Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



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JPJBTORIA DE ROMA, LIBRO IVRESISTENCIA DEL PODER. INSURRECCIÓN. POSICIÓN DE SILA SUSTITUCIÓN DE SILA POR MARIO COMO GENERAL EN JEFESus mociones fueron combatidas a todo trance por la mayoría del Senado. Para ganar tiempo, este indujo a los cónsules Lucio Cornelio Sila y Quinto Pompeyo, ambos adversarios de la democracia, a celebrar festividades religiosas extraordinarias, durante las cuales no podían reunirse los co­micios. En contestación a esto, Sulpicio suscitó una violenta insurrección en la que entre otras víctimas murió el joven Quinto Pompeyo, hijo de uno de los cónsules y yerno del otro. Los mismos cónsules estuvieron en gran peligro, y hasta se dice que Sila tuvo que refugiarse en casa de Mario. Hubo que ceder a la fuerza. Sila se resignó a dar contraórdenes respecto de las fiestas, y las mociones de Sulpicio se votaron sin ningún obstáculo. Sin embargo aún no estaba asegurada su suerte. Si en la ca­pital había llevado la aristocracia la peor parte, y esto por primera vez después de la era de la revolución, en Italia había otro poder con el que se necesitaba contar en adelante: me refiero a los dos grandes y victo­riosos ejércitos del procónsul Estrabón y del cónsul Sila. Las disposiciones de Estrabón eran dudosas; pero en lo que concierne a Sila, aunque en el primer momento cedió a la violencia, vivía en inteligencia completa con la mayoría del Senado. Además, después de haber dado contraórdenes respecto de las fiestas, había salido precipitadamente de Roma para volver a unirse con su ejército que estaba en Campania. Inaugurar el terror con la espada de las legiones en una capital indefensa era menos difícil que asustar a un cónsul desarmado, amenazándolo con los palos en un motín. Sulpicio suponía que su adversario, hoy que estaba en posesión del poder, respondería a la fuerza con la fuerza, y volvería a Roma a la cabeza de sus legionarios para echar abajo a los conservadores demagogos con todas sus leyes. ¡Quizá se engañaba! Sila tenía más deseo de ir a pelear contra Mitrídates, que disgusto y odio contra los tumultos en las calles de Roma. Indiferente en su origen a todas estas querellas, en su increíble negligencia política no pensaba quizás en el golpe de Estado que Sulpicio creía tener suspenso sobre su cabeza. Si se hubiese dejado a Sila seguir su deseo, una vez tomada Ñola, que tenía entonces sitiada, habría embarcado inmediatamente su ejército con rumbo hacia el Asia. Pero Sulpicio quería prevenir el peligro y concibió la idea de relevarlo del mando. Con este objeto se entendió con Mario, cuyo nombre popular270

DE LOS SUBDITOS ITALIOTAS. REVOLUCIÓN SULPICIANAparecía justificar ante las masas la moción que tenía por objeto conferirle el generalato de Asia. Además, gracias a sus talentos y a su ilustración militar, podía ser un sólido apoyo en caso de una ruptura con Sila. Sin embargo, esto no quiere decir que el tribuno desconociese el peligro de una medida que ponía el ejército de Campania en manos de un hombre ansioso de venganza y de honores, ni la enorme ilegalidad de un mando en jefe conferido por plebiscito a un ciudadano que no era funcionario público. Pero la notoria incapacidad política de su héroe le daba la seguridad de que este no querría cometer ningún grave atentado contra la constitución. Por otra parte, era tal el peligro de la situación si las previsiones de Sulpicio respecto de los proyectos de Sila resultaban ciertas, que no le estaba permitido detenerse ante semejantes objeciones. En cuanto al viejo capitán, se convertiría con mucho gusto en el condottiero de cualquiera que utilizara sus servicios; después de largos años, ambi­cionaba en el fondo de su corazón el mando en jefe de una expedición al Asia. ¿Quién sabe además si encontraría en esto la ocasión tan deseada de arreglar sus cuentas con la mayoría del Senado? Por un plebiscito votado a propuesta de Sulpicio, Cayo Mario recibió el mando supremo y extraordinario del ejército de Campania o, según la fórmula, la potestad proconsular, para dirigir la expedición contra Mitrídates. A continuación de esto, dos tribunos del pueblo partieron hacia el campamento que estaba bajo los muros de Ñola para hacerse cargo de las legiones de Sila.LLAMADA DE SILA. SU MARCHA SOBRE ROMA ESTA ES INVADIDA POR LAS LEGIONESLos enviados llevaban mala comisión. Si había un hombre en quien debía recaer naturalmente el mando militar de Asia, ese era Sila. Pocos años atrás había luchado allí con gran éxito, y había contribuido más que nadie a abatir la última y peligrosa insurrección de los itálicos. Cónsul en funciones el mismo año de la ruptura con Mitrídates, se le había asignado dicho mando en la forma acostumbrada y con pleno asentimiento de Pompeyo, su colega, amigo y consuegro. Después de esto, era cosa grave quitarle el mando por un voto del pueblo soberano para darlo a su viejo rival en la guerra y en la política, aquel a quien nadie podía decir a qué excesos y a qué violencias podría entregarse. Sila no era hombre bastante277

