Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



Yüklə 1,6 Mb.
səhifə24/47
tarix15.03.2018
ölçüsü1,6 Mb.
#32386
1   ...   20   21   22   23   24   25   26   27   ...   47

INSURRECCIÓN DE LOS SUBDITOS ITALIOTAS. REVOLUCIÓN SULPICIANASUMISIÓN DE LOS MARSOS Y DE LOS SABELIOSDurante el sitio de Ausculum y después de su caída, numerosas columnas habían recorrido los países vecinos, obligando a unos y a otros a someterse. Los marrucinos habían hecho la paz después de haber sido derrotados en Chieti por Servio Sulpicio. En Apulia el pretor Cayo Cosconio tomó Salapia (el antiguo puerto de Arpi) y Canas, y sitió Canusium. Un cuerpo de samnitas que conducía Mario Egnacio había marchado en auxilio de los apulios, que eran poco belicosos, y en un principio rechazó a los ro­manos, pero, al ser derrotado por el pretor al pasar el Aufido (Ofanto), perdió a su general y a mucha gente, y se vio obligado a refugiarse en los muros de Canusium. Los romanos marcharon nuevamente adelante: se los vio en Venosa y en Rubí (Ruvo), y quedaron dueños de toda la Apulia. Al mismo tiempo su dominación se restableció en la región del lago Fucino y del monte Majilla, verdadero centro de la insurrección. Los marsos se sometieron a Quinto Mételo Pío y a Cayo Cinna, legados de Estrabón; y al año siguiente, los vestinos y los pelignios se entregaron a Estrabón en persona. Italia, la capital de la insurrección, volvió a ser como antes la modesta aldea pelignia de Corfinium: los restos del Senado itálico se habían refugiado entre los samnitas.

SUMISIÓN DE CAMPANIA HASTA ÑOLA. SILA EN EL SAMNIUMPor su parte el ejército del sur, a las órdenes de Sila, había tomado la ofensiva e invadido la Campania meridional, ocupada por el enemigo. Estabies fue tomada y destruida por Sila el 30 de abril del año 665; Herculano, muerto por Tito Didio en el momento del asalto según parece, el 11 de junio del mismo año. Pompeya se resistía más. Lucio Cluencio, un jefe samnita que había venido en socorro de la plaza, fue rechazado por Sila. Volvió a la carga, contando con las hordas de los galos que habían reforzado su ejército, pero hizo mal en fiarse del valor inconstante de sus inseguros aliados. Su derrota fue un verdadero desastre: su campa­mento fue tomado y él murió con la mayor parte de los suyos al huir hacia Ñola. Reconocido el ejército romano, dio a su general la corona de césped (corona gramínea), insignia rústica con que se adornaba todo soldado que, por su bravura, había salvado una división. Sin detenerse

