Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



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Ide la ciudad estaban ya vacías, y echó mano a los exvotos piadosos. En este tiempo llamaron a las puertas los belicosos pueblos del desierto. La campiña fue talada y se llevaron además a todos los labradores. Pero, lo que es peor, los escitas, vecinos de Olbia, demasiado débiles a su vez, y buscando un abrigo contra la furia de los celtas, más salvajes aún, intentaron apoderarse de la ciudad amurallada, con tal suerte que sus habitantes desertaron en masa y los pocos que quedaron pensaron en entregarse al sitiador.MITRÍDATES SE HACE DUEÑO DEL REINO DEL BOSFOROTal era el estado de las cosas cuando Mitrídates franqueó la cordillera del Cáucaso a la cabeza de su falange macedónica, y descendió a los valles del Kuban y del Terek, al mismo tiempo que su escuadra llegaba a las aguas de Crimea. Como era natural, los griegos lo recibieron con los brazos abiertos, pues veían un libertador en este rey medio helenizado y en sus capadocios armados a la manera griega. Por entonces, los acontecimientos se encargaban de mostrar cuan buena ocasión había perdido Roma. Los señores de Panticapea no podían ya satisfacer los enormes tributos que les exigían sus vecinos, y en ese mismo instante el rey de los escitas tauriscos y sus cincuenta hijos cercaban la ciudad de Quersoneso. Todos ellos sacrificaron sin vacilar: unos, su pequeño reino hereditario; otros, su libertad, que habían sabido defender largo tiempo, para salvar siquiera un último bien, su nacionalidad griega. No tuvieron de qué arrepentirse. Mitrídates, con sus tropas disciplinadas y sus bravos generales Diofantos y Neoptolomeo, derrotó fácilmente a las hordas de las estepas. Neoptolomeo los batió en el estrecho de Panticapea, en parte por mar y en parte sobre el hielo durante el invierno. El Quersoneso quedó limpio de bárbaros, pues cayeron los fuertes taurianos; y el rey, construyendo una línea de cindadelas, se aseguró la contestable posesión de la península. Entre tanto Diofanto marchaba sobre los roxolanos (en­tre el Don y el Dniéper) que venían en auxilio de los taurianos. Sus seis mil falangistas hicieron huir a ochenta mil bárbaros, y las armas del rey de Ponto llegaron hasta el Dniéper. De este modo Mitrídates fundó un segundo imperio, inmediato al reino de sus padres, y que, como este,252

EL ORIENTE Y EL REY MITRÍDATEStenía por fundamentos principales una línea de ciudades griegas comerciales. Este imperio del Bosforo, como se lo llamaba, comprendía toda la actual Crimea, con las lenguas de tierra situadas enfrente sobre la costa de Asia, y producía anualmente a la caja y a los almacenes reales doscientos talentos y ciento ochenta mil fanegas de trigo. En cuanto a los pueblos de las estepas, desde las pendientes septentrionales del Cáucaso hasta la desembocadura del Danubio, todos entraron bajo la clientela del rey de Ponto o contrajeron con él alianza. Este hecho le dio una porción de recursos y, cuando menos, la ventaja de un inagotable campo de enganche para sus ejércitos.LA PEQUEÑA ARMENIA ALIANZA CON TIGRANESNo contento con estos magníficos éxitos en el norte, se volvió al mismo tiempo hacia el este y el oeste. Fundió completamente en sus Estados la pequeña Armenia, que hasta entonces no había formado parte integrante del reino de Ponto, aunque era dependiente, y, lo que es aún más ventajoso, se unió en estrecha alianza con el rey de la Gran Armenia. Dio a Tigranes en matrimonio a su hija Cleopatra; y gracias a su apoyo el armenio se libertó de la dominación de los Arsácidas y conquistó en Asia la situación que antes había tenido. Se cree que, conforme a un convenio estipulado entre los dos reyes, Tigranes debía apoderarse de Siria y del Asia central, mientras que Mitrídates ocupaba el Asia Menor y las costas del mar Negro. Además se habían prometido auxiliarse mutuamente. No hay duda de que la idea de este tratado procedió de Mitrídates, mucho más activo y capaz que el otro; por lo demás, necesitaba que le guardasen sus espaldas y procurarse un aliado poderoso y seguro.CONQUISTA DE PAFLAGONIA Y CAPADOCIAPor último, el rey puso sus miras en Paflagonia y Capadocia.4 Según él, la primera le pertenecía conforme al testamento del último de los Pyleménidas en favor de su padre Mitrídates V Evergetes. Sin embargo,293