HISTORIA DE MMMttMIKtíWt rsumiso como para resignarse a obedecer, ni dependiente para creerse obligado a ello. El ejército, tal como lo habían hecho las reformas militares de Mario y la disciplina de su jefe actual, tan severo desde el punto de vista de las armas como relajado desde el punto de vista de las costumbres, no era más que una banda de soldados aventureros entregados por completo a su general, que permanecían absolutamente indiferentes a las cosas de la política. En lo que respecta a Sila, frío y gastado, pero de gran lucidez de espíritu, no veía en el pueblo de Roma más que una muche­dumbre envilecida, y en el héroe de Aix a un político gastado y en quiebra. Veía en la legalidad una palabra vana, y en Roma una ciudad desguar­necida, de murallas ruinosas y mil veces más fácil de tomar que Ñola. Y, según lo que veía, así obró. Reunió a sus soldados que formaban seis legiones, o un contingente de unos treinta y cinco mil hombres, y les mostró el mensaje que había recibido de Roma, con el buen cuidado de decirles que el nuevo general no los conduciría al Asia Menor, pues llevaría allí otras tropas. Excepto uno solo, los oficiales superiores, ciudadanos antes que soldados, se negaron a seguirlo, pero los soldados, a quienes la experiencia prometía en Asia una victoria fácil y un botín inmenso (volumen II, libro tercero, pág. 361), se sublevaron tumultuo­samente, hicieron pedazos a los dos tribunos procedentes de la capital, y exclamaron que Sila podía conducirlos a Roma. Levantó inmediatamen­te su campamento, e hizo que se le uniese en el camino el otro cónsul, su colega, que pensaba como él. En algunas pocas jornadas, y sin hacer caso de los enviados que Roma le mandaba con orden de detenerse, llegó al pie de los muros de la ciudad. De repente se vio a sus columnas tomar posiciones en el puente del Tíber y en las puertas Colina y Esquilma, y después, con las legiones en buen orden y con las águilas por delante, pasaron los muros sagrados dentro de los cuales la ley prohibía la guerra. Muchas discordias y luchas funestas habían tenido lugar dentro de su recinto; nunca, sin embargo, el ejército romano había violado la paz consagrada. Hoy se consuma el crimen sin vacilar, por una miserable cuestión de mando militar en Oriente. Una vez en Roma, las legiones ga­naron la altura del Esquilino. Molestadas allí por las piedras y los objetos que les arrojaban desde lo alto de las casas, iban ya a retroceder cuando Sila, tomando en la mano una antorcha encendida, amenazó con incendiar las casas y llevar a todas partes la desolación y la ruina. Los soldados llegaron por fin a la plaza Esquilina (no lejos de Santa María la Mayor),272

