Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



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LOS PAÍSES SUJETOS HASTA EL TIEMPO DE LOS GRACOSusando las más suaves formas, y casi sin hacer alusión a la reparación de­bida por las recientes injurias, reiteró las órdenes de Roma. Pero los hombres que dirigían los destinos de la Acaya y su nuevo estratega Critolao (de 607 a 608) se imaginaban ser consumados políticos, y habían deducido de la actitud de César que debían ir mal los asuntos de Roma en África y en España (contra Cartago y Viriato). Por consiguiente redoblaron sus ofensas. Se pidió a César que, para terminar las diferencias entre los partidos, se citase a una reunión de diputados en Tegea; César consintió en ello. Estuvo allí solo con los lacedemonios esperando largo tiempo, hasta que al fin se presentó Cristolao. Según él, solo era competente para tratar la cuestión la asamblea general del pueblo aqueo; por tanto, era necesario dejar la deliberación para la próxima reunión de la dieta, es decir, para seis meses después. Entonces César partió para Roma, pero el pueblo aqueo, por una moción de su estratega, declaró en forma la guerra contra Esparta. Mételo intentó una vez más la conciliación y envió diputados a Corinto. Pero la reunión tumultuosa, compuesta en su mayor parte por el populacho de esta ciudad comerciante e industrial, ahogó con sus gritos la voz de los romanos y los obligó a abandonar la tribuna. Hubo una indecible explosión de alegría cuando Critolao exclamó que querían tener a los romanos por amigos, pero no por señores. Ante esto, y como los miembros de la dieta quisieron interponerse, el pueblo pro­tegió a su favorito y aplaudió estrepitosamente todas sus frases pomposas sobre "la traición de los ricos, la necesidad de una dictadura militar", y sus veladas alusiones "de un próximo levantamiento de todos los pueblos y reyes contra Roma". En este movimiento revolucionario de los espíritus se tomaron dos decisiones que los retratan perfectamente: los clubes fueron declarados permanentes hasta que se restableciese la paz, y se suspendieron todos los procesos por deudas. La Acaya tenía declarada la guerra, pero no sin aliados, pues se le unieron los tebanos, los beocios y los calcidios. En los primeros días del año 608 (146 a.C.) entraron en Tesalia los aqueos con el fin de apoderarse de Heráclea bajo el Octa, que había abandonado la liga de conformidad con la sentencia del Senado. El cónsul Lucio Mumio, mandado a Grecia, no había llegado aún, y Mételo tuvo que marchar en socorro de Heráclea con las legiones de Macedonia. Cuando el ejército aqueotebano supo que los romanos se dirigían hacia aquel punto, no se pensó ya en pelear, sino que se deliberó sobre el modo de volver lo más pronto posible al Peloponeso y ponerse53

I KOTI(.Ut MKIM WUen lugar seguro. Así pues, levantaron precipitadamente el campamento sin que siquiera les viniese a la mente la idea de apoderarse de la fortísima posición de las Termopilas. Mételo persiguió a los fugitivos, y los alcanzó y acuchilló cerca de Escarpa, en Lócrida. El ejército griego perdió allí mucha gente entre muertos y prisioneros, y no se volvió a saber más de Critolao después de la batalla. Los restos de su ejército se dividie­ron en pequeñas partidas y anduvieron errantes por el país, pidiendo asilo en todas partes y siendo en todas rechazados. Las milicias de Patra fueron destruidas en Fócida, el cuerpo elegido de los arcadios sucumbió en Queronea, y la Grecia del Norte fue evacuada de toda aquella muchedumbre. De los aqueos y de la población de Tebas que huyó casi en masa fueron muy pocos los que pudieron entrar en el Peloponeso. Como