Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



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INSURRECCIÓN DE LOS SUBDITOS ITALIOTAS. REVOLUCIÓN SULPICIANAórdenes de Marco Marcelo y de Publio Craso. Pero los samnitas y los marsos al mando de Publio Vitio Escato hicieron sufrir a César una sangrienta derrota, a consecuencia de la cual la notable ciudad de Venafro se pasó a los insurrectos y les entregó los soldados que la guarnecían. Venafro estaba situada en la gran vía que va de Campania al Samnium: su defección cortaba las comunicaciones de Esernia, que estaba ya apurada, y que en adelante no podría contar más que con la constancia y el valor de su guarnición y de su comandante Marcelo. Luego pudieron respirar por un momento gracias a una rápida expedición de Sila, que acudió con esa audacia que había ya mostrado en su visita a Boceo; pero a fines del año perdió su tenaz bravura ante la más espantosa mi­seria, y tuvo que capitular. En Lucania, Publio Craso fue batido por Lamponio, y obligado a encerrarse en Grumentum (Agrimonte), que se entregó también después de un sitio largo y penoso. Roma había dejado abandonadas a sus propias fuerzas a la Apulia y a los demás países meridionales. La insurrección iba ganando terreno por momentos, y cuando Mutilo llegó a Campania, a la cabeza de un cuerpo samnita, el pueblo de Ñola le entregó su ciudad y la guarnición romana; sus jefes fueron pasados a cuchillo y los soldados se alistaron en las filas de las tropas victoriosas. Exceptuando Nuceria, Roma había perdido ya toda la Campania hasta el Vesubio. Salerno, Estables, Pompeya y Herculano se pronunciaron por los insurrectos. Mutilo invadió sin obstáculo toda la región al norte del Vesubio, y con los samnitas y los lucanios vino a sitiar a Acerra. En este momento los númidas del cuerpo de César desertaron a bandadas y se pasaron a Mutilo, o mejor dicho a Oxintas, hijo de Yugurta, que había caído en manos de los samnitas al tomar Venosa y aparecía ahora en sus filas, revistiendo la púrpura. Ante esta situación, César no vio otro remedio que mandar a sus casas a todo el contingente africano. La osadía de Mutilo llegó hasta intentar un asalto sobre el campamento romano, pero fue rechazado: la caballería romana atacó por la espalda a los samnitas y dejaron aquellos seis mil muertos en su retirada. Era la primera vez que los romanos obtenían un triunfo considerable en esta guerra. Inmediatamente el ejército proclamó imperatora. su general, mientras que en la metrópoli se reanimaron un tanto los abatidos espíritus. Es verdad que al poco tiempo de esto el vencedor fue atacado por Mario Egnacio al pasar un río y, completamente derrotado, tuvo que retroceder hasta Teanum, donde se reorganizó. Desde antes del invierno el activo249



cónsul de Roma fue a tomar posiciones bajo los mismos muros de Acerra que tenia sitiada Mutilo.COMBATES CONTRA LOS MARSOS DERROTA Y MUERTE DE LUPOTambién en la Italia del centro habían comenzado las operaciones. La insurrección era dueña aquí de los Abruzos y del país del lago Fucino, y se mostraba armada y peligrosa hasta en las inmediaciones de Roma. Se había destacado a las órdenes de Gneo Pompeyo Estrabón y había sido enviado al Piceno, donde amenazaba a Ausculum apoyándose sobre Firmum y Faleries. Por otra parte, el grueso del ejército romano del norte, mandado por el cónsul Lupo, marchaba hacia la frontera del país latino y marso, haciendo frente al enemigo apostado a corta distancia de Roma en las vías Salaria y Valeria. El Toleno (Turano), pequeño río que corta esta última vía entre Tibur y Alba, y se une al Velino, no lejos de Rieti, separaba los dos ejércitos. El cónsul Lupo, impaciente por acabar con los sublevados, desdeñó los consejos de Mario que quería volver aguerrido a aquel ejército bisoño, e inútil todavía para combates formales, mediante una pequeña guerra de escaramuzas. Había destacado ya un cuerpo de diez mil hombres bajo el mando de Cayo Perpena; este cuerpo fue completamente derrotado. Entonces destituyó a Perpena y reunió los restos de su división con la que mandaba Mario. Decidió después tomar la ofensiva a pesar de todos los pareceres, echó dos puentes sobre el Toleno, a corta distancia uno de otro, y pasó todo su ejército en dos columnas: una bajo sus órdenes y otra bajo las de Mario. A todo esto, Publio Escato lo esperaba con sus marsos en el mismo sitio por donde Mario iba a pasar el río. Pero antes de que el enemigo pasase a la orilla derecha, dejó en su campamento apenas los soldados necesarios y se marchó a escondidas. Tomó posiciones encubiertas más arriba y desde allí se lanzó repentinamente sobre Lupo en el momento en que este verificaba su paso, de forma tal que destruyó por completo su ejército (11 de junio del año 644). El cónsul murió con ocho mil de los suyos. En compensación, si es que acaso la había para tal derrota, Mario, que se había apercibido de la partida de Escato, atravesó inmediatamente el Toleno, se arrojó sobre el campamento marso y lo tomó por asalto, con250