INSURRECCIÓN DE LOS SUBDITOS ITALIOTAS. REVOLUCIÓN SULPICIANAdonde los esperaban algunas tropas reunidas precipitadamente por Mario y Sulpicio. Las primeras columnas que llegaron fueron vigorosamente rechazadas por sus adversarios. Pero no tardaron en llegar refuerzos. Una división de sueños bajó por la Subura y cogió por la espalda a los defensores de Roma; estos retrocedieron. Entonces Mario se volvió y quiso hacer frente al enemigo junto al templo de la Tierra (Tellus), donde el Esquilino va descendiendo hacia el gran mercado. Conjura al Senado, a los caballeros y al pueblo a ir contra los legionarios, pero sus esfuerzos son vanos. Quiere armar a los esclavos prometiéndoles la libertad: solamente tres se presentaron. A los dos jefes ya no les quedó más remedio que huir por las puertas que aún no estaban ocupadas. A las pocas horas Sila era dueño absoluto de Roma, y al llegar la noche sus legionarios estaban acampados en medio del Forum.PRIMERA RESTAURACIÓN DE SILA MUERTE DE SULPICIO. HUIDA DE MARIOEra la primera vez que el ejército intervenía en las discordias civiles. Estaba ya demostrado hasta la evidencia que, en el punto al que habían llegado las dificultades políticas, la fuerza bruta era la única que podía decidirlas, y que además la fuerza de los palos no podía luchar con la fuerza militar. El partido conservador también había sido el primero que había sacado la espada; desde aquel día quedó condenado a sufrir la pena dictada más tarde por la profunda y justa sentencia del Evangelio. De esperar, tenía asegurada la victoria, y podía tranquilamente y a su placer escribir su triunfo en forma de leyes. Dicho está que las Leyes Sulpicias qued aban anuladas como de pleno derecho. Su autor y sus principales partidarios habían huido. El Senado los declaró enemigos de la patria, en número de doce, y pregonó que cualquiera podía pren­derlos para decapitarlos. En virtud de este senadoconsulto, Publio Sul­picio fue apresado y muerto cerca de Laurentum. Su cabeza fue enviada a Sila, quien mandó que fuese expuesta en pleno Forum, sobre aquella misma tribuna donde poco tiempo atrás su palabra resonaba vigorosa y elocuente. Se siguió la pista a los otros, y el viejo Mario se salvó a duras penas de los asesinos, que ya casi le habían dado alcance. El gran general había borrado en parte el glorioso recuerdo de sus hazañas con una larga27?

serie de faltas. Sin embargo, cuando se supo que estaba en peligro la vida del salvador de la República, no se vio ya en él más que al héroe victorioso de Verceil; y toda Italia oyó y esperó ansiosa la admirable aventura de su huida. Entró en una embarcación a Ostia con objeto de arribar al África, pero después, obligado por los vientos contrarios y la falta de provisiones, tuvo que arribar al promontorio Circeyo, y comenzó a andar errante y como a tientas por la campiña. Sus compañeros eran poco numerosos, y él no se fiaba de dormir bajo techo. El viejo consular marchaba a pie, y muchas veces sus fuerzas se veían agotadas por el ham­bre. Así llegó a los alrededores de Minturnos, colonia romana situada en la desembocadura del Liris (Garigliano). Pero como a lo lejos apa­recieron los caballeros de Sila, apenas tuvo tiempo para llegar fatigado a la orilla del río; finalmente pudo entrar en un buque mercante que allí se encontraba, y sustraerse así al enemigo. Pero los marineros, ate­rrados, se acercaron a tierra y después se marcharon mientras Mario dormía en la orilla. Los que lo perseguían lo encontraron al fin en las marismas inmediatas, hundido en el cieno hasta la cintura y oculta la cabeza entre unas hojas de caña. Lo entregaron a los magistrados de Minturno, y fue encerrado en un calabozo al que se mandó a* un esclavo cimbrio, alguacil de la ciudad, para que lo asesinase. El germano no pudo sostener la terrible mirada del vencedor de su pueblo, y se le cayó el hacha de la mano cuando el romano le preguntó con su voz atronadora si se atrevería alguna vez a asesinar a Cayo Mario. La vergüenza cubrió la frente de los magistrados locales; el hombre a quien aquel había hecho esclavo, indultaba, por decirlo así, y respetaba al salvador de Roma. ¿No podría esperar siquiera otro tanto de sus conciudadanos a quienes él había dado las franquicias que disfrutaban? Se rompieron sus cadenas y se le dio un buque y dinero, con lo cual pudo llegar a Enaria (Ischia). En las aguas de esta isla fue donde pudieron volver a reunirse todos los proscritos, a excepción de Sulpicio. Llegaron después a Erix, y desde allí fueron a Cartago, pero los funcionarios de Roma los rechazaron de Sicilia y de África. Ganaron la Numidia, y durante el invierno hallaron asilo en las dunas. Una vez allí, el rey Hiemsal II, a quien estos habían esperado ganar, y que en verdad había fingido recibirlos como aliados para apoderarse más fácilmente de ellos, quiso echarles mano. Fue necesario huir delante de su caballería y refugiarse en la pequeña isla de Cercina (Kerkena, en la costa de Túnez). No se sabe si Sila agradeció274