255



en el sitio de Ñola y de otras ciudades campanias, que aún conservaban los samnitas, Sila penetró en el país y marchó derecho al foco principal de la insurrección. Eclanum (Fricenti, al este de Benevento) fue rápida­mente asaltada y cruelmente castigada. El miedo se apoderó de todo el país de los hirpinos, quienes se sometieron antes de que los lucanios que se habían puesto en movimiento pudieran llegar en su auxilio; así, nada impidió ya a Sila subir hasta los puntos más elevados del país samnita. Pasó los desfiladeros donde lo esperaban las milicias del país con su jefe Mutilo, que fueron derrotadas al ser atacadas por la espalda, y que a con­secuencia de esto perdieron su campamento. Mutilo, herido, huyó a Esernia. Sila continuó sus triunfos: llegó a Bovianum (Boyano), capital del país, y la obligó a capitular después de una nueva victoria obtenida bajo sus muros. Solo lo avanzado de la estación puso término a sus hazañas.LA INSURRECCIÓN VENCIDA POR TODAS PARTES CONSTANCIA DE LOS SAMNITASLa rueda de la fortuna había girado por completo. Así como al principio de la campaña del año 665 la insurrección iba triunfante, poderosa y progresando, así se la ve al fin abatida, derrotada y sin esperanza. La Italia del Norte estaba pacificada, la central en manos de Roma de una a otra ribera, y los Abruzos, sometidos casi por completo. Por otra parte, la Apulia había sido reconquistada hasta Venosa, y la Campania hasta Ñola. El territorio de los hirpinos había sido ocupado nuevamente, con lo que se interrumpían las comunicaciones entre el Samnium y el país lucanobrucio, únicas regiones que aún sostenían la lucha: tal es el cuadro que se presenta a nuestros ojos. Italia parecía la inmensa hoguera de un incendio aún no extinguido: por todas partes se veían cenizas, ruinas y siniestros resplandores; y después alguna que otra llamarada que salía del medio de los escombros. Pero en todas partes la República había dominado el incendio; el principal peligro había pasado. Desgraciada­mente no conocemos los hechos más que superficialmente, y no podemos decir cuáles fueron las causas ciertas de estos prodigiosos y repentinos reveses. No hay duda de que la habilidad de Estrabón y más aún la de Sila, así como la enérgica concentración de las fuerzas de Roma y su vigoroso ataque, contribuyeron en gran medida a este resultado. Pero260

INSURRECCIÓN DE LOS SUBDITOS ITALIOTAS. REVOLUCIÓN SULPICIANAal lado de los hechos de armas estuvo necesariamente la influencia de los hechos políticos. De otro modo no puede explicarse la increíble y repentina caída del edificio de los insurrectos. Las leyes de Silvano y de Carbón debieron fomentar la desorganización y la traición en las filas del enemigo, tal y como se había supuesto acertadamente. Por otra parte, y como sucede frecuentemente, el fracaso se convirtió en la manzana de la discordia entre ciudades mal unidas entre sí por el lazo de la común insurrección. Pero lo que vemos claramente (y no necesitamos para con­vencernos más que las violentas convulsiones interiores y la disolución que siguió en el Estado itálico) es el acto grave y notable verificado por los samnitas. Según parece, bajo el impulso del marso Quinto Silón, que desde un principio había sido el alma de la insurrección, y que después de la capitulación de su pueblo se había refugiado en el país inmediato, se dieron en aquellos momentos una nueva organización particular y provincial, y ante el hecho de que el Estado de Italia había caído, inten­taron continuar la lucha por su cuenta y bajo el nombre de "safines" (samnitas).10 Hicieron su último santuario en la fuerte cindadela de Eser-nia, levantada tiempo atrás para ser la Bastilla de sus libertades. Allí reúnen un ejército de unos treinta mil hombres de a pie y mil caballos, al cual refuerzan con veinte mil esclavos emancipados y colocados en sus líneas, y eligen cinco generales, el primero de los cuales es el mismo Silón. Después de doscientos años de silencio, se vio con admiración repro­ducirse la guerra del Samnium. Como en el siglo V de Roma, el rudo y valeroso pueblo volvía a tomar las armas después de la caída de la confederación italiana, e intentaba arrancar por sí solo y en sangrienta lid el reconocimiento de su independencia. ¡Esfuerzo heroico de la desesperación, pero que no podía tener buen éxito! La guerra de las montañas se sostendría todavía algún tiempo, y podría hacer nuevas víctimas en el Samnium y en Lucania, pero la causa de la insurrección estaba irremisiblemente perdida.EXPLOSIÓN DE LA GUERRA CON MITRÍDATESSin embargo, sobrevino en este momento una complicación grave. Los asuntos se habían embrollado en Oriente, y Roma se veía en la necesidad de declarar la guerra a Mitrídates, rey del Ponto. Al año siguiente (666)261

