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Quizá esté permitido sugerir que los elementos lingüísticos abstractos
echan a su vez raíz, en palabras sentenciadoras en el juicio. La inme-
diatez (la raíz lingüística) de la comunicabilidad de la abstracción está
dada en el juicio sentenciador. Dicha inmediatez de la comunicación de
la abstracción se erige en sentenciadora ya que el hombre con el pecado
original, abandona la inmediatez de la comunicación de lo concreto, a
saber, el nombre, para caer en el abismo de la mediatez de toda comu-
nicación, la palabra como medio, la palabra vana, el abismo de la charla-
tanería. Repítase que charlatanería fue preguntarse sobre lo bueno y lo
malo en el mundo surgido de la Creación. El árbol del conocimiento
no estaba en el jardín de Dios para aclarar sobre lo bueno y lo malo, ya
que eso podía habérnoslo ofrecido Dios, sino como indicación de la
sentencia aplicable al interrogador. Esta ironía colosal señala el origen
mítico del derecho.
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La función del arte y la filosofía debe entonces ser la de re-
dimir lo que se perdió con la Caída:
el lenguaje de los nombres. Esto
significa tener en cuenta ciertos aspectos que Benjamin considera
irrenunciables para, lo que podríamos llamar, sus prolegómenos a
una metafísica del lenguaje. En primer lugar,
todas las cosas comu-
nican; en segundo lugar, el lenguaje mudo de las cosas es traducido
por el lenguaje humano para que las cosas puedan ser nombradas
y por lo tanto conocidas. La Creación es así completada porque
sólo con la tarea nombradora que realiza el hombre, la comunica-
bilidad se concreta plenamente a sí misma. En tercer lugar hay una
mediación inmediata
mágica que (de manera no exenta de dificul-
tades, como hemos señalado) garantiza el vínculo entre las cosas, el
lenguaje y los nombres al hallar su garantía en la Palabra originaria;
es decir, el Performativo puro que aquí se llama Dios. El
lenguaje de
los nombres –escribe Benjamin– revela que “por medio de la palabra
el hombre está ligado al lenguaje de las cosas. Consecuentemente,
se hace ya imposible alegar, de acuerdo con el enfoque burgués del
lenguaje, que la palabra está sólo coincidentalmente relacionada con
la cosa; que es signo, de alguna manera convenido, de las cosas o de
su conocimiento. El lenguaje no ofrece jamás
meros signos”.
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LA MAGIA DE LA MÍMESIS, LA SEMEJANZA INMATERIAL
Theodor W. Adorno describe la escritura de Benjamin como aque-
lla en la que “el pensamiento se echa encima de la cosa, como si
quisiera convertirse en acto, olor, sabor”.
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Susan Buck-Morss in-
dica que Benjamin postula “una forma activa, creativa de mímesis
que involucraba la habilidad de hacer correspondencias por medio
de una fantasía espontánea”.
40
Como vimos con anterioridad, si la
apuesta de Benjamin consiste en intentar pensar simultáneamente el
vínculo material que une inextricablemente el lenguaje al mundo,
y en preservar su autonomía creadora, el hilo con el que tejió es-
tas inquietudes será posteriormente la facultad mimética. El periodo
teológico del joven Benjamin que vimos esbozarse, subrayaba la no
instrumentalidad del lenguaje a través del lenguaje de los nombres.
En su periodo materialista, Benjamin reformula su teoría mediante el
concepto de una
mímesis de la que Dios deja de ser el nombre garan-
te: “La naturaleza genera semejanzas: basta pensar en la mímica. No
obstante, el hombre es quien posee la suprema capacidad de produ-
cirlas. Probablemente ninguna de las más altas funciones humanas está
exenta del factor determinante jugado por la facultad mimética”.
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37. Ibid., pp. 71-72.
38. Ibid., p. 68.
39. Theodor W. Adorno, Prismas, Barcelona, Ariel, 1962, p. 258.
40. Susan Buck-Morss, Dialéctica de la mirada. Walter Benjamin y el proyecto de los
pasajes, Madrid, Visor, 1995, p. 290.
41. Walter Benjamin, “La enseñanza de lo semejante”, en Para una crítica de a
violencia
y otros ensayos, op. cit., p. 85.
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