siempre, Mételo usó la dulzura para convencer a estos desgra­ciados de que cesasen en su loca resistencia, y ordenó dejar libres a todos los tebanos, excepto a uno. Sin embargo, su benevolencia fracasó no tanto con la energía nacional como con la desesperación de un jefe, que solo se cuidaba de la conservación de su vida. Después de la muerte de Critolao, nombraron nuevamente jefe a Dieo, quien convocó en el Istmo a todos los griegos que estaban en armas y dispuso que entrasen en las filas doce mil esclavos nacidos en Grecia. Además exigió dinero a los ricos, y a los amigos de la paz, que no compraban su vida a precio de oro sobornando al tirano, los enviaba el cadalso. La guerra, pues, continuó con el mismo aspecto que antes. La vanguardia aquea, que constaba de cuatro mil hombres y estaba colocada delante de Megara, huyó con su jefe Alcamenes en cuanto divisó las águilas romanas. Mételo estaba disponiéndose a atacar inmediatamente el principal cuerpo de ejército que guardaba el istmo, pero en aquel momento llegó al cam­pamento el cónsul Mumio y tomó el mando de las tropas. Por su parte los aqueos, alentados por una salida afortunada contra las avanzadas romanas, a quienes habían sorprendido, vinieron a ofrecer batalla a un ejército que duplicaba el suyo. Esta tuvo lugar en Leucopetra, sobre el istmo. Desde el principio de la acción se dispersó la caballería aquea y pudieron salvarse huyendo a la desbandada de la caballería romana, seis veces más numerosa. Los hoplitas resistieron con más vigor, pero los cogió por el flanco una división destacada al efecto y los envolvió. Aquí concluyó la lucha. Dieo huyó a Megalópolis, su patria, mató a su mujer v se envenenó. Entonces las ciudades se sometieron sin hacer la más leve54

LOS PAÍSES SUJETOS HASTA EL TIEMPO DE LOS GRACOSresistencia, y la inexpugnable Corinto, en la que Mumio vaciló en entrar por espacio de tres días temiendo alguna emboscada, fue ocupada sin disparar una flecha.LA ACAYA PROVINCIA ROMANAEl arreglo de los asuntos griegos fue confiado al cónsul, auxiliado por una comisión de diez senadores, y se portó de modo que mereció el reconocimiento del pueblo que tenía a sus pies. Dicho sea de paso, tuvo la loca jactancia de tomar el título de "Acaico" en recuerdo de sus hazañas y de su victoria, y de construir y dedicar un templo a Hércules victorioso. Por lo demás, siendo hombre nuevo, para emplear la expresión de los romanos de aquel tiempo, extraño al lujo y a la corrupción aristocrática, y poco favorecido por la fortuna, Mumio fue justo y humano en su administración. Sería hiperbólico decir que solo Dieo, entre los aqueos, y Piteas, entre los beocios, fueron los que entonces perdieron la vida. En Caléis se cometieron también crueles excesos, pero las condenas a pena capital fueron generalmente raras. Se quisieron destruir todas las estatuas de Filopemen, el fundador del partido patriota de Acaya, y Mumio se opuso abiertamente a ello. En cuanto a las multas impuestas a las ciudades, no fueron a llenar las arcas del Tesoro de Roma: una parte sirvió para indemnizar a las poblaciones que habían sufrido, y más tarde se les devolvió el resto. Con respecto a los bienes de los acusados del crimen de alta traición, fueron devueltos a sus ascendientes o a sus hijos, si los tenían, en lugar de venderlos en beneficio del Estado. Pero los tesoros del arte que había en Corinto, Tespies y demás ciudades fueron arreba­tados y llevados en parte a Roma y en parte a otras ciudades de Italia.'3 Una porción de ellos también fueron a adornar los templos del Istmo, de Belfos y de Olimpia a título de donativos piadosos.La misma equidad presidió las medidas tomadas para la organiza­ción definitiva del país. Las ligas fueron disueltas, como exigía la regla de la institución provincial (volumen II, libro tercero, pág. 77), sobre todo la liga aquea. Entre las ciudades aisladas en adelante se restringió o prohibió cierta clase de comercio (comercium), pues nadie podía adqui­rir propiedad inmueble en dos ciudades a la vez. Por lo demás se siguió el procedimiento, iniciado ya por Flaminio, de suprimir todas las cons

