Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



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HJOTMUABEW>MA,UBROIVpero cuando en el año 658 se les cedió la Cirenaica en virtud del testa­mento de Apion, que había muerto sin dejar hijos, no quisieron rehusar el legado. Sin embargo, dejaron el país casi independiente pues declararon libres a todas las ciudades griegas, Cirene, Tolemaida y Berenica, y les asignaron el disfrute de su antiguo dominio real. En cuanto a la vigilancia del pretor de África en este territorio, y teniendo en cuenta su distancia, era aún más nominal que la del pretor de Macedonia sobre las ciudades libres de Grecia. La causa de estos arreglos no era el filohelenismo, sino simplemente la debilidad o negligencia del gobierno romano, y dieron los resultados que ya hemos visto producirse en Grecia en las mismas circunstancias. El país fue despedazado por guerras civiles y usurpacio­nes de tal modo que, en el año 668, cuando por casualidad un general romano había ido por allí, los habitantes le suplicaron que remediase elmal y les diese una organización sólida o estable.i. i.'SIRIACasi peor habían marchado las cosas en Siria. Durante una guerra de sucesión de veinte años entre los dos hermanos Antioco Gripo y Antioco de Cizica, y que después de ellos continuó entre sus dos hijos, el trono, objeto de tantas disputas, había venido a parar en una vana sombra. Los reyes del mar de Cilicia, los jeques árabes del desierto de Siria, los príncipes de Judea y los magistrados de las grandes ciudades eran ya más fuertes que las testas coronadas. En esta época los romanos fundaron estaciones en la Cilicia occidental, y los partos acabaron de ocupar definitivamente la importante región de Mesopotamia.ESTADO PARTO. ARMENIAPor el tiempo de los Gracos, la monarquía de los Arsácidas había tenido que atravesar una crisis peligrosa en todos los sentidos, principalmen­te a consecuencia de las repetidas agresiones de las tribus turanias. El noveno Arsácida, Mitrídates II o el Grande, había reconquistado para su trono el predominio en el Asia interior, luego de rechazar a los escitas hacia el norte, y extender sus fronteras por el lado de Siria y Armenia. Pero al final de su reinado, paralizado por incesantes discordias, vio282

EL ORIENTE Y EL REY MITRÍDATESrebelarse contra él a los grandes del reino y a su propio hermano Orodes, que no tardó en derribarlo y darle muerte. Fue entonces que Armenia se levantó y engrandeció, país hasta ahora insignificante. Al declararse independiente (volumen II, libro tercero, pág. 288) estaba dividida en dos partes: la septentrional, o Armenia propiamente dicha, que pertenecía a Artaxiades, y la meridional, o Sofena, que pertenecía a Zariadrides. Sin embargo, Artaxiades Tigranes no tardó en reuniría toda. Con sus fuerzas duplicadas, y aprovechándose de la debilidad de los partos, el nuevo rey había roto los lazos de su dependencia respecto de estos, y había reconquistado los territorios de los que antes se habían apoderado. Así pues, la supremacía en Asia, que había pasado tiempo atrás de los Aqueménidas a los Seléucidas, y de estos a los Arsácidas, en la actualidad la poseía Armenia.ASIA MENORLa distribución de los territorios en Asia Menor había permanecido casi en la misma forma que Roma había verificado luego de la disolución del reino de los Atálidas. Solo la Gran Frigia había sido arrebatada al rey de Ponto, cuando Cayo Graco había descubierto inteligencias entre Mitrídates Evergetes y el cónsul Aquilio (pág. 63). Erigida en país libre, se la unió luego a la provincia de Asia, como se hizo con Grecia respecto de Macedonia (hacia el año 634). En cuanto a los Estados clientes, Bitinia, Capadocia, Ponto, principados de Galacia y de Paflagonia, y en cuanto a las numerosas ligas de ciudades y a las ciudades libres, no se había modificado sensiblemente su situación exterior. En el interior, por el con­trario, la dominación romana había tomado un carácter muy diferente, y este cambio obedecía a una doble causa. En primer lugar, la opresión había ido aumentando, tal como sucede siempre bajo un régimen tiránico; y en segundo término, las revoluciones de Roma habían extendido hasta allí sus desastrosos efectos. Recordaré solo las usurpaciones ejercidas sobre la propiedad en la provincia de Asia por Cayo Graco, los diezmos y las aduanas instituidas en provecho de Roma, y aquellas cacerías de esclavos que verificaban los publícanos. Así pues, la dominación de Roma, que era muy pesada ya en su origen, se había hecho insoportable: ni la diadema de los reyes, ni la choza del campesino estaban al abrigo de283