rq, ,sería necesario enviar al Asia Menor a un cónsul y un ejército consular. Si la guerra hubiese estallado un año antes, la República habría corrido un gran peligro, teniendo insurreccionada la mitad de Italia y una de sus más ricas provincias. Pero, en la actualidad, la maravillosa fortuna de Roma se había ya manifestado con la rápida caída de la insurrección italiana. La guerra que amenazaba en Asia, por más que comenzase en el momento en que terminaba la insurrección de los pueblos itálicos, no podía ser ya un peligro serio considerando además que Mitrídates, en su orgullo, había negado a los italianos su poder o su auxilio. Con todo, no puede negarse que proporcionaba a Roma un grave disgusto. Habían pasado los tiempos en que esta hacía frente sin resentirse apenas a una guerra en Italia y a una expedición al otro lado de los mares. Después de los dos años de la guerra mársica, el Tesoro estaba agotado, y parecía imposible formar un nuevo cuerpo de ejército aparte de los que ya había en servicio activo. Sin embargo, se proveyó a ello del mejor modo que se pudo. Se reunió dinero, enajenando como terrenos propios para edificar los que quedaban libres en la meseta y en las inmediaciones del Capitolio (volumen I, libro primero, pág. 133). La venta produjo nueve mil libras de oro. No se reunió un nuevo ejército, pero al cuerpo que había en Campania, mandado por Sila, se le dio orden de embarcarse tan pronto como se lo permitieran las circunstancias en la Italia del Sur. Los progresos que el ejército de Estrabón hacía en el norte dejaban entrever que no se dilataría mucho el momento de la partida.TERCERA CAMPAÑA. TOMA DE VENOSA. MUERTE DE SILÓNLa campaña del año 666, la tercera de esta guerra, comenzaba bajo los más faorables auspicios. Estrabón destruyó en el primer encuentro la última tentativa de resistencia en los Abruzos. En Apulia, Quinto Mételo Pío, sucesor de Cosconio e hijo del Numídico, adicto como él a los prin­cipios conservadores y digno de su padre por sus talentos militares, puso fin a la lucha apoderándose de Venosa, donde hizo tres mil prisio­neros. En el Samnium, Silón había reconquistado a Bovianum, pero perdió luego una batalla contra el general romano Mamerco Emilio. En esa ocasión, cosa que fue para la República un éxito mayor que la victoria, se halló su cuerpo entre los seis rnil muertos que dejaron los samnitas262

INSURRECCIÓN DE LOS SUBDITOS ITALIOTAS. REVOLUCIÓN SULPICIANAtendidos en el campo. En Campania, Sila arrancó a los rebeldes las pequeñas ciudades que todavía ocupaban, y comenzó el sitio de Ñola. Por último, el romano Aulo Gavinio penetró en Lucania y en un principio alcanzó algunas ventajas, pero fue muerto en el ataque dado al campa­mento enemigo, y Lamponio, el jefe de los insurrectos, se apoderó de nuevo casi sin oposición de todo el país agreste del Brucium y de Lucania. Pero un golpe de mano intentado por él contra Regium fracasó, gracias al pronto auxilio de Cayo Norbano, pretor de Sicilia. De cualquier modo, y a pesar de algunos incidentes desgraciados, los romanos veían apro­ximarse cada vez más el fin de esta lucha. Ñola estaba a punto de entregarse y el Samnium tenía agotadas sus fuerzas; quedaba disponible un numeroso ejército para la guerra de Asia. Todo iba a medida de su deseo, cuando de repente un cambio inesperado en Roma dio a la insurrección pujanza y fuerza.AGITACIÓN EN ROMA. EL DERECHO DE CIUDADOTORGADO A LOS ITÁLICOS. SUS RESTRICCIONESCONSECUENCIAS DE LOS PROCESOS POLÍTICOS. MARIOEn efecto, en Roma reinaba una fermentación de las más temibles. El ataque de Druso contra la jurisdicción de los caballeros, su precipitada caída ante el esfuerzo de este partido y, por último, los procesos iniciados por la Ley Varia, verdadera arma de dos filos, como hemos visto anteriormente, habían sembrado los odios más acerbos entre la aristocracia y la nobleza del dinero, entre los moderados y los ultras. Como los sucesos habían dado la razón al partido que tendía a un acomodamiento amistoso, se habían visto casi forzados a conceder a los confederados los mismos derechos que los moderados habían propuesto que se les reconociesen de buen grado. Pero la concesión hecha, lo mismo que la negativa que la había precedido, habían guardado en la forma ese carácter estrecho y celoso que sabemos. En lugar de colocar a todas las ciudades itálicas bajo el imperio de una ley igual, no se había hecho más que dar a la igualdad una expresión diferente. Se había recibido en la asociación cívica K de Roma a un gran número de estas ciudades, pero al título conferido iba anexa una nota de inferioridad que colocaba a los nuevos ciudadanos, con relación a los antiguos, en una situación semejante a la de los263