,!Od O|tituciones democráticas, y se entregó el mando supremo en las grandes ciudades a un consejo elegido entre las familias ricas. Cada ciudad pagaba también un impuesto fijo a Roma, y todas obedecían al procónsul de Macedonia, supremo jefe militar con plenos poderes administrativos y judiciales, y que intervenía en todos los procesos criminales de impor­tancia. No obstante, Roma dejó a estas ciudades "sus libertades", es decir, la soberanía interior. Esto era puramente nominal y de forma, si se considera que la República pesaba sobre ellas con la hegemonía que se había atribuido, pero llevaba consigo la independencia absoluta de la propiedad del suelo y los derechos de libre administración y de justicia.'4 Algunos años después Roma les permitió una especie de sombra de su antiguo Estado federal, y llegó a levantar interdictos que prohibían la enajenación de la propiedad inmueble.DESTRUCCIÓN DE CORINTOUna suerte más dura estaba reservada a Tebas, Caléis y Corinto. No censuramos a Roma por haber desarmado las dos primeras, arrasado* sus murallas y haberlas convertido en ciudades abiertas, pero es una mancha fea en los anales de la República la destrucción total de la flo­reciente Corinto, la primera plaza de comercio de Grecia. Por orden expresa del Senado fueron perseguidos sus habitantes, y todos los que no perecieron fueron vendidos como esclavos. La ciudad no perdió solo sus muros y su ciudadela, rigor inevitable desde el momento en que Roma quería dominar allí por la fuerza, sino que fue completamente arrasada, y se prohibió, con las solemnes maldiciones de costumbre, edificar jamás sobre aquel lugar. Su territorio fue agregado en parte a Sición con la carga de pagar las festividades nacionales ístmicas, en tanto el resto fue decla­rado dominio público del pueblo romano. De este modo cayó "la pupila del ojo de la Hélade", última y preciosa joya de esta tierra tan rica antes en ciudades florecientes.Si echamos una última ojeada sobre esta gran catástrofe, reconoceremos con la imparcialidad de la historia lo que no pudieron negar los más sabios entre los griegos de entonces, a saber, que no puede imputarse la ex­plosión de la guerra de Acaya a las faltas de los romanos. La intervención de las armas romanas vino forzosamente por las imprudentes violaciones

LOS PAÍSES SUJETOS HASTA EL TIEMPO DE LOS GRACOSde la fe jurada y por las más locas temeridades de parte de sus débiles clientes. La supresión de la independencia -palabra vana y vacía- de las ligas griegas, y con ella de todo ese espíritu de vértigo pernicioso, fue un bien para el país.Aun dejando mucho que desear, el gobierno del general romano colocado a la cabeza de la provincia de Macedonia valía infinitamente más que el perpetuo embrollo administrativo de confederaciones siempre en lucha con las comisiones enviadas por Roma. A partir de ese día, el Peloponeso dejó de ser el punto de enganche de la soldadesca. Es cosa averiguada, y se comprende fácilmente, que con el gobierno directo de la República resucitaron por todas partes la seguridad y el bienestar públicos. Los griegos de entonces aplicaban a la caída de su independencia nacional, y no sin razón, la famosa frase de Temístocles: "La ruina im­pidió la ruina". Se ve perfectamente la