HISTORIA DEla confiscación. Toda espiga que salía, salía en provecho del colector romano del diezmo; todo hijo que nacía de padres libres, crecía para proveer a Roma de esclavos. El asiático, indefinidamente pasivo, sopor­taba todos estos males: no porque la paciencia o la reflexión lo hiciesen permanecer tranquilo, sino porque obedecía a esa falta de iniciativa que constituye el principal rasgo del carácter oriental. En medio de estas regiones tan sufridas, de estas naciones afeminadas, se hubieran cometido por mucho tiempo crímenes espantosos, y quizás impunemente, si no se hubiera levantado un hombre que dio al fin la señal.MITRÍDATES EUPATORPor este tiempo era rey de Ponto Mitrídates VI, apellidado Eupator (de 624 a 691), descendiente directo en decimosexto grado, por línea paterna, del hijo del rey Darío, hijo de Hidaspes, y en octavo grado de Mitrídates I, fundador del reino de Ponto, a la vez que por su madre estaba emparentado con los Alexandridas y los Seléucidas. Su padre Mitrídates Evergetes había muerto prematuramente, asesinado en Sihope, y así él subió al trono cuando apenas tenía once años (en 634). La diadema, sin embargo, no le trajo en un principio más que miserias y peligros. Sus tutores, y se dice que hasta su misma madre, a quienes el testamento de su padre había encargado la regencia, atentaron contra su vida. Pero parece que el pupilo real supo librarse de los puñales de sus protectores legales: anduvo errante y miserable durante siete años, cambiando de asilo todas las noches y fugitivo en su propio reino, haciendo la vida del cazador nómada y sin patria. De este modo el niño se hizo hombre, y hombre fuerte. Lo que de él sabemos se funda principalmente en el testimonio de los contemporáneos. Sin embargo, puede suceder que las leyendas, que en Oriente corren como el relámpago, hayan formado al poderoso rey una gran aureola, y lo adornaran con los atributos de un Sansón y de un Rustan. Después de todo, semejante aureola conviene a la figura de Mitrídates, como la corona de nubes al gigantesco pico de la montaña. Si las líneas principales están recargadas de colorido y tienen algo de fantásticas, no están, sin embargo, muy alteradas. Las piezas de la armadura con las que se revestía el gigantesco cuerpo del rey de Ponto excitaban la admiración de los asiáticos y más aún la de los italianos.

