Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



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faltaban romanos pobres que acudían voluntariamente. Entre esta inmensa multitud de gente que no tenía trabajo o que lo odiaba, ¿podían sacarse soldados voluntarios que gozasen de las innumerables ventajas que reportaba el servicio en los ejércitos de la República? Como una conse­cuencia necesaria de los cambios ocurridos en las esferas política y social, se pasaba del sistema militar de la leva ciudadana al de los contingentes y enganches. La caballería y las tropas ligeras estaban formadas casi por completo por los contingentes suministrados por los pueblos sujetos. En la guerra címbrica, Roma había pedido hasta el contingente de Bitinia. En cuanto a la infantería de línea, por más que subsistiese todavía el antiguo orden del reclutamiento cívico, nada impedía al hombre libre inscribirse también en las listas de enganches: Mario había sido el primero en recurrir a este medio en el año 647.Mario traspasó además el nivel de esta misma infantería. Las clasifi­caciones aristocráticas de la antigua Roma habían predominado hasta en la legión. Las cuatro líneas de vélites, asteros, príncipes y triarios, o, si se quiere, los escaramuzadores y los soldados de primera, segunda y tercera línea, tenían cada cual su organización especial según su fortuna, el tiempo de servicio y, en parte, según su diferente armamento. Cada' cual tenía su lugar determinado en el orden de batalla; cada cual tenía su fila en el ejército y sus insignias especiales. Ahora van a desaparecer todas estas distinciones. Todo el que es admitido como legionario puede en adelante, y sin otra condición, entrar en cualquiera de las secciones: la colocación del soldado depende del oficial. Cesa toda diferencia entre las diversas armas, y todos los reclutas pasan por la misma escuela. No hay duda de que a estos cambios hay que unir las numerosas mejoras en el armamento mismo, en el transporte de los bagajes y demás medidas análogas de las que fue autor Mario. Estas atestiguan de un modo alta­mente honroso su inteligencia en los detalles prácticos del servicio, y su atenta solicitud hacia el soldado. Citemos también, como una innovación extraordinaria, los ejercicios introducidos en el ejército por uno de sus compañeros de las guerras de África, Publio Rutilio Rufo (cónsul en el año 649), cuyo efecto fue favorecer mucho la educación militar del combatiente, y que fueron notables además, porque en el fondo eran la copia de la esgrima de las escuelas donde se preparaban los futuros gladiadores.206

TENTATIVAS DE REVOLUCIÓN POR MARIO Y DE REFORMA POR DRUSOLa legión sufrió también una completa modificación en sus diversas secciones. En lugar de los treinta manípulos de la infantería pesada que habían formado hasta entonces la unidad táctica (cada manípulo se subdividía en dos centurias de sesenta hombres para la primera y segunda línea —asteros y príncipes— y de treinta para la tercera de triarios), se formaron en adelante diez cohortes, cada cual con su estandarte, compuestas cada una de seis o solo de cinco centurias. De tal suerte que, aun perdiendo mil doscientos soldados por la supresión de la infantería ligera, el efectivo de la legión se elevó de cuatro mil doscientos a seis mil hombres. Continuaron batiéndose en tres líneas, pero, mientras que en otro tiempo cada línea formaba una división separada, en adelante el general es dueño de disponer y repartir a su antojo todas sus cohortes en diversas líneas. La fila se arregló por el número de orden del soldado y de la sección. Se suprimieron las cuatro insignias de las antiguas di­visiones de la legión, o sea el lobo, el minotauro, el caballo y el jabalí, que según parece iban delante de la caballería y de las tres líneas de infantería pesada, y solo se conservaron los estandartes de las cohortes recientemente creadas. Toda la legión no tuvo ya más que una insignia, el águila de plata que le había dado Mario. Por todos estos detalles, se ve que no quedan en la legión huellas de las antiguas divisiones fundadas en el estado cívico y aristocrático de los legionarios. Entre estos últimos, no había más distinción que la del rango puramente militar. Zzz Por último, y a raíz de circunstancias puramente accidentales, hacía algunas decenas de años que se había creado un cuerpo privilegiado fuera de la legión: me refiero a la escolta o guardia personal del general en jefe. Esta creación se remonta a la guerra de Numancia, en la que Escipión Emiliano, al no haber conseguido del gobierno de la República las tropas nuevas que solicitaba, y obligado a proveer a su seguridad personal en medio de una soldadesca completamente indisciplinada, creyó su deber formar un cuerpo especial de quinientos hombres afectos a su persona. Poco a poco fueron entrando en él los mejores soldados a título de recompensa (págs. 23-24). Esta cohorte de amigos, como él la llamaba, o cuartel ge­neral (pretoriani), como se la denominaba la mayoría de las veces, cumplía en efecto la función de una guardia del pretorio (pretorium); estaba dispen­sada de los trabajos del campamento y de las trincheras, y disfrutaba de mayor sueldo y de más consideraciones.207