indulgencia excepcional de Roma con la Hélade, si uno fija la atención en la condición impuesta en esta misma época a los fenicios y a los españoles. Parecía cosa permitida tratar duramente a los bárbaros, pero con los griegos, los romanos practicaban desde el siglo de los Escipiones la frase que saldrá más tarde de boca del emperador Trajano: "Sería cosa propia de un bárbaro y de un hombre cruel quitar a Atenas y a Esparta la sombra que aún les queda de su antigua libertad". Así es que la catástrofe de Corinto viene a formar un repug­nante contraste con el resto del cuadro. En medio de la templanza que por todas partes usaba el vencedor, sublevó hasta la indignación de los panegiristas de los horrores de Cartago y de Numancia. En efecto, nada los excusa en el derecho público de Roma, ni aun las injurias inferidas a los embajadores en las calles de la desgraciada ciudad. No se atribuya, sin embargo, el odioso suplicio a la brutalidad de un solo hombre, y menos a Mumio que a cualquier otro. Como ya hemos dicho, Mumio no fue más que el ejecutor de una medida fríamente deliberada y decidida en pleno Senado. Más de un juez reconocerá en ella la mano del partido de los comerciantes, que en esta época se había introducido ya en la región de la política y crecía al lado de la aristocracia. Destruyendo Corinto se quiso destruir una ciudad comercial. Como es verdad que los grandes comerciantes romanos ejercieron una decisiva influencia en el arreglo de los asuntos de Grecia, se comprende por qué Corinto pagó precisamente por el crimen de todos. Sus jueces, no contentos con destruirla al presente, la proscribieron también para el porvenir, al prohibirle a todos en adelante57

>,Iestablecerse en aquel suelo propicio para las transacciones comerciales. El centro de los negocios para los especuladores romanos, que continuaban afluyendo a Grecia, se trasladó en un principio a la peloponesiaca Argos, pero muy pronto se les sobrepuso Délos. Fue declarada puerto franco romano en el año 586, pues ya se había atraído una buena parte del movimiento comercial de Rodas (volumen II, libro tercero, pág. 322). Por lo demás heredó definitivamente a Corinto, y, durante muchos siglos, la isla de Apolo fue el gran centro y depósito de las mercancías que venían de Oriente a los países de Occidente.'5ASIADesde Roma hasta el tercer continente del mundo antiguo había más distancia que desde las costas de Italia hasta las de África o hasta los dominios de Grecia y de Macedonia, separados de la metrópoli solo por mares estrechos. Por esta razón, la dominación de la República hizo más lentos e incompletos progresos en Asia.REINO DE PÉRGAMO. PROVINCIA DE ASIA GUERRA CONTRA ARISTÓNICORechazados del Asia Menor, los Seléucidas habían dejado el primer lugar a los reyes de Pérgamo. Lejos de extraviarse con las tradiciones de las monarquías fundadas por los sucesores de Alejandro, los Atálidas se guardaron de soñar con lo imposible, como políticos fríos y prudentes que eran. No aspiraron a extender sus fronteras ni a sacudir la carga de la soberanía de Roma; y todos sus esfuerzos se dirigieron, siempre con el permiso de Roma, a fomentar el bienestar de su reino y la prosperidad que la paz proporciona. Pero aun haciendo esto atrajeron sobre sí los celos y las sospechas de la República. Dueña ya de la costa europea de la Prepontide, de la costa occidental del Asia Menor y del continente hasta Capadocia y Cilicia, y en estrechas relaciones con la corte de Siria, donde Antioco Epifanes (muerto en el año 590) había subido al trono con el auxilio de los pergamianos, Eumenes II había incurrido en la desconfianza de aquellos mismos que habían contribuido a su grandeza.