HISTORIA DE ROMA, LIBRO nft> JHse encontró con las pretensiones opuestas de parte de la línea real legítima e ilegítima, y hasta el país mismo protestó. Respecto de Capadocia los reyes de Ponto no podían olvidar que este y la Capadocia marítima otras veces no habían formado más que un reino, y las ideas de reunión se mantenían aún vivas. Mitrídates comenzó por ocupar la Paflagonia de acuerdo con Nicomedes, rey de Bitinia, y, al repartir con él su conquista común, lo unió completamente a sus intereses. Para cubrir, en cierto modo, la violencia hecha a la fe pública, los dos reyes instalaron como regente nominal a un hijo de Nicomedes, quien tomó el nombre de Pilemenes. Más pérfida fue aún en Capadocia la política de los dos aliados. El rey Ariarato VI fue aseinado por Gordios, por orden expresa, o al menos en interés exclusivo de Mitrídates Eupator, su cuñado. Dejó un hijo de su mismo nombre, que no pudo resistir las invasiones del bitinio sino con la ayuda equívoca de su tío. A cambio, Mitrídates le exigió que dejase entrar en Capadocia al asesino fugitivo de Ariarato. De aquí la ruptura y la guerra; ya estaban ambos ejércitos uno frente a otro, cuan­do el tío citó a una entrevista a su sobrino, y lo asesinó él mismo. Gordios, el asesino del padre, se puso inmediatamente al frente del gobierno por cuenta del rey de Ponto y a pesar de la insurrección del pueblo'que pidió por señor al último hijo del rey difunto. Sin embargo este no pudo sostenerse contra las fuerzas muy superiores de Mitrídates, y murió al poco tiempo. El rey de Ponto tenía el campo completamente libre considerando que ya no quedaba nadie de la raza real de Capadocia. Por tanto se proclamó, como se había hecho en Bitinia, un falso Ariarato que reinó nominalmente; pues en realidad, quien gobernaba era Gordios, el lugarteniente de Mitrídates.REINO DE MITRÍDATESPor entonces, el rey de Ponto era más poderoso que lo que ningún otro indígena había podido llegar a serlo desde hacía muchos años. En el norte y en el sur del mar Negro, y hasta en el centro del Asia Menor, lo obedecían todos. Sus recursos para la guerra continental o meridional parecían inagotables. Recogía soldados a voluntad desde las bocas del Danubio hasta el Caucase y el mar Caspio: tracios, escitas, saromatas, bastarnos, colquidios, iberios (pueblo de Georgia), todos se precipitaban294

EL ORIENTE Y EL REY M1TRÍDATESa porfía a ponerse bajo sus banderas. Pero entre los bastarnos, que eran los más belicosos, era donde principalmente iba a buscar sus ejércitos. Respecto de su escuadra, la Cólquida le suministraba el lino, el cáñamo, la resina, la cera y sobre todo las excelentes maderas que bajaban por los torrentes del Cáucaso; mientras que en Fenicia tomaba sus capitanes de buques y sus pilotos. Se dice que había venido a Capadocia a la cabeza de seiscientos carros armados de hoces, de diez mil caballos y de ochenta mil hombres de infantería, y que no había sacado para esta guerra todas las tropas que tenía disponibles. Por lo demás, las escuadras de Ponto se apoyaban en Sinope y en los puertos de Crimea, y así eran dueñas exclusivas del mar Negro.LOS ROMANOS Y MITRÍDATES INTERVENCIÓN DEL SENADO. SILA EN CAPADOCIALa República había presenciado pasivamente las usurpaciones consuma­das por Mitrídates en todas partes, y este imponente engrandecimiento, obra quizá de veinte años. Había dejado a un simple Estado cliente transformarse en una gran potencia militar, que ponía en campaña cien mil hombres. Roma vivía en estrecha alianza con este nuevo gran rey de Oriente, que se había puesto a la cabeza de los Estados del Asia central, en parte gracias a su ayuda; y que iba confiscando todos los reinos, todos los principados a su alrededor con mil falsos pretextos, que parecían una burla o un ultraje para el Estado protector, siempre mal resignado y situado demasiado lejos. Incluso había llegado a fortificarse en el continente de Europa; y su jefe en persona se había sentado sobre el trono real en la península táurica. En suma, había extendido sus fronteras, a título de soberano, hasta las regiones vecinas de Tracia y de Macedonia. Esto no quiere decir que el Senado no hubiese deliberado sobre este asunto grave. Pero al aceptar los hechos consumados en el asunto de la sucesión paflagónica, y tolerar las usurpaciones de Mitrídates fundadas en el título de un testamento falso, las de Nicomedia, con su falso Pilemenes, mostraba cómo ese gran cuerpo se acogía a todo pretexto plausible de no intervención, y sin que esto fuese un mal. Sin embargo, las injurias iban creciendo y agravándose. Los príncipes de los escitas táuricos, arrojados de Crimea, se volvían hacia Roma y le pedían socorro.