HISTORIA DE ROUMRESULTADO POLÍTICO DE LA REFORMA MILITAR DE MARIOEstas innovaciones en el sistema del ejército romano parecen producidas por la acción de causas puramente militares, más que políticas. Sin embargo, no fueron obra de un solo hombre, y mucho menos la concepción de un ambicioso. A raíz de que la institución antigua se había hecho imposible, la presión de las circunstancias trajo consigo la reforma de la legión. Yo entiendo que cuando Mario introdujo los alistamientos en el interior salvó, militarmente hablando, el Estado; así como muchos siglos después Estilicon y Arbogosto prologaron por algún tiempo la existencia del Imperio al recurrir a los alistamientos en el extranjero. No por eso esta reforma dejaba de contener el germen de una completa revolución política. ¿En dónde estaba la llave de la constitución repu­blicana? En el ciudadano, que era a la vez soldado; y era necesario que el soldado continuara siendo ante todo ciudadano. Desde el momento en que el estado militar constituye una profesión, una clase, cae la cons­titución. Los nuevos reglamentos y los nuevos ejercicios militares conducían a este resultado con sus prácticas copiadas al arte del gladiador: • el servicio en la milicia se convirtió en un oficio. Pero las cosas marcharon aún con más rapidez cuando la legión abrió su seno a los proletarios, aunque en número limitado. Unid a esto el efecto de las antiguas costum­bres, que conferían al general el derecho de distribuir arbitrariamente las recompensas entre los soldados, derecho muy peligroso aun con el contrapeso de las más sólidas instituciones republicanas. ¿Acaso el soldado afortunado o valiente no tenía su fundamento al reclamar a su jefe la parte del botín, y a la República una parte de las tierras conquistadas? Ante­riormente, el habitante de la ciudad o el campesino no hallaban en el servicio militar más que una pesada carga que redundaba en el bien común del Estado; su parte de botín no era ni siquiera la compensación del gasto considerable que necesitaba hacer al entrar en la legión. Pero el proletario que hoy se alista no solo tiene sueldo diario: como al ter­minar el tiempo de su empeño no habrá para él inválidos, hospicio ni otro asilo, tiene que pensar en el porvenir, y, por tanto, debe permanecer indefinidamente bajo las banderas; de hecho, no quiere la licencia hasta que vea asegurada su existencia de ciudadano. Su patria es solo el cam­pamento : no sabe ni tiene más oficio que la guerra, ni más esperanza que208