EL ORIENTE Y EL REY MITRÍDATESAlcanzaba en la carrera a la bestia más ligera; domaba el caballo más fiero, y una vez corrió cincuenta leguas en un día, cambiando de cabal­gadura; montado sobre su carro, guiaba dieciséis caballos. Ganó infini­dad de premios en los juegos de destreza y velocidad (si bien es verdad que no hubiera hecho muy buen negocio el que hubiera vencido al rey). Cazando, y a galope, con seguridad hería la pieza. Por último, en la mesa desafiaba a sus convidados y convertía sus banquetes en una reunión de apostadores, en las que vencía al bebedor más probado y al glotón más intrépido. Tampoco tenía rival en el harén y sus placeres, si hemos de creer las licenciosas afirmaciones de sus queridas griegas, cuyas amorosas cartas se encontraron un día entre sus papeles. En cuanto a las necesidades del espíritu, corría en el campo sin límites de las su­persticiones y consagraba muchas horas a la interpretación de los sueños y a la fantasmagoría de los misterios. Por otra parte, era muy dado a los refinamientos de la civilización de los griegos. Amaba su arte y su música: coleccionaba objetos preciosos, ricos utensilios, antiguas y espléndidas curiosidades de Grecia y de Persia. Sobre todo, era célebre su guardajoyas. Historiadores, filósofos y poetas griegos lo rodeaban constantemente, y en las festividades de su corte, al lado del premio para los comedores y bebedores, había también uno para el bufón más festivo y para el meI' jor cantor. Tal era el hombre, y el sultán no se diferenciaba mucho. En Oriente, donde las relaciones del señor con el subdito están arregladas por la naturaleza y no por la ley, falsa o fiel, este último es una especieI de perro, y el señor es desconfiado y cruel. ¿Qué rey ha superado jamás en desconfianza ni en crueldad a Mitrídates? Por orden suya murieron violentamente o en el fondo de una prisión perpetua, por crímenes reales o imaginarios, su madre, su hermano, sus hermanas, que fueron también sus esposas, tres de sus hijos y tres de sus hijas. Por último entre sus papelesI secretos se encontraron, atrocidad que subleva todavía más, sentencias' de muerte preparadas de antemano contra algunos de sus más fielesservidores. Verdadero sultán hasta el fin, un día se lo verá ordenar quetodo su harén sea asesinado, para que el enemigo no hiciese de él untrofeo de victoria. Su concubina predilecta, una bella efesia, pudo obtenerde él el privilegio de elegir su suplicio, como un último favor. Estudió yI experimentó los venenos y sus antídotos: a sus ojos, este era un ramo! 'rnportante de los trabajos del gobierno, y quiso habituar su cuerpo alveneno en grandes dosis. Así como de joven no había tenido a su alrededor285

más que traiciones y asesinatos, y había aprendido de todos, aun de sus parientes más próximos, a practicar el asesinato y la traición por su propia cuenta, así también sufrió forzosamente las consecuencias de esta edu­cación funesta. La historia lo atestigua: todas sus empresas fracasaron por la infidelidad de sus más íntimos servidores. Agregúense a este cuadro algunos ejemplos de una justicia generosa: castigaba despiadadamente a los traidores, pero por regla general perdonaba al cómplice, cuando estaba bajo la dependencia personal del principal culpable. Pero seme­jantes accesos de equidad se encuentran en todo tirano, por brutal que sea. Lo que distingue a Mitrídates entre todos es su actividad inaudita. Una mañana se encerró en su fortaleza, y permaneció invisible meses enteros. Se lo creyó perdido, pero de repente reapareció con la nueva de que había recorrido de incógnito todo el Asia Menor. Tenía palabra fácil, y además sabía hablar y dar leyes a las veintidós naciones sujetas a su imperio, sin necesidad de intérprete y en sus propias lenguas: notable rasgo del activo dominador del Oriente. Respecto de su gobierno interior, por desgracia nos dice muy poco la tradición escrita. Sin embargo, sabemos que se parece al de todos los sultanes de Asia en lo de reunir tesoros y ejércitos innumerables, que confiaba en sus primeros años a cualquier condottiero griego, en vez de mandarlos y conducirlos por sí mismo contra el enemigo, y en lo de agregar todos los días nuevas sa­trapías a las ya numerosas de sus dominios. En cuanto a los elementos más nobles de la administración, tendencias civilizadoras, útiles manejos de las oposiciones nacionales, miras originales y profundas; de todo esto no hay un solo vestigio en las fuentes históricas. Por tanto sería teme­rario colocar a Mitrídates en la misma línea que los grandes Osmanlis, que un Mahomet II, o un Solimán el Magnífico. A pesar de su cultura helénica, que le sentaba casi peor que la armadura romana a sus capadocios, para nosotros jamás será más que un puro oriental: rudo, arrastrado por los apetitos sensuales, supersticioso, cruel, sin fe y sin escrúpulos. Por otra parte tenía una organización poderosa, y estaba maravillosamente dotado en su aspecto físico, de tal suerte que al verlo debatir y abrirse enérgicamente su camino, y luchar después infatigable hasta el fin, se lo creería un gran talento, ¡qué digo! un verdadero genio. No niego que en el siglo en que la República romana estaba agonizante fuese más difícil hacerle frente que en los tiempos de Escipión o de Trajano, ni que la embarazosa situación de Roma en Italia en el momento286