Por su parte, si hubiese habido todavía algún senador que se hubiera cuidado de las máximas tradicionales de la política romana, habría recordado que, en otros tiempos, el paso del sirio Antioco a Europa y la ocupación militar del Quersoneso de Tracia habían sido la señal de la guerra de Asia (volumen II, libro tercero, pág. 273). Aún menos debía tolerarse la ocupación del Quersoneso táurico por parte del rey de Ponto. Por último, la República se decidió a obrar cuando supo que acababa de verificarse la reunión de Capadocia con Ponto. Nicomedes de Bitinia, quien por su lado había querido tomar posesión de ella bajo el nombre de otro falso Ariarato, y que veía a su pretendiente despojado por otra hechura de Mitrídates, había solicitado con urgencia la intervención de los romanos. El Senado exigió que Mitrídates restableciese a los príncipes escitas. La debilidad del gobierno había hecho que la política se desviara de tal modo que, en la actualidad, en vez de defender a los helenos contra los bárbaros, iba a sostener a los escitas contra sus semicompatriotas. Paflagonia fue declarada independiente. El falso Pilemenes de Nicomedes y Mitrídates recibió la orden de evacuar el país. Asimismo la recibió Ariarato para abandonar la Capadocia; y como los representantes del país rehusasen la libertad que Roma les ofrecía, se dispuso que eligiesen un rey. Había energía en todas estas decisiones, pero desgraciadamente, en vez de apoyarlas con un ejército, se envió a Capadocia a Lucio Sila, protector de Cilicia, con el pequeño contingente de que disponía para combatir a los ladrones y a los piratas. Sin embargo, el recuerdo del antiguo vigor de los romanos trabajaba para ellos en Oriente más que su desdichado gobierno actual; y Sila, a fuerza de habilidad y de energía personales, suplió lo que le faltaba por parte del Senado. Mitrídates se retiró contentándose con impulsar hacia adelante al gran rey Tigranes de Armenia, más libre que él de obrar contra los romanos. Los soldados de Tigranes entraron en Capadocia. Sila reunió inmediatamente su gente, recogió los contingentes aliados, pasó el Tauro y derrotó al regente Gordios con sus bandas armenias. No se necesitó más. Mitrídates cedió en todas partes e hizo recaer sobre Gordios la falta de todos los trastornos de Capadocia. El falso Ariarato desapareció sin saber por dónde. Por último, la elección del pueblo, que los partidarios del Ponto se esforzaron en hacer que recayese sobre Gordios, se inclinó sobre un notable del país, sobre Ario Barzana.zg6

EL ORIENTE Y EL REY MITRlDATESPRIMER CONTACTO ENTRE LOS ROMANOS Y LOS PARTOSSila marchó más adelante y llegó a la región del Eufrates, cuyas aguas reflejaron por primera vez las enseñas de Roma. También por primera vez se encontraron los romanos en contacto con los partos, que a consecuencia de sus luchas con Tigranes habían creído conveniente relacionarse con los occidentales. En este encuentro de las dos grandes potencias del Este y del Oeste, pareció que ninguna de las dos partes estaba dipuesta a ceder en lo más mínimo sus pretensiones de dominación universal. Pero Sila, más audaz que el enviado de los partos, se apoderó y conservó el puesto de honor durante las conferencias que hubo entre él y el capadocio. Esta actitud altiva le valió más gloria que sus victorias de Oriente: el parto, por el contrario, pagó con su cabeza la humillación. Por lo demás, la entrevista no tuvo por entonces ninguna consecuencia. Se ejecutaron las decisiones del Senado contra Mitrídates, y este evacuó la Paflagonia. Además consintió, verbalmente al menos, en la restauración de los jefes escitas, y se restableció en todo el Oriente el statu quo ante bellum (año 662).NUEVAS FECHORÍAS DE MITRÍDATESEstas eran las apariencias, pero en el fondo de las cosas no se veían ni huellas del antiguo Estado. Apenas Sila abandonó el Asia, Tigranes de Armenia cayó de nuevo sobre el rey de Capadocia, Ario Barzana, lo arrojó del trono y reinstaló en su lugar al pretendiente del Ponto, a Ariarato. En Bitinia, donde después de la muerte del viejo rey Nicome-des II (hacia el año 663), su hijo Nicomedes III Filopator había sido reconocido por el pueblo y por el Senado, surgió también otro preten­diente, su hermano Sócrates, que lo arrojó del trono. Era evidente que estas nuevas discordias, tanto en Capadocia como en Bitinia, reconocían por autor indirecto e interesado a Mitrídates, por más que oficialmente pareciese que se abstenía. Todos sabían que Tigranes se movía bajo su dirección; además, detrás de Sócrates y entre los bitinios marchaban los soldados de Ponto, y los asesinos pagados por Mitrídates eran los que amenazaban la vida del rey legítimo. En Paflagonia habían podido sostenerse los príncipes indígenas, pero no por esto Mitrídates dejaba297