TENTATIVAS DE REVOLUCIÓN POR MARIO Y DE REFORMA POR DRUSOsu general. ¿Adonde conducía todo esto? La respuesta es muy sencilla. Después de su última victoria contra los cimbrios, Mario había recom­pensado sobre el mismo campo de batalla el valor de dos cohortes de aliados itálicos, con la colación en masa del derecho de ciudadanía. Cuando fue llamado después a justificarse por un acto contrario a la constitución, respondió que con el ruido y el calor de la batalla no había podido oír la voz de la ley. Y en efecto, desde el momento en que en una cuestión grave surja un conflicto entre el interés del ejército o del general, y la regla de las instituciones, ¿quién podría garantizar que el ruido de las armas no ahogase la voz de las leyes? Ejército permanente, casta de soldados, guardia personal: todas las instituciones que son el sostén de la monarquía estaban ya vigentes en el orden civil y en el orden militar. No faltaba más que el monarca; y desde el momento en que las doce águilas formaron círculo alrededor de la colina palatina habían llamado la monarquía. La nueva águila dada por Mario a las legiones anunciaba ya el Imperio y a los Césares.PLAN POLÍTICO DE MARIOMario marchó en línea recta hacia las perspectivas que le abría su alta posición militar y política. El cielo estaba nublado e iban abatiéndose las nubes. Se tenía la paz, pero no podían regocijarse en ella. Esto era diferente a aquellos tiempos en los que al día siguiente de la primera incursión de los hombres del norte, y una vez pasada la crisis, Roma había despertado con el sentimiento vivo de su curación completa, y había reconquistado, y aun aumentado, todo el terreno perdido en un momento de expansión admirable. El mundo romano sentía que habían pasado los tiempos en que, en casos semejantes, todos los ciudadanos reunidos venían en ayuda de la cosa pública. Mientras permanecía vacío el puesto que había dejado Cayo Graco, no había que esperar mejor suerte. Era tan profunda la tristeza de la muchedumbre, sentía tanto la ausencia de los dos héroes que habían abierto las puertas de la revolución, que amaban su sombra como un niño. Prueba de esto es ese falso Graco que se decía hijo de Tiberio y que, aun siendo denunciado como falsario en pleno Forum por la propia hermana de los dos Gracos, fue elevado al tribunado por el pueblo (año 655), únicamente por el nombre que había usurpado.209

'flÉM!ttKM>MttbgUMioiv -'U •Así aplaudía también a Cayo Mario; ¿y qué otra cosa podía suceder? Si en el mundo había un hombre llamado a representar semejante papel, este era Mario. ¿Qué general podría anteponérsele? ¿Qué nombre era más popular que el suyo? Su bravura y su probidad indudable, y su alejamiento de los partidos lo recomendaban a todos como un regene­rador del Estado. ¿Cómo no había de tener fe el pueblo en este hombre? ¿Cómo no la había de tener Mario en sí mismo? La opinión había llegado a la más extrema oposición, de tal modo que en el año 650, y a propuesta de Gneo Domicio, cuando muchas plazas estaban vacantes en los altos colegios sacerdotales, se las proveyó por la elección directa de los ciudadanos, y no de los mismos colegios, como había decidido el poder en el año 609. Este hecho significó que en adelante se sometieran a los comicios muchos asuntos religiosos. El Senado no pudo ni osó oponerse a este exceso de poder. No faltaba a la oposición más que un jefe para tener un sólido punto de apoyo y marchar a su fin: este jefe lo halló en Mario.Este veía abrirse dos caminos delante de sí. Aclamado imperator, po­día intentar a la cabeza de su ejército la destrucción de la oligarquía, o 1 podía también continuar el camino constitucional de las reformas. Su ! pasado le indicaba el primer medio; el ejemplo de Graco le enseñaba el segundo. Se explica fácilmente que no optase por la revolución por medio del ejército, y que no haya pensado siquiera en la posibilidad de intentarlo. Contra un Senado sin fuerza ni dirección, aborrecido y des­preciado hasta el exceso, parecía que Mario no necesitaba otro instrumento más que su inmensa popularidad; y por otra parte su ejército, aunque disuelto, le prometía en caso de necesidad el apoyo de sus soldados, que esperarían la recompensa al día siguiente de su licencia. Es más que probable que acordándose de la victoria rápida y casi completa de Cayo Graco, y comparando los recursos que tenía en su mano con los infinitamente menores que aquel había poseído, creyese mucho más fácil de lo que en realidad era echar por tierra esta constitución de cuatrocientos años. Una constitución que tenía sus raíces en las costumbres y en intereses de todo género, en el seno de un cuerpo político, ordenado conforme a la más complicada jerarquía de sus órganos. Sin embargo, para cualquiera que fuese más al fondo que Mario sobre las dificultades de la empresa, era evidente que el ejército, que estaba en vías de transformación y pasando del estado de milicia cívica al de tropa mercenaria, aún no podía