M*M*BS SUJETO»!En efecto, era tanto más grande cuanto más habían decaído sus vecinos de Macedonia y de Siria. Ya hemos dicho anteriormente que, al día siguiente de la tercera guerra de Macedonia, el Senado había usado contra su antiguo aliado inicuos procedimientos diplomáticos con el fin de humillarlo y debilitarlo.Las relaciones entre el rey de Pérgamo, por un lado, y las ciudades comerciales libres o semilibres, situadas en medio de sus Estados o inmediatas a los bárbaros, por otro, eran ya muy tirantes. El desagra­do del Estado soberano las hizo aún más difíciles. Como el tratado de paz del año 565 había dejado indecisa la cuestión de si las alturas del Tauro, al norte de la Panfilia y de la Psidia, pertenecían a Siria o a Pérgamo, la valiente nación de los Selgas se entregó nominalmente al sirio y opuso durante largos años la más enérgica resistencia a los esfuerzos de Eume-nes II y del Átalo II. Las impracticables montañas de la Psidia les servían de ciudadela. Por otra parte, los celtas de Asia, que con anuencia de Roma habían obedecido en un principio a los pergamianos, se sublevaron, se pusieron de acuerdo con el enemigo hereditario de los Atálidas, Prusias de Bitinia, y comenzaron inmediatamente la guerra (año 587). El rey no tenía tiempo para reunir mercenarios, y, a pesar de su prudencia y su bravura, sus milicias asiáticas fueron derrotadas y su territorio fue inundado por los bárbaros. Después, cuando se dirigió a los romanos suplicándoles que interviniesen, sabemos las ventajas que pudo sacar de la intervención de Roma (volumen II, libro tercero, pág. 320). Sin embargo, en el momento en que con la ayuda de sus rentas y tesoros, siempre dispuestos, pudo poner en pie de guerra un ejército formado por verdaderos soldados, rechazó prontamente las hordas salvajes que habían violado sus fronteras. Aunque perdió la Galacia y la influencia de Roma aniquiló sus obstinados esfuerzos para apoderarse de ella, e incluso a pe­sar de los ataques abiertos o de las maquinaciones secretas de sus vecinos y de sus buenos amigos de Italia, dejó a su muerte (hacia el año 595) un reino íntegro y próspero.16 Su hermano Átalo II Filadelfo (muerto en el año 616) rechazó con el auxilio de Roma los ataques de Farnaces, rey del Ponto, que quería apoderarse de la tutela del hijo menor de Eumenes, y como él mismo era su tutor por toda su vida, como Antígono Doson, reinó en lugar de su sobrino. Hábil, activo, astuto en alto grado, digno en todo de su nombre de Atalida, llegó a convencer al Senado de lo infundado de sus antiguas desconfianzas. El partido antirromano lo acusó59

HISTORIA DE ROMA, UBRWpBKA» «<.: 1 -«Mde no haber sido más que el guardián del país en interés de Roma, de haber sufrido las ofensas y perjuicios más irritantes sin decir una palabra. Sin embargo, con la alta protección de Roma le fue permitido obrar y terminar de un modo decisivo las contiendas relativas a los tronos de Siria, de Capadocia y de Bitinia. Prusias el cazador (de 572 a 605), rey de este último país, y que reunía en su persona todos los vicios de la barbarie y de la civilización, promovió contra él una guerra peligrosa de la que lo salvó la intervención romana. Se había visto sitiado en su propia capital, en tanto Prusias había rechazado con desprecios una primera intimación de Roma (de 598 a 600). Su pupilo Átalo III Filometor (de 616 a 621) sustituyó el gobierno tranquilo y mesurado de los anteriores reyes de Pérgamo con el régimen de los sultanes. Átalo quiso desem­barazarse de los molestos amigos a quienes su padre pedía consejo; por eso los reunió en su palacio e hizo que sus soldados los degollasen, primero a ellos y después a sus mujeres e hijos. Cabe señalar que al mismo tiempo escribía libros sobre jardinería, se entregaba al cultivo de las plantas venenosas y modelaba la cera por sus propias manos. Afortunadamente lo arrebató pronto la muerte, y en él se extinguió la línea de los Atálidas. En semejante caso, según el derecho público de Roma con los Estados de su clientela, el rey difunto podía arreglar