INSURRECCIÓN DE LOS SUBDITOS ITALIOTAS. REVOLUCIÓN SULPICIANAgrandes pérdidas para los defensores. Pasado el Toleno, y como Servio Sulpicio había obtenido otra victoria sobre los pelignios, los marsos se vieron obligados a poner más lejos su línea de defensa. Pero Mario no les permitió adelantarla, ahora que tras la muerte de Lupo el Senado lo había puesto al frente de aquel ejército. Pero de repente le dieron por colega y por igual a Quinto Cepión, no tanto porque había sido afortu­nado en no sé cuál escaramuza, como porque a causa de su oposición contra Druso se había puesto la víspera al lado de los caballeros, dueños de la situación en Roma. Cepión cayó en una astucia de Silón, que aparentaba querer entregarle sus tropas, y que en realidad lo atrajo a una emboscada en la cual los marsos y los vestinos lo exterminaron a él y a su ejército. Mario quedó de nuevo solo en el mando y se defendió tenazmente; impidió al enemigo aprovecharse de su victoria y después penetró poco a poco en el corazón del país. Por mucho tiempo rehusó todo combate decisivo, pero finalmente eligió la hora oportuna y triunfó sobre su fogoso adversario: en el campo de batalla quedó Herenio Asinio, jefe de los marrucinos. Poco después, Mario reunió la división del ejército del sur que mandaba Sila, y los marsos sufrieron una segunda derrota, que fue un gran desastre que les costó seis mil hombres. Sin embargo, el honor de la jornada fue atribuido al joven oficial, pues si Mario había empeñado la acción y vencido, Sila, al cortarle la retirada al enemigo, le había matado más gente.GUERRA EN EL PICENUMMientras la guerra era encarnizada y su éxito tenía varias alternativas en los alrededores del lago Fucino, el cuerpo del Picenum, bajo las órdenes de Estrabón, tuvo también sus combates felices y desgraciados. Los jefes de los insurrectos, Cayojudacilio de Ausculum, Publio Betio Escato y Tito Lafrenio habían combinado sus fuerzas y atacado a los romanos. Derrotados, estos se habían retirado a Firnun, donde Lafenio tenía sitiado a Estrabón. Durante este tiempo Judacilio había penetrado en la Apulia, y atraía al partido de la insurrección a Canusium, Venosa y otras ciudades del país que estaban aún con Roma. Pero después de su victoria sobre los pelignios, Servio Sulpicio vio el camino franco y penetró a su vez en el Picenum para marchar en socorro de Estrabón.25' I: ¿fJTKft •Este tomó la ofensiva y atacó a Lafrenio de frente, mientras que Sulpicio lo atacaba por retaguardia. A consecuencia de esto, el campamento enemigo fue incendiado, Lafrenio murió, y el resto de sus soldados se desbandó y corrió a refugiarse en Ausculum. La situación cambió por completo en el Picenum. Antes estaban los romanos sitiados en Firnun; ahora están los itálicos encerrados en Ausculum: la guerra se convirtió una vez más en su sitio.COMBATES EN UMBRÍA Y EN ETRURIAPor último, como si no se hubiesen empeñado bastantes luchas con diversas fortunas en la Italia del Sur y del centro, en este mismo año el incendio se había corrido a la Italia del Norte. Excitadas ante los peligros que corría la República en los primeros meses de la guerra, un gran número de ciudades umbrías y etruscas se habían declarado por los insurrectos. Fue necesario enviar contra los umbríos a Aulo Plocio, y contra los etruscos a Lucio Porcio Catón. Pero aquí los romanos no tenían que habérselas con un enemigo tan enérgico como los pueblos marso y samnita; en todas partes abatieron la insurrección y quedaron dueños del terreno.••'•'• FUNESTOS RESULTADOS DE LA PRIMERA CAMPAÑA »•'"" DESFALLECIMIENTO DE ROMA. CAMBIO DE RUMBO DE'< LOS PROCESOS POLÍTICOS. SE CONCEDE A LOS ITÁLICOS QUE HAN PERMANECIDO FIELES, O A LOS QUE SE SOMETAN, EL DERECHO DE CIUDADANÍADe este modo terminó la primera y terrible campaña de la insurrección, dejando tras de sí sombríos recuerdos y temibles perspectivas en la política y en los asuntos de la guerra. Los dos ejércitos romanos, el enviado contra los marsos y el de Campania, habían perdido todo su valor, debilitados como estaban por sangrientas derrotas. El ejército del norte había quedado reducido a poner la metrópoli a cubierto de un golpe de mano; en tanto el cuerpo del sur, en los alrededores de Ñapóles, estaba seriamente amenazado en sus comunicaciones, puesto que los insurrectos podían252