TENTATIVAS DE REVOLUCIÓN POR MARIO Y DE REFORMA POR DRUSOhacerse ciego instrumento de un golpe de Estado. En estas circunstancias, toda tentativa de orillar el obstáculo por los medios militares no haría más que aumentar la resistencia del elemento opuesto. A primera vista, parecía superfino llevar la fuerza armada al terreno de combate, y, además, la medida parecía peligrosa. Apenas comenzada la crisis, aún se estaba lejos de los elementos extremos y contrarios de la lucha, en su expresión última, en su más rápida y simple forma.EL PARTIDO POPULAR. GLAUCIA. SATURNINOPor consiguiente, Mario, conforme a la ley, licenció el ejército al día siguiente de su triunfo. Se colocó en el camino abierto por Cayo Graco y se resolvió a intentar la conquista del poder supremo ocupando constitucionalmente todos los altos cargos del Estado. De este modo, se echaba en brazos del llamado partido popular y contraía una forzosa alianza con los agitadores del momento, tanto más cuanto que siendo un simple general victorioso no tenía ni el talento ni la experiencia de un tribuno callejero. Se vio entonces a la facción democrática despertar de su prolongado letargo y aparecer inmediatamente en la escena. Durante el largo intervalo que media desde los Gracos hasta Mario se había debilitado mucho, no porque se hubiese aminorado el descontento suscitado por el régimen senatorial, sino porque un gran número de esperanzas, que habían valido a los Gracos sus más fieles adictos, habían sido reconocidas como puras ilusiones. Más de uno tenía el pre­sentimiento de que los grandes agitadores tendían a un fin al que no lo hubieran seguido jamás la mayor parte de los descontentos. Por último, los movimientos y la excitación de los últimos veinte años habían agotado casi por completo el entusiasmo lleno de vida, la fe inquebrantable y esa pureza moral de aspiraciones que caracterizan a las revoluciones en sus primeros impulsos. Por otra parte, si el partido no era ya lo que había sido en tiempo de Cayo, los agitadores que lo habían sucedido se habían mostrado a menos altura que el partido mismo, en la misma proporción en que el genio de Cayo lo había superado. Así lo quería la naturaleza de las cosas. Hasta que no vino un hombre que se atrevió a recoger el poder, como lo había hecho Cayo, los jefes populares no habían sido más que simples apuntadores políticos. Unos, los principiantes de la

HISTORIA DE ROM|fc,;U«a IVvíspera, llegaban rápidamente al final de su fantasía de oposición: esos hombres de cabeza volcánica, esos oradores ardientes y amados por el pueblo, emprendían más o menos hábilmente la retirada, e iban a ocultarse en el campo del gobierno. Los otros no tenían nada que perder en fortuna, en influencia ni ordinariamente en honra: se lanzaban al campo de la oposición por cuestión de odios personales o por afición al bullicio, y encontraban placer en enredar y poner obstáculos a la marcha de la administración. Entre los primeros se vio, por ejemplo, a un Cayo Memio y a un Lucio Craso, charlatán célebre, convertirse en celosos amigos de la aristocracia; allí reposaban a la sombra de los laureles oratorios conquistados en las filas del partido democrático. Pero, en la época en que nos encontramos, los jefes más marcados pertenecían a la segunda clase. Tales eran aquel Cayo Servilio Glaucia, a quien Cicerón llama el Hyperbolus de Roma, espíritu vulgar, hombre de la más baja estofa que hablaba el lenguaje desvergonzado de las tabernas, pero que era activo y temido por la virulencia de sus sarcasmos, y su compañero Lucio Apuleyo Saturnino, mejor y más capaz que él, orador fogoso y penetrante según confesión de sus mismos enemigos, y que no obedecía a un vil interés personal. En su calidad de cuestor, le' correspondía de derecho la administración de la anona. Sin embargo, el Senado se la quitó por voto expreso, no porque hubiese habido en ella malversaciones, sino porque se quería conferir esta misión, entonces popular, a uno de los grandes personajes del partido, a Marco Escauro, más que a un joven desconocido y que no pertenecía a ninguna de las grandes familias. Ambicioso y muy sensible a las injurias, Saturnino se marchó al campo de la oposición: cuando fue tribuno del pueblo en el año 651, se vengó con usura. Cada día daba un escándalo. Los enviados del rey Mitrídates habían conseguido en Roma sus pretensiones por medio de la corrupción. Saturnino denunció el crimen en medio del Forum; y sus revelaciones comprometían tanto a los senadores, que faltó poco para que el atrevido tribuno las pagase con su vida. En otra ocasión, cuando Quinto Mételo aspiraba a la censura para el año 652, Saturnino promovió un motín y tuvo al candidato sitiado en el Capitolio hasta que lo libertaron los caballeros, no sin haber empleado algún esfuerzo y derramado alguna sangre. Mételo, a su vez, cuando alcanzó la censura procedió a la revisión de las listas senatoriales, y quiso hacer sufrir a Saturnino y a Glaucia la vergüenza de una expulsión. Este mismo