emancipados frente de los ingenuos. Al conceder solo el derecho latino a las ciudades entre el Po y los Alpes, se excitaba su codicia lejos de apaciguarla. Por último, en una gran parte de Italia, y no por cierto la peor, todas las ciudades conquistadas al día siguiente de la insurrección se veían no solamente excluidas, sino que, como sus antiguos tratados con Roma habían caído por el hecho de su insurrección, no se habían estipulado otras bases y no conservaban más que lo que se les había dejado a manera de gracia." Ver que se les quitaba así su voto político era cosa tanto más injuriosa al considerar que en efecto se sabía cuan poco valor tenían estos votos en el estado actual de los comicios. A los ojos de todo hombre imparcial, no había cosa más ridicula que esta afectada solicitud por la inmaculada pureza del cuerpo electoral. Todas estas restricciones traían consigo un peligro, que era el de ofrecer al primer demagogo que se presentase un medio en que apoyar sus ambiciones, ya fuera que quisiese atender los reclamos más o menos justos de los ciudadanos nuevos, o que intentase admitir en la ciudad a los italianos excluidos de ella. Por último, las semiconcesiones hechas y los derechos tan mezqui­namente concedidos parecían todavía insuficientes a los hombres ilustrados de la aristocracia, lo mismo que a los recién venidos y a los mismos excluidos. Sobre todo deploraban la dolorosa ausencia de todos los hombres eminentes, enviados al destierro por la comisión de alta traición de la Ley Varia. Sacarlos del exilio era difícil, pues estaban con­denados no por la justicia popular, sino por sentencia del jurado. Casar por un segundo plebiscito judicial el plebiscito anterior no hubiera sido complicado para nadie, pero casar un veredicto dado por el pueblo habría sido un ejemplo funesto a los ojos de todo buen aristócrata. En suma, ni los ultras ni los moderados se hallaban satisfechos del éxito de la crisis social. Pero ninguno se sentía tan colérico como el viejo Mario. Él se había lanzado a lo más recio de la guerra con toda clase de esperanzas. Pero de allí había vuelto en contra de su voluntad, con la conciencia de haber prestado a su patria nuevos servicios y haber sufrido nuevas injurias, y con la amarga convicción de que, lejos de ser temible todavía al ene­migo, había descendido en su estima. Abrigaba en su seno el espíritu de venganza, ese gusano roedor que se alimenta de su propio veneno. Por incapaz o inútil que se hubiese mostrado en el gobierno, no podía ser mirado como un intruso: su nombre había continuado siendo popular y era un temible instrumento en manos de un demagogo.264