INSURRECCIÓN DE LOS SUBDITOS ITAUOTAS. REVOLUCIÓN SULPICIANAlanzarse sin trabajo alguno desde la región mársica o samnita, y acanto­narse entre Roma y Campania. Por consiguiente, pareció necesario establecer una cadena de guarniciones entre Cumas y la capital. Desde el punto de vista político, la insurrección había ganado mucho terreno en los doce meses que acababan de transcurrir. Eran síntomas terribles la defección de Ñola, la capitulación pronta de la fuerte colonia latina de Venosa, y la sublevación de los umbríos y los etruscos. La sinmaquia romana estaba quebrantada por su base, y parecía que debía derrumbarse antes de la última prueba. Ya había sido necesario exigir a los ciudadanos los mayores esfuerzos, así como alistar en las legiones a seis mil eman­cipados para cubrir la línea de puestos establecidos a lo largo de las costas latinas y campanias. Por último, se había condenado a los más duros sacrificios a los aliados que habían permanecido fieles. Si se tiraba más de la cuerda, había peligro de romperla. Un decaimiento increíble se había apoderado del pueblo romano. Después de la batalla del Toleno, cuando se trajeron a la ciudad para la ceremonia de los funerales el cadáver del cónsul y los de los innumerables e ilustres ciudadanos que habían caído con él en el inmediato campo de batalla; cuando además, en señal de duelo público, los magistrados se despojaron de la púrpura y de sus insignias, y cuando el gobierno tuvo que ordenar a todos los habitantes que se armasen con gran precipitación, se apoderó de la muchedumbre una gran desesperación, pues creyó que todo se había perdido. Se ani­mó un poco al saber la noticia de la victoria de César en Ascerra, y la de Estrabón en el Picenum. Con la primera noticia, se cambió la túnica de la ciudad por el traje de guerra; con la segunda, se quitaron el luto. Como quiera que fuese, no había duda de que la República había llevado la peor parte. Ni en el Senado ni en el pueblo se produjo ese ardor invencible, que en las grandes crisis de la guerra de Aníbal había con­ducido finalmente a Roma a la victoria. Se había emprendido la guerra, igual que en otras ocasiones, desdeñando al enemigo en todos los sentidos. ¿Cómo proseguirla y terminarla como otras veces? ¿No habían sucedido la cobardía y la debilidad a la obstinación patriótica y a la rectitud sólida y poderosa de otros tiempos? Desde el primer año, vemos a la política romana cambiar dentro y fuera, e inclinarse a una transacción. Es verdad que obrando así se obraba prudentemente, en cuanto esto era posible. Ahora bien, esto no significa que yo entienda que, bajo la presión y el estruendo de la guerra, la necesidad exigiese concesiones desventajosas.