:»de ser dueño de toda la costa hasta la frontera de Bitinia, ya fuera que con motivo del apoyo prestado a Sócrates la hubiese reocupado, o que no la hubiese aún evacuado. Respecto de Crimea y de los países vecinos, nunca había pensado seriamente en retirar sus soldados, antes bien, marchó adelante en el camino de las conquistas.AQUILIO EN ASIALa República, cuyo auxilio había sido implorado por Nicomedes y Ario Barzana, envió al Asia al consular Manió Aquilio para apoyar al pretor Lucio Casio. Este oficial había sido ya experimentado en las guerras cimbrias y de Sicilia, pero por lo demás Aquilio no llevaba tropas ni mando militar. Iba como diplomático; aunque al mismo tiempo Mitrí-dates y los clientes de Asia recibían órdenes de auxiliarlo con fuerza armada. Sucedió ahora lo mismo que dos años atrás. Para apoyar su misión, el oficial romano llevó consigo el pequeño cuerpo del pretor de la provincia de Asia, y los contingentes de los frigios y de los gálatas. Como consecuencia de esto, Nicomedes y Ario Barzana pudieron recobrar su trono vacilante. En cuanto a Mitrídates, se había sustraído bajo diversos pretextos a la orden de suministrar soldados, pero se había guardado al mismo tiempo de manifestar una resistencia abierta, y hasta había mandado dar muerte a Sócrates, el pretendiente bitinio (año 664).1 SITUACIÓN AMBIGUA, ENTRE LA PAZ Y LA GUERRATodo esto producía una confusión extraña. Mitrídates se conocía incapaz de luchar contra Roma en los campos de batalla; así es que hubiera preferido no llegar a una ruptura completa. Sin este partido tomado ya de antemano, es necesario confesar que nunca se había presentado una ocasión más oportuna para venir a las manos. En el momento en que Aquilio entraba en Bitinia y en Capadocia, estaba en su punto culminante la insurrección italiana, lo cual podía dar ánimos al enemigo más pusilánime. Mitrídates, sin embargo, dejó transcurrir todo el año 664 sin sacar partido del momento favorable, pero no por esto dejaba de llevar adelante con gran actividad sus proyectos sobre Asia Menor. Esta extraña298

EL ORIENTE Y EL REY MITRÍDATESpolítica, a la vez de paz y de conquista, no podía ser duradera. Por otra parte, mostraba que el rey de Ponto no pertenecía a los hombres de Estado de la gran escuela, y que no sabía preparar la batalla como Filipo de Macedonia, ni resignarse como Átalo, sino que, como verdadero sultán que era, oscilaba perpetuamente entre las codicias ambiciosas y el sen­timiento de su relativa inferioridad. En efecto, me doy cuenta de su con­ducta al principio de sus cuestiones con Roma. Una experiencia de veinte años le había enseñado cuál era la actual política de la República. No ignoraba que el Senado romano no tenía afición a las armas en manera alguna, y que incluso las temía más que él, porque ya había experimen­tado los peligros que el generalato hacía que corriese el gobierno de la capital, y los recuerdos de la guerra cimbria y de Mario estaban aún muy recientes. El rey supo obrar en consecuencia, y no temió entrar en un camino donde una declaración de guerra lo hubiese hecho detenerse cien veces, si hubiera tenido ante sí un gobierno enérgico no esclavizado por el egoísmo. Al mismo tiempo evitaba cuidadosamente toda causa de hostilidad abierta que hubiera obligado al Senado a tomar, a pesar suyo, las armas. Cuando las cosas tomaban un aspecto serio, retrocedía delante de Aquilio como delante de Sila. Por tanto, era evidente que aguardaba no tener siempre delante de sí capitanes vigorosos y enérgi­cos. Como Yugurta, esperaba encontrar Escauros y Albinos; esperanza que no tenía nada de insensata. Sin embargo, el ejemplo de Yugurta debía mostrarle cuan poco seguro era no contar más que con la corrupción del general y del ejército de Roma. ¡De aquí a vencer al pueblo romano había una inmensa distancia!AQUILIO HACE NECESARIA LA GUERRA. NICOMEDESAsí pues, se continuó entre la paz y la guerra, y la situación llevaba visos de que se prolongaría indefinidamente. Aquilio quiso concluir de una vez, pero la República persistía en no obligar a Mitrídates a que declarase abiertamente las hostilidades, y entonces recurrió al rey Nicomedes. Colocado este en manos del general de Roma, y siendo su deudor, tanto por los gastos de la guerra precedente como por sumas que 'e había garantizado, no pudo resistir a sus instancias y comenzó el ataque contra Ponto. Sus buques cerraron el Bosforo a los del rey, y sus tropas299