INSURRECCIÓN DE LOS SUBDITOS ITALIOTAS. REVOLUCIÓN SULPIC1ANACORRUPCIÓN DE LA DISCIPLINA MILITARA estos elementos peligrosos de convulsión política venía a unirse la creciente decadencia de las costumbres, del honor y de la disciplina militares. Los malos gérmenes introducidos en la legión por los proletarios se habían desarrollado con una terrible rapidez durante las desmorali­zadoras guerras de la insurrección, en las que había sido necesario utilizar los servicios de todos los hombres válidos sin distinción, y en las que se había hecho tranquilamente la propaganda demagógica, tanto bajo la tienda del soldado como dentro de los muros de Roma. No tardaron en verse las consecuencias en el relajamiento del lazo de la jerarquía militar. Ante el sitio de Pompeya, el consular Aulo Postumio Albino, comandante del cuerpo sitiador y destacado del ejército de Sila, había sido molido a palos y pedradas por sus mismos soldados, que se creyeron vendidos y entregados al enemigo. Por su parte Sila, general en jefe, no había podido nada contra ellos, sino exhortarles a olvidar el recuerdo de su crimen con sus proezas delante del enemigo. Los principales culpables habían sido los soldados de la armada, que, como sabemos, son la peor especie de soldados. No tardó en seguir su ejemplo una división de legionarios, reclutados principalmente entre el populacho de Roma. A la voz de Cayo Ticio, un famoso héroe del Forum, se sublevaron y atacaron a Catón, que era uno de los cónsules, y que se libró de la muerte como por milagro. Ticio fue arrestado, pero no castigado. Poco tiempo después Catón murió en una batalla y, con razón o sin ella, se sospechó que sus mismos oficiales, entre ellos Cayo Mario el Joven, lo habían asesinado.CRISIS ECONÓMICA. MUERTE DE ASELIÓNComo si no fuese bastante la crisis política y militar, se declaró otra aún más terrible en los asuntos de la economía pública, producida por la guerra social y los trastornos de Asia, y cuyas primeras víctimas fueron los capitalistas. Como les era imposible pagar el interés de sus deudas, y estaban siendo perseguidos despiadadamente por sus acreedores, los deudores se presentaron ante el tribunal competente y reclamaron al pretor urbano, Aselión, que les diese un término o plazo para poder vender sus propiedades, o que aplicara las antiguas y olvidadas leyes265

sobre la usura, que, conforme a una regla de tradición inmemorial, condenaban al acreedor a pagar el cuádruple del interés cobrado ilegal-mente (volumen I, libro segundo, pág. 300). Aselión parecía dispuesto a hacer que prevaleciese sobre las prácticas del derecho existente la letra de la ley: recibió las demandas y procedió en la forma acostumbrada. Por esta razón, los acreedores, irritados, se reunieron en el Forum con­ducidos por el tribuno Lucio Casio y se arrojaron sobre el pretor, vestido con las insignias religiosas para cumplir un sacrificio, y lo asesinaron delante del templo de la Concordia. Ni siquiera llegó a abrirse una investigación sobre semejante atentado (año 665). Durante este tiempo los deudores, exasperados, decían que no había otro remedio para los sufrimientos de las masas "que la formación de nuevos libros de cuentas", lo cual quería decir la anulación por la ley de todos los créditos, o el perdón total de las deudas. Se reprodujeron entonces todos los incidentes de la lucha entre los órdenes: los capitalistas reanudaron su alianza con una aristocracia cuyo interés era también el suyo, y persiguieron con procesos a la oprimida multitud y también a los hombres del justo medio que deseaban que se dulcificasen los rigores judiciales. Esta sociedad se hallaba al borde del abismo, y allí, en el extremo, se vio al deudor desesperado arrojarse de cabeza, arrastrando al acreedor en su caída. Sin embargo no ocurría ya, como en otro tiempo, que este mal atacaba solo al organismo civil y moral de una gran ciudad puramente agrícola. En la actualidad, la descomposición local se verificaba en el seno de la capital de numerosos pueblos. La desmoralización de las ciudades donde se codean los príncipes y los mendigos era un hecho, pues en aquel inmenso teatro las condiciones sociales se detenían ante masas más compactas, más densas y temibles. La guerra social había sacudido violentamente hasta los cimientos sobre los que se fundaba Roma, y preparado una nueva revolución. Una casualidad hizo que estallase.LEYES SULPICIAS. SULPICIO RUFOCorría el año 666. El tribuno Publio Sulpicio Rufo propuso al pueblo que se declarase depuesto a todo senador que tuviese una deuda que excediera los dos mil dineros, y que se abriesen las puertas de la patria a los ciudadanos condenados por el veredicto de jurados, que no habían sido266



