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el contexto, los medios y la necesidad para la resurgencia de la magia.
Así, el mismo Benjamin resucita la facultad mimética en la época en
que la cámara y el cine, y los ritmos de montaje son estimulados y
predicados con base en ésta, pero a partir de su yuxtaposición con lo
arcaico. La abolición mítica de la distancia entre la cosa transmisible
y el acto de transmisión, tiene que ver con la crítica benjaminiana a
la precipitación en una exterioridad que nos lanza fuera de la expe-
riencia del lenguaje y que, al hacerlo, inaugura una relación perversa
entre las palabras y las cosas en la que el lenguaje es contempla-
do como herramienta, y la realidad por lo tanto deviene, irremisi-
blemente, instrumentalizada. La necesidad de la abolición mítica de
esta distancia se presenta asimismo necesaria –según su lectura– en
el seno del marxismo, que al separar estructura y superestructura
remite la singularidad a la exterioridad de un proceso global, y,
al hacerlo, la sacrifica. Habría más bien que comprender la praxis
como lo que “se presenta sobre todo como una pieza textual, como
un jeroglífico que el filólogo debe construir en su integridad fáctica
donde están reunidos originalmente en mítica rigidez tanto los elemen-
tos de la estructura como los de la superestructura”.
9
La ambivalen-
cia benjaminiana con respecto al mito se hace aquí evidente. Es la
abolición mítica de la distancia la que puede, paradójicamente, liberar
de su rigidez mítica a los elementos que habían quedado petrifica-
dos. Veamos a continuación los indicios.
LA MAGIA DEL LENGUAJE O LA MEDIACIÓN INMEDIATA
En su ensayo “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de
los humanos” (1916) escrito en respuesta a ciertas conversacio-
nes con Gershom Scholem, Walter Benjamin advierte: “No existe
evento o cosa, tanto en la naturaleza viva como en la inanimada,
que no tenga, de alguna forma, participación en el lenguaje, ya que
está en la naturaleza de todas ellas comunicar su contenido espiri-
tual”.
10
La filosofía benjaminiana del lenguaje tiene como primera
característica que el lenguaje no es algo distintivamente huma-
no. Todo en la creación es lenguaje y el lenguaje del hombre es
sólo un modo (privilegiado) de éste. Todas las cosas comunican: “no
podemos imaginarnos una total ausencia de lenguaje en cosa algu-
na”.
11
Lo que es comunicable lo es, entonces, porque todo tiene un
contenido lingüístico que, como veremos enseguida, es expresión
directa de su contenido espiritual [geistige wesen].
12
A este respecto hay que recordar que en la traducción al espa-
ñol del alemán geistige wesen, el adjetivo geistige significa mental, inte-
lectual, mientras que el nombre Geist puede traducirse como mente,
espíritu e incluso fantasma. Podríamos decir que lo que el lenguaje
comunica entonces es “el alma o espíritu de las cosas”. Frente a
la concepción burguesa del lenguaje que contempla al signo como
mediador para representar un objeto, Benjamin defiende que todo,
absolutamente todo, tiene un contenido espiritual que se comunica,
no a través de él, sino en él. No hay que confundir, sin embargo, la
entidad espiritual o el alma de la cosa presentada en el lenguaje con
la cosa misma: “Por ejemplo, el lenguaje de esta lámpara no comu-
nica esta lámpara (la entidad espiritual de la lámpara, en la medida
en que es comunicable no es de modo alguno la lámpara) sino la
lámpara lingüística, la lámpara de la comunicación, la lámpara en
9. Giorgio Agamben, Profanaciones, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2005, pp.181-
182.
10. Walter Benjamin, “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los
humanos”, en
Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones iv,
Madrid, Taurus, 1991, p. 59.Human Rights on the Occasion of its 140th Session,
2010, p. 5.
11. Ibid., p. 60.
12. Walter Benjamin, “Über sprache überhaupt und über die Sprache des Menschen”,
en
Gesammelte Schriften, vol. 2, Fráncfort del Meno, Surkhamp, 1977, p. 141.