.i'lpasaron la frontera y talaron la región de Amasteis (hoy Amasserah, en la costa de Anatolia). Mitrídates se mantuvo quieto, inquebrantable en su calma. En vez de rechazar a los bitinios, se presentó ante los embaja­dores de Roma para quejarse y pedirles su mediación o permiso para defenderse. Aquilio decidió que, sucediera lo que fuese, era necesario que conservase la paz con Nicomedes. La respuesta era demasiado clara. Roma había observado ya la misma política con Cartago. Señalaba la víctima a sus perros, y le prohibía defenderse. Mitrídates comprendió, al igual que Cartago, que estaba perdido, pero en vez de entregarse a merced, como habían hecho los fenicios en medio de su desesperación, el rey de Sinope hizo todo lo contrario. Reunió inmediatamente sus tro­pas y su escuadra, y exclamó: "Contra los ladrones hay que luchar hasta morir". Dispuso enseguida que su hijo Ario Barzana penetrase en Ca-padocia, y al mismo tiempo mandó al romano sus fundamentos para obrar así, y solicitó una última explicación. Esta fue tal como debía es­perarse. Ni el Senado, ni el rey de Ponto, ni el de Bitinia habían deseado la ruptura; pero Aquilio la quería, y la guerra estalló (a fines del año 665).ARMAMENTOS DE MITRÍDATES DEBILIDAD DE LAS MEDIDAS TOMADAS POR ROMACompelido a la lucha, Mitrídates recobró toda su energía e hizo sus preparativos políticos y militares. Primeramente reforzó su alianza con el rey de Armenia. Obtuvo de él la promesa de un ejército auxiliar que, avanzando por Asia Menor, ocuparía el país por cuenta del rey de Ponto. Tigranes debía apropiarse el botín. El rey parto, a quien Sila había rebajado con sus maneras altivas, permaneció a la expectativa: ni hostil a los romanos ni su aliado. Mitrídates se esforzaba por desempeñar entre los griegos el papel de un Filipo o de un Perseo, y convertirse en escudo del helenismo contra el extranjero. Sus embajadores llegaban a Egipto, se acercaban a los restos vivos de la libre Hélade, conferenciaban con la liga de las ciudades cretenses, y excitaban a todos aquellos para quienes Roma había forjado sus cadenas para pedirles que se sublevasen a última hora para salvar la nacionalidad griega. Consiguió mucho con los cretenses, que entraron en gran número a servir bajo sus banderas. Además contaba con la insurrección sucesiva de los pequeños Estados clientes,300

