Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



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IJW,"se manifiesta el carácter eminentemente militar por el cual se distinguí
la nueva tentativa revolucionaria de la antigua. ;bVIOLENCIA EN EL DÍA DE LA VOTACIÓNComo quiera que fuese, se puso en marcha el proyecto. Como puede suponerse, la ley de cereales y la ley colonial fueron combatidas a todo trance por el gobierno. Se demostró ante el Senado con cifras evidentes que, de votarse la primera, era inminente la bancarrota del Tesoro. Sin embargo, Saturnino no se inquietaba por tan poco. Se suscitó la intercesión tribunicia contra una y otra ley, pero Saturnino pasó adelante e hizo votar. Se advirtió a los magistrados directores de la votación que acababa de oírse un trueno, y Saturnino respondió a los mensajeros senatoriales: "Que el Senado esté tranquilo, porque si no, podrá suceder que al trueno siga el granizo". Por último, el cuestor urbano Quinto Cepión, hijo sin duda del general condenado tres años antes,2 y, como su padre, enemigo ardiente del partido democrático, se arrojó sobre la asamblea con una cuadrilla de hombres de su confianza y la dispersó violentamente. Los rudos soldados de Mario que habían acudido en masa a Roma para votar se reunieron inmediatamente y rechazaron a los ciudadanos. Los comicios fueron reconquistados, y se votaron por una gran mayoría las Leyes Apuleyas. El escándalo había sido grande. Sin embargo, cuando llegó al Senado su turno para pronunciarse sobre la disposición final, según la cual todo senador en el término de cinco días desde la promulgación, y bajo la pena de perder su puesto, debía prestar juramento de fiel obediencia a esta misma ley, ninguno se atrevió a negarse, a excepción de Quinto Mételo, que prefirió abandonar su patria. Mario y Saturnino vieron con gusto alejarse de los negocios públicos y partir para su destierro voluntario al mejor capitán de Roma, y al más enérgico de sus contrarios.CAÍDA DEL PARTIDO REVOLUCIONARIOParecía que por fin se había llegado al puerto. Sin embargo, para quien veía claro, se había fracasado en la empresa. La causa del naufragio estaba en esa malhadada alianza entre un general de ejército, niño en política,216

TENTATIVAS DE REVOLUCIÓN POR MARIO Y DE REFORMA POR DRUSOy un feroz demagogo sin escrúpulos, arrastrado por su pasión y sin las miras del hombre de Estado. Mientras no se había hecho más que combinar planes, se había marchado en buena inteligencia, pero en cuanto se llegó a la ejecución se hallaron con que el famoso general no era más que un personaje incapaz. Descubrieron que su ambición era la de un palurdo, deseoso de alcanzar en títulos al más noble y superarlo, si era posible; de ninguna manera era la del genio que aspira al poder, y que se siente con fuerzas para conservarlo. Por último, quedó claro que toda tentativa que no se apoyase en su personalidad política debía abortar necesariamente, aunque la auxiliasen las más favorables circunstancias.SE OPONE LA ARISTOCRACIA EN MASA L>En efecto, Mario no sabía ni ganar a sus adversarios, ni tenerlos a raya. La oposición que halló en sus asociados era bastante considerable. El partido del gobierno en masa comenzaba a hacerle frente, pues se había visto aumentado con un gran contingente de ciudadanos que, asustándose de las codiciosas miradas que sobre ellos arrojaban los italianos, querían poner a salvo sus privilegios. Además, al observar la marcha de los acontecimientos, toda la gente que tenía algunos bienes de fortuna iba agrupándose en torno al Senado. Por su origen, Saturnino y Glaucia no eran más que jefes y servidores del proletariado. No tenían alianza alguna con la aristocracia del dinero, que probablemente no habría exigido otra cosa que derrotar al Senado con ayuda del populacho, pero que por otra parte aborrecía los tumultos y motines. Durante el primer tribunado de Saturnino habían venido a las manos sus bandas armadas con los caballeros, y la lucha violenta que se había empeñado con motivo de su elección en el año 554, acredita suficientemente la debilidad de sus partidarios. Por lo tanto, hubiera sido muy prudente que Mario no hubiese utilizado, sino con gran moderación, los peligrosos auxilios traídos por sus dos compañeros, y que les hubiese hecho ver a ambos que, lejos de mandar, no tenían más remedio que obedecerlo a él, su señor. Sin embargo, hizo enteramente lo contrario: por el aspecto que iba tomando el asunto, se vio muy pronto que no se trataba de crear un poder inteligente y fuerte, sino de que reinase el soez populacho. Ante esta situación, todos los que poseían algo se asustaron ante este peligro común y esta anarquía,217