su sucesión por medio de un testamento. ¿Fue su rencor monomaniaco hacia sus subditos, rencor manifestado tantas veces durante su vida, lo que le sugirió la idea de instituir a Roma heredera de su reino, o al disponerlo así no hacía más que reconocer claramente la soberanía de hecho que Roma ejercía sobre su corona? No es fácil averiguarlo: lo que sí hay de cierto es que el testa­mento lo disponía de esa forma. Los romanos aceptaron la herencia, y la sucesión de Átalo, con los reinos y los tesoros de Pérgamo, fueron en Roma la nueva manzana de la discordia entre los odios de los partidos. El testamento real suscitó además en Asdia una guerra civil. En Leuca, pequeña ciudad marítima situada entre Esmirna y Focea, se sublevó Aristónicos, hijo natural de Eumenes II, y reivindicó el trono confiando en el odio de los asiáticos contra la dominación extranjera. Focea y otras ciudades se declararon por él, pero los efesios, que solo en la fidelidad hacia Roma veían la salvación de sus propios privilegios, lo detuvieron y lo batieron por mar, y, en consecuencia, emprendió la huida hacia el interior. Se creía ya que había desaparecido para siempre cuando de repente volvió al frente de los nuevos habitantes de la "Ciudad del Sol"176o

LOS PAÍSES SUJETOS HASTA EL TIEMPO DE LOS GRACOSo, mejor dicho, a la cabeza de una multitud de esclavos, llamados por él a la libertad. Se apoderó de las ciudades lidias de Tiatira y de Apolo, y se hizo dueño de una parte de los Estados de los Atálidas. Se le unieron numerosas bandas de mercenarios tracios, y así la guerra tomó un aspecto serio. Por su parte los romanos no tenían legionarios en Asia. Las ciudades libres y los contingentes de los príncipes clientes de Bitinia, Paflagonia, Capadocia, Ponto y Armenia no supieron defenderse. Aristónicos entró por la fuerza de las armas en Colofón, Sanios y Mindos. Ya había conquistado todo el reino de sus padres cuando desembarcó un ejército romano (en los últimos meses del año 623), al frente del cual iba el cónsul y gran pontífice Publio Licinio Craso Muciano, uno de los hombres más ricos y cultos, célebre a la vez como orador y como jurisconsulto. Craso estableció su campamento no lejos del pretendiente, y puso sitio a Leuca. Pero teniendo poca vigilancia durante los primeros trabajos, fue sorprendido y batido por un adversario a quien menospreciaba, y un pelotón de Tracios lo hizo prisionero. A pesar de esto, no quiso dejar que semejante enemigo tuviese la gloria de llevar en triunfo a un general en jefe del ejército romano, e insultó a los bárbaros que lo tenían cautivo sin conocerlo y se hizo asesinar por ellos (a principios del año 624). De hecho el consular era ya cadáver cuando fue reconocido. Se cree que con él cayó Ariarato, rey de Capadocia. Poco tiempo después Aristónicos fue alcanzado por el sucesor de Craso, Marco Perpena: su ejército fue dispersado, y él sitiado en Estratonicea, conducido a Roma y decapitado. Pero, muerto Perpena de repente, se confió a Marcio Aquilio la misión de vencer las últimas resistencias y reorganizar definitivamente la provincia (año 625). Roma dispuso del territorio de Pérgamo como había dispuesto antes del de Cartago. Asignó a los reyes vecinos, sus clientes, la región oriental del reino de los Atálidas para no tener que guardar la frontera, y librarse de este modo de la necesidad de mantener en Asia una guarnición permanente. Por otra parte, dio Telmisos a la liga licia y unió los establecimientos de Tracia a su provincia de Macedonia. Del resto hizo una nueva provincia, y, como había dado antes el nombre de África al gobierno de Cartago, dio a esta, no sin intención, el nombre del con­tinente del que formaba parte (provincia de Asia). Le fueron perdonados los impuestos que pagaba antes a Pérgamo, y todo el país fue tratado con la misma dulzura que Grecia y Macedonia. Así terminó la más