EL ORIENTE Y EL REY MITRÍDATESen que comenzaron los trastornos en Asia fuese lo que le permitió a Mitrídates resistir el doble de tiempo que Yugurta. Pero no por eso es menos cierto que, antes de las guerras contra los partos, fue el único que se mostró como un enemigo que los romanos necesitaron tener muy en cuenta, y que se defendió de ellos, como el león del desierto se defiende del cazador. Pero, fuera del homenaje tributado a la tenaz resistencia que se apoya solo en las fuerzas físicas, ¿debemos llevar aún más adelante nuestra admiración?Por lo demás, cualquiera sea el juicio que se forme acerca del hombre, la figura de Mitrídates continuará siendo grande en la historia. Sus gue­rras dieron lugar a la última sacudida de la oposición política de la Hélade contra Roma, y fueron también las precursoras de una vasta insurrección contra la supremacía de la República. Esa insurrección en verdad fue suscitada por antagonismos de otra especie y mucho más profundos, y manifiesta, en fin, la reacción nacional en Asia contra los occidentales. Como Mitrídates era hombre de Oriente, su reino fue también oriental. En su corte y entre los grandes, existían la poligamia y el harén. La re­ligión de los habitantes de los campos, lo mismo que la oficial alrededor del trono, era el antiguo culto asiático, y el helenismo superficial y local no se diferenciaba apenas del de los Tigranes de Armenia o del de los Arsácidas del Imperio parto. Concedo que, al principio, los griegos de Asia Menor hubiesen creído hallar en el rey de Ponto un punto de apoyo para la realización de sus sueños políticos, pero la parte que tomaron en sus batallas no se pareció en nada a las jornadas de Magnesia y de Pidna. Después de un largo reposo se abría un nuevo periodo en ese gi­gantesco duelo de Occidente contra Oriente que comenzó en los campos de Maratón, que el mundo antiguo ha legado a la generación presente, y que quizás exigirá todavía millares de años en el porvenir.LOS PUEBLOS DE ASIA MENORPor determinada que parezca, en todo su ser y sus actos, la personalidad verdaderamente extraña y antihelénica del rey capadocio, no es menos difícil fijar su carácter y el elemento nacional. Todo lo que nos da la historia es una apreciación general, una vista total. En el inmenso dominio de la civilización antigua, ningún país presenta un cuadro tan cubierto de razas,

HISTORIA DE ROMA,iaMMWdiversas entre sí y superpuestas o mezcladas desde tiempo inmemorial, como el Asia Menor; tampoco en ninguna parte flota la nacionalidad tan indistintamente. Los pueblos semíticos forman una cadena ininterrum­pida desde Siria hasta Chipre y Cilicia, y en las costas carias y lidias es también su sangre la que parece que predomina. Por el contrario, el ex­tremo noroeste está ocupado por los binios, parientes de los tracios. En el interior y en la costa septentrional se encuentran una porción de pueblos indogermánicos, muy próximos también a la familia iraní. De los idiomas de Armenia y de Frigia,1 y del de Capadocia, podemos decir con gran verosimilitud que tienen parentesco con el avéstico. Por otra parte, como parece cierto que entre los misios se mezclaban las lenguas lidia y frigia, en este punto hay que concluir de aquí la existencia de una tribu semítica irania, parecida al pueblo asirio. En lo tocante a los países que se extienden entre Cilicia y Caria, confieso que nos faltan datos precisos a pesar de los numerosos restos de la escritura y de la lengua indígenas llegados hasta nosotros; y puede creerse que los habitantes pertenecían en parte a los semitas y en parte a los tracios. Por último, hemos dicho en un estudio precedente de qué modo Grecia había arrojado sobre esta aglomeración confusa de pueblos la red de sus ciudades comerciales, cómo el Asia Menor había sido conquistada al helenismo por el genio guerrero y el poder intelectual de sus vecinos.PONTO. CONQUISTAS DE MITRÍDATES CÓLQUIDA. LAS RIBERAS AL NORTE DEL MAR NEGROTales eran las regiones donde reinaba Mitrídates. Su imperio propio ocupaba la Capadocia del mar Negro, o el país del Ponto. Colocado en el extremo noreste de la península, tocando a la Armenia y en diarios contactos con ella, la nacionalidad iraní del Ponto se había mantenido allí más pura que en el resto del Asia Menor. La Hélade no había sabido echar allí profundas raíces. A no ser a lo largo de las costas, donde se encontraban en gran número los establecimientos griegos, las importantes plazas comerciales de Trapezus (Trebisonda), Anusos (Samsoum) y, sobre todo, la ciudad natal y residencia de Mitrídates, la floreciente Sinope; el país había conservado su aspecto primitivo. No es que estuviese desierto. Lejos de esto, así como en nuestros días la región póntica es una de las288