y fueron a aumentar las filas de los oligarcas, aglomerándose a su alrededor. Mejor instruido, y reconociendo que solo con el proletariado no puede fundarse nada estable, Cayo Graco lo había intentado todo para atraerse a las clases ricas. Sus tristes sucesores, por el contrario, comen­zaban por realizar con su manera de proceder la reconciliación entre la aristocracia y las clases acomodadas.DESAVENENCIA ENTRE MARIO Y LOS DEMAGOGOSPero esta reconciliación no fue la única causa de la ruina de la empresa. Esta debía fracasar aún con más rapidez, minada como estaba por la discordia que reinaba entre los jefes y que fomentaba necesariamente la conducta más que equívoca de Mario. Mientras que sus dos asociados se afanaban por presentar mociones y sus soldados luchaban por asegurar su elección, Mario permanecía inmóvil y pasivo, como si su deber como jefe político y militar no le impusiese el de aparecer por todas partes, como cabeza, en el día de la batalla. Lejos de esto, volvió la espalda, aterrado por los fantasmas que él mismo había evocado. Como sus asociados habían recurrido a medios que el hombre honrado no podía aceptar de buena voluntad, pero sin los cuales hay que reconocer que no podía llegarse al fin propuesto, quiso lavarse las manos respecto del crimen y sacar partido de él al mismo tiempo, con la actitud que tienen todos aquellos que no ven claro en política ni en moral. Se cuenta que un día tuvo simultáneamente en su casa a Saturnino y sus amigos en una habitación, y a los enviados de la oligarquía en otra, y que con unos y otros tuvo conferencias secretas. Parece ser que con aquellos convino en marchar sobre el Senado, y con estos en atacar a los revoltosos, en tanto iba de una habitación a otra con un pretexto cualquiera, según las dificultades de la situación. La historieta es seguramente falsa, pero pinta al hombre muy vivamente: no la hubiera inventado mejor el mismo Aristófanes. La doblez del cónsul apareció claramente en la cuestión del juramento ordenado por las Leyes Apuleyas. En un principio amenazó rehusarlo a causa del vicio de forma que llevaban las leyes consigo, pero al final lo prestó, con la condición de que fuesen realmente válidas conforme al derecho público. Ahora bien, semejante reserva anulaba el juramento mismo; y todos los senadores se apresuraron a jurar a su vez218

TENTATIVAS DE REVOLUCIÓN POR MARIO Y DE REFORMA POR DRUSOcon las mismas reservas. Lejos de dar esta sanción fuerza a las leyes, puede decirse que las hería de muerte.Esta inconsecuente conducta del ilustre general produjo sus inmediatas consecuencias. Saturnino y Glaucia no se habían hecho revolucionarios ni habían dado a Mario la supremacía política para que renegase de ellos y los sacrificase. Hasta entonces Glaucia, el bufón popular, había arro­jado sobre la cabeza del cónsul las más preciosas flores de su festiva elocuencia, pero en adelante las coronas que le teje no van ya adornadas con rosas ni con violetas. Los tres asociados llegaron a una completa ruptura, que será su perdición, al no ser Mario lo bastante fuerte para sostener por sí solo el peso de la ley colonial, que él mismo había pro­puesto, ni para mantenerse en el pedestal que se le había preparado, y al no estar Saturnino ni Glaucia dispuestos a continuar por su propia cuenta la obra comenzada por Mario. Sin embargo, Saturnino y Glaucia no podían retroceder, pues se hallaban comprometidos; no les quedaba más remedio que dejar sus cargos en la forma ordinaria y entregarse con las manos atadas a sus furiosos adversarios, o apoderarse de un cetro, que sabían que era demasiado pesado. Pese a todo, se decidieron por este último partido. Se convino en que Saturnino se presentaría de nuevo como candidato al tribunado para el año 655, y que Glaucia, aunque simple pastor, aspiraría a los honores del consulado, por más que no pudiera ser elegible hasta pasados dos años. Las elecciones tribunicias salieron a medida de su deseo, y hasta los esfuerzos de Mario, que quiso oponerse a la candidatura del falso Tiberio Graco, mostraron la decadencia de las simpatías del gran capitán entre la muchedumbre. Esta se trasladó a la cárcel donde estaba encerrado el falso Graco, rompió las cadenas y llevó en triunfo por las calles a su nuevo héroe, que fue elegido tribuno por una enorme mayoría. Respecto de las elecciones consulares, Saturnino y Glaucia recurrieron a los mismos medios que les habían dado buen resultado el año anterior, para deshacerse de todos los competidores incómodos. El partido del gobierno sostenía a Cayo Menio, el antiguo jefe de la oposición once años atrás. Este fue asaltado por una cuadrilla de tunos, que lo mataron a palos, y en consecuencia los aristócratas no esperaban más que la ocasión para emplear a su vez la violencia. El Senado ordenó al cónsul Mario que cumpliese con su deber, y Mario, dócil y en interés de los conservadores, desenvainó aquella espada que había recibido de la demagogia y que había prometido usar solo en favor de219