INSURRECCIÓN DE LOS SUBDITOS ITALIOTAS. REVOLUCIÓN SULPICIANAa su buena estrella el no haber sido el asesino del vencedor de los cimbrios. Lo que sí parece cierto es que no castigó a los magistrados de Minturnos.LEGISLACIÓN CORNELIANADurante este tiempo puso manos a la obra y, para reparar los males presentes o impedir las revoluciones futuras, concibió una serie completa de leyes nuevas. Respecto de los deudores, no hizo más que confirmar y poner en vigor los reglamentos sobre el máximo del interés del capi­tal,'3 además, instituyó cierto número de colonias. Los combates y los procesos criminales, llevados adelante durante la guerra social, habían clareado las filas del Senado. Sila las reforzó con la incorporación de trescientos miembros elegidos naturalmente bajo la inspiración del interés aristocrático. Introdujo también cambios esenciales en el sistema de la votación y en la iniciativa legisladora. La reforma del año 513 y el régimen de los comicios centuriados, que concedía el mismo número de votos a cada una de las cinco clases censatarias, no le pareció que debían soste­nerse y volvió a la antigua ley de Servio. Esta asignaba a la primera clase a todos los ciudadanos ricos de cien mil sestercios, y de esta forma, acaparaba aquí casi la mitad de los votantes. Además, Sila exigió para los altos cargos del consulado, de la censura y de la pretura, un censo electoral que excluía de hecho del voto activo a todos aquellos que no tenían una riqueza determinada. Por último, restringió la iniciativa de las tribus en materia legislativa: en adelante toda moción debía ser inmediatamente presentada al Senado, que debía aprobarla antes de que el pueblo pudiese conocerla.Estas medidas, que eran una reacción manifiesta contra las tentativas revolucionarias de Sulpicio, tenían por autor al hombre que se había convertido en espada y escudo del partido constitucional. Por lo demás, llevaban su sello enteramente particular. Sin decreto del pueblo ni veredicto de los jurados, Sila había osado pronunciar la pena capital contra doce ilustres personajes, entre quienes se contaban magistrados en ejercicio y el general más famoso de su tiempo. Dando publicidad a este acto de proscripción, se atrevía a infringir la antigua y santa ley de apelación al pueblo, y se reía de la severa censura de los personajes más decididos del partido conservador, de Quinto Escévola, por ejemplo.275

Se atrevía también a trastornar el orden de votación que venía practicán­dose desde hacía ya ciento cincuenta años, y a restablecer un censo electoral que había caído en desuso y estaba proscrito desde tiempo inmemorial. Por último, osaba quitar el poder legislativo a sus dos antiguos órganos, la magistratura y los comicios, para investir con ellos a los que no habían tenido nunca más que el derecho consultivo (volumen I, libro segundo, pág. 336). Quizá nunca, o al menos no tanto como este refor­mador procedente de las filas del partido aristocrático, un demócrata hubiera cambiado la justicia en tiranía, quebrantando y removiendo la constitución con una audacia increíble y hasta en sus más profundos cimientos. Sin embargo, si en vez de mirar la forma se mira el fondo de las cosas, juzgamos de un modo muy diferente. En Roma, y menos aún que en cualquier otra parte, las revoluciones no terminan sin exigir cierto número de víctimas expiatorias llamadas, según las formas tomadas más o menos de las fórmulas judiciales, a pagar la pena del crimen de su derrota ¡Recuérdense los excesos de la facción victoriosa, y los procesos y las persecuciones que comenzaron al día siguiente de la caída de Cayo Graco, o de la de Saturnino! ¿No parece como si debiera ensalzarse en el vencedor del Forum y del Esquilino la franqueza y la moderación relativa de sus actos? Tomó sin gran miramiento las cosas por lo que eran, y en la guerra no vio más que la guerra. Colocó fuera de la ley a los enemigos a quienes había vencido, redujo lo más posible el número de víctimas, y no dejó que el furor de su partido se desencadenase contra los humildes. Lo mismo hizo respecto de la organización política interior. En lo que toca al poder legislativo, el objeto y la materia de sus innovaciones más graves y más profundas en apariencia, no hizo más que reconciliar la letra de la constitución con su espíritu. ¿Qué cosa más irracional, desde su origen, que ese sistema legislativo donde todo magistrado, cónsul, pretor o tribuno tenía derecho a presentar su moción ante el pueblo, cualquiera que esta fuese, y hacer que la votasen? Con la creciente decadencia de los comicios, no había hecho más que aumentarse este vicio orgánico. No era tolerable sino porque el Senado había reivindicado de hecho el derecho de previa consulta, y porque había sabido detener toda proposición llevada directamente ante la asamblea del pueblo mediante su intercesión política o religiosa (volumen i, libro segundo, pág. 336). Pero, como la revolución había pasado por encima de estos diques, se desarrollaron prontamente las consecuencias de un régimen absurdo; así276

