himno de la institución, música de Felipe Boero y letra de Arturo Marasso. La batuta del conjunto solía corresponder al profesor maestro Salvador Llenza, primer violinista del Colón.

En los actos conmemorativos, el momento del Himno de la Escuela Normal era el plato fuerte; la idealización mayor. Todos sus compañeros participaban con el doble orgullo de su pertenencia al Mariano Acosta y la convicción del notable efecto que causaría en el auditorio la interpretación.

Iniciaban los tenores, se sumaban los bajos y barítonos y surgían inmediatamente las voces de los niños adelantando los versos que repetirían, superponiéndose, los tenores. Ambos detenían sus cantos para dar entrada a bajos y barítonos y reiniciar luego el juego de anticipaciones y superposiciones con exacta perfección. El final era como en un artificio de luces, la repetición imaginariamente interminable de las palabras “fe” “trabajo” “amor” y “amistad”, en combinación de registros que concluía con una exigencia de altura que los tenores lograban en el límite de las posibilidades juveniles y viriles de su voz. La anticipación frecuente de un entusiasta aplauso por parte del público, provocaba en el coro una alegría extra, convencido de haber sobrepasado las expectativas de los oyentes manifestadas en la confusión prematura de un final y la anticipación del aplauso, coronando a continuación los jóvenes el canto, con el regalo de las últimas notas extremadas y contundentes del Himno.

La letra de Arturo Marasso, era total y fervorosamente asumida, convalidando la virtud necesaria del normalista y la fe en el modelo sarmentino.


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