esta. Inmediatamente se convocó a todos los jóvenes. Se les dieron armas sacadas de los edificios públicos, y hasta los senadores aparecieron armados en el Forum, con su príncipe a la cabeza. Mientras se había tratado solo de asonadas y motines, la oposición había llevado la mejor parte, pero no estaba preparada contra semejante ataque y tuvo que defenderse del mejor modo que pudo. Rompió las puertas de las prisiones, llamó a los esclavos a la libertad y a las armas, y proclamó a Saturnino, según se dice, su rey o su general. El mismo día en que los nuevos tribunos entraron en el cargo, el 10 de diciembre del año 654, se empeñó una gran batalla en el gran mercado, la primera que se había librado dentro de los muros de Roma. El éxito no estuvo en ningún momento dudoso. Los populares fueron derrotados y rechazados hasta el Capitolio; allí les cortaron el agua y tuvieron que rendirse. Mario, que mandaba el improvisado ejército del Senado, hubiera querido salvar la vida de sus antiguos asociados, hoy sus cautivos. Saturnino, por su parte, gritaba a la muchedumbre que todas sus mociones las había presentado de acuerdo con el cónsul. Cualquier hombre, aunque hubiera sido mil veces peor que Mario, se hubiera avergonzado del papel que aquel día había desempeñado el general. Pero hacía mucho tiempo que él ya no era el señor. Sin orden suya la juventud noble subió al techo de la curia del Forum (senaculum), donde estaban encerrados provisionalmente los prisioneros, levantó las tejas y las planchas, y asesinó a Saturnino y a sus principales cómplices. Glaucia, que se había ocultado, muy pronto fue hallado y asesinado de igual modo. En este día murieron sin juicio ni forma de derecho cuatro magistrados del pueblo romano: un pretor, un cuestor y dos tribunos, y un gran número de hombres conocidos, y hasta pertenecientes a buenas familias. A pesar de sus grandes faltas, la muerte de Saturnino y de Glaucia es digna de compasión: cayeron como esos centinelas avanzados que su ejército pone de cerca del enemigo, víctimas designadas de un combate sin esperanza y sin objeto.EL GOBIERNO RECONQUISTA TODA SU PREPONDERANCIAJamás la victoria del partido gobernante había sido más completa; jamás la, oposición había sufrido mayor derrota que la del 10 de diciembre del año 654. Esto no había sido desembarazarse de algunos incómodos

TENTATIVAS DE REVOLUCIÓN POR MARIO Y DE REFORMA POR DRUSOalborotadores fáciles de reemplazar a cada instante por gente de la misma estofa. Lo importante era el suicidio público del único hombre que hubiera podido ser un peligro serio para el poder; lo importante, sobre todo, era ver a los dos elementos de la oposición, los capitalistas y los proletarios, completamente divididos al día siguiente del conflicto. Concedo que este resultado no era obra del gobierno, sino de las cir­cunstancias; que la rústica mano del torpe sucesor de Cayo Graco había sido la primera en separar los elementos reunidos tiempo atrás por la destreza del gran tribuno. Pero este era un inconveniente insignifican­te en presencia de los resultados obtenidos: calculada o casual, la victoria era victoria.DECADENCIA POLÍTICA DE MARIONo puede imaginarse nada más triste que la posición del héroe de Aix y de Vercela al día siguiente de la catástrofe que acabamos de referir. Triste papel, sobre todo, cuando se lo compara con la aureola de gloria que lo rodeaba pocos meses antes. Ni en el campo de los aristócratas ni en el de los demócratas, había ya una persona que pensase en el victorioso general para los altos cargos públicos. El personaje seis veces cónsul no pudo ni siquiera aspirar a la censura en el año 656. Mario tomó el partido de marcharse a Oriente a cumplir allí una promesa, según él decía, pero en realidad para no asistir al regreso triunfal de su mortal enemigo, Quinto Mételo. Se lo dejó partir. A su regreso abrió su casa, pero esta continuó vacía. En vano esperó que llegase el día de los combates y de las batallas y que Roma necesitara de su brazo tantas veces experimentado; en vano creyó encontrar la ocasión de una guerra en aquel Oriente donde los romanos tenían tantos motivos para una intervención enérgica. Su esperanza quedó defraudada, lo mismo que sus otros deseos: en todas partes reinó una paz profunda. Una vez que se despertó en él la sed de honores, devoraba tanto más cruelmente su corazón a la vez que se engañaba con falsas apariencias. Dominado siempre por las supersticiones, no hacía más que dar vueltas a un antiguo oráculo que le había prometido siete consulados. En su sombrío pensamiento buscaba por todas partes el cumplimiento de la profecía y la hora de su venganza. Durante este tiempo él era para todos, excepto