INSURRECCIÓN DE LOS SUBDITOS ITALIOTAS. REVOLUCIÓN SULPICIANAse había hecho posible a cualquier ciudadano trastornar hasta los fundamentos del Estado. En tales circunstancias, ¿qué cosa más natural y necesaria, qué cosa más conservadora, en el recto sentido de la palabra, que formular en términos expresos y consagrar en la ley las atribuciones senatoriales autorizadas ya por los hechos? Lo mismo puede decirse respecto de la renovación del censo electoral. Este había sido la base de la constitución antigua. Si la reforma del año 513 había aminorado la prerrogativa de los más ricos, en materia de elecciones no había dejado ninguna influencia a los ciudadanos que poseían menos de cuatro mil sestercios. Pero después de esta época se había realizado una inmensa revolución financiera que hubiera justificado por sí misma una elevación nominal del censo mínimo. Por permanecer fiel a su espíritu, la nueva timocracia cambia ahora la letra de la constitución, y al mismo tiempo apela a los medios menos rigurosos que tiene a su alcance para prevenir la venalidad de los votantes y la serie de vergüenzas que la acompaña­ban. Si hablamos de las medidas de Sila respecto de los entrampados y de la colonización, hallamos también la prueba de que, si bien no descendía por la pendiente de las ardientes ideas de Sulpicio, deseaba sin embargo reformas materiales, de la misma forma que las habían deseado Druso y los demás aristócratas que veían más claro. Por otra parte, no olvidemos que estas reformas las emprendía por su propia voluntad y después de la victoria. Por último, al confirmar también que dejó en pie los fundamentos principales del edificio constitucional de los Gracos, y que no tocó la jurisdicción ecuestre ni las distribuciones de trigo, llegará a formarse sobre el conjunto de la legislación del año 666 este juicio equitativo y verdadero. En efecto, mantuvo en todas sus partes esenciales las instituciones vigentes después de la caída de los Gracos; se contentó con modificar, según la exigencia de los tiempos, ciertas tradiciones legales que ponían en peligro el orden establecido, y al mismo tiempo se esforzó por remediar los males sociales hasta donde le era posible, sin meter la cuchilla hasta lo más profundo de la llaga. Manifestó un enérgico desprecio hacia el formalismo constitucional, y se alió al vivo sentimiento de la conservación de las leyes actuales en su más íntima esencia. Con todo esto revelaba vistas claras y penetrantes, y hasta laudables designios, pero defraudaba las convicciones fáciles y demasiado superficiales. Es verdad que se necesitaba una gran dosis de buena voluntad para creer que, contentándose con fijar el máximo de interés,277

se iba a sacar de apuros a los deudores, y que contra los futuros dema­gogos el derecho de previa consulta al Senado opondría una barrera más fuerte que lo que había sido hasta entonces el derecho de intercesión y de intervención religiosa.NUEVAS COMPLICACIONES. CIÑA ESTRABÓN. SE EMBARCA SILA PARA ASIAEn efecto, no tardaron en aparecer nuevas nubes en el horizonte del puro cielo de los conservadores. Los asuntos de Asia iban tomando cada día un aspecto más amenazador. Por el solo hecho de haberse retrasado el embarque del ejército, retraso debido a la revolución sulpiciana, el Estado había sufrido un perjuicio enorme. Era necesario a toda costa hacer que partiesen al momento las legiones. Sila creyó que dejaría detrás de sí garantías sólidas en caso de que se desencadenase una nueva tormenta contra la oligarquía. Contaba con los cónsules, que la institución electoral había de dar a Roma, y contaba con el ejército que quedaba en Italia, que se ocupaba entonces en destruir los últimos restos de la insurrección itálica. Pero he aquí que los nuevos comicios consulares fueron desfa­vorables a los candidatos que él había presentado, y que al lado de Gneo Octavio, personaje que pertenecía decididamente a los optimates, nombraron a Lucio Cornelio Ciña, uno de los más ardientes agitadores de la oposición. El partido capitalista había puesto mano probablemente en la votación, y con esto se vengó del nuevo legislador del interés. Sila sufrió la elección y manifestó que estaba encantado de haber visto al pueblo hacer uso de las libertades electorales que le aseguraba la constitución. Solo exigió a los dos cónsules que jurasen que la guardarían fielmente. Respecto de los ejércitos, como casi todo el de Campania partía hacia el Asia, el del norte se iba a hacer dueño de la situación. Por un plebiscito expreso Sila hizo conferir el generalato a su fiel colega Quinto Rufo. Gneo Estrabón, que lo mandaba en la actualidad, fue llamado con toda clase de precauciones. Pertenecía al partido de los caballeros, y su actitud puramente pasiva durante los trastornos suscitados por Sulpicio lo había hecho sospechoso ante la aristocracia. Rufo marchó a su puesto y ocupó el lugar de Estrabón, pero murió en una insurrección militar y volvió aquel a ponerse a la cabeza del ejército que acababa de dejar. Se278