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3MA, LIBRO IV Cf" ••• fPor el contrario, quiero decir que en realidad el objeto mismo de la lucha, o sea, la perpetuidad de la supremacía política de los romanos sobre los itálicos, era en definitiva más dañosa que útil a la República. Sucede muchas veces en la vida de las naciones que una falta suele repararse con otra; aquí, el mal procedente de la obstinación egoísta se reparó hasta cierto punto con la cobardía.El comienzo del año 664 se había destacado con el rechazo absoluto del arreglo propuesto por la insurrección, y con la aparición de una guerra de procesos. En ellos los capitalistas, que eran los más ardientes defensores del egoísmo patriota, hacían recaer su venganza sobre todos los sospe­chosos de moderación o de hábil condescendencia. En la actualidad el tribuno Marco Plaucio Silvano, que había entrado en el cargo el 10 de diciembre de ese mismo año, propuso una ley que quitaba a los jurados de la clase de los comerciantes la jurisdicción en los casos de alta traición, para dársela a otros jueces de libre elección de las tribus, sin ninguna condición de clase. De donde se sigue que la comisión perpetua que se discute, después de haber sido el azote del partido moderado, venía a ser ahora el de los ultras. Así, muy pronto se vio llamar ajuicio y desterrar a su mismo fundador, Quinto Vario, a quien la opinión pública cenaba en cara los más execrables crímenes democráticos, como por ejemplo el envenenamiento de Mételo y el asesinato de Druso.El cambio político era ciertamente de los menos disfrazados. El mismo cambio, pero aún más grave, se había producido en la conducta respecto de los itálicos. Habían pasado trescientos años justos desde que Roma tuvo que sufrir la paz dictada por el vencedor. Ahora había vuelto el tiempo de la humillación y deseaba la paz, pero esta no era posible sino sufriendo en parte las condiciones de sus adversarios. A la vista de las ciudades insurrectas que con las armas en la mano querían abatirla y hasta destruirla, el odio era demasiado grande como para acceder a las exigen­cias de aquellos, y hasta podría suceder que rechazasen ahora sus ofertas. Pero si se concedía a las ciudades fieles las exigencias que habían formulado en un principio, aunque con ciertas restricciones, por una parte se hacía la apariencia de una concesión benévola, y por otra se impedía la consolidación de la confederación insurrecta, que de otro modo era inevitable, con sus probabilidades de buen éxito. Así pues, en el momento en que las espadas llamaban a las puertas de la ciudadanía romana, cerrada durante tanto tiempo a los que la habían solicitado, estas de repente fueron254

INSURRECCIÓN DE LOS SUBDITOS ITALIOTAS. REVOLUCIÓN SULPICIANAabiertas, aunque a medias: los recién admitidos no hallaron más que una acogida forzosa. Una ley votada a propuesta del cónsul Lucio César8 confirió el título de ciudadano romano a todos los de las ciudades confederadas itálicas que no estuviesen en abierta insurrección. Una segunda ley de los tribunos Marco Plaucio Silvano y Cayo Papirio Car­bón concedió a todo individuo itálico, ciudadano o simple domiciliado, un plazo de dos meses durante el cual podía adquirir los mismos derechos, con tal que se presentasen a declararlo así ante el magistrado de la República. Pero los nuevos ciudadanos, igual que los antiguos emanci­pados, no tenían voto político sino bajo ciertas condiciones más restrin­gidas. De las treinta y cinco tribus, no había más que cinco en las que podrían inscribirse, así como había solo cuatro para los emancipados. ¿Era esta restricción personal o, como parece, era hereditaria? No puede decidirse la cuestión aduciendo pruebas para ello. Por último, esta gran medida liberal solo se extendía a la propia Italia, que llegaba entonces hasta Florencia y Ancona.CONCESIÓN DEL DERECHO LATINO A LOS GALO ITÁLICOSEn la región cisalpina, país extranjero en realidad, pero que hacía muchos años formaba parte de Italia en lo que respecta a la administración y la colonización, todas las colonias de derecho latino fueron tratadas como ciudades itálicas. En cuanto a las demás ciudades simplemente confe­deradas y, sobre todo, a las pocas que estaban situadas a este lado del Po, obtuvieron el derecho de ciudadanía. Sin embargo, en los términos de una ley votada a propuesta del cónsul Estrabón en el año 665, el país entre el río y los Alpes recibió la organización de las ciudades puramente itálicas, a saber: las localidades no independientes, como, por ejemplo, las aldeas de los Alpes, fueron unidas a las ciudades vecinas por el lazo de una soberanía efectiva y de un tributo, pero estas no fueron admitidas al derecho cívico de Roma. Asimiladas a las colonias latinas mediante una ficción legal, obtuvieron las franquicias que habían pertenecido hasta entonces a las ciudades latinas de menor derecho. Así, pues, Italia no tendrá de hoy en más su frontera real en el Po, sino que en ella entra de ahora en adelante el territorio transpadano. Este hecho se explica fácilmente. La región entre el Apenino y el Po estaba255