para sí mismo, un personaje completamente caído, sin importancia, y que no podía ya perjudicar a nadie.EL PARTIDO DE LOS CABALLEROSEra ya bastante el haber anulado a este hombre peligroso, pero la profunda exasperación hacia los populares que había producido el alzamiento de Saturnino contra el partido de los intereses materiales trajo consigo mayores consecuencias. Se vio a los caballeros condenar dura y despia­dadamente a todo aquel que estaba comprometido con los del partido opuesto. Así condenaron a Sexto Ticio, no tanto por su ley agraria (véase la página siguiente), como por ver en él la imagen de Saturnino, y a Cayo Apuleyo Deciano por haber declarado, siendo tribuno del pueblo, que había cometido una ilegalidad al obrar como lo había hecho contra Saturnino. Se fue más lejos aún: siempre ante el tribunal de los caballeros y contando con éxito seguro, se pidió una satisfacción de las antiguas injurias inferidas a la aristocracia por parte de los populares. Con el concurso de Saturnino, Cayo Norbano había producido ocho años atrás' la ruina del consular Quinto Cepión, y he aquí que ahora lo acusan a él conforme a su propia ley de alta traición. Los jurados vacilaron por mucho tiempo, no porque se preguntasen si Norbano era culpable o inocente, sino porque no sabían quién merecía más su odio entre Saturnino y su asociado, y su común enemigo Cepión. Se decidieron al fin por el desquite. El poder no les era más propicio que antes, pero, después de que se habían visto por un instante bajo la dominación de las masas, todo el que tenía algo que perder miraba ya al gobierno con otros ojos. Por miserable y funesto que fuese para la República, tenía un valor relativo debido al gran miedo que producía la idea de caer en el régimen de la demagogia, aún más miserable y funesto. Y tal era la fuerza de la corriente, que la mu­chedumbre hizo un día pedazos a un tribuno del pueblo que osó poner obstáculos al regreso inmediato de Quinto Mételo. Así, conducidos al último extremo, los demagogos comenzaron a hacer alianza con los asesinos y envenenadores, deshaciéndose por el veneno de aquel Mételo tan aborrecido. Pero también lo hicieron con el enemigo de Roma: de hecho, fueron a refugiarse al lado de Mitrídates, que comenzaba a hacer entonces silenciosamente sus preparativos de guerra contra la República.