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TENTATIVAS DE REVOLUCIÓN POR MARIO Y DE REFORMA POR DRUSOSaturnino había sido el inventor del tribunal de excepción instituido contra Cepión y sus compañeros, a pesar de los más enérgicos esfuerzos del partido; y él fue también el que hizo triunfar la candidatura de Mario en su segundo consulado, para el año 652. Después de Cayo Graco, ninguno se había mostrado como enemigo más decidido y tenaz del Senado, ningún agitador popular había sido tan activo ni tan elocuente. Violento además y sin escrúpulos, estaba siempre dispuesto a echarse a la calle, y a imponer a palos silencio a sus adversarios.Tales eran los dos jefes del partido popular que iban a hacer causa común con el general victorioso. Alianza natural, puesto que todos tenían un fin común y comunes intereses; y ya hemos visto a Saturnino, por lo menos, convertido en un ardiente campeón de Mario en sus candidaturas anteriores. Se convino en que Mario se presentaría por sexta vez como candidato al consulado para el año 654, Saturnino pediría el tribunado del pueblo y Glaucia la pretura. Una vez en posesión de estas magistra­turas, podían obrar libremente y realizar sus proyectos de revolución. El Senado dejó pasar la elección de Glaucia, que era la menos importante, pero combatió las de Mario y Saturnino, intentando al menos elevar al consulado, al lado del primero, a Quinto Mételo, su enemigo declarado. En ambos campos se pusieron en acción todos los medios, tanto permitidos como ilícitos. Sin embargo, la aristocracia no pudo ahogar en su germen la peligrosa conspiración de sus enemigos. Mario en persona se rebajó a mendigar los votos y a comprarlos, si era necesario. Ya la lista tribunicia estaba casi completa. Habían sido proclamados nueve candidatos amigos del gobierno, y parecía que el décimo lugar lo tenía asegurado Quinto Nunio, hombre honrado y del mismo color político, cuando de repente una banda furiosa de antiguos soldados de Mario, según se dijo, se arrojó sobre él y lo mató. Los conjurados no obtenían el triunfo, como se ve, sino por medio de la violencia más culpable. En consecuencia, Mario fue nombrado cónsul; Glaucia, pretor, y Saturnino, tribuno para el año 654 (loo a.C.), y Quinto Mételo no pudo obtener el otro puesto consular, que fue ocupado por un personaje insignificante, Lucio Valerio Flacco. Desde este día, los tres asociados podían pasar a la ejecución de sus proyectos, y volver a acometer la gran empresa interrumpida hacía más de veinte años.