..«ISTORIA DE ROMA, UBRCKWr'U/.'I1"• 'modelada desde hacía mucho tiempo por el sistema itálico. Pero en el norte, donde no se veía ninguna colonia latina ni romana, salvo Ibrea y Aquilea, y donde las razas indígenas no habían sido aún rechazadas, como los indígenas del sur, en su mayor parte sobrevivían el sistema céltico y las instituciones cantonales de los galos.Por amplias que parezcan las concesiones hechas, sobre todo si se las compara con el sistema exclusivista y cerrado de Roma durante ciento cincuenta años, no puede concluirse de aquí que, al concedérselos, la República pagaba el precio de su capitulación con los insurrectos. Lejos de esto, solo quería encerrar en el deber a las ciudades vacilantes, o a aquellas que amenazaban pasarse al enemigo; además quería atraerse el mayor número de tránsfugas posible. Sin embargo, ¿cuál era en la aplicación la importancia real de las leyes de civitate, particularmente la de César? Imposible es precisarlo: no sabemos más que en general sobre la gran magnitud de la insurrección en el momento en que se las promulgó. De todos modos se había obtenido un buen resultado: estas leyes hacían entrar en la sociedad romana a todas las ciudades de derecho latino, restos de la antigua liga del Lacio, como Tibur y Preneste, o colonias de una edad aún más reciente; solo se exceptuaban algunas ciudades insurrectas. Además, el efecto de la ley de César se extendía hasta las ciudades federales diseminadas en la región entre el Po y el Apenino, a Rávena, por ejemplo, a un gran número de ciudades etruscas, y a las ciudades aliadas de la Italia del Sur, como Ñapóles, Nuceria y otras muchas. Entre estas últimas había algunas que, al estar dotadas ya de franquicias privilegiadas, vacilaron en aceptar el nuevo derecho cívico de Roma. Si por ejemplo Ñapóles no quiso desistir del beneficio de sus antiguos pactos con la República, que aseguraban a los ciudadanos la exención de la milicia, la práctica de su constitución helénica y quizás hasta el libre uso del dominio público local, nada más fácil de comprender que semejante resistencia. Roma negoció, y de los tratados concluidos resultó que Ñapóles, Regium y otras muchas ciudades grecoitálicas con­servaron sus instituciones comunales y hasta el uso oficial de su lengua. En resumen, las nuevas leyes extendieron extraordinariamente el derecho de ciudad romana. Esta se aumentó con ciudades tan numerosas e importantes como las que estaban diseminadas en toda la península, desde el estrecho de Sicilia hasta las orillas del Po. Además, al dar a la región transpadana hasta los Alpes los privilegios del derecho federal más256