HISTORIA DE ROMA, LIBRO IWÜAM «gfltftt tttiM tfUpoderosa nación del Asia Menor. En adelante no fue ya más que un departamento del Imperio Romano.EL ASIA OCCIDENTALEn cuanto a los otros pequeños Estados o ciudades del Asia occidental, reino de Bitinia, principados Paflagonios y Galos, confederaciones licias, carias y panfilias, ciudades libres de Cicica y de Rodas, todos permane­cieron en su condición anterior y restringida.CAPAD O CÍAAl otro lado del Halis, en Capadocia, donde el rey Ariarato V Filopator (de 591 a 624) se mantuvo sobre el trono apoyándose principalmente sobre los Atálidas, y a despecho de los ataques de su hermano y rival Holofernes, a quien sostenían los sirios, la política continuó marchando conforme a las miras de la corte de Pérgamo: sumisión absoluta a Roma y marcada obediencia a las tendencias de la civilización griega. Siendo semibárbaro el país antes de Ariarato, fue él quien lo hizo accesible a la Grecia, y, al mismo tiempo, a sus excesos y a su degeneración, al culto de Baco, a los escándalos y a los desarreglos de las compañías de actores ambulantes que se llamaban "artistas". Para recompensar su fidelidad hacia Roma, fidelidad que les costó la vida en la lucha contra el usurpador del trono de Pérgamo, los romanos tomaron por su cuenta la causa de su hijo menor, Ariarato VI. De esta forma rechazaron una tentativa de agresión del rey de Ponto y le dieron la región sudeste del reino de Átalo, la Licaonia, con el país que limitaba con ella por el lado de oriente, y que era ya considerado como perteneciente a Cilicia.PONTOPor ultimo, en la extremidad noreste del Asia Menor, la Capadocia marítima, llamada también el Estado marítimo o el Ponto, aumentó en ex­tensión e importancia. Poco después de la batalla de Magnesia, Farnaces I62

LOS PAÍSES SUJETOS HASTA EL TIEMPO DE LOS GRACOSextendió su territorio más allá del Halis, fue hasta tíos, en la frontera bitinia; se apoderó de la opulenta Sinope y constituyó su residencia real en la antigua ciudad libre griega. Aterrados por estos peligrosos aconte­cimientos sus vecinos le habían declarado la guerra, y al frente de ellos se puso Eumenes II (de 571 a 575). Roma se interpuso y prometió evacuar la Galacia y Paflagonia, pero los acontecimientos siguientes acreditan que Farnaces y su sucesor Mitrídates V Evergetes (598 a 634), fieles a la alianza de Roma durante la tercera guerra púnica, en el transcurso de la lucha contra Aristónico no solo se mantuvieron del otro lado del Halis, sino que también conquistaron y conservaron una especie de patronato sobre las dinastías paflagonias y gálatas. De este modo se posee la clave del enigma y hasta se ve al mismo Mitrídates recompensado, en apariencia, por sus altos hechos en la lucha contra Aristónicos. Pero en realidad fue ganándose a fuerza de oro al general romano, que le dio al hacer la distribución del reino Atalida toda la Gran Frigia. No podemos precisar hasta dónde se extendía por entonces el Ponto hacia el lado del Cáucaso y de las fuentes del Eufrates. Se cree que comprendía bajo el título de satrapía independiente a la región de la Armenia occidental, ubicada en las inmediaciones de Enderis y Diwirigi. O mejor dicho, la pequeña Armenia, la gran Armenia y la Sofena continuaron aún como países independientes.SIRIA. EGIPTO. LOS JUDÍOSMientras que Roma dominaba de este modo la península del Asia Menor, y arreglaba en ella el estado y posesiones de las diversas potencias, incluso allí donde antes se prescindía de ella o se obraba en contra de su voluntad, dejaba libre curso a las cosas en las vastas regiones desde el Tauro y alto Eufrates hasta el valle que riega el Nilo. En realidad, el Senado no había intervenido en el arreglo político que servía de base al tratado de paz celebrado con Siria en el año 565. Este arreglo, que fijaba en el Halis y en el Tauro el límite oriental del patronato de Roma (volumen II, libro tercero, pág. 290), no era practicable y caía por su base. Así como la línea del horizonte en la naturaleza no es más que una ilusión de los sentidos, asimismo es aquel una decepción en la política. Al arreglar por un convenio formal el número de buques de guerra y el de elefantes que


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