TMnwiVAS de revolución por mario y de reforma por drusoPor lo demás, los acontecimientos exteriores ocurrían a medida del deseo del gobierno. Desde la guerra de los cimbrios hasta la guerra social, las armas romanas tuvieron muy poco que hacer, pero en todas partes se mantuvieron a gran altura. Solo en España hubo algunas luchas se­rias. Durante los últimos y difíciles años que acababan de transcurrir, se habían sublevado contra la dominación itálica los celtíberos y los lusitanos. Desde el año 656 hasta el 661, los cónsules Ticio Didio, en la provincia del norte, y Publio Craso, en la del sur, restablecieron con bravura y buen éxito el ascendiente militar de Roma, arrasando las ciudades rebeldes y transportando las poblaciones de la montaña a la llanura cuando fue necesario. Durante esta época el gobierno se había acordado también del Oriente, despreciado durante una generación. Ya referiremos más adelante cómo desplegó Roma en Cirene, en Siria y en el Asia Menor una energía olvidada hacía mucho tiempo. Desde la época de la revolución, nunca el gobierno había parecido tan sólida­mente establecido ni disfrutado de tanto favor. Las leyes propuestas por los cónsules abolían los plebiscitos tribunicios, y las restricciones antiliberales sucedían a las medidas de progreso. No hay que decir que desaparecieron las Leyes Apuleyas; y, en cuanto a las colonias transma­rinas de Mario, se redujeron a un raquítico establecimiento en la inculta isla de Córcega. ¿Para qué hablar del tribuno Sexto Ticio, esa caricatura de Alcibíades que sabía mejor bailar y echar la pelota que intrigar en política, y cuyo gran talento consistía en recorrer las calles por la noche y romper las efigies de los dioses?Un día, en el año 655, se había ingeniado para volver a poner sobre el tapete la ley agraria Apuleya, y la había hecho votar. Sin embargo, el Senado la casó de nuevo con un pretexto religioso cualquiera, y nadie se levantó a favor de ella ni intentó defenderla. Por lo demás, y como ya hemos dicho, los caballeros jueces castigaron al temerario autor de la moción. Al año siguiente, una ley presentada por ambos cónsules declaró obligatorio el plazo de diecisiete días entre la rogación y la votación de proyectos de ley, que actualmente se observaba en el uso. Prohibió las mociones que se referían a muchos objetos distintos, con lo cual facilitaba los obstáculos a la iniciativa legisladora, e impedía ciertas sorpresas manifiestamente hechas al poder en la votación de las leyes nuevas. Hoy, que el populacho y la aristocracia del dinero no marchaban de acuerdo, se destruyeron desde su base las instituciones223

HISTORIA DE ROMA}de Graco que habían logrado sobrevivir a la caída de su autor. Como estaban fundadas en la división de la aristocracia, amenazaban derrum­barse en cuanto se dividiese la oposición. Había llegado el momento de coronar el edificio no acabado de la restauración del año 633, de destruir la constitución del tirano y restablecer la oligarquía con la posesión exclusiva del poder político.COLISIÓN ENTRE EL SENADO Y LOS CABALLEROS RESPECTO DE LA ADMINISTRACIÓN PROVINCIALLo esencial era reconquistar la jurisdicción. En la actualidad, la admi­nistración provincial, ese fundamento de la supremacía de los senadores, había caído en poder del jurado, sobre todo de la comisión de concusiones, hasta el punto de que todo gobernador de una provincia parecía obrar no por el Senado, sino por cuenta de los capitalistas y de los comerciantes. Si la aristocracia del dinero caminaba hacia el poder desde el momento en que había luchado con los demócratas, se mostraba inexorable y castigaba a todo el que amenazaba tocar a su privilegio de intervenir libremente en los negocios de las provincias. Sin embargo, se hicieron algunas tentativas. La aristocracia reinante comenzaba a resentirse, y los mejores entre sus hombres se creyeron obligados, aunque no fuese más que por ellos mismos, a entrar en lucha contra los excesos admi­nistrativos. Uno de los más decididos campeones de la causa provincial fue Quinto Mucio Escévola, gran pontífice al igual que su padre, cónsul en el año 659, el primer jurisconsulto y uno de los personajes más notables de su tiempo. También había sido pretor en Asia (por el año 656), la provincia más rica y quizá peor tratada. Allí, con el concurso de su amigo, el consular Publio Rutilo Rufo, oficial, jurista e historiador distinguido, había dado un gran golpe, un golpe ejemplar y terrorífico. Sin distinguir entre italianos y provincianos, entre grandes y pequeños, había dado oído a todas las quejas y obligado a los mercaderes y publícanos a pagar con la vida cuando se les probaban sus exacciones. Cuando algunos de sus agentes más importantes o más despiadados se vieron involucrados en un crimen capital, se mostró sordo a todas sus ofertas corruptoras, e hizo que los crucificasen. El Senado aprobó esta conducta, y, después de él, ordenó a los gobernadores de Asia que siguiesen por regla las224