INSURRECCIÓN DE LOS SUBDITOS ITALIOTAS. REVOLUCIÓN SULPICIANAfavorecido, Roma les abría la perspectiva legal para ser admitidos en la plena ciudadanía en un plazo próximo.SEGUNDO AÑO DE LA GUERRA PACIFICACIÓN DE ETRURIA Y UMBRÍAFortalecidos mediante las concesiones otorgadas a aquellos cuya fe era vacilante, los romanos volvieron valerosamente a la lucha contra los países insurrectos. Llevando el hacha en sus propias instituciones políticas, habían procurado alimentar la hoguera para que no se extinguiese. Desde este día, en efecto, la conflagración no invadió nuevos territorios. Si por un momento había estallado en Umbría y en Etruria, se extinguió como por encanto, menos bajo el peso de las armas romanas, que por el efecto de la Ley Julia. En las antiguas colonias de derecho latino y en la poblada región del Po, la República halló inmediatamente grandes y seguros recursos que, unidos a los proporcionados por la población ciudadana, permitieron pensar en dominar el incendio actualmente aislado. Los dos generales en jefe volvieron entre tanto a Roma. César en calidad de censor elegido, y Mario porque sus operaciones habían parecido lentas e inciertas, y por tanto había incurrido en la censura pública. Se decía que el viejo general marchaba agobiado bajo el peso de sus sesenta y seis años. Censura injusta, según todas las apariencias. Durante su per­manencia en Roma, se lo vio ir todos los días a la palestra, y hacer allí ostentación de su gran vigor físico. Además, en su última campaña había mostrado que no había decaído en lo más mínimo su capacidad militar de otros tiempos; sin embargo no había podido distinguirse por algún gran éxito, que era lo único que hubiera podido rehabilitarlo de su an­tigua bancarrota política ante la opinión pública. Con gran desesperación suya, se despreció al valiente viejo y se desestimaron sin ningún mira­miento los servicios de su espada tan ilustre. Así, lo sustituyó en el mando del ejército que operaba en el país de los marsos el cónsul de este año, Lucio Porcio Catón, recomendado por su campaña en Etruria. En el ejército de Campania, César tuvo por sucesor a su lugarteniente Lucio Sila, a quien se debían en parte los mejores resultados del año precedente. En cuanto a Gneo Estrabón, promovido también al consulado, permaneció en el Picenum, donde continuó el curso de sus conquistas.



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HISTORIA DE ROMA, LIBRO IttTt

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LA GUERRA EN EL PICENUM SITIO Y TOMA DE ASCULUMEn el invierno del año 665 se abrió la campaña con un movimiento atrevido de los insurrectos. Renovando las grandes tentativas de la guerra épica del Samnium, lanzaron de repente un cuerpo de quince mil marsos en la Italia del Norte, para auxiliar la insurrección que fermentaba entonces en Etruria. Pero Estrabón, cuya provincia tenían que atravesar, les cerró el paso y los batió completamente, de tal forma que muy pocos volvieron a su patria. La estación permitió después a los romanos que tomasen la ofensiva, así que Catón entró a su vez en el territorio de los marsos, y penetró hasta el corazón del país después de una serie de afortunados combates. Pero al querer tomar por asalto el campamento enemigo, situado en las inmediaciones del lago Fucino, encontró allí su muerte. Estrabón quedó él solo encargado de las operaciones militares en la Italia del centro, y dividió su atención y sus fuerzas entre el sitio de Asculum, que continuó, y la obra de sometimiento de los países marsos, sabelios y apulios. El jefe insurrecto Judacilio acudió con sus picentinos en socorro de su ciudad natal, empeñado en obligar al enemigd a levantar el sitio, y atacó a los sitiadores, a quienes la guarnición de Ausculum embistió también en sus líneas. Se dice que setenta y cinco mil romanos combatieron aquel día contra sesenta mil itálicos. La victoria quedó para los primeros, pero Judacilio había conseguido penetrar en la plaza con parte de su ejército. El sitio volvió a comenzar inmediata­mente, y fue un sitio largo y difícil. La plaza era fuerte, y los habitantes se defendieron como desesperados que recordaban la sangrienta ex­plosión del principio de la guerra.9 Cuando, después de muchos meses de una valerosa defensa, Judacilio vio que iba a sonar la hora de la ca­pitulación, hizo morir entre tormentos a todos los habitantes sospechosos de inteligencias con los romanos, y él mismo se dio después la muerte. Inmediatamente se abrieron las puertas de la ciudad, y a las matanzas ejecutadas por los itálicos sucedieron los suplicios ordenados por los generales de Roma: todos los oficiales y ciudadanos notables fueron pasados por las armas, y el resto, reducido a la mayor miseria, fue ex­pulsado, a la vez que todos sus bienes quedaron confiscados en beneficio del Estado.255

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