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LAS LEYES APULEYASRecordemos aquí el fin perseguido por Cayo Graco y los medios empleados: destruir la oligarquía en el fondo y en la forma; reconstituir la magistratura suprema en sus derechos primitivos de soberanía, que había caído en la absoluta dependencia del Senado, y de este modo volver a la asamblea deliberante, hoy poder director, al estado de simple cuerpo consultivo. Por otra parte, dar fin a los antagonismos, inconci­liables ya con todo otro régimen que no sea la oligarquía, y, al suprimir la división aristocrática de las clases sociales, fundar poco a poco unas en otras las tres clases de ciudadanos soberanos, de confederados itálicos y de subditos. Ese había sido el pensamiento del gran innovador. Tal era, también, el de los tres asociados que tomaron sus cargos, hecho que se deduce de las leyes coloniales votadas a propuesta de Saturnino durante su primer tribunado en el año 651, y durante el actual (año 654).' Desde el año 651 se renovaron para los soldados de Mario, ya fuesen ciudadanos o simples confederados itálicos, la distribución del territorio cartaginés interrumpida desde tiempo atrás. A todo veterano se aseguraba en las provincias de África un lote de cien yugadas (24,188 hectáreas), que era casi cinco veces más de lo que constituía el dominio ordinario de un campesino italiano. Abriendo en adelante un campo inmenso a la emigración romana e italiana, no se intentaba solo darle todas las tierras provinciales disponibles, sino que se partía de esta ficción del derecho: al vencer a los cimbrios, Roma había conquistado todo el país ocupado por ellos, y en consecuencia se decía poseedora de toda la región de los pueblos galos independientes al otro lado de los Alpes. Mario fue encargado de las distribuciones agrarias y de todas las medidas posteriores que fuesen una consecuencia necesaria de aquellas. Además, los nue-' vos poseedores recibieron, a título de gastos de instalación, los tesoros sustraídos, ya sabemos cómo, que ahora van a restituir los aristócratas culpables de aquel hecho. Así pues, no contentándose con llevar sus proyectos de conquistas al otro lado de los Alpes, y de volver a em­prender, ampliándola, la obra de colonización transmarina de Cayo Graco y de Placeo, la ley agraria admite en la emigración a romanos e italianos indistintamente. Según parece, confiere el derecho de ciudad a todas estas colonias nuevas y entra de este modo en el camino de las satisfacciones debidas y dadas a los itálicos, que quieren tener la igualdad214

TENTATIVAS DE REVOLUCIÓN POR MARIO Y DE REFORMA POR DRUSOabsoluta con los romanos: esa igualdad difícil de establecer, e imposible de ser negada. Una vez votada la ley, e investido Mario de la facultad de ejecutar sin intervención de nadie las inmensas conquistas y las pro­yectadas distribuciones, se convertía de hecho en soberano, en monarca de Roma hasta la terminación de esta misión. Por otra parte, como no se había determinado la extensión y duración de estos poderes, era rey vitalicio. A esto tendía él sin duda, queriendo, como Graco en el tribu­nado, perpetuarse todos los años en su función de cónsul. Esto no quiere decir que, al lado de estos puntos de semejanza esenciales en la situación política del más joven de los Gracos y de Mario, no hubiese también una diferencia muy importante entre el tribuno distribuidor de tierras y el cónsul también distribuidor. El primero no había tenido más que funciones puramente civiles, mientras que el segundo era además un personaje militar: diferencia que procede sin duda, aunque no exclusi­vamente, de las circunstancias personales en que ambos habían llegado a la jefatura del Estado.El fin estaba bien señalado; faltaba, sin embargo, el medio de vencer la resistencia tenaz y evidente del partido gobernante. Cayo la había combatido apoyándose en la clase de los capitalistas y en los proletarios. Sus sucesores acudieron también a ellos. Se dejó a los caballeros la jurisdicción criminal, y se aumentaron sus poderes como jurados. Primero, se reorganizó y fortificó la comisión permanente, tan importante para el orden comerciante, a la que correspondía conocer lo referido a las concusiones de los funcionarios de las provincias (lex epelundarum). Esta fue, sin duda, obra de Glaucia en el año 654. Segundo, se hizo funcionar el tribunal especial establecido desde el año 651 por una moción de Saturnino, para la indagación de las malversaciones y otros crímenes cometidos también por los magistrados de la Galia en el transcurso de la guerra cíndrica (lex majestatis). En interés del proletariado de la capital se rebajó el precio que debían pagar los beneficiarios de la anona, de seis ases y un tercio por cada modio, a un simple tributo de cinco sextos de as. Pero, por más que se preocupen por aliarse con los caballeros y con los proletarios, no era aquí donde residía la verdadera fuerza de los asociados y la que debía darles el triunfo. Debían fundarla más bien en los soldados licenciados del ejército de Mario, para los que la ley colonial había guardado intencionadamente sus favores excesivos. También aquí


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