INSURRECCIÓN DE LOS SUBDITOS ITALIOTAS. REVOLUCIÓN SULPICIANAliberados. Por último, planteó que los nuevos ciudadanos se distribuyesen en todas las tribus y que los emancipados tuviesen en ellas derecho a votar. Mociones extrañas, por lo menos desde ciertas perspectivas, y más en boca de semejante hombre. Publio Sulpicio Rufo (nacido en el año 630) debía su importancia política menos a su origen noble, sus grandes relaciones y su riqueza patrimonial, que a su gran elocuencia, en la que superaba a todos sus contemporáneos. Su excelente voz, sus animados ademanes y lo enérgico de su palabra arrastraban al oyente, incluso al no convencido, como dice Cicerón.12 Por su origen pertenecía al parti­do senatorial: su primer acto político (año 659) había sido una acusa­ción pública contra aquel Norbano tan odioso a los amigos del poder (pág. 222); y, entre los conservadores, había pertenecido a la facción de Craso y de Druso. ¿Por qué se había decidido a aspirar al tribunado del pueblo en el año 666, y por este hecho abdicar a su nobleza patricia? No es posible averiguarlo. Pero del hecho de que tuviese, con todo el partido moderado, en contra a los conservadores, que lo calificaban de revolucionario, no debe concluirse que lo fuera en efecto, o que hubiese soñado con derribar la constitución, como Cayo Graco. Sin embargo, como era el único entre los personajes notables del partido de Craso y de Druso que había visto pasar sobre su cabeza el huracán de los procesos que trajo consigo la Ley Varia, sin duda se creyó llamado a concluir la obra de Druso y a poner término a la inferioridad civil de los ciudadanos nuevos. Para hacerlo necesitó revestir las insignias de tribuno. Agregúese a esto que en el curso de sus funciones muchos de sus actos fueron contrarios a las tendencias de la demagogia. Un día se lo vio interponer su veto e impedir que uno de sus colegas consiguiese por un plebiscito la casación de los veredictos pronunciados conforme a la Ley Varia. En otra ocasión, cuando al salir de la edilidad Cayo César quiso saltar por encima de la pretura y obtener el consulado para el año 667, aspirando sin duda al generalato del ejército de Asia, encontró en Sulpicio el más decidido y el más enérgico de sus adversarios. Así pues, fiel siempre a la línea de conducta de Druso, Sulpicio quiso que todo el mundo respetase la constitución ante todo. Desgraciadamente no podrá, como no había podido Druso, unir elementos irreconciliables y, conduciéndolos por las estrictas vías del derecho, conseguir que triunfen sus proyectos de reforma por sabios que sean. En realidad repugnan demasiado a la inmensa mayoría de los antiguos ciudadanos, y nunca los aceptarán de267

historia de roma,buen grado. Sulpicio rompió con la poderosa familia de los Julios, a la que pertenecía Lucio César, uno de los senadores más influyentes, y hermano de Cayo. Rompió además con la camarilla aristocrática que navegaba en sus aguas; y los odios personales nacidos de esta ruptura contribuyeron no poco a que el irascible tribuno fuese más allá de donde pensaba en un principio.TENDENCIA DE LAS LEYES SULPICIASDe cualquier modo, las mociones sulpicias no desmentían en absoluto por su índole sus antecedentes personales, o la situación que había ocupado hasta entonces en medio de los partidos. Establecer la igualdad entre los ciudadanos nuevos y los antiguos era sencillamente tomar en parte una de las proposiciones de Druso en favor de los itálicos, e, igual que él, no hacer otra cosa que obedecer las prescripciones de una sabia política. El llamamiento de los personajes condenados por los veredictos del jurado de Vario atacaba realmente la inviolabilidad que el mismo Sulpicio había defendido poco antes, pero era en beneficio de su partido y de los conservadores moderados. Se concibe fácilmente, desde este momento, ese cambio de conducta del fogoso agitador. Al entrar la víspera en la escena política había combatido vivamente la medida; después, exasperado por la resistencia de sus adversarios a todos sus proyectos, se convirtió en su sostenedor. En cuanto a la medida de exclusión contra los senadores qué habían contraído grandes deudas, tenía su razón de ser en la situación profundamente quebrantada de las fortunas en el seno de las principales familias, situación revelada durante la crisis financiera, a pesar de las apariencias y del brillo exterior. Por doloroso que el sacrificio fuese, era en interés bien entendido de la aristocracia ver salir de la curia (pues tal hubiera sido el resultado de la Ley Sulpicia) a todos los senadores que no pudiesen pagar inmediatamente sus deudas. En efecto, había un gran número de ellos que, agobiados por los compromisos económicos, marchaban como encadenados detrás de sus colegas más ricos y eran esclavos de las pandillas que era necesario destruir expulsando a una multitud notoriamente venal. Reconocemos, sin embargo, que al querer limpiar de este modo el establo de Ogias, Rufo sacaba al público los vergonzosos vicios del Senado: la medida era brutal y odiosa, y no268