EL ORIENTE Y EL REY MITRlDATESmás fértiles y bellas de la tierra, y en la que se ven sucederse los campos de trigo, los bosques y los árboles frutales, así también en los tiempos de Mitrídates estaba bien cultivada y relativamente bien poblada. Propia­mente hablando, no había más que un corto número de ciudades; el resto eran castillos que servían de reductos a los labradores, y de tesoros for­tificados al rey, pues era allí donde encerraba los productos del impues­to. Solo en la pequeña Armenia se contaban sesenta y cinco pequeñas ciudadelas reales. No parece que Mitrídates haya hecho nada activamen­te para favorecer allí la construcción de ciudades, fenómeno muy sencillo para quien sabe cuál era su situación, y se da cuenta de esta reacción real y progresiva contra el helenismo, cuya influencia sufría quizá sin darse cuenta. Sin embargo, se muestra muy activo a la manera oriental: atareado sin cesar, extiende constantemente por todos lados los límites de su ya vasto reino, aun suponiendo que se exagere al darle a este cerca de mil leguas de circunferencia. Encontramos sus ejércitos y sus escuadras en las costas del mar Negro, en Armenia y en Asia Menor. Pero en ninguna parte tenía campo más libre y más grande que en las costas orientales y septentrionales del Euxino. Procuremos echar por esta parte una ojeada, por difícil o, mejor dicho, por imposible que sea trazar claramente el cuadro de las conquistas reales. En la costa oriental, casi desconocida antes de Mitrídates, en efecto es él quien la reveló a la historia, lo vemos arrancarle a sus príncipes locales el país de Cólquida, con la escala ya considerable de Dioscuriades (después Sebastópolis, hoy Iskuriah), y formar con ella una satrapía póntica. Aún más fructuosas fueron sus empresas en el norte.2 La naturaleza del suelo y su temperatura variable, que oscila desde el clima de Estocolmo hasta el de Madera por las sequías absolutas y la falta de nieves, que duran algunas veces hasta veintidós meses o más, las estepas inmensas, llanas y peladas que se extienden más allá del Eusino, del Cáucaso y del mar Caspio, aparecen hoy rebeldes a la agricultura y aún más a la colonización fija. Lo mismo sucedía en los tiempos antiguos, por más que, al remontarnos dos mil años antes de nuestra era, las condiciones del clima quizás eran menos malas.3 Los pueblos conducidos allí por la emigración se entregaron, y se entregan todavía en parte, a la vida nómada y de pastoreo para acomodarse a las circunstancias de los lugares. Cambian constantemente de morada, conducen sus innumerables manadas de bueyes, y más frecuentemente de caballos, y llevan su casa y sus muebles sobre carros. Sus armas y su289