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la expresión”.
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¿Qué es lo que hace Benjamin al introducir esta
distinción? Veámoslo más despacio.
Contra una teoría mística y naíf del lenguaje que postula que
las palabras son idénticas a las cosas; y contra lo que, como hemos
señalado ya, él mismo denomina una concepción burguesa, que
lo define como mero instrumento; para Benjamin el lenguaje no
comunica la cosa, sino su ser espiritual que no es; en su mismo
lenguaje, su pura comunicabilidad. Lo contempla como mediación
inmediata: “Lo medial refleja la inmediatez de toda comunicación
espiritual y constituye el problema de base de la teoría del lengua-
je. Si esta inmediatez nos parece mágica el problema fundacional
del lenguaje sería entonces su magia”.
14
La mediación inmediata es
la clave a través de la cual Benjamin intenta –como hemos dicho–
desmarcarse de dos posturas. La primera, que es de la de Saussure,
en cuyo Curso de lingüística general (1916) se advierte la arbitrarie-
dad de un signo que representa a la cosa por convención (y que
él considera eminentemente burguesa). La segunda, la de la teoría
mística naíf, que identifica a la palabra directamente con la cosa.
El lenguaje como mediación inmediata le permite defender simultá-
neamente que, en tanto mediación, si bien las palabras no expresan
las cosas mismas sino su comunicabilidad o contenido espiritual,
éste, en tanto inmediato, no está desvinculado de la cosa misma. No
hay separación fenómeno/noúmeno. Hay una no identidad entre
ambos que hace necesaria la mediación, pero una que los vincula in-
mediatamente –como hemos señalado anteriormente–. Esto propicia
el segundo movimiento benjaminiano consistente en poder seña-
lar, una vez más simultáneamente, la materialidad del lenguaje, su
presencia efectiva en el mundo, y, al mismo tiempo, su autonomía
creativa, que lo vuelve renuente a toda tentativa de instrumentali-
zación.
Para desarrollar esta idea, Benjamin interpreta los primeros
capítulos del Génesis que le interesan especialmente, porque “sus
exposiciones se ajustan en principio al lenguaje asumido como rea-
lidad inexplicable y mística, sólo analizable en su posterior desplie-
gue”.
15
El Génesis le permite explorar una lectura de esa mediación
inmediata que es la magia del lenguaje. En primer lugar, para com-
prender la relación que impera entre las cosas y su entidad espiri-
tual (que se expresa lingüísticamente), Benjamin distingue entre el
lenguaje de éstas y el lenguaje de los hombres. Las cosas comunican,
pero su lenguaje es “mudo”: “sólo pueden intercomunicarse a tra-
vés de una comunidad más o menos material. Dicha comunidad es
tan inmediata e infinita como toda otra comunicación lingüística y
es mágica pues también existe la magia de la materia”.
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Los len-
guajes de las cosas carecen de la forma lingüística del fonema: “lo
incomparable del lenguaje humano radica en la inmaterialidad y
pureza espiritual de su comunidad con las cosas y cuyo símbolo
es la voz fonética. La Biblia expresa este hecho simbólico cuando
afirma que Dios insufló el aliento en el hombre; este soplo significa
vida, espíritu y lenguaje”.
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Las cosas sólo se comunican a sí mismas, pero no pueden
nombrar ni nombrarse, sólo el hombre se comunica a sí mismo
nombrando: “el hombre es el nombrador; en eso reconocemos que
desde él habla el lenguaje puro […] puede nombrar a las cosas”.
18
La diferencia entre el hombre y las cosas queda puesta en eviden-
cia en el recurso de Benjamin a la segunda versión del Génesis. La
13. Walter Benjamin, “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los
humanos”,
op. cit., 1991, p. 61.
14. Ibid., p. 61.
15. Ibid,. p. 66.
16. Ibid., p. 65.
17. Ibid., pp. 65-66.
18. Ibid., p. 63.
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