IHSUMlieClON DE LOS SUBDITOS ITALIOTAS. REVOLUCIÓN SULPICIANAla hubiera propuesto sin sus luchas con los jefes de la facción. Por último, si con su moción a favor de los emancipados intentaba ser pronto el jefe de las masas, esta moción tenía también sus justas causas y por otra parte podía conciliarse con las instituciones aristocráticas. Después de haber llamado a los emancipados al servicio militar, ¿no tenían estos algún fundamento para reclamar el voto político? Siempre habían ca­minado a la par el voto y el servicio en el ejército. Y además, en el estado al que habían llegado los comicios, anulados por completo políticamente, ¿qué inconveniente había en que viniera a perderse un albañal más en aquella inmensa cloaca? Si admitían indistintamente a todos los emancipados en el derecho de ciudad, lejos de aumentarse las dificultades del gobierno para la oligarquía, se aminoraban. Los emancipados eran en su mayor parte dependientes de las grandes familias por su fortuna y sus bienes. Oportunamente utilizados, ofrecían al poder una poderosa palanca de la que podían echar mano en las elecciones. La medida, como todo favor político concedido al proletariado, era indudablemente con­traria incluso a las tendencias de la aristocracia reformista. Sin embargo para Rufo no era más que lo que había sido para Druso la ley de cereales: el medio de atraerse el proletariado, conquistar su asistencia y vencer con él la resistencia opuesta a las reformas verdaderamente útiles. Nada más fácil de prever que esta resistencia a todo trance. Era muy cierto que en su espíritu de cortas miras ambas aristocracias manifestarían después de la insurrección los mismos celos estúpidos que antes de su explosión. La gran mayoría de cada partido, en voz alta o baja, tacharía de inoportuna debilidad las semiconcesiones hechas en la hora del peligro, y se opondría violentamente a toda proposición que tendiera a ampliarlas. El ejemplo de Druso había mostrado en lo que podrían venir a parar las tentativas de reforma conservadora con el único apoyo de la mayoría del Senado. De aquí la actitud del amigo y partidario de Druso; de aquí la tentativa de renovar los proyectos de aquel, colocándose en oposición directa con el Senado, y lanzándose por el camino de los demagogos. Rufo no se tomó ni siquiera el trabajo de ganarse a los senadores con el cebo de la restitución del Senado; hallaba un apoyo más firme entre los emancipados y en el pequeño ejército que lo seguía. Según sus adversarios disponía de tres mil mercenarios y de un "anti­senado" compuesto de seiscientos hombres de las clases altas: con ellos aparecía en las calles y en el Forum.269


Yüklə 1,6 Mb.

Dostları ilə paylaş:
1   ...   20   21   22   23   24   25   26   27   ...   47




Verilənlər bazası müəlliflik hüququ ilə müdafiə olunur ©genderi.org 2024
rəhbərliyinə müraciət

    Ana səhifə