DE REVOLUCIÓN POR MARIO Y DE REFORMA POR DRUSOmáximas administrativas de Escévola. Aun cuando los caballeros no se atrevieron a atacar a un personaje tan alto y poderoso, hicieron compa­recer enjuicio a muchos de sus compañeros. En el año 662, acusaron al primero entre ellos, a su legado Publio Rufo, que fue defendido por sus servicios y por su probidad notoria, pero que no tenía detrás de sí el cortijo de una familia noble.La acusación versaba sobre el hecho de que él también había cometido exacciones en Asia. Acusación que caía en el ridículo, sobre todo por estar hecha por un abyecto autor, un tal Apicio. Sin embargo, no dejó de aprovecharse la ocasión para humillar al digno consular. Para su de­fensa Rufo desdeñó el empleo de la falsa elocuencia, de los vestidos de luto y de las lágrimas, y lo hizo con algunas expresiones breves, sencillas y exactas. Pero, como se negó altivamente a prestar homenaje a los reyes del dinero, fue condenado y su pequeña fortuna quedó confiscada para satisfacer las indemnizaciones indebidamente reclamadas. Después de la sentencia se marchó a la provincia que había sido víctima de sus depre­daciones, en la que recibió de todas las ciudades grandes honores y satisfactorias embajadas, y fue festejado y amado por todos; pasó el resto de su vida dedicado al cultivo de la literatura.El juicio ignominioso de Rufo fue el gran escándalo del momento, aunque no el único en su género. Semejantes abusos de justicia cometidos contra hombres absolutamente íntegros, por otra parte pertenecientes a la nobleza nueva, sublevaron a la facción senatorial; pero se irritaban principalmente al ver que ni la más pura nobleza bastaba para ocultar las manchas inferidas al honor. Apenas el más considerable de los aristócratas abandonó Roma, el septuagenario Marco Escauro, príncipe del Senado desde hacía veinte años, fue llamado y acusado ante los tribunales de justicia por delito de concusión. Aunque hubiera sido culpable según el espíritu de partido, constituía ya por sí sola su prevención un grave sacrilegio. La función de acusador comenzó a ser una especie de oficio: ni la pureza de la vida, ni la posición social, ni la edad protegen en adelante a nadie contra las más descaradas y peligrosas agresiones. La comisión de concusiones, instituida para la seguridad y defensa de las provincias, se había convertido en un azote. El ladrón más público conseguía su impunidad con tal que dejase hacer a los que robaban a su lado, o que diese a los jurados una parte de las sumas por él robadas. Pero si un ciudadano atendía a las quejas y administraba justicia a los desgraciados225

DEprovincianos, ya tenía suspendida sobre su cabeza la sentencia de condenación. Como estaba sujeto a la comprobación judicial, el poder central descendía a la humilde situación del consejo deliberante de la antigua Cartago frente al colegio de los jueces (volumen II, libro tercero, pág. 24). La palabra profética de Cayo Graco iba cumpliéndose de la manera más terrible. Con el puñal de su ley de jurado, iba destruyéndose a sí misma la aristocracia.LIBIO DRUSORugía ya una tormenta inevitable contra los tribunales de los caballeros. Todo el mundo había comprendido que el gobierno implicaba deberes a la vez que derechos. Todo el que se sentía impelido por una noble ambición tenía que sublevarse contra una comprobación política abru­madora, deshonrosa y que impedía de antemano toda administración honrada. La condenación escandalosa de Rutilio Rufo dio la señal del ataque; Marco Libio Druso, tribuno del pueblo en el año 663, se creyó llamado a dirigirla personalmente. Hijo de un padre del mismo nombre,' que treinta años antes había sido el principal autor de la caída de Cayo Graco, se había hecho ilustre después en la guerra, con la sumisión de los escordiscos. Druso era un conservador decidido, como aquel, y había dado pruebas de ello con sus actos cuando el motín de Saturnino. Per­tenecía a la más alta nobleza y era poseedor de una colosal fortuna; aristócrata por convicción y de hecho, en toda la extensión de la pala­bra, era enérgico y orgulloso. Desdeñaba revestir las insignias de sus cargos, y hasta en su lecho de muerte se lo oyó exclamar "que no se encontraría en mucho tiempo un ciudadano que pudiese reemplazarlo". La máxima "nobleza obliga" fue siempre la regla y ley de su vida. Con todo el arrebato de su pasión había rechazado las costumbres frivolas y venales del común de los nobles. Hombre firme y austero, tenía la estima más que el afecto de los pequeños, para quienes su puerta y su bolsillo estaban siempre abiertos. Por lo demás, a pesar de su juventud, la dignidad de su carácter le daba gran representación tanto en el Senado como en la plaza pública. No estaba solo. En momentos en que Marco Escauro se defendía contra los que lo acusaban de concusinario, lo había invitado con valentía y altivez a que emprendiese la reforma del jurado. Con el226


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