INSURRECCIÓN DE LOS SUBDITOS ITALIOTAS. REVOLUCIÓN SULPICIANAlo acusó de haber sido el instigador del crimen; nada de extraño tiene que así se creyese, puesto que él recogió el provecho y no castigó a los asesinos sino con palabras de amarga censura. En cuanto a Sila, la pérdida de Rufo y la reinstalación de Estrabón no dejaban de crearle un peligro nuevo y serio. Sin embargo no quiso retirarle el mando. Por otra parte, no tardó en expirar el término de su mismo consulado. Ciña lo apremiaba para que partiese a Asia, al mismo tiempo que uno de los tribunos del pueblo elegidos la víspera osó citarlo ante la justicia. Era evidente, aun para los que veían menos claro, que se formaba una nueva tormenta contra él y los suyos, y que sus enemigos no deseaban más que su partida. ¿Qué hacer? ¿Convenía romper con Ciña y quizá también con Estrabón, y marchar de nuevo sobre Roma? ¿O por el contrario convenía aban­donar los asuntos de Italia, sucediera lo que sucediese, y dirigirse hacia el continente de Asia? Patriotismo o indiferencia, el hecho es que eligió este último partido. Confió el cuerpo de ejército que había dejado en el Samnium a Quinto Mételo Pío, militar aguerrido y experimentado, que tomó en su lugar el mando proconsular de la baja Italia, y, por otra parte, encargó la continuación del sitio de Ñola al protector Apio Claudio. Hecho esto, se embarcó con sus legiones a principios del año 667 (87 a.C.).279

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VIII EL ORIENTE Y EL REY MITRÍDATES

LASUNTOS DE ORIENTEInquieto, y respirando apenas en medio de las tormentas revolucio­narias, las voces de alarma y el ruido de los ciudadanos que se dirigían al incendio, el gobierno romano había perdido de vista los asuntos de las provincias, y sobre todo los de Oriente, cuyas lejanas y poco belicosas naciones no llamaban la atención inmediata de la República tanto como España, África y los pueblos vecinos del otro lado de los Alpes. Después de la incorporación del reino de Átalo, contemporáneo de los princi­pios de la revolución, el gobierno romano había cesado de intervenir de un modo serio en los acontecimientos de Oriente durante toda una generación, a no ser cuando los intolerables excesos de los piratas del archipiélago lo habían obligado a formar la provincia de Cilicia, en el año 652. Sin embargo, el nuevo establecimiento no era más que una estación permanente para una pequeña escuadra y algunas tropas destacadas allí a fin de custodiar los mares del este. Ahora bien, una vez que la restauración quedó consolidada por la caída de Mario en el año 654, finalmente pensó en volver la vista hacia este lado.EGIPTO. CIRENE ROMANIZADAEn muchos aspectos, la situación permanecía tal y como la habíamos dejado hacía ya treinta años. A la muerte de Evergetes II (año 637), el reino de Egipto con sus dos regiones anexas, la Cirenaica y Chipre, se disolvió en parte legalmente y en parte de hecho. Cirene fue el lote del hijo natural del rey difunto, Tolomeo Apion, y se separó para siempre. En el Egipto propiamente dicho, Cleopatra, viuda de Evergetes (muerta en el año 665), y sus dos hijos, Soter II y Alejandro I, se hicieron una guerra encarnizada, y en consecuencia Chipre se emancipó por mucho tiempo. Los romanos no quisieron mezclarse en todas estas querellas,281

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