EL ORIENTE Y EL REY MITRÍDATESde los númidas, de Siria y de las Repúblicas griegas; con la de las provincias, y sobre todo con la del Asia Menor, que estaba tan oprimida. Al mismo tiempo se trabajaba la Tracia, y se agitaba hasta la misma Macedonia. La piratería ya activa y floreciente se vio tratada como aliada; en todas partes se le daba la bienvenida y se le abría el camino. Las escuadras de los corsarios, diciéndose asalariadas por el Ponto, aparecieron inmediatamente y llevaron el terror a todas las costas del Mediterráneo. En este mismo tiempo Asia gozaba al conocer las noticias de los trastornos interiores de la República. Se preguntaba con gran interés por el resultado de los combates de la insurrección italiana, que aunque ya estaba vencida continuaría luchando aún por mucho tiempo; y, si bien no intentó ponerse en relaciones directas con los descontentos y los sublevados, no dejó de recibir el auxilio de una legión extranjera, armada y organizada a la romana, que tenía por núcleo a los tránsfugas de Roma y de Italia. Después de las guerras pérsicas, no se había visto al Oriente desplegar tantas fuerzas. Sin contar con el ejército auxiliar de los armenios, se dice que Mitrídates entraba en campaña a la cabeza de doscientos veinticinco mil hombres de a pie y cuarenta mil caballos. En el mar tenía trescientos buques de puente y cien embarcaciones descubiertas; cifras todas que no tienen nada de exageradas, si se piensa en su poder y en las innumerables tribus que lo obedecían. Los jefes de sus ejércitos, los dos hermanos Neoptolomeo y Arquelao, entre otros, eran griegos y capitanes prudentes y experimentados; y entre sus soldados no faltaban bravos combatientes que no temían la muerte. En sus bandas, las armaduras recamadas de oro y de plata, y los ricos vestidos de los escitas y de los medos formaban un singular contraste con el cobre y el hierro de los caballeros helenos. Sin duda, no tenían una sabia unidad ni una organización militar que uniformase estas movibles masas de mil colores; esto no era más que una monstruosa máquina de guerra asiática, incapaz de resistir el choque de un ejército disciplinado. Ya se había hecho muchas veces la experiencia, y no hacía todavía un siglo de lo ocurrido en los campos de Magnesia. Sin embargo, no por eso los romanos dejaban de ver que todo el Oriente se levantaba contra ellos en el momento mismo en que estaban más comprometidos y necesitaban tomar medidas más severas en Occidente. Por necesario que fuese para Roma declarar la guerra a Mitrídates, el momento no podía ser peor. Así pues, parece verosímil que, al provocar la ruptura entre la República y Mitrídates, Manió Aquilio obedecía solo301

HISTORIA DE ROM^|IBRO IVa los cálculos egoístas de su interés personal. Roma no tenía entonces en Asia más que el pequeño cuerpo de ejército de Lucio Casio con las milicias locales. Embarazada como estaba por la crisis militar y financiera que se había declarado al día siguiente de la insurrección italiana, no podía mandar un ejército de legionarios hasta el estío del año 666. Hasta entonces, ¿cuántos peligros no corrían sus representantes? No obstante, se creyó que la provincia estaría suficientemente a cubierto y podría defenderse. El ejército bitinio al mando de Nicomedes conservaba sus posiciones desde el año precedente en Paflagonia, entre Amastris y Sinope, y tenía a sus espaldas, en Bitinia, en Galicia y en Capadocia, las divisiones de Lucio Casio, de Manió Aquilio y de Quinto Oppio. Además el Bosforo estaba cerrado por la escuadra romanobitinia.* MITRÍDATES OCUPA EL ASIA MENORMANIFESTACIONES ANTIRROMANAS ÓRDENES DE ASESINATO ENVIADAS A ÉFESODesde los primeros días de la primavera del año 666, Mitrídates tomó la ofensiva. Su vanguardia, compuesta de caballería y de tropas ligeras, no tardó en encontrarse con los bitinios sobre el Amnias, afluente del Halis, no lejos de Tesch-Kaspri. A pesar de la superioridad numérica •del enemigo, al primer choque lo puso en desordenada fuga, tras aban­donar su campamento y dejar su caja en poder del vencedor. Este principio tan brillante se debió principalmente a Neoptolomeo y a Arquelao. Las milicias asiáticas, menos sólidas aún y colocadas a retaguardia por Nicomedes, se dieron por vencidas antes de venir a las manos, pues se dispersaron en cuanto vieron que se aproximaban los generales de Mitrídates. Tocó después su turno a una división romana, que sufrió en Capadocia una sangrienta derrota. Casio intentó sostenerse en Frigia con los soldados del país, pero tuvo que retirarse sin pelear, y se contentó con dejar algunas guarniciones de hombres de su confianza en ciertas ciudades del Alto Meandro, como Apamea. Por este mismo tiempo Oppio evacuó la Panfilia y se encerró en Laodicea de Frigia. Por último, Aquilio estaba retrocediendo cuando fue alcanzado en Bitinia a orillas del Sángara, y la derrota fue tan completa que perdió su campamento y fue a refugiarse a Pérgamo. Sin embargo, enseguida la provincia invadida302


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