manera de pelear eran semejantes a su vida: los habitantes de las estepas se batían casi siempre a caballo y sin orden. Llevaban su yelmo y su coraza de piel, y el escudo forrado de cuero; traían además espada, lanza y arco. Verdaderos antepasados de los modernos cosacos, al marchar del este hacia el oeste habían empujado a los escitas indígenas, de raza mongólica sin duda, quienes se aproximaban a los actuales pueblos de Siberia por las costumbres y los caracteres físicos. Comúnmente se dice que perte­necían con los sauromatas y los roxolanos, o yazigas, a la familia sármata, de origen eslavo, pero las denominaciones que se les han dado recuerdan más bien los idiomas medo y persa, y quizá deberían unirse todos al gran tronco del avéstico. Por lo demás, los enjambres tracios que llegaron hasta el Dniéster, particularmente los getas, habían seguido el camino opuesto. Entre los unos y los otros, hijos perdidos de la gran emigración germánica cuya masa principal no se acercó nunca al mar Negro, cerca del Dniéper se movían algunas tribus que se llamaban celtas y formaban el pueblo de los bastarnas, y más lejos, en las bocas del Danubio, el de los peuce-tianos. En ninguna parte se veía un Estado constituido; cada raza obedecía a sus príncipes, a sus ancianos.EL HELENISMO EN ESTOS PAÍSES ;Frente a estos bárbaros, y aunque eran muy diferentes de ellos, se halla­ban los griegos. Sus establecimientos, numerosos en estas playas, habían sido fundados por la ciudad de Mileto particularmente, en los tiempos de su poderosa prosperidad comercial. Estos establecimientos constituían simples mercados o estaciones para la pesca, que era tan productiva en estos mares, o bien colonias agrícolas; porque, como ya hemos dicho, la costa norte del mar Negro ofrecía en los tiempos antiguos algunos sitios fértiles que no se encontrarán ya en la actualidad. Lo mismo que los fenicios en Libia, los helenos pagaban a los señores del país un canon determinado a cambio del suelo, cuyo disfrute se les había concedido. Entre los puntos de escala más importantes, se citaban la ciudad libre de Quersoneso (no lejos de Sebastopol), en el país de los escitas, y la península táurica (Crimea). A pesar de las dificultades locales, el bienestar había engendrado allí una constitución ordenada y el espíritu de prudencia de los ciudadanos. Más lejos, en el flanco opuesto de la península, estaba290

EL ORIENTE Y EL REY MITRÍDATESPanticapea (Kertsch), sobre el estrecho del mar Negro al de Azov, go­bernada desde el año 457 de Roma por magistrados ciudadanos con título hereditario, que más tarde tomaron el de reyes del Bosforo, y formaron las dinastías de los Archeanaktidas, de los Espartocidas y de los Pserisadas. El cultivo de los cereales y la pesca en el mar de Azov habían elevado a esta ciudad a una rápida fortuna. En tiempos de Mitrídates, su territorio se extendía sobre la mitad de Crimea, y comprendía Teodosia (Kaffa), la ciudad de Panagoria, en el extremo opuesto del continente asiático, y toda la región sindica (sobre la costa, al sur del Kuban). En mejores tiempos los señores de Panticapea habían reinado en tierra firme en todos los pueblos de la costa oriental del mar de Azov y del valle del Kuban; mientras que por mar su escuadra había sido la reina del Eusino. Pero nada puede expresar cuánto se notaba en estas regiones, que eran frontera de la civilización griega, la postración de la nacionalidad helénica en aquellos momentos. Solo Atenas había intentado en sus buenos tiempos cumplir con su deber de potencia directora. Pero aun con esto, hay que añadir que le hacía mucha falta el trigo de las costas del Ponto y que obedecía forzosamente a un interés vital. Después de la caída del poder marítimo de Atenas, todos estos países quedaron abandonados a sí mismos. Los Estados griegos continentales no consiguieron nunca implantarse profundamente en ellos, a pesar de los esfuerzos de Filipo, padre de Alejandro, y más tarde del empeño de Lisimaco. Roma, a su vez, cuando después de haber conquistado Macedonia y Asia Menor había contraído el deber de servir de escudo a la civilización helénica, por donde quiera que lo necesitara, despreció la voz imperiosa del interés y del honor, y de esta forma no tardó en caer Sinope. Después de esto Rodas llegó a una gran postración, y el aislamiento de los griegos fue completo, perdidos en las riberas septentrionales del mar Negro. ¿Se quiere tener una idea clara de su condición deplorable en medio de las bandas de los bárbaros? Léase la inscripción de Olbia (no lejos de las bocas del Dniéper, cerca de Oczakof), sin duda contemporánea de Mitrídates. Esta inscripción atestigua que los ciudadanos estaban obligados a enviar un tributo anual al rey bárbaro, a su propio campamento. Además vino a establecerse delante de la ciudad, y, aunque no hizo más que pasar por ella, hubo que ofrecerle ricos presentes. Incluso hasta era necesario algunas veces hacer regalos a los jefes más insignificantes, y aun a toda la horda, pues costaría muy caro mostrarse mezquinos. Pero las cajas297


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